¡Hola a todo el mundo!
Todo empezó como siempre. "Podíamos hacer algo el domingo, ¿no?" En principio no había un plan concreto, hasta que el gran Vega dejó caer algo. "Foncebadón-Cruz de Ferro y Manzanal"
Sólo con mencionar esas dos buenas subidas, ya comenzamos a organizar el operativo. Que si quién va, que si cómo vamos, que si a las dos no estamos en casa ni de coña, etcétera, etcétera.
El tiempo no era algo que fuese muy fiable, así que sería un día complicado en cuanto a lo meteorológico. No porque supiésemos a ciencia cierta que nos iba a llover, sino porque no teníamos ni la más remota idea de qué sorpresas nos tenía reservado el clima.
Quedamos en Trobajo, a eso de las 9:30. Íbamos a tener alguna baja importante como David, Roberto, Juanjo, Fernando y, además, el Buka, con el que pasé la noche del sábado cenando en su casa y comprobando el trancazo que maneja. "No voy nada fino, tío". Pero es lo más normal del mundo, habida cuenta del catarrazo tremendo que tiene y, aún así, ha salido algo para probarse. Se va a recuperar y yo estaré ahí para protegerle del viento.
Cuando llegué (un par de minutos tarde, otra vez) ahí estaban "Los Vega y Cecilio". Iríamos en la furgo del Titán de la Sobarriba, que ya es una más de nosotros, a buscar a Rubén, que ya ha hecho un par de rutas con nosotros y parece ser nuevo fichaje del CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN.
Las rutas de Vega siempre tienen un componente de misterio por varios motivos. El principal es que, a pesar de contarte los puertos gordos que vamos a subir, siempre se reserva varias sorpresas en forma de "micro puertos sin nombre ni cartel" que te dejan patas arriba. Otro motivo suele ser la cantidad de kilómetros. Te da ese dato, pero suele ser orientativo y, por regla general, tiende a quedarse corto.
Pero aún no habíamos empezado a dar pedales. Acabábamos de llegar a Astorga, ya teníamos montadas las bicis y teníamos localizado un bar con un gran pincho de tortilla. Eso pide parada obligatoria, sin duda.
Una vez sentadas las bases del espíritu de nuestras rutas sociales de los domingos, comenzamos a dar pedales por una carretera por la que ya habíamos rodado en otra de nuestras escapadas y, en tan sólo cuatro meses de actividad, llevamos hechas muchas rutas, llamémoslas, especiales. La cosa marcha más que bien.
Dejamos atrás Castrillo de los Polvazares y a los pocos metros, nos desviamos por la carretera que nos llevaría a Santa Colomba de Somoza, lugar en el que comenzaríamos la primera ascensión del día. El puerto de Foncebadón-Cruz de Ferro.
Mientras avanzábamos, el cielo nos amenazaba con un poco de todo. Lluvia, frío, viento, nieve...¡DE TODO! Y también sol. Uno no sabía si ponerse el chubasquero, quitarse los guantes, ajustarse la braga (cuello polar, que íbamos con señorita) o qué demonios hacer. Lo mejor fue adaptarse a lo que nos fuese tocando. La temperatura, al menos, no era mala, al menos, de momento.
Llegamos a la base del puerto y yo tenía intención de subirlo apretando el ritmo. Llevaba varios días sin coger a "La Americana" y tenía mono. Además, quería hacerle un estress-test, porque estuve limpiándola y engrasándola a conciencia, un par de días atrás. El problema de esto último fue que casi me cargo la patilla del cambio y no sabía cómo iba a responderme el grupo, así que tenía que estrujarla.
Engrano plato grande, subo un par de piñones, me pongo sobre bielas y, sin mirar atrás, aumento la velocidad. Una vez arriba, daría media vuelta y coronaría con todos, así que no me despedí. Metro a metro, peregrino tras peregrino, porque esto es Camino de Santiago y hay a patadas por esta carretera, comprobé que "La Americana" iba como la seda y que yo, más o menos también.
El problema comenzó a ser otro. Y es que la temperatura se desplomó en cuestión de un par de kilómetros y a penas superaba los 8ºC. A mi paso por el pueblo de Foncebadón, la temperatura bajó incluso más, no superando los 5ºC. Con el cuerpo sudado por el esfuerzo, esto era algo que no me estaba gustando mucho, pero era lo que había. Contra el tiempo no se puede luchar.
