¡Hola a todo el mundo!
El fin de semana pasado hicimos un par de buenas rutas de cara a preparar futuros retos de mayor dureza y, puestos a forzar, se nos ocurrió que sería una idea cojonuda hacer la Valgrande - Pajares a nuestro rollo. Mucho puerto, bastantes kilómetros y buenos paisajes eran los objetivos primordiales.
Saldríamos Buka y yo, desde Villamanín, con la sana intención de preparar la Clásica de los 10.000 del Soplao. Y el hecho de salir Buka y yo implicaba varias cosas. Una de ellas era que nos íbamos a partir la caja, riéndonos todo el santo rato. Y otra era que, despacio precisamente no íbamos a ir, con lo que si a esto último le sumamos la kilometrada y los puertos que subiríamos, el día tenía pinta de pasar a nuestra historia personal y del CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN en general.
También había que tener en cuenta que no estaríamos solos durante la ruta. El sábado tanto Rubén como David, otros compañeros del ASFALTO, habían hecho otro etapón de 160 kilómetros subiendo Vegarada y Valdorria entre otras cosas. Así que ellos estaban muy pendientes de nuestros pasos, dándonos ánimos constantemente a través del típico grupo del Whatsapp. Por otro lado, Manuel, otro compañero del ASFALTO, ese mismo domingo se liaría la batamanta a la cabeza y también completaría una etapa de 150 km en solitario, y eso que ha empezado en esto del CICLOTURISMO este año.
Y para completar la movilización del CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN tanto Vega como Susana iban a realizar parte del recorrido de la Valgrande - Pajares, enlazando con Buka y conmigo más adelante, cuando nosotros ya estuviésemos subiendo Pajares.
Así que, durante todo el fin de semana íbamos a estar trepando por todos los lados. Cosas de estar motivados y del buen rollo que manejamos, ya ves.
Así que con todos los pronósticos favorables, quedamos Buka y yo a las muy frescas 7:00 de la mañana. Un olvido mío hizo que esta hora se retrasase, con lo que salimos de León en dirección a Villamanín a eso de las 7:30. Nos daba tiempo hasta a tomar un café, ¡qué demonios!
Pero había que vestirse, ponerse a tono, dar un masaje a Buka en la espalda (sí, así fue, y muy orgulloso que estoy de haber masajeado a tremendo jamelgo) y pegar un pequeño engrase a las máquinas. Ya estábamos listos para comenzar a pedalear.
Con nuestras flamantes equipaciones del Club que tantísimo están gustando y que tantísimo nos están gustando a nosotros sobre todo, tomábamos el desvío en dirección al valle de Casares, sin lugar a dudas uno de los parajes más impresionantes de toda la provincia de León.
A esas horas, serían las 8:30 de la mañana, hacía un poco de fresco pero tanto el cielo como la ausencia total de viento parecían indicar que tendríamos un clima sobresaliente.
El primer obstáculo en nuestro camino sería el Puerto de Aralla por el túnel. Sería lo más sencillo que nos íbamos a encontrar en todo el día, la verdad, pero aunque fuese duro daría lo mismo porque estábamos enfrascados en contemplar el paisaje, hablar de una y otra cosa y, sobre todo, haciendo un poco el canelo...
- ¿Cómo me puede gustar tanto hacer el mono, Buka?
- Yo qué sé, tío.
Así que, después de esta conversación propia de dos Premios Nobel, proseguimos con la ascensión que, como digo, no es dura ni muchísimo menos pero no dejaba de ser la primera del día y aún nos quedaba muchísima tela que cortar. Pero la cosa es que Buka y yo cuando salimos juntos, al final nunca vamos despacio. Cuando no es uno es otro, siempre hay alguien que aprieta el ritmo. Pero éramos prudentes. La garbanzada del día prometía ser épica.
Mientras subíamos yo no hacía más que recordar la última vez que había pasado por esta zona. Había sido como dos meses atrás, quince grados menos y veinte centímetros más de nieve en las cunetas. ¡Qué frío pasé aquel día! Fue con Vega, que es un verdadero héroe, y que conoce todos los caminos habidos y por haber, además de las fuentes. Así que recordando las enseñanzas de mi amigo Vega, vimos la fuente que hay a mano derecha según se sube y que la última vez tuvimos que rebuscar entre la nieve. Este primaveral día no hizo falta.
