lunes, 9 de marzo de 2015

CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN: la ruta del Cueto Rosales.

¡Hola a todo el mundo!

Intentar resumir en una entrada de este blog la espectacular ruta que hemos hecho los del CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN, sencillamente es imposible, pero os juro que lo voy a intentar.

Y todo empezó con un breve paseo en bici matutino. Éste paseo sería hasta el punto de encuentro habitual cuando salimos desde León en coche. De casa hasta allí, me encontré con uno de los compañeros del Club. El gran Juanjo, que en esta ocasión tenía ruta pero de monte. A saber dónde tendría pensado ir. Él iba abriendo camino en coche y otros cuatro más, hasta arriba de bicis de monte y gente llena de ganas de barro, le seguían. Cómo las monta el bueno de Juanjo.

Pero nosotros, los de asfalto...los del Club Ciclista Asfalto León, no nos quedamos atrás. Hoy nos apuntamos a la aventura cinco valientes. Y es que teníamos muchísimas ganas porque la ruta surgió casi sin querer debido a los días que están viniendo. Había que aprovecharlo. Y cuando un grande como es Vega te dice, "el domingo, ruta desde La Magdalena", pues te apuntas con los ojos cerrados.

Cargamos las bicis en la furgo de Cecilio. Ese Cecilio que es un grande y que, con la espalda hecha añicos, se apunta el primero a lo que sea. Para él no hay ni una escusa. Si se presenta la oportunidad, se aprovecha y punto. El ritmo nunca importa. Lo que importa son las ganas y la fuerza que sale de donde, a veces, cuesta. 

Llegamos a La Magdalena. El día no podía ser más impresionante. Sol, ni una nube, ni un poco de viento. Estaremos en marzo pero pocos días vamos a pillar en todo el año como el de hoy, os lo aseguro. Sin embargo, a pesar de que el día era muy primaveral, por no decir veraniego, había una extraña mezcla de vestuario entre todos nosotros. Yo, que soy muy, muy, pero que muy friolero, tenía pantalón de invierno y parte de arriba con varias capas. Algún valiente iba en maillot corto con manguitos y cosas así. En fin. Tenemos ganas de estar uniformados y tendremos que esperar aún alguna semana.


Comenzamos la ruta. Primer objetivo. "¿Dónde hay un bar por aquí?". Lo encontramos rápidamente. Es que una ruta sin un café inicial, ¡ni es ruta ni es nada! Así que, a golpe de café solo, café con leche y pinchito de tortilla o bizcocho, vamos haciéndonos a la idea de lo que nos queda por delante.

Vega, que se las sabe todas y nos conoce a todos, insiste. "Salimos tranquilos, que el día va a ser largo". Y yo, que ya le conozco, sé que tiene razón porque a pesar de que la ruta no lleve adosados muchos kilómetros, lo que una ruta del Gran Vega siempre lleva aparejados son unos miles de metros de desnivel acumulado. Sólo hay que comprobar cuántos habrá.

Comenzamos a rodar y David ya se lo huele. "Salimos subiendo. Joer". Pues sí, compañero. Así va a ser durante casi todo el año. Así que, cuando llegamos a Riello, primer cambio de carretera. Salvo Vega, ninguno teníamos muy claro dónde estaría la encerrona, pero éramos muy conscientes de que alguna sorpresa iba a haber.


Así que, con una mezcla de resignación e ilusión, avanzábamos kilómetros hasta que después de una curva y un robledal, ahí apareció el muro. Unos cuatrocientos metros a más del diez por ciento. "¡No me jodas, Vega!". Pero bueno, esto lo dije casi en broma porque a mí me va la marcha, así que aceleré un poco para subir el muro de manera alegre. "Tranquilidad que el día es largo, Dani", comentaba Vega, mientras el ansia viva se apoderaba de mí.

Comenzamos a subir el muro sin saber muy bien cuánto más duraría. No parecía ser muy largo, pero bueno. Lo cierto es que estuvimos entretenidos un ratín. Y en la cima, reagrupamos, foto, risas y seguimos...


Y a partir de aquí, sencillamente comenzamos a ver que la ruta no era algo normal y corriente. Para nada. Para llegar hasta el siguiente pueblo, de nombre Arienza, la ruta discurría por un robledal, de trazado sinuoso, que comenzó a hacer las delicias de todos nosotros. "¡Qué pasada de ruta!", iba a ser la frase más escuchada.

Y es que nadie de los que no parábamos de pronunciar esa frase estábamos mintiendo. Vegetación frondosa, que ahora mismo está en un letargo que la primavera va a poner punto final en breve, pueblos de edificios fuertes, sólo debilitados por el abandono de las zonas rurales que desangra a nuestra provincia, carreteras en buen estado, a pesar de los durísimos inviernos que reciben cada año y, sobre todo, un día increíble y, a pesar de ser repetitivo, unos compañeros de ruta geniales. 

Gente dispuesta, gente decidida, gente compañera, gente sin miedo a mirar adelante y gente con ganas de mil cosas. Puede que hayamos tardado años en reunirnos pero el hecho es que ya estamos aquí y nos llamamos Club Ciclista Asfalto León.

Y todos juntos, ahora afrontábamos un descenso bonito que nos llevaría hasta El Castillo, un pueblo que recibe el nombre, como no, de un castillo. El Castillo de Benal

Esta localidad tiene dos peculiaridades importantes para lo que es el cicloturismo. Da inicio a una muy buena ascensión y que sería el "puerto" del día para nosotros, el Cueto Rosales. Y la segunda característica es que hay un bar y nosotros íbamos a tomar algo allí.



