¡Hola a todo el mundo!
El otro día, saqué un poco de
tiempo, después de un mes de abril complicado, lleno de cosas que hacer y, por
fin, fui a subir puertos, que es lo que más me gusta a mí, por cierto. Sé que
la última vez hablé aquí de una ida de olla buena, buena, como es subir en la
misma sesión de exorcismo, las tres vertientes de Cobertoria, con la guinda
final del Gamoniteiro. Si bien es algo que tengo intención de hacer este año,
en el primer día de puertos me apetecía hacer algo más clásico.
Así que subí a La Americana en
Klaus y nos piramos a Campomanes para ascender Pajares en primer término y,
para culminar la jornada, La Cubilla que este año se sube en La Vuelta a
España. Qué pena que los profesionales no vayan a poder disfrutar del espectáculo
que es este puerto, ¡pero sí toda España! Cómo se va a poner la subida, ya lo
verás.
Nada más que enfilé la carretera
vi que había nubes sobre las montañas que separan Asturias de León. Y maldita
la suerte, porque los días anteriores había hecho unos días estupendos,
¡rediós! No iba a haber sorpresas porque para llegar a Campomanes tendría que
bajar Pajares, mi primer coloso del día. Y cuando llegué a la cima de dicho
mito del ciclismo… ¿dónde estaba la cima? Niebla. ¡NIEBLA MEONA! Y lo único que
se podía ver era un termómetro digital que indicaba unos escalofriantes tres
grados.
Y yo, que soy un adorador del
calor, pues me dio vueltas la cabeza. Sobre todo cuando empecé a pensar en que
había preparado la ropa, no absolutamente veraniega, pero sólo un poco más. Ni
chaqueta, ni maillot de entretiempo, ni unas tristes perneras, ni unos
necesarios guantes con los dedos largos, ni nada de eso.
Pero soy un tío duro (a veces hay
que tirarse un poco el moco, leñe) y nada me impidió, después de un café,
comenzar la ascensión.
Pajares, a pesar de lo que se
pueda pensar debido a la carretera nacional que lo atraviesa, en mi opinión no
te genera excesivos problemas si se tiene cuidado. Evidentemente tienes que ir
bien pegado a la derecha, no es como otros puertos, absolutamente olvidados por
el tráfico, en los que vas más relajado. Pero si se escoge bien la fecha, sin
esquiadores ni playeros, es un puerto chulo de subir.
Sabía que los últimos dos
kilómetros me reservaban niebla, agua y frío por un tubo, así que pensé que lo
mejor sería desfrutar el momento. Subiría tranquilo, nada de achuchones, que
era el primer puerto serio del año. Pero es que cuando llegué a esos dos
kilómetros del final, fue ahí donde me puse en bielas y apreté. De alguna
manera tenía que quitar el frío. Además, para quien no conozca Pajares, ese par
de kilómetros son los que hacen de Pajares un puerto pata negra. Unas rampinas
del 15% y del 17% hacen que no se te olvide la ascensión.
Pero es que a mí, ese día lo que
no se me iba a olvidar era la bajada. Piso absolutamente mojado, visibilidad de
creo que no exagero si digo que de 20 metros y un frío, insisto con esto, que
se te metía por todos los lados y especialmente en las manos. Había que parar
en el bar ese de la curva, en cuanto se acabó la niebla, porque yo ya no podía
ni frenar. Tenía las manos como un Playmobil.
-
“Buenos dis” No está bueno por ahí riba, eh,
nin!!”
Eso fue lo que me dijo el
chigrero y no le faltaba razón. Cómo me vería que no le pedí un café con leche
y ya me lo estaba poniendo él. ¡Menudo gallo que está hecho! Pero yo, que soy
un tío duro (y vuelvo a tirarme un poco el moco) continué con la bajada, ya un
poco mejor, y llegué a Campomanes de nuevo, esta vez, con rumbo a La Cubilla.
Este gigante asturiano, se sube
bien, pero no hay que tomárselo a broma. Era mi tercera vez y yo tenía la
lección aprendida. Los primeros ocho kilómetros de los veintiocho con los que
cuenta, te pueden condicionar toda la ascensión, porque no son nada del otro
mundo y, si estás un poco bien de forma, metes el plato grande y te puedes
calentar en menos de nada. Y luego vienen los lloros, porque La Cubilla en su
segunda parte, creo que no baje del 5%. Está claro que no es L’Angliru, pero no
es un paseo por el parque y menos aún si al principio te has dejado unas
fuerzas muy necesarias.
Pero sería muy triste
desaprovechar la posibilidad de disfrutar de un espectáculo como es La Cubilla,
por intentar hacer un gran tiempo de ascensión. ¡Yo qué sé! Esa es mi manera de
entender este negocio. Ya hay otros muchos momentos en los que atizarle bien al
pedal, ¿no?
Durante la subida pude disfrutar
de unos veinte venados corriendo como locos por el monte, unos buitres
sobrevolándome a menos de cincuenta metros, las Ubiñas medio nevadas y, por
supuesto, un paisaje absolutamente alpino, indescriptiblemente avasallador que
te hace sentir por momentos como una hormiga.
Si además le sumas a todo esto,
que no me crucé con ningún coche durante al menos tres cuartos de hora, todo
esto hace que subir hasta allí arriba sea un verdadero paraíso cicloturista.
Como para agarrarme a la parte baja del manillar y hacer el bobo.
Una vez que consigues alcanzar
los objetivos que te habías propuesto para un día de puertos y has disfrutado
de lo lindo, ya no te acuerdas ni del frío, ni del agua, ni de la niebla, ni de
nada de todo eso. Sólo te crees Gino Bartali ganando el Giro, Perico ganando La
Vuelta del 85 o Carlos Sastre ganando el Tour de Francia. Ese día fue uno de
esos días por los que amo la bicicleta.
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