¡Hola a todo el mundo!
Hace muchos años que empecé a
darle a esto del pedal. Imagino que empecé como mucha gente. En verano y en el
pueblo. Se debían de juntar unos cuantos factores fundamentales. El primero,
que algún alma caritativa te regalase una bicicleta. En este caso, mi padrino
Jaime fue quien me proporcionó el instrumento clave. Una G.A.C. azul que a día
de hoy tengo guardada en la tienda de mi madre y me encanta ver de vez en
cuando.
Luego alguien te tiene que meter
el gusanillo del ciclismo en las venas y el encargado fue mi abuelo Anastasio,
con el que veía como un zombi el Tour de Francia y él me contaba historias de
los ciclistas de la época heroica, como Bartali, Coppi, Merckx, Ocaña y su
favorito. Bahamontes.
Y luego necesitas algo tan
importante o más que todo lo anterior. Necesitas un entrenador que esté
pendiente de tu alimentación y de plantearte retos. Y de esa misión se
encargaba mi abuela Asunción.
Os cuento estas cosas porque mi
padrino se murió hace ya varios años. Luego fue mi abuelo el que nos dejó. Y la
semana pasada, mi corazón se partió en dos cuando mi abuelita, a la que tanto
he querido, quiero y querré toda mi vida, sencillamente se fue de este mundo de
la mano de mi madre. ¡Qué pena más grande tenemos todos!
Y es que mi abuela ha sido, es y
será de las personas más importantes para mí. Absolutamente fundamental en
todos los aspectos de mi vida. Y como no podía ser de otra manera, también me
influyó en mi relación con la bici.
“Yo no sé qué haces que te vas a
matar”, era algo muy típico que me dijese mi abuelita cuando le contaba que
había ido hasta Boñar en bici. Ida y vuelta salen unos 100 kilómetros, pero
para ella era una burrada que no entendía por qué hacía. Alguna vez
sencillamente lo hacía para recordar los grandes momentos que yo viví en aquel
pueblo de la montaña leonesa durante aquellos veranos de la infancia que
parecían no tener fin.
Nunca se me olvidará cómo me
llamaba para ir a comer desde el balcón de casa. Yo dando vueltas por la plaza
con mi flamante G.A.C. azul y mi entrenadora preocupándose por mi alimentación.
Unos buenos macarrones, una chuleta, arroz con leche y, para culminar mi
felicidad, una etapa del Tour junto a mi abuelo.
También ella me planteaba retos
que yo debía superar, pero sin que ella se diese cuenta, porque si se entera de
que su prohibición de “no vallas hasta la carretera general en bici” para mí
era como si una fuerza invisible e imposible de esquivar me empujase a,
precisamente, ir a la carretera lo más rápido posible para que ella no se
enterase de que había desobedecido.
E incluso mi primer puerto de
montaña lo subí gracias a ella, porque para ir a pasar la tarde con mis tíos
Lauren y María Luisa, había que subir a “Valles”. Es donde ellos vivían y había
que superar una cuesta que, si bien ahora casi ni la percibes, para un niño
pequeño y su bici, era un verdadero Tourmalet, en donde intentaba emular al
ciclista favorito de mi abuelo. A Bahamontes. Y la bajada era tan divertida…a
no ser que me pillase mi abuela, claro. Demasiado rápido para ella.
Cuánto voy a echar de menos a mi primera
entrenadora. Me entrenó para todo. Sobre todo para la vida en general. Cada uno
de los días que pasamos juntos, que fueron prácticamente todos los días desde
que yo nací, fueron una clase maestra de cómo ser en la vida. Todo en el mundo
lo intento ver desde el punto de vista de mi abuela y ahora que no la tengo a
mi lado para poder hablar con ella, escucharla, darle besos, recibir los suyos,
no sé qué hacer.
Hasta los últimos días que he
salido en bici he tirado en dirección a Boñar, sin llegar hasta allí, aunque
esta semana sí o sí un día voy a ir al pueblo. Y voy a ir a verla para decirla
lo mucho que la quiero y lo mucho que la echaré de menos.
La bici es algo que me calma y
estos días me está ayudando un montón. Me reconforta pensar que en algún lugar
de este mundo o de otro, el que sea, mi abuela me está viendo dar pedales y le
estará diciendo a mi abuelo:
-“Este chico se va a matar de
tanto dar pedales. ¡Y encima se está quedando en los huesos! ¡¡Daniel!! ¡¡COME
BIEN!!
Qué guerra me daba con esas cosas
y cuánto lo voy a echar de menos. Te quiero mucho, abuelita. Nunca te voy a
olvidar y siempre te tendré presente.