domingo, 23 de agosto de 2015

Dragones que dejan señales y marcas.

¡Hola a todo el mundo!

Podría escribir mil historias de las que estoy viviendo este año sobre la bici. No tendría tiempo material (que de hecho tengo muy poco, de ahí la falta de producción de entradas) para narraros la cantidad de cosas que estoy viviendo este año sobre la bicicleta.

Ya sabéis de sobra lo que la bicicleta significa para mí. Esa compañera que me lleva a todos los lados, bonitos, feos o regulares, pero que logra que me sienta plenamente libre. Este año 2015, está siendo ese instrumento que me calma y relaja. Siempre lo ha sido, pero este año muchísimo más, os lo garantizo.

¡La cantidad de cosas que he pensado encima de ella! Incluso hace que mi cabeza cree cosas, primero imposibles y, próximamente, realidad. Es tremendo lo que dan de sí cuatro "hierros" bien puestos, con ruedas y una transmisión.

Pero hay veces que sobre la bici te asaltan demonios. Dragones escondidos muy profundamente y que ves venir. Pero otros, no los ves ni siquiera acercarse e intentan derrumbarte. Os pongo un ejemplo para que entendáis mis paranoias.

Las primeras semanas de agosto he estado de vacaciones. Las he utilizado para escalar muchos puertos a los que, por falta de tiempo, no suelo poder ir. Además, volví a un territorio muy magnético para mí, los Pirineos. En esta ocasión al pirineo navarro. 

Es un lugar lleno de bosques muy frondosos, montañas vestidas de verde y puertos sorprendentemente potentes y duros. Es un territorio lleno de dragones acechantes, escondidos y con ganas de demostrar que allí mandan ellos.

Uno de los días en los que estuve por allí, decidí ir a hacerme una ruta yo solo en busca de dragones. Mis compañeros de cacería aquellos días, iban a tomarse un respiro, pero yo necesitaba enfrentarme a algo que llevaba dentro, profundo y que necesitaba resolver. 

Llevaba dos semanas cazando unos dragones terribles y durante este año, la cosecha ha sido muy buena, pero necesitaba inspeccionar ese territorio para saber de qué eran capaces mis presas por allí.

Sales con la confianza y la fuerza suficientes como para afrontar cualquier reto, pero de lo que no eres consciente es de que los monstruos, a veces, trabajan en equipo.

Primer objetivo. Larrau por la vertiente española. Ya había conseguido vencer a su hermano, Larrau francés, un par de días atrás, con lo que esta batalla sabía que caería de mi lado. El español es más manso que el devorador de ciclistas francés. 


Pero Larrau español es mucho más listo. Está compinchado con otro depredador de ciclistas. Col de Soudet. Y este es el nombre del dragón inesperado. Soudet. Terrible dragón, inteligente y fiero, que vive muy abajo, en un eterno valle. Bajas y bajas sin darte cuenta de que la cola y la cabeza están separadas por más de veinte kilómetros.

Comienza la batalla. Primer frente. Mi mente. 

Dentro de la burbuja en la que yo me suelo meter a la hora de afrontar un puerto a mi ritmo, hay mil historias, planes y pensamientos que lo inundan todo. Y esa fresca jornada era el día en el que yo aprovecharía para sentar las bases de un nuevo periodo vital. ¿Esto o lo otro? ¿Tú o yo? Esta estaba siendo una batalla aplazada en el tiempo, pero que ese día iba a tener, por fin, un resultado. 

Varios estaban siendo los zarpazos, los mordiscos, los mandobles y puñetazos que hacían que mi alma sangrase pero, como he dicho, esa iba a ser la batalla final. 

Mientras tanto, el dragón Soudet llevaba ya un rato castigando mi cuerpo. Segundo frente.

Y es que pasan los kilómetros que separan la cola de la cabeza del dragón y de una u otra forma, consigue que lleves un ritmo lo suficientemente alegre como para que te vayas dejando muchas fuerzas por el camino. Los primeros kilómetros no pasan del 4%. Llevaba días cazando por territorios que estaban por el 10% ó más, con lo que no te asustas ya de nada. Hasta que vas a echar un trago y descubres que faltan más de catorce kilómetros de puerto y a penas tienes agua.

Último trago que disfrutas muchísimo. Faltan más de diez y más de doce kilómetros y el dragón aquí empieza a subir el listón. Ves de lejos un cartel que anuncia el porcentaje medio del próximo kilómetro. No quieres creerte que justo en ese momento lleguen los dos dígitos. 11% que te golpea justo en la boca del estómago. 

Pero has venido a cazar dragones. Ya tengo las cicatrices suficientes como para saber que éstas bestias se revelan y mucho antes de ser derrotadas. Para a veces las heridas hacen daño y cuando ves otro kilómetro a más del 10%, te cubres con el escudo, que lleva grabado "34x28" con el más duro acero, y sigues para adelante cueste lo que cueste.