Pero ya estábamos arriba, así que tocaba sacarse unas fotillas para conmemorar la conquista del primer puerto de este épico día.
Un descenso, un poco de fresco en la cara y el cuerpo y, en nada y menos, ya estábamos en el Pantano de Luna. ¡Y cómo estaba el pantano! Estaba hasta arriba. Las tremendas nevadas de este año han dado sus frutos, la verdad. Además, la fotografía resultante era increíble. Parecía que estábamos en Suiza o algo parecido.
Había que llegar al desvío del Puerto de Ventana. Sería éste el único momento del día en el que rodaríamos por un terreno más o menos llano, así que lo íbamos a disfrutar. Seguía sin haber viento y a penas había tráfico, con lo que estábamos super cómodos. Charleta animada, risas, montañas preciosas, el pantano y el Puente de Luna presidiéndolo todo.
Unos pocos kilómetros más adelante nos estaba esperando el Puerto de Ventana. Por esta vertiente no es tan duro como por el lado asturiano, en efecto, sin embargo quien piense que subir Ventana por León en un paseo por el parque, se equivoca.
Es el típico puerto en el que ves la subida durante todo el tiempo, lo cual es bueno y malo a la vez. Bueno, porque ves lo que te queda y vas calculando. Y malo porque ves lo que te queda y vas calculando dónde se te van a acabar las fuerzas.
Llegamos al desvío en dirección a San Emiliano y, poco a poco, la carretera iba picando para arriba. Después de tener que detenernos debido a que un rebaño de vacas y algún que otro toro nos echó un pulso de paciencia en medio de la carretera, y del cual no hay fotos debido a que los teníamos un poco en la garganta ya que los "animalitos" no tenían buenas ni sanas intenciones, comenzamos a subir el puerto.
Ocurrió como casi siempre que salimos Buka y yo. Primero uno sube un puntito el ritmo, luego el otro le sigue y sube otro punto. Cuando menos te lo esperas estás hablando y, en esta ocasión, Buka concluye con la respiración entrecortada:
- El 105.....es un grupo......que está muy...bien.....LUEGO HABLAMOS, ANDA....
Y el Puerto de Ventana estaba haciendo acto de presencia en toda su majestuosidad porque, vuelvo a repetir, sin ser tan duro como por la otra vertiente, te instalas en un 6% machacón y cansino y de ahí no bajas.
La animada conversación termina para dejar paso a esa concentración que surge cuando estás subiendo a ritmo un puerto. Te metes dentro de una especie de burbuja de la que sólo es capaz de sacarte el cartel marrón del puerto en cuestión.
Por fin llegamos arriba. El ritmo y el porcentaje constantes se habían pegado a las piernas como un chicle pero lo habíamos logrado. El segundo objetivo del día, conseguido. Aún quedaban más de 100 km para terminar la etapa y las cosas marchaban más que bien.
Ahora tocaba bajar Ventana por la eterna vertiente asturiana que, por cierto, han asfaltado en los tramos que estaban al borde de convertirse en camino, con lo que el descenso se prometía animado. Eso sí, antes de iniciarlo, haríamos unos amiguetes. Y es que un trozo de barrita de cereales hace maravillas.
Había que llegar al desvío del Puerto de Ventana. Sería éste el único momento del día en el que rodaríamos por un terreno más o menos llano, así que lo íbamos a disfrutar. Seguía sin haber viento y a penas había tráfico, con lo que estábamos super cómodos. Charleta animada, risas, montañas preciosas, el pantano y el Puente de Luna presidiéndolo todo.
Unos pocos kilómetros más adelante nos estaba esperando el Puerto de Ventana. Por esta vertiente no es tan duro como por el lado asturiano, en efecto, sin embargo quien piense que subir Ventana por León en un paseo por el parque, se equivoca.
Es el típico puerto en el que ves la subida durante todo el tiempo, lo cual es bueno y malo a la vez. Bueno, porque ves lo que te queda y vas calculando. Y malo porque ves lo que te queda y vas calculando dónde se te van a acabar las fuerzas.
