domingo, 29 de junio de 2014

Tesoros del cicloturismo. Puertos de Somiedo y La Farrapona.

¡Hola a todo el mundo!

Domingo de sufrimiento, pensé. Qué magnífica idea irme por ahí a subir algún puerto, de esos que marcan la diferencia entre una ruta y un rutón.

Y así lo hice. La idea me surgió, allá por el miércoles, mientras salía a dar una vuelta en bici. No sabía muy bien a dónde ir, pero sí sabía que quería subir dos moles. Por momentos pensé en irme hasta Pola de Lena y liarme la batamanta a la cabeza con algo barroquista, en plan Cobertoria y otra cosa de esas.

Pero lo pensé mejor y cambié de Pola. Fui a la de Somiedo. Pola de Somiedo y alrededores, ofrece varias cosas, destacando el Puerto de SomiedoLa Farrapona y San Lorenzo. Como tenía que descartar uno de estos tres puertos, porque tres no me apetecía, ¿adivináis cuál descarté? Sí, amigos. San Lorenzo, para otro día.

Así que me tocaba ascender dos puertos de esos que me vuelven loco. De los de veinte kilómetros, de los de concentrarse, mantener un ritmo y no olvidarse de beber.

En principio, iba a aparcar a Klaus en Pola de Somiedo, pero de hacer la gracia, hacerla completa, así que tocaba bajar hasta La Riera, punto de salida del Puerto de Somiedo, que decidí que fuese el primer plato del domingo.

Monto la rueda delantera, me mentalizo, lleno el bidón y empiezo a pedalear por el túnel vegetal que era la carretera por la que estaba rodando. Un increíble desfiladero, lleno de vegetación al más puro estilo camboyesco, era la fotografía en la que nos encontrábamos "La Americana" y yo.






También hay tres túneles muy simpáticos al inicio del puerto, que te dan la bienvenida con alguna gotita de agua helada que hace que te cagues en todo, y más hoy, porque por fechas es verano, pero el frío que hacía, en fin, no me parecía de recibo.

Pero la cosa era que yo seguía pedaleando y empezaba a entrar en calor. Había ojeado el perfil del puerto y sabía que era cómodo de subir. Ninguna rampa de esas que hacen que me replanté mi vida, ni un tráfico excesivo de esos que hacen que te quieras tirar por un terraplén.

Y yo, que soy un soñador y un friki, como estaba en territorio de osos pardos, no hacía más que mirar al monte con la sana esperanza de ver a alguno de estos simpáticos plantígrados. "Hay cuatro contados y yo voy a ver uno, no te jode, Daniel", me dije en alto, porque os recuerdo que de vez en cuando, hablo solo.

De repente (tranquilos, que no vi ningún oso), el panorama del puerto cambió y se me presentaron un par curvas de herradura, cambiando de dirección la carretera y de paisaje. Ahora todo era diferente. Campos más abiertos, vegetación, si bien se presentaba en abundancia, ya no era camboyesca y yo, sudando como el que más porque el Puerto de Somiedo no da tregua. 

No tiene rampones, pero no tiene ni un triste falso llano. Qué desconsiderado con los cicloturistas, oye. Pero estos puertos son los que me molan. Ritmo, ritmo y ritmo sin que nada te interrumpa.

Y, por fin, llegué a las tres últimas curvas que te dan a entender que al puerto le queda un par de kilómetros. Supero una, luego otra y, finalmente, un pedazo de Jaguar me hace una pasada y me cago en su p__a madre. Pero bueno. La cosa es que llego al Puerto, que es como se llama el pueblo que hay en la cima del Puerto de Somiedo. Qué originales los fundadores del pueblo, ¿no os parece? Imaginaros el Concejo, reunido para poner el nombre de su municipio. "¿Cómo lo llamamos? ¿Nueva Camboya o El Puerto?".....Yo qué sé. Que se me está yendo de las manos.

El caso es que había un mercado de ganado en El Puerto y había un ambientazo del quince. Y un frío que flipas. Al respirar se sacaba hasta vaho, no os digo más. Y tocaba sacarse la foto en el cartel preceptivo, situado entre un camión de vacas y otro de potros. Qué rico olía, madre del cielo....


Tenía que reponer fuerzas. Qué mejor que una barrita energética, ¿verdad?....Pues os puedo presentar como veinte cosas que son mucho mejores que esa mierda de barritas, como un trozo de empanada que vendían en un puesto del mercado....


