En medio de mis entrenamientos para intentar dejar el furgón de cola en toda quedada medianamente seria con otros compañeros ciclistas, hoy tocaba ruta. En principio, como no podía entrenar antes, tenía pensado salir a rodar solo, pero un sonido en mi móvil parecía decir lo contrario.
"¡Vaya! El Buka se siente solo", pensé. "Venga, tronco. A las seis y media donde siempre."
Teníamos pensado hacer una ruta muy maja con un par de buenas subidas. Iríamos hasta La Robla, subiríamos Olleros y el Cillerón. Un clásico que no por muy repetido, lo hace menos atractivo. Sin ir más lejos, El Cillerón es una de mis subidas favoritas.
Los primeros kilómetros los dedicamos a ponernos al día desde nuestra última ruta, el sábado. Que si esto, que si lo otro, que si lo de más allá. La verdad es que parecemos porteras.
Ya casi estábamos llegando a Lorenzana y yo le pregunté a Bukanero por Sergio, ya sabéis, uno de los protagonistas de la Grupeta Cicloturista León y jamelgo sin igual. ¿Y quién apareció a lo lejos? Pues sí. El mismísimo Sergio que venía de vuelta. En recientes capítulos, Sergio se ha pegado un par de hostias y estaba resentido de la cadera, pero qué más da si puede clavarse agujas en el muslo, ¿verdad? Bueno, eso es otra historia, pero yo no la viví gracias al cielo.
Después de darle a la lengua un poco los tres, junto a una cuneta y una gasolinera (y no me estoy refiriendo a que nos enrollásemos), Buka y yo proseguimos el camino. Ahora, en dirección a La Robla. La verdad es que se me pasó volando este rato. Entre que no íbamos despacio precisamente y no parábamos de rajar, cuando nos quisimos dar cuenta, el Buka ya me estaba diciendo que en Olleros había que darse caña.
Y ahí estaba yo, cargando de plato grande en esa dichosa subida y tirando un poco de mi compañero de ruta. Lo de tirar de mi amigo duró poco, porque él no hace más que decir que no anda nada y lo que hace al decir eso es mentir como un bellaco.
Me adelantó el Buka, se agarró a la cruz del manillar y apretó el ritmo. "¡Me cago en todo!", pensé. O qué demonios. Exclamé en alto porque, en efecto, a veces hablo solo. La cosa es que subí un par de piñones pero mantuve el plato grande. Forcé, forcé y forcé hasta llegar al desvío del propio pueblo de Olleros de Alba.
Una vez en el pueblo, las cosas cambiaron. En esta zona, lo recomendable es quitar el plato y hacer lo que se pueda. Y en cuanto el Buka me apretó las tuercas un poco, ¿sabéis qué hizo Dani? Pues reventar. Me resultó imposible llegar a Bukanero, al que veía marchar poco a poco. Sólo me quedaba encontrar un ritmo lo menos cochinero posible para mantener mi dignidad en lo posible.
Y llegó la cima. Y llegó el comentario de Buka. "Esto te va a venir muy bien". No te jode. ¡Cojonudo es como me va a venir!
Maldito sea el gancho que me puso el Buka. |
Nos quedaba una bajadita para subir El Cillerón. Esto esperaba que lo subiésemos como buenos amigos como así fue. No fuimos lentos, pero mi compadre se guardó el gancho para la próxima salida.
Y una vez coronada la subida, una vez en territorio favorable, abrimos la Caja de Pandora. Nunca se sabe cómo surgen estas cosas, pero cuando me quise dar cuenta, me vi con el plato grande y el piñón más pequeño, con los codos en la tija y pedaleando como un demonio por encima de 40 km/h, por momentos cerca de los 50, dándome relevos con el Buka y volando por el asfalto.
Subir me gusta, aunque sufro como el que más. Pero llanear me vuelve loco. Y estaba gozando como hacía tiempo. "Entramos en tu territorio, perra." Así definió la situación mi camarada.
En menos de lo que canta un gallo nos estábamos lanzando algún ataque casi a la entrada de León, así para dejar las patinas en su punto.
Y así transcurrió un bonito día de duro esfuerzo con el cabronazo de Bukanero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario