domingo, 23 de agosto de 2015

Dragones que dejan señales y marcas.

¡Hola a todo el mundo!

Podría escribir mil historias de las que estoy viviendo este año sobre la bici. No tendría tiempo material (que de hecho tengo muy poco, de ahí la falta de producción de entradas) para narraros la cantidad de cosas que estoy viviendo este año sobre la bicicleta.

Ya sabéis de sobra lo que la bicicleta significa para mí. Esa compañera que me lleva a todos los lados, bonitos, feos o regulares, pero que logra que me sienta plenamente libre. Este año 2015, está siendo ese instrumento que me calma y relaja. Siempre lo ha sido, pero este año muchísimo más, os lo garantizo.

¡La cantidad de cosas que he pensado encima de ella! Incluso hace que mi cabeza cree cosas, primero imposibles y, próximamente, realidad. Es tremendo lo que dan de sí cuatro "hierros" bien puestos, con ruedas y una transmisión.

Pero hay veces que sobre la bici te asaltan demonios. Dragones escondidos muy profundamente y que ves venir. Pero otros, no los ves ni siquiera acercarse e intentan derrumbarte. Os pongo un ejemplo para que entendáis mis paranoias.

Las primeras semanas de agosto he estado de vacaciones. Las he utilizado para escalar muchos puertos a los que, por falta de tiempo, no suelo poder ir. Además, volví a un territorio muy magnético para mí, los Pirineos. En esta ocasión al pirineo navarro. 

Es un lugar lleno de bosques muy frondosos, montañas vestidas de verde y puertos sorprendentemente potentes y duros. Es un territorio lleno de dragones acechantes, escondidos y con ganas de demostrar que allí mandan ellos.

Uno de los días en los que estuve por allí, decidí ir a hacerme una ruta yo solo en busca de dragones. Mis compañeros de cacería aquellos días, iban a tomarse un respiro, pero yo necesitaba enfrentarme a algo que llevaba dentro, profundo y que necesitaba resolver. 

Llevaba dos semanas cazando unos dragones terribles y durante este año, la cosecha ha sido muy buena, pero necesitaba inspeccionar ese territorio para saber de qué eran capaces mis presas por allí.

Sales con la confianza y la fuerza suficientes como para afrontar cualquier reto, pero de lo que no eres consciente es de que los monstruos, a veces, trabajan en equipo.

Primer objetivo. Larrau por la vertiente española. Ya había conseguido vencer a su hermano, Larrau francés, un par de días atrás, con lo que esta batalla sabía que caería de mi lado. El español es más manso que el devorador de ciclistas francés. 


Pero Larrau español es mucho más listo. Está compinchado con otro depredador de ciclistas. Col de Soudet. Y este es el nombre del dragón inesperado. Soudet. Terrible dragón, inteligente y fiero, que vive muy abajo, en un eterno valle. Bajas y bajas sin darte cuenta de que la cola y la cabeza están separadas por más de veinte kilómetros.

Comienza la batalla. Primer frente. Mi mente. 

Dentro de la burbuja en la que yo me suelo meter a la hora de afrontar un puerto a mi ritmo, hay mil historias, planes y pensamientos que lo inundan todo. Y esa fresca jornada era el día en el que yo aprovecharía para sentar las bases de un nuevo periodo vital. ¿Esto o lo otro? ¿Tú o yo? Esta estaba siendo una batalla aplazada en el tiempo, pero que ese día iba a tener, por fin, un resultado. 

Varios estaban siendo los zarpazos, los mordiscos, los mandobles y puñetazos que hacían que mi alma sangrase pero, como he dicho, esa iba a ser la batalla final. 

Mientras tanto, el dragón Soudet llevaba ya un rato castigando mi cuerpo. Segundo frente.

Y es que pasan los kilómetros que separan la cola de la cabeza del dragón y de una u otra forma, consigue que lleves un ritmo lo suficientemente alegre como para que te vayas dejando muchas fuerzas por el camino. Los primeros kilómetros no pasan del 4%. Llevaba días cazando por territorios que estaban por el 10% ó más, con lo que no te asustas ya de nada. Hasta que vas a echar un trago y descubres que faltan más de catorce kilómetros de puerto y a penas tienes agua.

Último trago que disfrutas muchísimo. Faltan más de diez y más de doce kilómetros y el dragón aquí empieza a subir el listón. Ves de lejos un cartel que anuncia el porcentaje medio del próximo kilómetro. No quieres creerte que justo en ese momento lleguen los dos dígitos. 11% que te golpea justo en la boca del estómago. 

Pero has venido a cazar dragones. Ya tengo las cicatrices suficientes como para saber que éstas bestias se revelan y mucho antes de ser derrotadas. Para a veces las heridas hacen daño y cuando ves otro kilómetro a más del 10%, te cubres con el escudo, que lleva grabado "34x28" con el más duro acero, y sigues para adelante cueste lo que cueste.

Sigues sin agua, los kilómetros pasan y no tiene pinta de que encuentres algo que te pueda calmar la sed que ya comienza a hacer de las suyas. Te acercas a las nubes, empiezas a estar cerca de la cabeza del dragón y sus ataques siguen siendo muy duros. Las piernas se aproximan al cien por cien del rendimiento. Necesito algo más de donde tirar.

Tercer frente. Mi alma.

Llega un momento en toda dura batalla en la que te das cuenta de que llevas cerca de una hora esquivando, lanzando, amagando, sudando, llorando e incluso a veces, riendo. Es como elevarse por encima de toda esa escena para ver lo que está pasando con algo más de perspectiva.

Hay veces que te preguntas por qué demonios estás allí, en medio de un puerto por el que no transita nadie, dándote sartenazos con un dragón imaginario. ¿De qué vale? ¿Para qué?

Pero te das cuenta de que precisamente lo que vas a utilizar para rematar a ese dragón, está hecho de todo ese tipo de cosas. De todo ese tipo de victorias personales, grandes logros, enormes recuerdos, que se pueden leer en tu alma. 

Aprietas los dientes, agachas la cabeza, ves como un chorro de sudor empapa tus gafas, se desliza por tu rostro, y sientes que tu alma tira muy fuerte de tu cuerpo y de tu mente. En ese momento sabes que la victoria está de tu lado. Lo vas a conseguir porque desde un primer momento contabas con ese arma secreta. Tu alma.

Ya nada importa más que seguir dando pedales hacia delante. Una pedalada, otra y otra más. La garganta te abrasa por la sed. Llevas kilómetros sin agua y tu cuerpo está destrozado. Has librado una batalla terrible, construyendo un nuevo periodo vital más esperanzador y tienes la mente terriblemente fatigada. 

Pero al ver, por fin, el cartel del puerto, la cabeza del dragón, tu alma se hace más fuerte y nada ni nadie te pueden parar.


Y en territorio francés, en medio de un puerto que puede que a nadie le importe si lo subí o no, me encontré con un dragón inesperado que me enseñó y aportó tantísimas cosas que siempre le estaré agradecido. Aclaró mi mente, retó a mi cuerpo y alimentó mi alma.

