domingo, 9 de noviembre de 2014

Póntelo, pónselo.

¡Hola a todo el mundo!

Tras una dura noche de trabajo hasta las tantas y una larga mañana de cura de sueño, pasando por una comida deliciosa, lo mejor que se puede hacer un domingo antes de que anochezca es vestirse de ciclista y salir a rodar. Y os aseguro que asomando la cabeza para ver qué tiempo hacía, se te quitaban algo las ganas de dar pedales.

Viento, nubes y frío eran los ingredientes que me estaban esperando para una rutita corta pero que haría de mí alguien un poquito más feliz.

Mucho cicloturista habla de final de temporada y casos así en plan profesional, pero en realidad lo que ocurre por estas fechas es que los días son más cortos y se tiene menos tiempo para salir a rodar. Así que, como en mi caso no entiendo de finales de temporada ni dios que lo fundó, una vez disfrazado de ciclista, a rodar se había dicho.

Como digo, en estos días a penas hay tiempo para entrenar. Cuando no hace malo, hay que hacer cosas o, sencillamente, no apetece. Es tiempo de rodar para no perder la costumbre, así que en esas estaba yo. Dando pedales, soportando alguna ráfaga de viento helador que se te metía hasta lo más profundo.

Y como la etapa de hoy era una de esas por las que habré pasado tres millones de veces, comencé a pensar. Divagaba acerca de temas como que tenía frío, pasando por la sensación de estar aprovechando la tarde y terminando por un pensamiento muy concreto....

Este pensamiento concreto se centraba en recordar otro día en el que salí para aprovechar la tarde y lo terminé en el hospital, básicamente, por estar despistado como era el caso de hoy. Así que me volví a concentrar en lo que estaba haciendo.

Y el tema central de lo que os quiero hablar es, precisamente, lo que hizo que, a día de hoy, pueda seguir escribiendo, salir en bici y manteniendo una vida normal. El casco.

Siempre salgo a entrenar con casco. La verdad es que nunca he interpretado hacerlo de otra manera, pero ciertamente, jamás le di importancia. Era un complemento más. Al igual que me ponía los guantes o las gafas, pues me colocaba en la cabeza el casco. Sota, caballo y rey, sin pensar en que éste, era un ángel de la guarda.

Y allí estaba yo, hace algo más de un mes, rodando por la Sobarriba como otras tantísimas veces. Pensando en mis cosas, disfrutando de una de las cosas que más me gustan en este mundo, que es andar en bici y, de repente, sin tapujos, me metí un hostión.

Cómo, aún no lo sé, la verdad. Lo único que os puedo decir es que estaba despistado y se me giró el manillar hacia la izquierda por completo. La consecuencia fue que salí volando, "de orejas", por encima del manillar, así que el golpe fue inesperado y muy seco. 

No me dio ni tiempo de preparar el cuerpo para el impacto, así que lo frené con lo que el azar decidió. El hombro izquierdo y la cabeza.

En un principio, no fui consciente de que me había pegado un galletón tan grande. Me encontraba bien, sin nada roto, pero a medida que pasaban los segundos, me iba dando cuenta de que tenía el cuerpo con una tensión muy por encima de lo normal. La mandíbula la tenía ultra tensa. 

Justo en ese momento, además de las comprobaciones típicas para saber dónde tenía las heridas y comprobar que no tenía nada roto, fue cuando me quité el casco porque me daba a mí que algo no iba bien en la cabeza, más allá de la pedrada habitual que llevo siempre puesta.

Al quitarme el casco pude ser consciente de la verdadera violencia de la caída. El lado izquierdo del mismo estaba partido y hundido. Me quedé pálido. Me quedé sorprendido. Me quedé impactado. Pero, gracias al casco, me quedé en este mundo.

Después de limpiarme un poco y reparar la rueda, que explotó, no sé muy bien por qué, llegó Alejandro. 

Alejandro, que os estaréis preguntando quién es, es un compañero cicloturista que apareció por ahí. Mi nuevo amigo me acompañó casi hasta casa, que fue muy de agradecer, porque estaba un poco ido. Desde aquí, le doy las gracias.

Y desde aquí, así como conclusión, os digo que si alguno de los que lee esto aún sale alguna vez sin casco, que por favor se replanté la vida. Que si tiene dudas, le doy mi teléfono y se lo explico. Porque yo en ningún momento esperaba una caída. En ningún momento esperé que a 24 km/h, que era la velocidad a la que iba, un golpe pudiese ser tan sumamente violento.

Puedo asegurar que de no haber llevado casco, ahora mismo estaría o muy jodido y, simplemente, no estaría.

Así que, amigo cicloturista, ponte casco SIEMPRE. Póntelo, pónselo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario