domingo, 28 de diciembre de 2014

Como mi amiga campeonísima dice, estamos en pretemporada.

¡Hola a todo el mundo!

Hoy ha sido uno de esos días en los que hay que simular ser un verdadero vikingo para leer los vientos, las nubes y hasta el olor del aire.

Todo comenzó más tarde que de costumbre. La verdad es que puse el despertador con toda mi buena fe, a eso de las nueve de la mañana, sin embargo, el cuerpo decidió que no eran horas, así que la pestaña la abrí a ritmo de mensaje de la buena de Sara.

-¿Has salido ya?
-Ni de la cama he salido, hijina.

Total. Que quedamos a eso de las doce del medio día para rodar. Y la cosa pintaba fría, ventosa y con posibilidad de todo, desde agua hasta nieve. La excusa perfecta para hacer una ruta del todo sureña para ir cogiendo fondo.

La verdad es que estos días coincide que Buka está malo. Ahora es un hombre atado a un cuarto de baño. Le espero con los brazos abiertos y las defensas altas, no vaya a ser que su virus se lo pase cojonudamente en mí.

Así que de un tiempo a esta parte, la campeona Sara sale a rodar conmigo o, mejor dicho, yo salgo a rodar con ella. Lo que pasa es que, como comento, hoy hacía un viento endiablado y ella es pequeña y yo no, con lo que alguien, algunos kilómetros más adelante, se aprovecharía de esta circunstancia, pero cada cosa a su tiempo.

Resulta que ya hemos hecho unos cuantos kilómetros juntos y, más o menos, nos hemos hecho a nuestras respectivas compañías. Es importante entender que salir a rodar a mi lado, requiere ir hablando gran parte del camino, y Sara lo ha entendido perfectamente. 

Los kilómetros iniciales, además de dedicarlos a saber por dónde vamos, aunque hoy era realmente fácil escoger la dirección de lo ruta, los dedicamos a ponernos al día, a ver qué tal todo.

Mi amada zona del Condado estaba cubierta por una enorme nube repletita de nieve, frío y maldad invernal, y la zona sureña estaba bañada por un bonito sol. El problema de esto era que el viento nos iba a estar dando de culo (y por culo) los primeros compases de la rutilla, pero para volver nos íbamos a acordar de esos 30 km/h sin dar pedales.

Entre risas, historietas y anécdotas, en un abrir y cerrar de ojos habíamos llegado a Villaroañe, un mito del cicloturismo leonés en meses tenebrosos y siniestros para las bicis. 

El viento estaba dirigiendo nuestro rodar, ya que nos habíamos acostumbrado a que tirase de nosotros, así que íbamos a continuar dejándonos hacer. Ahora, Eolo había dictado que llegásemos hasta Palanquinos primero y, una vez allí, hasta Vega de Infanzones para acceder hasta la zona de Valdevimbre, aunque ya se vería.

Y ya se vería porque una vez en Ardón, auténtico mirador de todo León y su montaña (y si nunca os habéis fijado, os lo recomiendo) vimos que el viento, dentro de su sabiduría, nos había arrastrado hasta allí a nosotros y, seguidamente, a una nube cargada de cosas nada halagüeñas.

Así que debíamos de acortar por la carretera de Cembranos a León y, una vez a salvo en casa, ya pensaríamos qué hacer para alargar la ruta. Como veis, gran parte de la ruta de hoy, ha sido pura improvisación.

Pero resulta que ahora el viento nos estaba dando de cara, dando fuerte y dando sin compasión, situación que arruinó nuestra animada conversación. 

-¿Quieres protegerte e ir a rueda, Sara?
-¡Ostras, pues sí!

Y de esta forma, Sara vio aliviados su esfuerzo y su cabezonería. Esto último lo desconocía por completo, ya que el viento la estaba machacando desde hacía un ratín y no decía nada. Hombre, ciertamente a mí no es que me estuviese haciendo gracia, la verdad, pero en un día de viento, detrás de mi espalda no se suele pasar mal del todo. Uno, que no es pequeñín precisamente.

A ritmo, con el esfuerzo justo y necesario, ya casi estábamos en la ciudad. La verdad es que mi amiga insistía en darme algún relevo, pero en honor a la verdad, pensé que detrás de alguien de 1'60 me iba a dar un poco igual. Esto lo confieso aquí, que no me oye nadie, pero a ella no se lo comenté así en persona.

Lo más sorprendente de este último tramo fue que no nos pillase la nube que cubría León, porque teníamos varias papeletas que apuntaban a que tendríamos premio gordo. Sin embargo, no nos cayó nada de nada, cosa que sí parecía haber pasado en la ciudad a juzgar por el asfalto de las calles.

Así que con fuerzas renovadas por haber llegado a casa secos, decidimos alargar por el carril bici y completar un entrenamiento de pretemporada medianamente digno. Hablo de pretemporada porque al rodar con una super campeona, yo qué sé, habrá que amoldarse por un día, ¿no?

Y al son de las tres de la tarde y ya en dirección al hogar, después de haber redondeado un buen entreno de eso que llaman pretemporada y tras habernos "papeao" el plátano por ser super buenos, poníamos punto y final al domingo por la mañana (casi tarde).

Mi amiga Sara, creo que va a tener mucho que decir en este blog y en esta temporada, sobre todo, cuando la carretera pique para arriba. Cuando sea llana, siempre tendrá una buena rueda que seguir.

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