Pero ya no quedaba nada para coronar. A lo lejos ya se podía contemplar la Cruz de Ferro que marca la entrada a "Territorio Bierzo" y señalaba el final de mi aventura en solitario porque, sin echar pie a tierra, me di la vuelta y me fui a buscar a los demás.
No tardamos en reagruparnos y coronar, esta vez sí, como debe de ser. Como colegas.
Pero no podíamos quedarnos ahí arriba mucho tiempo. El frío era tremendo y, sobre nuestros cuerpos sudados, esto no va bien, con lo que después de colocarnos algo de ropa, nos tiramos para abajo. Aunque no es del todo cierto, habida cuenta de que el descenso propiamente dicho, se sitúa después de una especie de meseta que debíamos de superar, así como algún que otro repecho potente que aún quedaba.
Pero al final, el valle se abrió, no sin antes recibir algún sano consejo...
Algún que otro metro después de ese punto informativo, pudimos contemplar el valle de La Herrería. Sólo puedo decir que no me esperaba un espectáculo tan formidable como ese. Un valle profundo, de monte bajo, sobre todo brezo en flor, que le daba a la "fotografía" unas notas de color que al día aún no tenía.
El sol bañaba la ciudad de Ponferrada. Los cambios de temperatura seguían castigándonos seriamente, pero la parada se convertía en obligatoria cuando llegamos a El Acebo, un pueblo muy singular y precioso. Es tan singular que para las bicicletas de carretera es un tanto problemático porque el piso de toda la calle principal está cubierto de un empedrado muy característico.
Seguíamos con el rápido descenso porque, por esta vertiente, el Puerto de Foncebadón es todo un señor "Hors Catégorie". Tremendas rampas las que estábamos bajando que, sumado esto al paisaje por el que transitaba esta carretera, hicieron del descenso algo maravilloso. Volveré a subirlo y no tardando demasiado.
Nuestro objetivo era llegar a Molinaseca para tomar allí algo. Nuestra especialidad. Los bares en ruta. ¡Cómo nos gusta, rediós! Y qué bien que se estaba a más de 15ºC, pero el frío ya lo teníamos metido en los huesos. Esta sensación heladora que te impide entrar en calor por buen clima que haga. Necesitábamos alguna rampa para sacar esa horrible sensación del cuerpo.
Vega nos ayudó a ello porque, si bien él era el único que no sentía frío, cerca de Molinaseca se situaba una de las sorpresitas de don Juan Carlos. Nada más salir del pueblo, abandonamos la carretera que nos llevaría hasta Ponferrada y viramos a la derecha por una carretera que formaba parte del trazado original del Mundial de Ponferrada 2014.
Nos encaminamos hasta un pueblo llamado El Poblado. Hasta ahí todo correcto pero es que, hasta llegar a ese pueblo, hay entre medias un kilómetro y medio, digamos, de calidad.
Lo primero de todo el plato fuera, por el qué dirán, y lo segundo, sobre bielas, cada uno que aguante lo que pueda. Tremendo rampón que, sin duda, expulsó de nuestros cuerpos la sensación de frío. Terminaba en un pinar y yo, para que no decayese el buen humor tras el esfuerzo, me metí por una pista forestal con "La Americana". En fin. Luego que por qué pincho.
Los siguientes kilómetros, a parte de encontrarnos con otra sorpresita de éstas, justo antes de llegar a Castropodame, fueron muy tranquilos. De hecho, demasiado tranquilos porque la zona era un poco fantasmagórica. Contaba con algún pueblo abandonado, infraestructura minera en desuso y cosas así. Daba la sensación de que estábamos rodando por un pequeño Chernobyl.
La temperatura parecía estar, por fin, estable en unos 15ºC, y estábamos haciendo una parada precisamente en Castropodame. No sería la última antes de regresar a Astorga. Nosotros somos de socializar.
El Titán de la Sobarriba, es decir, Cecilio, Rubén, Susana, Vega y yo, seguíamos avanzando por estos parajes bercianos que, he de decir, han supuesto para mí una grata sorpresa. ¡Qué maravilla de paisajes! Montes cubiertos por brezos que dan un toque de color increíble a kilómetros a la redonda. Mientras dábamos pedales, no hacía más que pensar en que no tenía vergüenza de no conocer esta zona. Aquí al lado y, sin embargo, casi desconocida. Voy a corregir esto, os lo garantizo.
Y llegamos a Bembibre y pusimos rumbo a Torre del Bierzo por la carretera antigua. "La más antigua de todas", hacía hincapié Vega. Carretera buena, ancha, rodeada de monte y casi sin tráfico. Siempre picando para arriba porque, según algunas altimetrías, desde la salida de Bembibre ya se considera Puerto del Manzanal, que era lo que estábamos subiendo.
Nuestra última parada ya estaba hecha y ya no nos quedaba más remedio que acometer el puerto. Tendido y suave, la verdad. Fácil de subir, aunque esto siempre lo dictamina la velocidad a la que se haga tal cosa, pero nosotros a estas alturas de la película no teníamos ganas de acelerones.
Subíamos en grupo mientras charlábamos. Que si uno dice una chorrada y otro, dice una mayor. El Titán de la Sobarriba casca un chiste y nos descompone un poco a todos al hacernos reír. Así nos las gastamos en el Club Ciclista Asfalto León.
De esta forma, como podéis comprender, en menos de lo que canta un gallo ya teníamos el cartel marrón delante. Y lo ves y casi te da hasta pena de que se acabe la subida porque lo íbamos pasando genial. En las bajadas no podemos charlar tan cómodamente como subiendo. Yo creo que esta es la razón por la que a todos nosotros nos gusta más subir puertos que cualquier otra cosa. Llamadme excéntrico, quizás.
Ahora sí que ya sólo nos quedaba una bajada hasta Astorga. La ruta tocaba a su fin y dejaba un poso de satisfacción muy bueno. Gran ruta, gran compañía, grandes sorpresas, grandes momentos y muchas ganas de trabajar para pergeñar la siguiente escapada del CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN. ¡Y eso que ya van unas cuántas!
Sólo nos quedaba rematar como se merecía la gran jornada de CICLOTURISMO que estábamos viviendo.
Esta pasión, que es el cicloturismo, compartida con estos amigos, deja un regusto formidable. Las ganas enormes de seguir haciendo cosas, son un síntoma muy positivo de lo que está siendo este año y estos proyectos.
No tardamos en reagruparnos y coronar, esta vez sí, como debe de ser. Como colegas.
Pero no podíamos quedarnos ahí arriba mucho tiempo. El frío era tremendo y, sobre nuestros cuerpos sudados, esto no va bien, con lo que después de colocarnos algo de ropa, nos tiramos para abajo. Aunque no es del todo cierto, habida cuenta de que el descenso propiamente dicho, se sitúa después de una especie de meseta que debíamos de superar, así como algún que otro repecho potente que aún quedaba.
Pero al final, el valle se abrió, no sin antes recibir algún sano consejo...
Algún que otro metro después de ese punto informativo, pudimos contemplar el valle de La Herrería. Sólo puedo decir que no me esperaba un espectáculo tan formidable como ese. Un valle profundo, de monte bajo, sobre todo brezo en flor, que le daba a la "fotografía" unas notas de color que al día aún no tenía.
El sol bañaba la ciudad de Ponferrada. Los cambios de temperatura seguían castigándonos seriamente, pero la parada se convertía en obligatoria cuando llegamos a El Acebo, un pueblo muy singular y precioso. Es tan singular que para las bicicletas de carretera es un tanto problemático porque el piso de toda la calle principal está cubierto de un empedrado muy característico.
Seguíamos con el rápido descenso porque, por esta vertiente, el Puerto de Foncebadón es todo un señor "Hors Catégorie". Tremendas rampas las que estábamos bajando que, sumado esto al paisaje por el que transitaba esta carretera, hicieron del descenso algo maravilloso. Volveré a subirlo y no tardando demasiado.
Nuestro objetivo era llegar a Molinaseca para tomar allí algo. Nuestra especialidad. Los bares en ruta. ¡Cómo nos gusta, rediós! Y qué bien que se estaba a más de 15ºC, pero el frío ya lo teníamos metido en los huesos. Esta sensación heladora que te impide entrar en calor por buen clima que haga. Necesitábamos alguna rampa para sacar esa horrible sensación del cuerpo.