Y llegó la bajada, ese territorio en el que me muevo como pez en el agua. Subiendo, no me había cruzado con demasiados coches pero para el descenso, se ve que se pusieron todos de acuerdo y pensaron "venga, chicos. Todos a tocar la gaita a Dani". Y me vi bajando en medio de un grupo de siete coches con lo que todo ello conlleva, porque bajando un puerto, un coche, en comparación con una bici, es una tortuga.

Pero llegué sin mayores sobresaltos, sin tener en cuenta los normales de toda bajada, a Pola de Somiedo y, poco después, al desvío para La Farrapona. Fue fácil encontrarlo porque está tan bien señalizado, que incluso hay un cartelón en el que ponen el perfil. Sólo falta que pongan un mensaje en plan...

Alto de La Farrapona. Vas a sufrir con cojones, chato. PRINCIPADO DE ASTURIAS.



Y allí estaba yo. Al inicio de lo que parecía ser un puerto de los guapos. De los que tienen, cada dos por tres, alguna rampa de las de ponerse en bielas. Vamos. En los que sufro como un perrín pequeño. 

El puerto se comienza atravesando un túnel y, al poco rato, otro. Y en mi caso, repitiendo empanada de carne.

Y poco después de "rutiar" algo que espantaría a los mismísimos osos que yo pretendía ver, aparece una rampa, así sin venir a cuento, que te deja muerto. Pues nada. A subir un piñón, intentar mantener la dignidad y agachar la cabeza.

Yo ya había estado en La Farrapona. Pero tiene truco esto que digo. Porque subí andando desde Torrestío, la vertiente leonesa sin asfaltar, para ver el final de etapa de La Vuelta, de hace tres años. Desde la cima, se veían unas curvas de herradura muy monas, pero no se podía apreciar la dureza. Nunca me había planteado que este puerto fuese realmente duro. Siempre pensé que era largo, pero no era un pata negra.

Y mientras yo pensaba todo esto, el puerto me estaba comunicando que estaba equivocado y que me iba a dar por saco toda la subida.

Veréis. Si Somiedo era regular, sin mucho altibajo, este es todo lo contrario. Rampas super duras, falsos llanos, alguna bajadita, curvas cerradas sin visibilidad. Vamos, que tienes que tener los cinco sentidos siempre alerta. 

Una bajada de casi un kilómetro, marca el fin de la primera parte del puerto y da inicio a la segunda, o también llamada, "festival de las rampas al diez por ciento".

Se cambia de carretera y tienes que cambiar de mentalidad. Esto yo no es un paseo por el parque. Esto ahora es un puerto tocándote las narices con sus rampas de las pelotas, contra un cicloturista, sin nada que perder salvo su orgullo, es decir, un cicloturista necio, sudoroso, cansado y con mucha motivación.

Ningún puerto hasta la fecha me ha obligado a echar pie a tierra y la incauta Farrapona pensaba que iba a ser la primera. Pobre inocente. 

Primero llega una rampa dura, luego otra y luego otra y luego dejas de pensarlo porque es agobiante. Los últimos siete kilómetros, que es la distancia que hay entre el cambio de carretera y la cima, son duros de verdad. No hay ni descanso, ni respiro, ni demasiados piñones a los que aferrarte.

Yo siempre dejo el de veintiocho dientes en la recámara, por si las cosas se ponen chungas de verdad. Y en estos siete kilómetros, tuve la tentación de engranarlo. Pero no lo hice. Porque yo soy así. Necio. Mucho. Y La Farrapona me estaba tocando las narices.

Las últimas curvas de herradura, esas en las que había estado animando a los pro en La Vuelta de hace tres años, no daban tregua. Una vez que las superabas, no tenían esos metros en los que parece que la pendiente te da un respiro. Al contrario. Te apretaban más las tuercas esas dichosas curvas. 

Pero yo me había obcecado y un señor mayor, desde el coche, me arengó en plan "vamos chavalón que ya lo tienes". Así que si un señor mayor te dice eso, lo tienes y punto. Y en menos de lo que canta un gallo o un señor mayor te arenga, llegué a la cima, en donde aún se podía ver, pintada en el asfalto, la linea de meta, la cual atravesé con mucha gracia y donaire.




Y después de vencer a este terco puertaco, tocaba bajar y llegar hasta Klaus para llegar a casa. ¿Y qué le pasó a Daniel a pocos metros de llegar a La Riera? Que pilló tremendo bache y pinchó. Pero para doscientos metros que me quedaban, preferí terminar el día caminando descalzo, con las zapatillas en las calas de la bici y con la satisfacción de haber conseguido superar dos estupendos puertos y saber que soy un poco friki.

Hasta la próxima, corazones.

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