Desde ese día, soy más fuerte, vuelvo a estar motivado al máximo en todos los aspectos en los que debo de estarlo y tengo en mis vitrinas la cabeza de uno de los dragones más fieros que recuerdo.

viernes, 24 de julio de 2015

CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN. Soy gregario de la piña que hemos creado.

¡Hola a todo el mundo!

Ya, ya lo sé. Más de un mes sin escribir nada. Es demasiado tiempo y no hay discusión. Pido disculpas. Pero he de haceros una apreciación. ¡Estoy haciendo unas rutas tan cojonudas y con gente tan estupenda, QUE NO SACO TIEMPO PARA NADA!

Y parece difícil esto que digo, pero es la pura verdad. Mis semanas se basan en sacar tiempo para rodar con "La Americana", pensar lo que hacer el fin de semana y trabajar, además de otros trámites como pueden ser comer, dormir y de más necesidades que no vienen al caso.

Como CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN hemos hecho un montón de cosas desde la última entrada, que describía Los 10.000 del Soplao. Escoger sólo una se hace muy difícil, por no decir imposible. En cada una de las rutas que hemos llevado a cabo han pasado cosas increíbles, o hemos rodado por puertos impresionantes, pero lo que más llama la atención de todo es que nos hemos convertido durante estos meses en una pequeña piña. Pequeña pero muy dura y firme.

Os pondré varios ejemplos para que comprendáis un poco a lo que me refiero.

Un domingo cualquiera del mes de julio. Tenemos la mañana libre pero no nos apetece nada de nada salir desde León. Queremos ahorrarnos esos kilómetros pestosos que nos separan de rutas muy chulas que trascurren por la zona de Las Hoces de Vegacervera y de más.

El Titán de la Sobarriba, ese compañero enorme en todos los sentidos, decide aguantar a dos personajes inquietos y, en cierto sentido, algo rarillos como somos Buka y un servidor. Vamos hasta Pardavé con la furgo de Cecilio a la que, por cierto, habría que poner nombre porque ya es una más de nuestro clan. Hacemos una rutilla hasta Piedrafita la Mediana. El plan sería unir con las Hoces de Valdeteja por la Collada del mismo nombre, para volver de La Vecilla a Pardavé. Una gran ruta sin duda.

El problema surgió cuando Buka hizo mejor los cálculos y vio que se le hacía demasiado tarde. Al mismo tiempo, "Los Vega", Susana y Juan Carlos, no quisieron madrugar y estaban por La Vecilla. La primera historia terminó comiendo croquetas en un bar de Vadepiélago, "Los Vega" y yo, uniendo lazos, y Cecilio y Buka, con una ruta de 60 km más que digna, con la guinda de la subida a Rodillazo. La moraleja de esto fue que la cosa es querer hacer las cosas. De habernos dejado llevar por el "se me hace tarde" o el "es que vais muy rápido" no hubiésemos hecho nada, porque somos todos colegas, nos adaptamos y hemos creado el Club para gozar entre colegas, no para competir entre nosotros.

La segunda historia que me parece más que reseñable se centra en una persona en concreto. Es otro miembro de la piña que hemos creado, llamada CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN, y al que durante el año pasado y escuchando mis historias, viendo mis fotos y leyendo mis paranoias, le picó el gusanillo de la bicicleta de carretera. El protagonista es Manuel.

Sus piernas tienen unos 2000 kilómetros esta temporada, o lo que es lo mismo, durante toda su vida. También tienen muchas ganas por descubrir algo que le llama la atención, el CICLOTURISMO. Y también tienen muchísimo valor ya que sin ser muy consciente de lo que iba a hacer, se apuntó a una ruta, un domingo cualquiera, otro más, que además de preciosa es tremendamente exigente. Subiríamos la friolera de tres puertos. Manuel nunca había asumido un reto físico igual, aunque se veía capaz. De hecho, físicamente nadie tenía dudas de que lo lograría. Lo que ese día iba a descubrir es que el desafío de subir puertos es más mental que otra cosa.

Primer escollo. San Isidro. Lo subimos fácil y Manuel va perfecto. Segundo escollo. La Colladona. Manuel no parece flojear aunque yo ya observo que está gastando demasiado. Hacemos una parada para comer algo y, a pesar de haber terminado más que bien, todos los presentes en la ruta, que éramos Rubén, David, Vega y yo, además del propio Manuel, vemos que le falta la chispa del principio, sin embargo y debido a que somos una piña, ni el propio Manuel es consciente de tal circunstancia.


Tercer escollo. Tarna - Las Señales. Además de este verdadero puerto de primera categoría, Vega nos metería por un desvío y así sumar una nueva emboscada en su lista de premios extra, que no son pocos. Una buena ruta de Vega, siempre tiene un premio. Tanto esto del premio, o mejor dicho, emboscada, como la propia aproximación al puerto propiamente dicho, minan finalmente las fuerzas de Manuel. Cada uno subíamos el coloso a nuestra bola y Manu, lo hacía en solitario, hecho que dinamitó su resistencia mental.

Termino de subir Tarna y me doy la vuelta a por el último. Siempre hacemos esto porque hemos salido como colegas a pasar una buena mañana. ¡Somos una piña, maldita sea! Encuentro a Manuel, acalambrado y, lo peor de todo, con el ánimo por los suelos.

- Bébete este bidón de agua fresca.
- Si no es cuestión de eso es....
- ¡Que lo bebas, coño! Ya no queda nada (era mentira)
- No puedo, tío.
- Sí puedes, hostia. Te subes y yo te ayudo.

No sólo pudo con Tarna. Subió Las Señales y, lo mejor de todo, ahora quiere volver a Tarna a demoler sus límites y también aprendió que la mente también da muchos pedales.

SALIMOS JUNTOS. LLEGAMOS JUNTOS.

La tercera de las historias ocurrió durante una de las Marchas Cicloturistas a las que hemos ido. La León - León. El equipo que llevamos a esa prueba era ganador, sin duda.

De derecha a izquierda, David, "El Titán de la Sobarriba" Cecilio, Fernando, Yo y "El Caimán" Óscar.
Teníamos un objetivo claro. Fernando debía de terminar la prueba. El hecho de crear un Club, en ningún momento indicaba que sólo seríamos amigos el año en el que fuésemos finos todos. Cada uno tenemos años buenos, rachas malas y de más.

Este año, Fernando no ha podido entrenar y no anda un pimiento, pero sigue siendo igual de importante y necesario como Óscar, con el que hay que salir en moto para poder aguantarle el ritmo y sigue haciendo podiums, carrera tras carrera, en la Copa BTT de Portugal.

Hasta el avituallamiento, que estaba en la Collada de Valdeteja, tras habernos descolgado alguna que otra vez, llegamos más o menos bien. Fernando decía que no soñaba con llegar tan lejos, pero nuestras órdenes de equipo eran claras. Fernando acabaría.

