viernes, 17 de mayo de 2019

Gallináceos. Hoy en Panderrueda y Pandetrave.


¡Hola a todo el mundo!

Pues el día llegó y nos fuimos a subir un par de puertitos, como debe de ser. Y los elegidos fueron Panderrueda y Pandetrave, esta vez aquí en casa, nada de irse a Asturias. Y es que estos dos puertos se encuentran situados en Picos de Europa, en la parte leonesa del Parque Nacional, y no creo que me confunda si digo que será de las 10 rutas más impresionantes que se pueden hacer por toda España.

Más allá de lo impresionante de los paisajes, la etapa que nos habíamos marcado el bueno de Adrián, que fue quien la escogió, y yo, se adentraría en lo más hondo de la carretera de Picos de Europa por León. Llegaríamos hasta Caín para después subir hasta el puertarraco de Pandetrave. Y digo bien puertarraco porque desde Caín hasta la cima del puerto hay 18 kilómetros y 1200 metros de desnivel, cosa que, no sé vosotros, pero yo no lo subo todos los días (por desgracia)

Pero la ruta no iba a ser en plan estopa pura y en plan watios y medias y Koms y mierdas de esas. La ruta se trataba de otra cosa. Se trataba más de pincho de tortilla, de un par de paradas para tomar algo, de sácame tú ahora una foto, de hazme mejor tú un vídeo que voy a salir guapísimo.



Y es que no podía ser de otra forma, habida cuenta que Adrián nunca había rodado por esos territorios ciclistas. Y qué pena no disfrutar de todo eso por el mero hecho de acabar fundidos y hechos caldo, la verdad. Ya quedaremos otro día para eso, maldita sea, pero esa jornada se merecía ser paladeada como se merecen las grandes ocasiones. Menuda mierda, porque me estoy haciendo mayor y cada vez paladeo más las cosas. De mierda nada, que cada día disfruto más del ciclismo. Si intentáis decir “paladeo” muy rápido, igual vomitas o algo….y hasta aquí mis pensamientos en voz alta.

Tuvimos suerte porque el día resultó espectacular. Solazo, casi por momentos calor (para Adrián, vaya, porque por mí, que atice el sol 40 grados) ni gota de viento molesto y, dado que fuimos entre semana, poquísimo tráfico. ¡Día de diez!

Salimos poco a poco, aunque veía que el bueno de Adrián iba con un pedaleo muy entusiasta. No pasa nada porque desde Riaño, que fue nuestro punto de salida, hasta el puerto de Panderrueda, no hay muchos kilómetros y eso templaría los ánimos. Por el lado que lo subiríamos no tiene nada de dificultad, pero es cuesta arriba, qué duda cabe.

Lo bueno que tiene Panderrueda por esta vertiente es que lo que no tiene de puertarraco lo tiene, cuando llegas a la cima, de impresionante. Se te presentan de repente los Picos de Europa en todo su esplendor y, con el día que tuvimos, fue una maravilla para los sentidos. Adrián flipó bastante, que yo lo sé. Alucino yo cada vez que voy y lo he hecho muchas veces, así que con mayor motivo si es tu primera vez en bici. Porque si vienes en coche y lo vez, bueno, pues no te sabe igual de bien. En bici es como la recompensa a un trabajo bien hecho.




Es lo mismo que los descensos de un puerto. Merecida recompensa a una buena subida pero, cuidado. Siempre hay que tomar precauciones. “Pasa tú delante, que lo conoces mejor”. Pues ahí iba yo, descendiendo Panderrueda, camino de Posada de Valdeón, que por aquí sí que es un señor puerto. Sin embargo, yo no hacía más que pensar en otra bajada.

La bajada a Caín sí que es bonita. Sobre todo porque no haces más que pensar en lo mucho y muy duro que tienes que subir minutos después. “Yo no me rindo”, me decía Adrián. Y es que esa es la actitud, leñe. Se puede subir más rápido o menos, pero la idea es no desfallecer, no rendirse, saber que después de esa pedalada que te parecía imposible dar, viene la siguiente y luego otra más y que nada ni nadie te va a impedir darlas. Un puerto se sube por fuerza, sí. Pero gran parte de las ascensiones que yo he subido en mi vida lo he hecho por actitud o, dicho de otra manera, por “güevos”. No hay otra manera.