Vega nos ayudó a ello porque, si bien él era el único que no sentía frío, cerca de Molinaseca se situaba una de las sorpresitas de don Juan Carlos. Nada más salir del pueblo, abandonamos la carretera que nos llevaría hasta Ponferrada y viramos a la derecha por una carretera que formaba parte del trazado original del Mundial de Ponferrada 2014.
Nos encaminamos hasta un pueblo llamado El Poblado. Hasta ahí todo correcto pero es que, hasta llegar a ese pueblo, hay entre medias un kilómetro y medio, digamos, de calidad.
Lo primero de todo el plato fuera, por el qué dirán, y lo segundo, sobre bielas, cada uno que aguante lo que pueda. Tremendo rampón que, sin duda, expulsó de nuestros cuerpos la sensación de frío. Terminaba en un pinar y yo, para que no decayese el buen humor tras el esfuerzo, me metí por una pista forestal con "La Americana". En fin. Luego que por qué pincho.
Los siguientes kilómetros, a parte de encontrarnos con otra sorpresita de éstas, justo antes de llegar a Castropodame, fueron muy tranquilos. De hecho, demasiado tranquilos porque la zona era un poco fantasmagórica. Contaba con algún pueblo abandonado, infraestructura minera en desuso y cosas así. Daba la sensación de que estábamos rodando por un pequeño Chernobyl.
La temperatura parecía estar, por fin, estable en unos 15ºC, y estábamos haciendo una parada precisamente en Castropodame. No sería la última antes de regresar a Astorga. Nosotros somos de socializar.
El Titán de la Sobarriba, es decir, Cecilio, Rubén, Susana, Vega y yo, seguíamos avanzando por estos parajes bercianos que, he de decir, han supuesto para mí una grata sorpresa. ¡Qué maravilla de paisajes! Montes cubiertos por brezos que dan un toque de color increíble a kilómetros a la redonda. Mientras dábamos pedales, no hacía más que pensar en que no tenía vergüenza de no conocer esta zona. Aquí al lado y, sin embargo, casi desconocida. Voy a corregir esto, os lo garantizo.
Y llegamos a Bembibre y pusimos rumbo a Torre del Bierzo por la carretera antigua. "La más antigua de todas", hacía hincapié Vega. Carretera buena, ancha, rodeada de monte y casi sin tráfico. Siempre picando para arriba porque, según algunas altimetrías, desde la salida de Bembibre ya se considera Puerto del Manzanal, que era lo que estábamos subiendo.
Nuestra última parada ya estaba hecha y ya no nos quedaba más remedio que acometer el puerto. Tendido y suave, la verdad. Fácil de subir, aunque esto siempre lo dictamina la velocidad a la que se haga tal cosa, pero nosotros a estas alturas de la película no teníamos ganas de acelerones.
Subíamos en grupo mientras charlábamos. Que si uno dice una chorrada y otro, dice una mayor. El Titán de la Sobarriba casca un chiste y nos descompone un poco a todos al hacernos reír. Así nos las gastamos en el Club Ciclista Asfalto León.
De esta forma, como podéis comprender, en menos de lo que canta un gallo ya teníamos el cartel marrón delante. Y lo ves y casi te da hasta pena de que se acabe la subida porque lo íbamos pasando genial. En las bajadas no podemos charlar tan cómodamente como subiendo. Yo creo que esta es la razón por la que a todos nosotros nos gusta más subir puertos que cualquier otra cosa. Llamadme excéntrico, quizás.
Ahora sí que ya sólo nos quedaba una bajada hasta Astorga. La ruta tocaba a su fin y dejaba un poso de satisfacción muy bueno. Gran ruta, gran compañía, grandes sorpresas, grandes momentos y muchas ganas de trabajar para pergeñar la siguiente escapada del CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN. ¡Y eso que ya van unas cuántas!
Sólo nos quedaba rematar como se merecía la gran jornada de CICLOTURISMO que estábamos viviendo.
Esta pasión, que es el cicloturismo, compartida con estos amigos, deja un regusto formidable. Las ganas enormes de seguir haciendo cosas, son un síntoma muy positivo de lo que está siendo este año y estos proyectos.
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