Llegamos al desvío en dirección a San Emiliano y, poco a poco, la carretera iba picando para arriba. Después de tener que detenernos debido a que un rebaño de vacas y algún que otro toro nos echó un pulso de paciencia en medio de la carretera, y del cual no hay fotos debido a que los teníamos un poco en la garganta ya que los "animalitos" no tenían buenas ni sanas intenciones, comenzamos a subir el puerto.
Ocurrió como casi siempre que salimos Buka y yo. Primero uno sube un puntito el ritmo, luego el otro le sigue y sube otro punto. Cuando menos te lo esperas estás hablando y, en esta ocasión, Buka concluye con la respiración entrecortada:
- El 105.....es un grupo......que está muy...bien.....LUEGO HABLAMOS, ANDA....
Y el Puerto de Ventana estaba haciendo acto de presencia en toda su majestuosidad porque, vuelvo a repetir, sin ser tan duro como por la otra vertiente, te instalas en un 6% machacón y cansino y de ahí no bajas.
La animada conversación termina para dejar paso a esa concentración que surge cuando estás subiendo a ritmo un puerto. Te metes dentro de una especie de burbuja de la que sólo es capaz de sacarte el cartel marrón del puerto en cuestión.
Por fin llegamos arriba. El ritmo y el porcentaje constantes se habían pegado a las piernas como un chicle pero lo habíamos logrado. El segundo objetivo del día, conseguido. Aún quedaban más de 100 km para terminar la etapa y las cosas marchaban más que bien.
Ahora tocaba bajar Ventana por la eterna vertiente asturiana que, por cierto, han asfaltado en los tramos que estaban al borde de convertirse en camino, con lo que el descenso se prometía animado. Eso sí, antes de iniciarlo, haríamos unos amiguetes. Y es que un trozo de barrita de cereales hace maravillas.
Como Buka y yo ya tenemos un largo historial a la hora de hacernos amiguetes equinos, no tardamos en hacer buena amistad, de lo cual unos turistas de la zona dieron cuenta en forma de fotos que vete tú a saber dónde andan. Igual aparecemos en Jara y Sedal o algo así. En fin.
La cosa es que tocaba bajar y en este tipo de situaciones, no sé muy bien por qué pero la verdad es que suelo ponerme yo en cabeza. Me gusta bajar, lo cual no significa ir haciendo el animal. Una trazada bien hecha no implica ir a toda hostia, hablando pronto y mal.
Y en plena trazada precisamente, se produjo una de las situaciones curiosas del día. Os pongo en situación.
Zona tremendamente boscosa con una carretera muy revirada. Como está recién asfaltada, pues íbamos alegres, por qué negarlo. Giro a la derecha y veo a un ciclista subiendo a tope. Le saludo, él responde. Pero al pasar Buka a su lado, ocurre algo...
- ¡Fabián! ¡¿Qué pasa, tronco?!
- ¡Coño, Buka! Mira dónde nos vamos a encontrar...
Pues sí. Nos encontramos con Fabián, primo de Buka, en pleno puerto de Ventana. ¡Y cómo iba subiendo el bueno de Fabián! Venía de darse un buen tute, lo cual incluía un mito astur como es el Puerto de San Lorenzo, al cual ya tengo ganas de hincarle el diente. Había que inmortalizar a los primos.
Seguimos con el descenso y Fabián con su castigo personal. Y mira que es largo el descenso de Ventana, ¡madre de Dios! Como bien dice Buka, "te cansas de bajar, tío". Pero llega un momento en el que terminas, claro que sí. Y llegas a Caranga.
En este punto, en el que llevábamos ya unos 85 kilómetros o algo así, la verdad es que piensas que hasta que no llegas a Bárzana no comienzas a subir Cobertoria pero no es así. Digo más. Una vez completada la ruta, el momento en el que más "pelota" se me hizo la etapa fue precisamente entre Caranga y Bárzana. Terreno picando hacia arriba todo el rato o con rampas de las que se agarran. Llegas al Embalse de Vademurio y de lo único que tienes ganas es de llegar a Bárzana.
Y en nuestro caso era así entre otras cosas porque teníamos prevista aquí una parada para comer y beber algo más potente que no fuese una barrita y agua. Dejamos paso al refresco, el bocata y un cortado.
En este momento fue donde comenzamos a hablar con el coche de equipo.