Continúa la marcha. Salimos de Las Hoces de Vegacervera, enfilamos la carretera del Torío y nos vemos David, Óscar, Cecilio y yo en Garrafe, en la parte de delante. Sabíamos que un grupo rodaba por detrás de nosotros y, más que imaginar, esperábamos que Fernando estuviese con ellos. Nos descolgamos y nos pasa toda la marcha. Ni rastro de Fernando.

Vemos el bar que hay en Palazuelo de Torío y nos parece la mejor de las ideas entrar a pedir unas cañas, con el dorsal puesto, mientras llega Fernando porque, eso sí, sabíamos que llegados a este punto, no abandonaría.

Pasa la ambulancia y, a lo lejos, la furgoneta de fin de carrera. Justo delante, ahí estaba Fernando. Nos bebemos las cañas de un trago y rodeamos a nuestro compañero.

- Me dijo la chica de la ambulancia que le diese el dorsal pero me he negado.
- ¡Pues vamos a por ella!

Nuestro objetivo ahora era adelantar a la ambulancia y demostrarle que somos mucho más que un Club Cicloturista. Somos colegas, somos amigos, somos duros y somos tenaces.

Y poco antes de entrar en Navatejera, logramos el objetivo de adelantar a la ambulancia y entrar en el pelotón. ¡VICTORIA!

La enseñanza de esto fue que, además de gente con la misma afición y, más o menos, la misma idea, que se unieron para crear un club ciclista, demostramos ser una piña de colegas. Siempre ganamos.

La cuarta y última historia, me sitúa en el bar, trabajando. Estaba de tardes y era sábado. Eso siempre merma mi capacidad de rutas para los domingos porque salgo a las tantas y normalmente quedamos para hacer alguna ruta guapa por aquí los sábados. En esta ocasión, David y yo habíamos ido a subir por el "esterratto" de La Mina.



Pero dos amigos iban a estar solos el domingo en Quirós. No sé hacer demasiadas cosas pero llenar espacio es fácil, con lo que madrugar el domingo para dar unas pedaladas por Bandujo y La Cruz de Linares al lado de mis amigos fue todo un placer y el sueño y la pereza no son excusas si de lo que se trata es de tirar del pelotón cuando hay alguna rampa dura. Yo soy gregario y me gusta ayudar.


Así que, ya veis que si no he escrito más es porque no encuentro tiempo y hoy, que he decidido descansar, quería poneros al día un poquito de todo. En nada me pongo con la siguiente entrada que ya tengo en mente. La subida al Puerto de Trobaniello, en donde os presentaré a Rubén, otro personaje necesario. Un gran tipo.

domingo, 14 de junio de 2015

Los 10.000 del Soplao 2015. CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN & FRIEND

¡Hola a todo el mundo!

Ya ha pasado una semana desde que nos batimos el cobre en Los 10.000 del Soplao tanto Buka como yo mismo, en representación del CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN y sigo con esa sensación de haber hecho algo muy bonito. Se podrían contar tantas y tantas cosas que necesitaría media docena de entradas de este blog. Lo mejor es empezar y a ver qué me sale.

Teníamos marcada esta marcha desde hace ya tiempo. Podríamos decir que era el gran reto de la temporada por varios motivos. Los kilómetros (226 km), los puertos, el hecho de tener que hacer noche fuera de León con lo que ello implica en cuanto al operativo y un largo etcétera.

Si bien nuestros objetivos como club son otros, como el hacer actividades que nos motiven, estar a nuestra bola haciendo lo que nos gusta y de la manera que nos gusta y bla bla bla, el hecho de ir como club a una marcha de esta talla es una sensación fantástica. Además, en concreto, el Buka y yo. Aún recuerdo el día que nos miramos a los ojos y dijimos...."¿hacemos un club, tío?". El resultado está superando nuestras expectativas y nos ha llevada hasta el Soplao. Lo mejor de todo es la cantidad de cosas que nos quedan por hacer. Ha sido como una liberación. 

Y allí estábamos. Tomando un arroz con leche en el bar La Central, en Nueva de Llanes, nuestro cuartel general para nuestras movidas por la zona de Picos de Europa en esa zona. Es territorio TRASGU, otro club, qué digo amigo. ¡Hermano! Y en representación de estos grandes, Ángel, nos comentaba dónde nos encontraríamos al día siguiente en Cabezón de la Sal, punto de partida del Soplao.

Pero no sólo iríamos Gelín, Buka y yo. El grupo se completaría, a parte de con este Trasgu de reconocido prestigio y nuestra contribución asfáltica, con Jose y Julio, dos grandes también, de TORSORE, la tienda on-line amiga, y García, uno de los gallos de La Grupeta del Oriente Asturiano.


El grupo ya estaba formado, ya nos conocíamos todos y sabíamos de nuestras capacidades. Estábamos allí para triunfar. Cada uno busca sus retos, su espacio. Unos terminarla, otros hacer tiempo y nosotros, pasarlo "entre cojonudo y superior". 

Las nubes cubrían el sol y mantenían una continua tensión en todo el grupo. "Pues yo vi que no daban agua". "Pues yo vi que sí". Nadie tenía la solución. Habría que dar pedales igualmente, así que dejamos de mirar al cielo y nos pusimos a dar pedales. Los primeros, para llegar a la salida.

Y por allí nos encontramos con peña conocida. Algún que otro saludo, un par de charlas y nos centramos. Había que esperar un poco. Además, nosotros nos colocamos en la parte trasera del gran grupo. Somos más de adelantar a la peña subiendo, porque bajando y madrugando para coger buen sitio se lo dejamos a otros. 




Dan la salida a ritmo de AC/DC, que ya es una tradición, y tardamos en tomar la salida, al menos nosotros, cerca de cuatro minutazos. Esto os dará idea de la cantidad de gente que se apunta a esta ruta. En esta edición, la séptima, seríamos más de 1800 cicloturistas, creo.

Primeras pedaladas, estas ya "oficiales" y te das cuenta de lo engañosos que son estos primeros kilómetros porque siempre piensas que estás enlazando con "el grupo", y cuando te das cuenta, llevas más de diez minutos a 40 km/h sin rumbo ni sentido. Debíamos de ser cautos. Quedaba mucha mañana.

Rodábamos agrupados (evidentemente me refiero a los colegas). Mucha risa, eso nunca nos falta, nos ayudaba a ir entrando en calor. Eso y la gran cantidad de gente de Cabezón que se vuelca con la celebración de esta prueba. Es una pasada. 

Los primeros 56 km son de un continuo sube y baja por la costa. Subes un repecho grande y, de repente, te encuentras con unas calas magníficas. La belleza de esta zona es tremenda. Comillas, San Vicente de la Barquera...una pasada el ver cómo la gente sale a recibirte y darte ánimos, la verdad.

Una pequeña zona de empedrado (o pavé como le da a todo el mundo por llamar al dichoso empedrado) nos recuerda que a pesar de ser una marcha cicloturista, el peligro existe. Nos centramos de nuevo, aunque dentro de nuestra línea argumental (parida va, parida viene).