Sigues sin agua, los kilómetros pasan y no tiene pinta de que encuentres algo que te pueda calmar la sed que ya comienza a hacer de las suyas. Te acercas a las nubes, empiezas a estar cerca de la cabeza del dragón y sus ataques siguen siendo muy duros. Las piernas se aproximan al cien por cien del rendimiento. Necesito algo más de donde tirar.

Tercer frente. Mi alma.

Llega un momento en toda dura batalla en la que te das cuenta de que llevas cerca de una hora esquivando, lanzando, amagando, sudando, llorando e incluso a veces, riendo. Es como elevarse por encima de toda esa escena para ver lo que está pasando con algo más de perspectiva.

Hay veces que te preguntas por qué demonios estás allí, en medio de un puerto por el que no transita nadie, dándote sartenazos con un dragón imaginario. ¿De qué vale? ¿Para qué?

Pero te das cuenta de que precisamente lo que vas a utilizar para rematar a ese dragón, está hecho de todo ese tipo de cosas. De todo ese tipo de victorias personales, grandes logros, enormes recuerdos, que se pueden leer en tu alma. 

Aprietas los dientes, agachas la cabeza, ves como un chorro de sudor empapa tus gafas, se desliza por tu rostro, y sientes que tu alma tira muy fuerte de tu cuerpo y de tu mente. En ese momento sabes que la victoria está de tu lado. Lo vas a conseguir porque desde un primer momento contabas con ese arma secreta. Tu alma.

Ya nada importa más que seguir dando pedales hacia delante. Una pedalada, otra y otra más. La garganta te abrasa por la sed. Llevas kilómetros sin agua y tu cuerpo está destrozado. Has librado una batalla terrible, construyendo un nuevo periodo vital más esperanzador y tienes la mente terriblemente fatigada. 

Pero al ver, por fin, el cartel del puerto, la cabeza del dragón, tu alma se hace más fuerte y nada ni nadie te pueden parar.


Y en territorio francés, en medio de un puerto que puede que a nadie le importe si lo subí o no, me encontré con un dragón inesperado que me enseñó y aportó tantísimas cosas que siempre le estaré agradecido. Aclaró mi mente, retó a mi cuerpo y alimentó mi alma.

Desde ese día, soy más fuerte, vuelvo a estar motivado al máximo en todos los aspectos en los que debo de estarlo y tengo en mis vitrinas la cabeza de uno de los dragones más fieros que recuerdo.

5 comentarios:

  1. No eres el único que luchó con sus dragones en el pirineo navarro:

    “La de Pamplona fue la etapa más dura que creo ha hecho nunca el Tour. Estaba pensada como homenaje a Miguel y fue su via crucis, y lo hicimos sin parar desde el primer puerto. Fueron 262 kilómetros, distancias que ya no se alcanzan en estos tiempos, una burrada. Se salía de Argelès-Gazost y de allí, a balón parado, ya comenzábamos a subir Soulor. Y eran aquellos tiempos. Los Festina estaban que se salían. Y Neil Stephens, con el maillot rosa entonces de la ONCE, se hizo solo el Aubisque y el Marie Blanque. Y llegamos al Soudet, que es un horno, y allí Squinzi, el dueño del Mapei, se volvió loco y ordenó a Rominger y Olano que se suicidaran, que no le valía para nada que acabaran segundo y tercero en el podio detrás de Riis y que tenían que ir a por todo. Atacaron con Ginés, y allí murieron. Y todo lo veía Miguel y sabía lo que le esperaba todavía. Después del Soudet, en el Larrau, ya se fueron los ocho voladores, Riis, Dufaux, Escartín y compañía, que parecía que ni sufrieran, y los demás subimos como podíamos. De la cima de Larrau a Pamplona había aún 100 kilómetros, y a mi lado oigo a Chiappucci que suspira, ‘uff, se acabó subir, se acabó sufrir’. Y yo le dije, ‘no te equivoques, Claudio’, aún queda lo más duro, son 100 kilómetros llenos de repechos, que no puntúan pero duelen, y entra el viento y… Fue el día más duro sobre la bici que recuerdo. Y Miguel llegó a Pamplona. Llegó a más de ocho minutos, pero llegó sufriendo porque quiso sufrir, porque así es Miguel…”.

    El artículo completo:
    http://elpais.com/m/deportes/2014/07/20/actualidad/1405875854_584084.html

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    1. Leer esa crónica hace que me piquen las piernas!!!

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    3. No te puedes ni imaginar lo que me acordé estos días de aquella etapa con final en Pamplona.... Aquello fue una encerrona.... Qué honor tu comentario!!! Mil gracias

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