Yo sabía que Adrián no tendría ningún problema porque tiene esa actitud de la que hablo, pero la subida de Caín también tiene otras cosas, como son rampas del 20%. Una gran piedra de toque para Adrián. Si superaba eso, ya le tendría en mis redes. Volvería a apuntarse a alguna de mis idas de olla. Y tengo que decirte por si lees esto, querido Adrián, que esta etapa es en las que menos se me va la mano a mí, pero tranquilo que ya verás verdaderas idas de olla. De las que cuando llegas al coche piensas…”cómo se me ha ido la mano con este asunto”, pero no voy a descubrir mis cartas al inicio de la partida, que nos quedan muchas manos (pero qué digo, si no sé jugar a las cartas…)

Lo bueno de las rampas infernales de Caín es que como te ves envuelto en un entorno tan precioso, no te enteras muy bien de lo que vas subiendo. En la zona del mirador del Tombo, con rampas muy “Angliruliescas”, vas mirando a un lado y a otro y tu cabeza tiene que procesar muy mucho los paisajes que hay por ahí, porque son increíbles. Esto hace que no te fijes todo el rato en las rampas de locos que vas pasando, porque os aseguro que son tremendas.



Pero todo lo que comienza tiende a finalizar en algún momento y como verdaderos héroes, llegamos a Posada de Valdeón. Bien nos merecíamos tomar algo en algún bar, ¿no? Teníamos que reponer un poco, llenar el bote y afrontar la segunda parte de Pandetrave, que es la que más se asemeja al típico puerto, de pillar un ritmo, el que sea, y hasta arriba. Fue en ese momento en el que tuvimos que decidir si incorporar una sorpresilla a la ruta.

Porque, en efecto y como a mí me enseñó el maestro Vega, toda ruta ha de tener una sorpresa. De esas que acaban con las pocas fuerzas que te quedan. De esas que convierten un día perfecto en un perfecto infierno. Manu aún recuerda la sorpresa que nos metió precisamente Vega en medio de Tarna. Un desvío inesperado de unos pocos kilómetros en los que el CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN dejó el pellejo. También a mí me siguen recordando de vez en cuando aquella subida sorpresa que les metí a los gallos del club entre el Puerto de Somiedo y el de San Lorenzo. La subida a Las Viñas que pasa por ser uno de los kilómetros más duros de toda Asturias, pero si está ahí, ¡por el amor de Dios!, hay que subirlo, ¿no?

Pero era la primera vez que venía Adrián conmigo y no me quiero quedar sin amigos. Debía de ser prudente en el castigo así que abortábamos plan sorpresa, que no era otra cosa más que subir el puerto del Pando. Pero bueno, un puerto arribo o abajo, ¡qué más dará! Lo dicho…que no quiero quedarme sin amigos, pero para la próxima no le libra de una sorpresa ni Rita.



De Pandetrave hasta Riaño tuvimos que lidiar, por un lado con un viento un poco puñetero en contra y, por otro, con la carretera, que está en un estado lamentable. La gente que vive por esas tierras, entre los que se incluyen bastantes familiares míos (la Tierra de La Reina a topeeee) se merece una carretera por la que no se tengan que jugar la vida.

La llegada a nuestra particular meta fue triunfal, con una sana recuperación post etapa que incluía bocata grande como un templo y helado porque yo puedo pasar sin el bocata pero una ruta de puertos, sin helado, no es ruta. Sería “jornada inválida”.

La jornada fue formidable desde todos los puntos de vista. Tiempo estupendo, no hubo percances y Adrián quedó con ganas de más, así que misión cumplida. La cabeza ya me está echando humo para idear la siguiente ruta en la que, aviso a navegantes, habrá sorpresas.

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