Mientras charlo con García, no sé por qué ni cómo, pero el hecho es que yo grito algo parecido a...."¡que viva la Grupeta del Oriente!" y esto calienta a García que se anima y sube el ritmo. Le sigue Ángel. Buka y yo nos despistamos y se nos marchan. Les tenemos a tiro y nos ponemos a enlazar. ¡La madre que los parió! No hay quién les eche mano. Nos costó un montón engancharles. Desde ese momento no volví a sobremotivar a García, porque él solito se vale muy, pero que muy bien.

Y llega el primer avituallamiento. Nuestra política de repostaje era clara. Pararíamos en todos los avituallamientos y reagruparíamos siempre que fuese factible, y lo sería hasta casi el final. En este primero, muchos de nosotros teníamos muchísimas más ganas de sacar que de meter. En agua del canario cambiada hizo que retomásemos la idea principal de lo que viene siendo un avituallamiento. Tragar. Y así lo hicimos, porque en una etapa de este pelo, como se te olvide comer y beber, el pajarón puede ser de campeonato. 

García y Ángel salen unos segundos antes y eso nos iba a costar un calentón de narices, pero por el momento no nos centramos en enlazar. Julio, Jose (los TorsoreBuka y yo rodábamos más o menos tranquilos. Además, tras este primer avituallamiento, la marcha ya se había roto. Nuestra idea era enlazar con nuestros escapados compañeros antes de empezar a subir El Soplao, que sería la primera dificultad seria del día.

Ahora sí, tocaba enlazar. Y nos pusimos a tirar como endemoniados. Justo antes de subir El Soplao, calentón para el cuerpo. Perfecto. Justo lo que ninguno queríamos. Pero es que el gallo de la Grupeta del Oriente, García, y el robusto Trasgu, Ángel, estaban como toros y nos iba a costar engancharles.

Pero como somos muy cabezones y los colores del CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN nos dan super poderes, logramos reunificar. El problema era que nada más hacerlo, ya teníamos que forzar de nuevo para afrontar la subida del Soplao.



Y llegados a este punto y debido a que ya veníamos un poco encendidos, pues comenzamos a poner un ritmo, llamémosle, alegre. Al fin y al cabo, tras el descenso estaba el siguiente avituallamiento, con lo que después de analizar la situación, yo personalmente decidí darme un poco de caña.

Y en este tipo de marchas con tantísima gente uno se motiva fácilmente debido a que si aprietas el ritmo, no paras de adelantar a otros cicloturistas. No porque yo sea la pera limonera, sino por probabilidad, digo. 

Y es que me calenté de narices. Tal es así que paré a esperar a Buka, García y Ángel porque pensé que me estaba encendiendo demasiado. En La Florida me pareció buen sitio. Así, la segunda parte de la preciosa subida al Soplao la volvería a hacer a lo loco, esperando arriba y bajando juntos.

De nuevo unidos y, una vez más, aprieto los dientes para disfrutar por todas esas curvas de herradura. ¡Qué gozada! Iba encendido. Casi me dio pena de que se acabase la subida pero las cosas duran lo que duran y para puerto infinito, el siguiente del día, Piedrasluengas. "El esfuerzo de la subida al Soplao, es el último calentón del día", pensé y dije en alto, porque a veces hablo solo como bien sabéis.

Rápido y peligroso descenso nos tocaba afrontar ahora a Buka y a mí. Tan peligroso es que adelantamos a un grupo de asistencia que estaba ayudando a un chico que cayó, partió el cuadro de la bici y el brazo. Hizo el día, el mes y el año este participante. Espero que esté bien.

Y, a lo lejos, allí estaba el segundo avituallamiento...



Aquí tocaba comer y beber bien. Lo siguiente a superar era de órdago. Piedrasluengas. 38 kilometrazos de puerto machacón.

Se repite la historia. Ángel y García salen primero. "Ya verás tú para atraparlos", pensé, pero el daño ya estaba hecho. Salimos Buka y yo, una vez más, con ritmo de caza. De cacería de nuevo.

Aumentar el ritmo ahora comenzaba a ser peligroso porque aún no habíamos llegado a la mitad del recorrido y nos quedaban cuatro puertos por delante, sin embargo las sensaciones estaban siendo inmejorables. Parece que las horas de entrenamientos, las rutas largas y con duras subidas estaban dando sus frutos.

Pasamos junto a un cartel que hizo que nos estremeciésemos un poco al poner "Piedrasluengas 38 km", pero ya estábamos concentrados y con la marcheta alegre activada. Poco a poco íbamos atrapando grupos y cicloturistas en solitario. El rosario de gente era impresionante y, como digo, esto motiva mucho porque siempre vas teniendo, a unas decenas de metros, algún objetivo que atrapar, pero ni rastro de García y Ángel. Se ve que ellos estaban en modo "ciclistas fugados", así que había que apretar un poco más.

Durante los primeros 16 kilómetros de puerto, si bien son los más fáciles y tendidos, no levantamos los ojos del manillar. Sólo bajábamos el ritmo para adelantar con seguridad a algún grupillo grande. Se aproximaba la zona del Embalse de la Cohilla que pasa por ser la parte más dura y, sobre todo, más bonita del puerto. Aquí sí que había que fajarse de lo lindo. Esta zona se caracteriza por atravesar un desfiladero, así que la carretera, hasta llegar a la presa del embalse, se retuerce bastante por la montaña y sube muy arriba. Son dos kilómetros duros, uno al 7% y otro al 8%.

Y por ahí, entre grupo y grupo, ¿a quién nos encontramos por fin? En efecto, Ángel y García estaban haciendo una subida fantástica. Nos costó a Buka y a mí unos 20 kilómetros enlazar con ellos. Jose y Julio, los grandes Torsore's, iban por detrás, a su ritmo, muy enteros como dos héroes que son.

Tras un par de minutos en los que bajamos algo el ritmo para recuperar el aliento, cada uno volvió a su ritmo. Quedamos en el avituallamiento de la cima del puerto. La suerte estaba echada. Ahora sí que ya nadie se iba a dejar nada. Lo íbamos a dar todo absolutamente ¡y que saliese el sol por donde le diera la gana! Si tocaba pájara, pues con orgullo por haberla alcanzado de esa forma, y si no tocaba desfallecer, pues ¡A TOPE!

Sin pensarlo dos veces, engrano plato grande, porque después de la presa se puede meter, y no miro para los lados ni para atrás. Ya sólo para adelante. Pedaladas fuertes, seguras y potentes. No quería que el ritmo decayese ni un poquito, así que en cuanto veía que bajaba un poco, sobre bielas para lanzar de nuevo la bicicleta.

Continuaba atrapando grupos e individuos en solitario. A medida que avanzaba terreno, alguno intentaba seguir el ritmo, reventando a los pocos metros. Yo, he de decir que estaba a tope y muy muy motivado. Hacía años que no me marcaba una subida así.

Me encuentro con un cartel que indica que faltan ocho kilómetros para la cima. Me toca un poco las narices, la verdad, pero la mejor receta para eso fue volverme a poner sobre bielas y apretar un poco más los dientes. Sudor a chorro resbalando por mi rostro estaba siendo el resultado del trabajo bien hecho.

