martes, 19 de febrero de 2019

Adiós, entrenadora.


¡Hola a todo el mundo!

Hace muchos años que empecé a darle a esto del pedal. Imagino que empecé como mucha gente. En verano y en el pueblo. Se debían de juntar unos cuantos factores fundamentales. El primero, que algún alma caritativa te regalase una bicicleta. En este caso, mi padrino Jaime fue quien me proporcionó el instrumento clave. Una G.A.C. azul que a día de hoy tengo guardada en la tienda de mi madre y me encanta ver de vez en cuando.

Luego alguien te tiene que meter el gusanillo del ciclismo en las venas y el encargado fue mi abuelo Anastasio, con el que veía como un zombi el Tour de Francia y él me contaba historias de los ciclistas de la época heroica, como Bartali, Coppi, Merckx, Ocaña y su favorito. Bahamontes.

Y luego necesitas algo tan importante o más que todo lo anterior. Necesitas un entrenador que esté pendiente de tu alimentación y de plantearte retos. Y de esa misión se encargaba mi abuela Asunción.

Os cuento estas cosas porque mi padrino se murió hace ya varios años. Luego fue mi abuelo el que nos dejó. Y la semana pasada, mi corazón se partió en dos cuando mi abuelita, a la que tanto he querido, quiero y querré toda mi vida, sencillamente se fue de este mundo de la mano de mi madre. ¡Qué pena más grande tenemos todos!

Y es que mi abuela ha sido, es y será de las personas más importantes para mí. Absolutamente fundamental en todos los aspectos de mi vida. Y como no podía ser de otra manera, también me influyó en mi relación con la bici.

“Yo no sé qué haces que te vas a matar”, era algo muy típico que me dijese mi abuelita cuando le contaba que había ido hasta Boñar en bici. Ida y vuelta salen unos 100 kilómetros, pero para ella era una burrada que no entendía por qué hacía. Alguna vez sencillamente lo hacía para recordar los grandes momentos que yo viví en aquel pueblo de la montaña leonesa durante aquellos veranos de la infancia que parecían no tener fin.

Nunca se me olvidará cómo me llamaba para ir a comer desde el balcón de casa. Yo dando vueltas por la plaza con mi flamante G.A.C. azul y mi entrenadora preocupándose por mi alimentación. Unos buenos macarrones, una chuleta, arroz con leche y, para culminar mi felicidad, una etapa del Tour junto a mi abuelo.

También ella me planteaba retos que yo debía superar, pero sin que ella se diese cuenta, porque si se entera de que su prohibición de “no vallas hasta la carretera general en bici” para mí era como si una fuerza invisible e imposible de esquivar me empujase a, precisamente, ir a la carretera lo más rápido posible para que ella no se enterase de que había desobedecido.

E incluso mi primer puerto de montaña lo subí gracias a ella, porque para ir a pasar la tarde con mis tíos Lauren y María Luisa, había que subir a “Valles”. Es donde ellos vivían y había que superar una cuesta que, si bien ahora casi ni la percibes, para un niño pequeño y su bici, era un verdadero Tourmalet, en donde intentaba emular al ciclista favorito de mi abuelo. A Bahamontes. Y la bajada era tan divertida…a no ser que me pillase mi abuela, claro. Demasiado rápido para ella.

Cuánto voy a echar de menos a mi primera entrenadora. Me entrenó para todo. Sobre todo para la vida en general. Cada uno de los días que pasamos juntos, que fueron prácticamente todos los días desde que yo nací, fueron una clase maestra de cómo ser en la vida. Todo en el mundo lo intento ver desde el punto de vista de mi abuela y ahora que no la tengo a mi lado para poder hablar con ella, escucharla, darle besos, recibir los suyos, no sé qué hacer.

Hasta los últimos días que he salido en bici he tirado en dirección a Boñar, sin llegar hasta allí, aunque esta semana sí o sí un día voy a ir al pueblo. Y voy a ir a verla para decirla lo mucho que la quiero y lo mucho que la echaré de menos.

La bici es algo que me calma y estos días me está ayudando un montón. Me reconforta pensar que en algún lugar de este mundo o de otro, el que sea, mi abuela me está viendo dar pedales y le estará diciendo a mi abuelo:

-“Este chico se va a matar de tanto dar pedales. ¡Y encima se está quedando en los huesos! ¡¡Daniel!! ¡¡COME BIEN!!

Qué guerra me daba con esas cosas y cuánto lo voy a echar de menos. Te quiero mucho, abuelita. Nunca te voy a olvidar y siempre te tendré presente.