- ¿Dónde estáis vosotros, Vega?
- Hemos subido Aralla y bajaremos hasta Puente Los Fierros. Pilladnos de la que subís.
En efecto, iba a haber reagrupamiento del CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN. "Los Vega" estaban haciendo una etapa buena también que incluía Aralla y Pajares. Nuestra idea era reagrupar subiendo, como digo, Pajares y comer todos juntos en Villamanín. Nuestro Club no es sólo dar pedales, va más allá y terminar juntos, ya sea para comer, tomar una caña o lo que sea, es muy importante.
Pero hasta dar con Susana y Vega en plena ascensión aún quedaba un rato y, entre medias, tanto a Buka como a mí nos quedaba por subir Cobertoria. La idea era acometer el reto por la vertiente de Lindes y esto era debido a que más allá de la dureza, nuestra idea era sumar kilómetros y por este lado queda un señor puerto de 20 kilómetros. Más tendido que por cualquiera de las otras dos vertientes, así es, pero quien piense que subir por aquí es fácil, se va a dar de bruces contra algunas rampas de hasta el 14%, con lo que un respeto a esta vertiente.
Y yo tenía reciente esta subida porque la había hecho no mucho tiempo atrás y sabía que tenía su miga, pero por encima de todo esta vertiente es un espectáculo para los sentidos. Al no contar a penas con tráfico, esta carretera te permite disfrutar de lo lindo de este valle, profundo y verde, que al menos hay que visitar una vez en la vida.
Y justo al poco de empezar la subida fue donde el cuanta kilómetros cambió de 99,9 kilómetros a esa cifra que para todo cicloturista marca la diferencia. Pasó a 100 km. Y cuando esto pasa en medio de la subida de un puerto de primera, quedándote otro, aún más duro, por delante, es todavía más especial.
Tanto Buka como yo habíamos recobrado fuerzas tras nuestro alto en el camino en Bárzana, así que cogimos el puerto con ganas. Pusimos una marcheta muy interesante, de esas que sólo se frenan al toparte con una rampa de consideración y, otra cosa no, pero rampas de consideración hasta llegar a Cortes os puedo asegurar que hay unas cuantas.
Rampa tras rampa se nos iban quitando las ganas de hablar pero yo sabía que en el momento en el que alcanzásemos el desvío a Lindes, las cosas cambiarían, pero había que llegar. Sobre bielas, esforzándonos, maldiciendo incluso pero, al final, llegamos al desvío.
Estábamos rabiosos y no nos faltaban fuerzas. Había que aumentar el ritmo si queríamos enlazar con Vega y Susana a mitad de puerto, porque ahí los compañeros, a la hora de subir no es que vayan despacio, y también debíamos de ser prudentes con la hora de llegada porque ya eran las dos de la tarde más o menos y la comida, seguramente fuese merienda-cena más bien.
La segunda parte de Cobertoria por esta cara es más tendida. Tiene, a su vez, dos partes. La primera podríamos llamarlo como el túnel vegetal y la segunda está más pelada, lo que te permite tener unas vistas impresionantes de Peña Rueda, una montaña que preside toda la zona, así como del valle en general, sin olvidarnos del Gamoniteiro que te mira, desafiante, aunque este finde no tocaba subirlo.
Ya con cerca de 120 kilómetros en las piernas y tres puertos de montaña encima, más los repechos ocultos, coronábamos. El tercer puerto del día sucumbía a nuestro fuerte pedaleo.
Si rápido fue el descenso del puerto de Ventana, qué decir de la bajada de Cobertoria por la vertiente de Pola de Lena. Sin forzar nada en absoluto, a nada que te descuidases alcanzas los 80 km/h y esto ya son palabras mayores. Así que con un poco de intención, las bicicletas se nos ponían rondando los 90 km/h. Debíamos de ser cautos porque hay unas curvas muy cerradas que, más que echarte, te escupen para afuera.
A lo lejos, Pola. A la derecha, nuestro destino. Y parecía que nos iba a dar el viento un poco a favor, así que aprovechamos el trayecto hasta llegar a Campomanes para adecentarnos un poco. Manguitos fuera, chaleco a los bolsos del maillot, un par de barritas al gaznate y tocaba ya prepararse para la última ascensión del día. Había que subir un mito.