Pero comenzó a surgir un problema. Se me terminó el agua y tenía la boca seca. Faltaban pocos kilómetros para el avituallamiento y comenzaba a necesitarlo. La solución fue bajar un piñón y apretar aún más.

Por fin, después de una curva a derechas, ahí estaba el repostaje. Entro pletórico y a toda leche. Un miembro de la organización me aplaude y consigue que sonría al felicitarme por la subida, pero yo veo a otra persona que me interesa mucho más. Un tipo con una caja de agua y otra de Powerade. ¡A por él!

- Hola. ¿Quieres un poco de agua?
- Dame dos de cada.
- Pero....
-¡Vamos!

En un minuto trago un litro de agua y otro de bebida isotónica. Tiempo suficiente como para que llegue Buka y se una al "botellón". Hemos hecho una subida para enmarcar.

Al poco tiempo, aparecen García y Ángel. Mientras reponemos fuerzas, vemos que hay viejos conocidos. ¡Los amigos del Piñón Cortés de La Bañeza! Qué bien nos lo pasamos en la XIX Marcha de Primavera de La Bañeza. Además, los compadres del Cortés con los que siempre hemos coincidido, son gente extraordinaria.

Mientras seguíamos tragando para recuperar fuerzas, había que hacerse una foto de familia...


- En el Desfiladero de La Hermida va a dar el aire de cara.

Así sin más, esa lapidaria frase la deja caer uno de los "moteros" de la organización. Eso hace que nos volvamos a poner en modo ciclistas, porque llevábamos media hora o más parados en el avituallamiento, la verdad. Por primera vez en todo el día, Buka y yo salimos antes y no tenemos que cazar a nadie.

Comenzamos la bajada. Hasta el desfiladero de La Hermida quedan más de 30 kilómetros y nos habíamos planteado como reto llegar allí dentro de un grupo, con la sana intención de refugiarnos del viento que parecía que nos iba a dar de jeta. El problema era que Piedrasluengas había roto aún más la prueba, con lo que ahí estábamos Buka y yo, solos completamente bajando como dos demonios, a toda velocidad, trazando las curvas como dos profesionales, en busca de algún grupo grande que no terminaba de aparecer.

Pasaban los kilómetros y sólo conseguimos atrapar a un chico de Valladolid que casi nos acompañaría hasta el final de la marcha. Así que, los tres en conjunto, comenzamos a darnos relevos para lograr enlazar con alguien.  Comenzaba a ser frustrante el hecho de estar tirando fuerte, yendo por el llano a 35 km/h y no dar con nadie, hasta que casi ya en el desfiladero, vemos a lo lejos un grupo de unas 15 unidades.

¡Y cómo íbamos a dar con ellos si iban a mil por hora! Pero el trabajo ya estaba hecho, con lo que nos escondemos a cola de grupo para recuperar y, dicho sea de paso, chupar rueda.

La siguiente dificultad montañosa sería el Collado de Hoz. Unos diez kilómetros al 5% de media, alcanzando en algunos tramos el 12%. Lo que viene siendo una putada, y más a esas alturas de día, porque ya llevábamos encima 170 km de ritmo alegre.

Parada técnica en otro de los avituallamientos a pie de puerto. Rellenamos bidón, comemos algo, bebemos mucho, vaciamos vejiga y vemos cómo comienza a orbayar. Y esto no nos iba a abandonar hasta el final de la etapa. Aparecen García y Ángel. La épica daba comienzo. De nuevo juntos, tocaba hacerse foto...


Comenzamos a subir, ya no era tiempo para heroicidades, así que la supervivencia gana terreno a las demostraciones de fuerza. La verdad es que íbamos muy bien, ni rastro de bajones ni muchísimo menos, pero tampoco animaba demasiado el hecho de la fina lluvia. Ponemos un ritmo aceptable y más que digno. De ahí hasta el final, Buka y yo íbamos a ir continuamente justos.

Como digo, el ritmo que llevábamos, ya no era ese fresco y alegre rodar, pero no íbamos mal. De hecho, durante la subida, no dejamos de adelantar a gente. Ya os he comentado que nos gusta pasar a la peña subiendo. Conseguimos formar un grupillo de ascensión de seis personas. Y en estos momentos en los que todos pretendíamos terminar el puerto sin más, resulta que un "notas" ataca....JAJAJAJA....Y eso no me gustó. Nada. El "churriataque" de nuestro amigo "el notas", resultó no tener un pijo de fuerza, claro. Me puse a tirar del grupillo, sin destrozarlo. Creo que todos entendieron lo que pretendía. Pasar al fugado todos a la vez. Cosa que sucedió a unos cien metros de coronar. Qué satisfacción mirar de lado a este personajillo, justo antes de terminar el puerto, entre la niebla y rebasándole todos en grupo, bien formados.

Y comenzó el descenso. Peligroso por el trazado de la carretera y por el agua sobre el asfalto. Y nuestro amigo "el notas", era el típico que pretende enmascarar sus carencias como escalador, bajando rápido y, sobre todo, mal. En una curva de herradura nos pasó por el interior y pensé que tenía que ir a darle dos h_s_i_s porque si se llega a caer, nos lleva a todos por delante. En fin. Cuanto "retrasao" cría el pan.

Nos faltaban dos puertos. La Collada de Ozalba y la Collada de Carmona. No son dificultades demasiado duras en sí mismas, pero claro, en Puentenansa, que está justo en medio de ambos puertos, llegaríamos a 200 kilómetros, cifra que los cicloturistas no estamos acostumbrados a alcanzar. Si a esto le sumamos que no estábamos teniendo un día radiante precisamente, pues las dos colladas que nos quedaban por superar eran de categoría especial.

Sabíamos que García y Ángel no debían de ir muy atrás, pero Buka y yo nos preguntábamos qué sería de Julio y Jose. Sabemos que son peleones como los que más, así que estarían bien seguro. Ahora tocaba fajarse sobre la carretera mojada de la Collada de Ozalba.


Volvimos a compartir alguna parte de la ascensión con los compañeros del Piñón Cortés. La subida volvía a estar cubierta por la niebla, lo que revestía todo de un componente de épica muy majo. Muy majo pero que comenzaba a tocar un poco las narices. La lluvia y el frío, que lo hacía, no son el medio natural ni mío ni del Bukanero.

Llegamos de nuevo a otro avituallamiento. En este paramos muy poco. Lo justo como para echar una meadita, llenar bidones y beber. Nos quedaba por delante la Collada de Carmona. Otros diez kilómetros de subida al 4,3% de media, pero con varios kilómetros por encima del 6%. En fin. Ya teníamos en las piernas 200 km de recorrido, de viento, de agua y de puertos, pero tiraban más de nosotros los 26 km que nos separaban de completar el reto.

Esta subida, habida cuenta de que se presentaba con niebla y, más que llovizna, lluvia propiamente dicha, nos la tomamos de cachondeo, hasta tal punto que busqué en mi móvil una lista de reproducción de Metallica, le di al "play" y por lo menos subimos el puerto de manera animada.