Tras el refrigerio, llenar los bidones y cambiar el agua al canario, proseguimos nuestro camino y esta vez, quitar el plato grande era obligado porque, señoras y señores, tocaba subir el Cueto Rosales.

Pasamos el puente que salva el río Omaña, nos colocamos en posición y comenzamos a dar pedales de esos que cuestan más de lo normal. De los que hacen que subas, subas y subas. Estábamos de lleno en el Cueto Rosales y no había vuelta atrás. Las primeras rampas de más del diez y más del quince por ciento de la temporada, estaban a punto de llegar. Por eso y por otras razones, sonaba tras nuestras cabezas, en concreto tras las de David y la mía, una voz que murmuraba, "tomároslo con calma". Vega conoce la ruta. Vega sabe lo que es que se te haga larga una etapa. Vega es experto. 

Y como nosotros queríamos desfogar, seguimos adelante. Tampoco es que fuésemos con el corazón en la boca, pero apretamos el ritmo. Y la subida me sorprendió porque yo pensaba que sería la típica plagada de monte bajo y para mi sorpresa, la carretera atraviesa un robledal que sólo se puede calificar como de magnífico.

Metro a metro, pedal a pedal, íbamos avanzando poco a poco. Buen ritmo, sin forzar pero sin parar. Llegamos al desvío que conduce a las antenas de la cima. "Yo creo que esta es la rampa del veinte por ciento", comentaba David...


Pero mi amigo David no estaba en lo cierto y, cuando terminamos la recta que se ve en la foto y que ya estaría de por sí al diez por ciento fácilmente, ahí sí que comenzaron las rampas importantes. Antes de necesitar las dos manos para retorcerme sobre "La Americana", debía dejar constancia de mi opinión acerca de las paredes que nos estaban aguardando...


Así que, una vez desahogados todos mis sentimientos, bajé un piñón, me puse sobre bielas y comencé a retorcerme. Y la verdad es que, a pesar de ser momentos en los que no es que se pase bien precisamente, ya tenía ganas de volver a tener estas sensaciones. Desde el último día que fui hasta Asturias con la bici, no había vuelto a tener esas sensaciones y son las que hacen que intente salir cada día a entrenar. Los cicloturistas seremos masoquistas o algo así, pero nos gusta este rollo, qué le vas a hacer.

Y cuando estábamos encarando la última rampa, que nos conduciría a un mirador de vistas impresionantes, el Cueto Rosales nos iba a enseñar su última defensa, habida cuenta de que sus rampones nada podían contra nosotros. Restos de nieve en la calzada. Había paso por algunos neveros, pero en otros, tuvimos de echar el pie a tierra y atajar por las cunetas para no jugárnosla.

Y aquí es donde vivimos un pequeño momento absurdo o, mejor dicho, yo viví un momento absurdo. Tras dejar atrás uno de los neveros sobre el asfalto, David, persona prudente, decidió seguir con la bici en la mano dado que quedaban como diez metros para coronar. Sin embargo yo, que soy pelín necio, me intenté subir a la bici. Primera cala metida pero, ¿y la segunda para dar la primera pedalada de afianzamiento? Pues no pude completar el proceso y caí, todo lo largo que soy, sobre la nieve y con la bici enganchada. En mi frustración, comencé a lanzar bolas de nieve al pobre David. En fin. Culo mojado y para arriba.

Tras este momentazo, que me permitió hacer algo que me encanta, que es reírme de mí mismo, coronamos la subida del día. En cuanto estuvimos todos en la cima, subimos un poco más y llegamos al mirador. Y qué pasada de sitio, amigas y amigos. 





Ahora tocaba bajar. Un descenso rápido y que en algún punto se hacía algo peligroso debido a la maleza y rocas que las nevadas han dejado sobre el firme. "Así es más emocionante", comentó uno que yo me sé. Entre emoción y emoción, llegamos a un desvío que nos conduciría hasta un pueblo que se llama Castro de la Lomba. No sé qué es más duro si lo que subimos o lo que estábamos bajando porque pasamos por tramos que quitaban el hipo en cuanto al porcentaje.

Lo que nos quedaba de ruta se dividiría entre acompañar al río Omaña en su discurrir por este valle y subir hasta Irián para enfilar el camino a la furgo de Cecilio, ese titán de la Sobarriba que, a pesar del dolor de espalda, mantenía el tipo sin un "¡ay, ay!, me duele aquí o allí". Sólo agachaba la cabeza y apretaba los dientes.

A la vista, otro bar cerca de Carrizal de Luna. ¿Y qué íbamos a hacer nosotros? Pues parar a tomar la penúltima y a hacer un poco el gañán, que eso se nos da la mar de bien...


Y tras tomar algo con los colegas de Club y con Miss Febrero, seguimos nuestra ruta, a la que le quedaba ya poco. El día seguía siendo espléndido pero se había levantado un pequeño viento de cara que empezaba a ser molesto, pero una vez en Soto y Amío, nuestra marcha cambiaba de nuevo de rumbo y el molesto viento de cara, ahora era una cómoda brisa a favor que hizo que llegásemos de nuevo a La Magdalena como tiros.

Mientras nos comíamos unos bocatas en la furgoneta de Cecilio, sin la necesidad de verbalizar nada, todos éramos muy conscientes de que el día que habíamos pasado, rodando por unos parajes increíbles de nuestra provincia, de nuestro León, junto a grandes compañeros de club, había sido inolvidable y que teníamos ganas de repetirlo. Sin ir más lejos, el próximo domingo. Salida, desde Astorga.

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