Y es que Pajares es un señor puerto. Un puerto que tiene de todo. Dureza y kilómetros, se combinan para dar un resultado único. Realmente es fácil de subir porque tiene varias zonas con descansos y pocos cicloturistas lo señalan como uno de esos puertos bonitos de verdad, pero la verdad es que tiene un paisaje impresionante.
Pero claro, siempre está el tema del tráfico. Yo os digo una cosa y esto lo digo muy en serio. El tráfico en Pajares, si no se hace el cafre, no molesta para nada. Lo he subido ya alguna que otra vez y sin problemas siempre. Otra cosa es que se vaya por el medio del carril, claro. Pero yendo bien pegado a la derecha, los coches que suben te respetan y a los que bajan les ves perfectamente, a parte del espacio que se tiene a la derecha que, en varios tramos, es amplio.
Con todo y esto, comenzábamos la ascensión...
Las dudas que yo tenía acerca de este etapón que nos estábamos marcando residían en ver cómo llegábamos de fuerzas a la subida de Pajares y la verdad era que no estábamos nada mal. Todo estaba saliendo a pedir de boca. Buen tiempo todo el camino, sin pinchazos, sin averías y sin caídas. ¡Y de fuerzas estábamos perfectos!
Este tipo de circunstancias te animan a subir alegremente. Además, "Los Vega" estaban kilómetros más adelante, en algún punto de la subida. Dábamos por supuesto que llegarían al bar en el que habíamos quedado, en medio de la ascensión, antes que nosotros, pero queríamos que no esperasen demasiado, con lo que imprimimos una buena marcheta.
En fila, uno delante y otro detrás, íbamos comiendo metro a metro. Volvimos a entrar en ese estado de concentración, casi zen, del que sólo te sacan cosas llamativas como las rampas de La Muela, La Romia o las del mirador.
Ya no quedaba nada para enlazar con nuestros compañeros, con nuestros amigos. Pasamos el pueblo de Pajares, unos metros, unas rampas, un giro a la izquierda y ahí está el bar. Ahí están nuestros amigos. El CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN se reunificaba.
Y un refresco y una pasta de La Virgen del Brezo después, seguimos con la subida de la que nos quedaban las partes más duras porque Pajares, como los grandes puertos del mundo, deja lo más duro para el final. Esas rampas que alcanzan un 17% están justo al final.
Pero ya nos daba todo igual porque sabíamos que este puerto no se nos iba a escapar y ni mucho menos la etapa. Estábamos los cuatro juntos y nada podía salir mal.
Llegamos a las rampas duras los cuatro juntos. Pasamos la dura curva "del 17" y podíamos ver el parador. Ya lo teníamos hecho. Y si cuando ya lo tienes, va Vega y ataca, pues intentas seguirle y revientas. "Era para daros vidilla", se justifica, mientras los demás esquivamos la angina de pecho. Pero lo conseguimos. Estábamos satisfechos. Estábamos enteros. Estábamos juntos.
Quedaban unos quince kilómetros hasta Villamanín, picando hacia abajo y con el viento a favor. Esto se tradujo en velocidades de vértigo hasta el final, cosa que agradecimos, pero que ya nos daba un poco lo mismo porque sabíamos que, salvo grave complicación, el reto estaba superado con sobresaliente.
La etapa que partió siendo un entrenamiento de cara a la prueba de los 10.000 del Soplao, se había convertido en mucho más que eso. Una ruta para el recuerdo. Paisajes, puertos increíbles, compañerismo. Es muy difícil explicar las sensaciones que se tienen cuando se completa un reto así.
Pero muy por encima del reto en sí, cabe destacar todo lo demás. La comida final rodeados de amigos, el hecho de trenzar dos rutas diferentes para terminar juntos, la paciencia de quienes estuvieron esperando al final del día para comer con nosotros.
Y también voy a hacer una mención especial al héroe del día que no fue otro que mi amigo Bukanero. Porque lo que no había comentado en toda la entrada había sido que el viernes le dio un trallazo en la espalda de los de quedarte doblado como un Playmobil y, aún así, completó este tremendo reto.
La pena fue no sacarnos fotos del masaje que le di en la espalda al comienzo del día. Una escena impagable.