Entre la niebla, que por momentos se hizo muy espesa, apareció la cima del último puerto, rodeada de gente viendo pasar a los cicloturistas. De 10 la gente en torno Al Soplao, entregados a la Marcha Cicloturista al cien por cien. Una gozada que motiva de manera increíblemente para completar los últimos kilómetros.

Ya sólo nos quedaba el descenso, muy delicado debido a la lluvia, y unos kilómetros favorables hasta Cabezón. Buka y yo tomamos la decisión de, hasta la meta, apretar los dientes y, a relevos, llegar a tope. Así no se nos haría larga la última parte de la etapa. Al fin y al cabo, estábamos terminando como toros, física y psíquicamente perfectos.

Junto a un compañero con el que compartimos muchos kilómetros de marcha, de la Unión Ciclista Burgalesa, comenzamos a darnos relevos. ¡Comenzamos a ir volando! No bajábamos de 36 km/h. Y ya, cuando nos adelantaron dos troncos que iban a cuarenta y pico por hora y conseguimos echarles mano, ¡para qué deciros más! ¡A TOPE!

La sorpresa fue que estos compañeros que nos adelantaron a última hora, estaban haciendo la prueba de Gran Fondo de 315 km y ellos sí que estaban terminando a tope. De hecho eran el 5º y el 6º clasificados, con lo que a punto de llegar a Cabezón, se disputaron el sprin, a lo que nosotros no entramos.

Y allí estábamos Buka y yo, entrando juntos, muy enteros y completando el reto. El reto para el que durante los últimos meses nos habíamos estado preparando, buscando horas de donde no las hay para poder entrenar, planeando rutas exigentes los fines de semana para coger fondo, yendo a currar cansados, llegando a casa cansados y, aun así, saliendo a entrenar. Supongo que la historia común que tenemos todos los cicloturistas.

Nosotros representamos también un proyecto común de unos cuantos colegas, el CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN, y una particular forma de entender el CICLOTURISMO. Esta edición del Soplao, la primera dentro de este proyecto, ha sido muy especial.

Ángel, a la izquierda. El Gran Trasgu.

García, llegando a tope.

Buka y yo, justo al llegar.

Jose (Torsore) al entrar en meta.

Julio, luchando y venciendo en Piedrasluengas.
Y lo más especial de todo fue el grupo que formamos. Trasgus, con ese Ángel inconmensurable. Grupeteros del Oriente, con García a toda mecha. Torsores, con Julio y Jose, batiéndose el cobre como pocos. Y Asfaltos, siempre dando la cara. Todos unidos por una pasión llamada CICLOTURISMO.

jueves, 21 de mayo de 2015

CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN: Valgrande-Pajares a nuestro rollo.

¡Hola a todo el mundo!

El fin de semana pasado hicimos un par de buenas rutas de cara a preparar futuros retos de mayor dureza y, puestos a forzar, se nos ocurrió que sería una idea cojonuda hacer la Valgrande - Pajares a nuestro rollo. Mucho puerto, bastantes kilómetros y buenos paisajes eran los objetivos primordiales.

Saldríamos Buka y yo, desde Villamanín, con la sana intención de preparar la Clásica de los 10.000 del Soplao. Y el hecho de salir Buka y yo implicaba varias cosas. Una de ellas era que nos íbamos a partir la caja, riéndonos todo el santo rato. Y otra era que, despacio precisamente no íbamos a ir, con lo que si a esto último le sumamos la kilometrada y los puertos que subiríamos, el día tenía pinta de pasar a nuestra historia personal y del CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN en general.

También había que tener en cuenta que no estaríamos solos durante la ruta. El sábado tanto Rubén como David, otros compañeros del ASFALTO, habían hecho otro etapón de 160 kilómetros subiendo Vegarada y Valdorria entre otras cosas. Así que ellos estaban muy pendientes de nuestros pasos, dándonos ánimos constantemente a través del típico grupo del Whatsapp. Por otro lado, Manuel, otro compañero del ASFALTO, ese mismo domingo se liaría la batamanta a la cabeza y también completaría una etapa de 150 km en solitario, y eso que ha empezado en esto del CICLOTURISMO este año.

Y para completar la movilización del CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN tanto Vega como Susana iban a realizar parte del recorrido de la Valgrande - Pajares, enlazando con Buka y conmigo más adelante, cuando nosotros ya estuviésemos subiendo Pajares.

Así que, durante todo el fin de semana íbamos a estar trepando por todos los lados. Cosas de estar motivados y del buen rollo que manejamos, ya ves. 

Así que con todos los pronósticos favorables, quedamos Buka y yo a las muy frescas 7:00 de la mañana. Un olvido mío hizo que esta hora se retrasase, con lo que salimos de León en dirección a Villamanín a eso de las 7:30. Nos daba tiempo hasta a tomar un café, ¡qué demonios!

Pero había que vestirse, ponerse a tono, dar un masaje a Buka en la espalda (sí, así fue, y muy orgulloso que estoy de haber masajeado a tremendo jamelgo) y pegar un pequeño engrase a las máquinas. Ya estábamos listos para comenzar a pedalear.


Con nuestras flamantes equipaciones del Club que tantísimo están gustando y que tantísimo nos están gustando a nosotros sobre todo, tomábamos el desvío en dirección al valle de Casares, sin lugar a dudas uno de los parajes más impresionantes de toda la provincia de León.

A esas horas, serían las 8:30 de la mañana, hacía un poco de fresco pero tanto el cielo como la ausencia total de viento parecían indicar que tendríamos un clima sobresaliente. 

El primer obstáculo en nuestro camino sería el Puerto de Aralla por el túnel. Sería lo más sencillo que nos íbamos a encontrar en todo el día, la verdad, pero aunque fuese duro daría lo mismo porque estábamos enfrascados en contemplar el paisaje, hablar de una y otra cosa y, sobre todo, haciendo un poco el canelo...


- ¿Cómo me puede gustar tanto hacer el mono, Buka?
- Yo qué sé, tío.

Así que, después de esta conversación propia de dos Premios Nobel, proseguimos con la ascensión que, como digo, no es dura ni muchísimo menos pero no dejaba de ser la primera del día y aún nos quedaba muchísima tela que cortar. Pero la cosa es que Buka y yo cuando salimos juntos, al final nunca vamos despacio. Cuando no es uno es otro, siempre hay alguien que aprieta el ritmo. Pero éramos prudentes. La garbanzada del día prometía ser épica.


Mientras subíamos yo no hacía más que recordar la última vez que había pasado por esta zona. Había sido como dos meses atrás, quince grados menos y veinte centímetros más de nieve en las cunetas. ¡Qué frío pasé aquel día! Fue con Vega, que es un verdadero héroe, y que conoce todos los caminos habidos y por haber, además de las fuentes. Así que recordando las enseñanzas de mi amigo Vega, vimos la fuente que hay a mano derecha según se sube y que la última vez tuvimos que rebuscar entre la nieve. Este primaveral día no hizo falta.

Pero ya estábamos arriba, así que tocaba sacarse unas fotillas para conmemorar la conquista del primer puerto de este épico día.




Un descenso, un poco de fresco en la cara y el cuerpo y, en nada y menos, ya estábamos en el Pantano de Luna. ¡Y cómo estaba el pantano! Estaba hasta arriba. Las tremendas nevadas de este año han dado sus frutos, la verdad. Además, la fotografía resultante era increíble. Parecía que estábamos en Suiza o algo parecido.


Había que llegar al desvío del Puerto de Ventana. Sería éste el único momento del día en el que rodaríamos por un terreno más o menos llano, así que lo íbamos a disfrutar. Seguía sin haber viento y a penas había tráfico, con lo que estábamos super cómodos. Charleta animada, risas, montañas preciosas, el pantano y el Puente de Luna presidiéndolo todo.


Unos pocos kilómetros más adelante nos estaba esperando el Puerto de Ventana. Por esta vertiente no es tan duro como por el lado asturiano, en efecto, sin embargo quien piense que subir Ventana por León en un paseo por el parque, se equivoca.

Es el típico puerto en el que ves la subida durante todo el tiempo, lo cual es bueno y malo a la vez. Bueno, porque ves lo que te queda y vas calculando. Y malo porque ves lo que te queda y vas calculando dónde se te van a acabar las fuerzas.

Llegamos al desvío en dirección a San Emiliano y, poco a poco, la carretera iba picando para arriba. Después de tener que detenernos debido a que un rebaño de vacas y algún que otro toro nos echó un pulso de paciencia en medio de la carretera, y del cual no hay fotos debido a que los teníamos un poco en la garganta ya que los "animalitos" no tenían buenas ni sanas intenciones, comenzamos a subir el puerto.


Ocurrió como casi siempre que salimos Buka y yo. Primero uno sube un puntito el ritmo, luego el otro le sigue y sube otro punto. Cuando menos te lo esperas estás hablando y, en esta ocasión, Buka concluye con la respiración entrecortada:

- El 105.....es un grupo......que está muy...bien.....LUEGO HABLAMOS, ANDA....

Y el Puerto de Ventana estaba haciendo acto de presencia en toda su majestuosidad porque, vuelvo a repetir, sin ser tan duro como por la otra vertiente, te instalas en un 6% machacón y cansino y de ahí no bajas.

La animada conversación termina para dejar paso a esa concentración que surge cuando estás subiendo a ritmo un puerto. Te metes dentro de una especie de burbuja de la que sólo es capaz de sacarte el cartel marrón del puerto en cuestión.

Por fin llegamos arriba. El ritmo y el porcentaje constantes se habían pegado a las piernas como un chicle pero lo habíamos logrado. El segundo objetivo del día, conseguido. Aún quedaban más de 100 km para terminar la etapa y las cosas marchaban más que bien.


Ahora tocaba bajar Ventana por la eterna vertiente asturiana que, por cierto, han asfaltado en los tramos que estaban al borde de convertirse en camino, con lo que el descenso se prometía animado. Eso sí, antes de iniciarlo, haríamos unos amiguetes. Y es que un trozo de barrita de cereales hace maravillas.



Como Buka y yo ya tenemos un largo historial a la hora de hacernos amiguetes equinos, no tardamos en hacer buena amistad, de lo cual unos turistas de la zona dieron cuenta en forma de fotos que vete tú a saber dónde andan. Igual aparecemos en Jara y Sedal o algo así. En fin.

La cosa es que tocaba bajar y en este tipo de situaciones, no sé muy bien por qué pero la verdad es que suelo ponerme yo en cabeza. Me gusta bajar, lo cual no significa ir haciendo el animal. Una trazada bien hecha no implica ir a toda hostia, hablando pronto y mal.

Y en plena trazada precisamente, se produjo una de las situaciones curiosas del día. Os pongo en situación.

Zona tremendamente boscosa con una carretera muy revirada. Como está recién asfaltada, pues íbamos alegres, por qué negarlo. Giro a la derecha y veo a un ciclista subiendo a tope. Le saludo, él responde. Pero al pasar Buka a su lado, ocurre algo...

- ¡Fabián! ¡¿Qué pasa, tronco?!
- ¡Coño, Buka! Mira dónde nos vamos a encontrar...

Pues sí. Nos encontramos con Fabián, primo de Buka, en pleno puerto de Ventana. ¡Y cómo iba subiendo el bueno de Fabián! Venía de darse un buen tute, lo cual incluía un mito astur como es el Puerto de San Lorenzo, al cual ya tengo ganas de hincarle el diente. Había que inmortalizar a los primos.


Seguimos con el descenso y Fabián con su castigo personal. Y mira que es largo el descenso de Ventana, ¡madre de Dios! Como bien dice Buka, "te cansas de bajar, tío". Pero llega un momento en el que terminas, claro que sí. Y llegas a Caranga.

En este punto, en el que llevábamos ya unos 85 kilómetros o algo así, la verdad es que piensas que hasta que no llegas a Bárzana no comienzas a subir Cobertoria pero no es así. Digo más. Una vez completada la ruta, el momento en el que más "pelota" se me hizo la etapa fue precisamente entre Caranga y Bárzana. Terreno picando hacia arriba todo el rato o con rampas de las que se agarran. Llegas al Embalse de Vademurio y de lo único que tienes ganas es de llegar a Bárzana.

Y en nuestro caso era así entre otras cosas porque teníamos prevista aquí una parada para comer y beber algo más potente que no fuese una barrita y agua. Dejamos paso al refresco, el bocata y un cortado.



En este momento fue donde comenzamos a hablar con el coche de equipo.

- ¿Dónde estáis vosotros, Vega?
- Hemos subido Aralla y bajaremos hasta Puente Los Fierros. Pilladnos de la que subís.

En efecto, iba a haber reagrupamiento del CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN. "Los Vega" estaban haciendo una etapa buena también que incluía Aralla y Pajares. Nuestra idea era reagrupar subiendo, como digo, Pajares y comer todos juntos en Villamanín. Nuestro Club no es sólo dar pedales, va más allá y terminar juntos, ya sea para comer, tomar una caña o lo que sea, es muy importante.

Pero hasta dar con Susana y Vega en plena ascensión aún quedaba un rato y, entre medias, tanto a Buka como a mí nos quedaba por subir Cobertoria. La idea era acometer el reto por la vertiente de Lindes y esto era debido a que más allá de la dureza, nuestra idea era sumar kilómetros y por este lado queda un señor puerto de 20 kilómetros. Más tendido que por cualquiera de las otras dos vertientes, así es, pero quien piense que subir por aquí es fácil, se va a dar de bruces contra algunas rampas de hasta el 14%, con lo que un respeto a esta vertiente.

Y yo tenía reciente esta subida porque la había hecho no mucho tiempo atrás y sabía que tenía su miga, pero por encima de todo esta vertiente es un espectáculo para los sentidos. Al no contar a penas con tráfico, esta carretera te permite disfrutar de lo lindo de este valle, profundo y verde, que al menos hay que visitar una vez en la vida.

Y justo al poco de empezar la subida fue donde el cuanta kilómetros cambió de 99,9 kilómetros a esa cifra que para todo cicloturista marca la diferencia. Pasó a 100 km. Y cuando esto pasa en medio de la subida de un puerto de primera, quedándote otro, aún más duro, por delante, es todavía más especial.


Tanto Buka como yo habíamos recobrado fuerzas tras nuestro alto en el camino en Bárzana, así que cogimos el puerto con ganas. Pusimos una marcheta muy interesante, de esas que sólo se frenan al toparte con una rampa de consideración y, otra cosa no, pero rampas de consideración hasta llegar a Cortes os puedo asegurar que hay unas cuantas. 

Rampa tras rampa se nos iban quitando las ganas de hablar pero yo sabía que en el momento en el que alcanzásemos el desvío a Lindes, las cosas cambiarían, pero había que llegar. Sobre bielas, esforzándonos, maldiciendo incluso pero, al final, llegamos al desvío.




Estábamos rabiosos y no nos faltaban fuerzas. Había que aumentar el ritmo si queríamos enlazar con Vega y Susana a mitad de puerto, porque ahí los compañeros, a la hora de subir no es que vayan despacio, y también debíamos de ser prudentes con la hora de llegada porque ya eran las dos de la tarde más o menos y la comida, seguramente fuese merienda-cena más bien.

La segunda parte de Cobertoria por esta cara es más tendida. Tiene, a su vez, dos partes. La primera podríamos llamarlo como el túnel vegetal y la segunda está más pelada, lo que te permite tener unas vistas impresionantes de Peña Rueda, una montaña que preside toda la zona, así como del valle en general, sin olvidarnos del Gamoniteiro que te mira, desafiante, aunque este finde no tocaba subirlo.

Ya con cerca de 120 kilómetros en las piernas y tres puertos de montaña encima, más los repechos ocultos, coronábamos. El tercer puerto del día sucumbía a nuestro fuerte pedaleo. 


Si rápido fue el descenso del puerto de Ventana, qué decir de la bajada de Cobertoria por la vertiente de Pola de Lena. Sin forzar nada en absoluto, a nada que te descuidases alcanzas los 80 km/h y esto ya son palabras mayores. Así que con un poco de intención, las bicicletas se nos ponían rondando los 90 km/h. Debíamos de ser cautos porque hay unas curvas muy cerradas que, más que echarte, te escupen para afuera.

A lo lejos, Pola. A la derecha, nuestro destino. Y parecía que nos iba a dar el viento un poco a favor, así que aprovechamos el trayecto hasta llegar a Campomanes para adecentarnos un poco. Manguitos fuera, chaleco a los bolsos del maillot, un par de barritas al gaznate y tocaba ya prepararse para la última ascensión del día. Había que subir un mito.

Y es que Pajares es un señor puerto. Un puerto que tiene de todo. Dureza y kilómetros, se combinan para dar un resultado único. Realmente es fácil de subir porque tiene varias zonas con descansos y pocos cicloturistas lo señalan como uno de esos puertos bonitos de verdad, pero la verdad es que tiene un paisaje impresionante.

Pero claro, siempre está el tema del tráfico. Yo os digo una cosa y esto lo digo muy en serio. El tráfico en Pajares, si no se hace el cafre, no molesta para nada. Lo he subido ya alguna que otra vez y sin problemas siempre. Otra cosa es que se vaya por el medio del carril, claro. Pero yendo bien pegado a la derecha, los coches que suben te respetan y a los que bajan les ves perfectamente, a parte del espacio que se tiene a la derecha que, en varios tramos, es amplio.

Con todo y esto, comenzábamos la ascensión...


Las dudas que yo tenía acerca de este etapón que nos estábamos marcando residían en ver cómo llegábamos de fuerzas a la subida de Pajares y la verdad era que no estábamos nada mal. Todo estaba saliendo a pedir de boca. Buen tiempo todo el camino, sin pinchazos, sin averías y sin caídas. ¡Y de fuerzas estábamos perfectos!

Este tipo de circunstancias te animan a subir alegremente. Además, "Los Vega" estaban kilómetros más adelante, en algún punto de la subida. Dábamos por supuesto que llegarían al bar en el que habíamos quedado, en medio de la ascensión, antes que nosotros, pero queríamos que no esperasen demasiado, con lo que imprimimos una buena marcheta. 

En fila, uno delante y otro detrás, íbamos comiendo metro a metro. Volvimos a entrar en ese estado de concentración, casi zen, del que sólo te sacan cosas llamativas como las rampas de La Muela, La Romia o las del mirador.

Ya no quedaba nada para enlazar con nuestros compañeros, con nuestros amigos. Pasamos el pueblo de Pajares, unos metros, unas rampas, un giro a la izquierda y ahí está el bar. Ahí están nuestros amigos. El CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN se reunificaba. 


Y un refresco y una pasta de La Virgen del Brezo después, seguimos con la subida de la que nos quedaban las partes más duras porque Pajares, como los grandes puertos del mundo, deja lo más duro para el final. Esas rampas que alcanzan un 17% están justo al final. 

Pero ya nos daba todo igual porque sabíamos que este puerto no se nos iba a escapar y ni mucho menos la etapa. Estábamos los cuatro juntos y nada podía salir mal.

Llegamos a las rampas duras los cuatro juntos. Pasamos la dura curva "del 17" y podíamos ver el parador. Ya lo teníamos hecho. Y si cuando ya lo tienes, va Vega y ataca, pues intentas seguirle y revientas. "Era para daros vidilla", se justifica, mientras los demás esquivamos la angina de pecho. Pero lo conseguimos. Estábamos satisfechos. Estábamos enteros. Estábamos juntos.


Quedaban unos quince kilómetros hasta Villamanín, picando hacia abajo y con el viento a favor. Esto se tradujo en velocidades de vértigo hasta el final, cosa que agradecimos, pero que ya nos daba un poco lo mismo porque sabíamos que, salvo grave complicación, el reto estaba superado con sobresaliente.

La etapa que partió siendo un entrenamiento de cara a la prueba de los 10.000 del Soplao, se había convertido en mucho más que eso. Una ruta para el recuerdo. Paisajes, puertos increíbles, compañerismo. Es muy difícil explicar las sensaciones que se tienen cuando se completa un reto así. 

Pero muy por encima del reto en sí, cabe destacar todo lo demás. La comida final rodeados de amigos, el hecho de trenzar dos rutas diferentes para terminar juntos, la paciencia de quienes estuvieron esperando al final del día para comer con nosotros.

Y también voy a hacer una mención especial al héroe del día que no fue otro que mi amigo Bukanero. Porque lo que no había comentado en toda la entrada había sido que el viernes le dio un trallazo en la espalda de los de quedarte doblado como un Playmobil y, aún así, completó este tremendo reto. 

La pena fue no sacarnos fotos del masaje que le di en la espalda al comienzo del día. Una escena impagable.