domingo, 29 de junio de 2014

Tesoros del cicloturismo. Puertos de Somiedo y La Farrapona.

¡Hola a todo el mundo!

Domingo de sufrimiento, pensé. Qué magnífica idea irme por ahí a subir algún puerto, de esos que marcan la diferencia entre una ruta y un rutón.

Y así lo hice. La idea me surgió, allá por el miércoles, mientras salía a dar una vuelta en bici. No sabía muy bien a dónde ir, pero sí sabía que quería subir dos moles. Por momentos pensé en irme hasta Pola de Lena y liarme la batamanta a la cabeza con algo barroquista, en plan Cobertoria y otra cosa de esas.

Pero lo pensé mejor y cambié de Pola. Fui a la de Somiedo. Pola de Somiedo y alrededores, ofrece varias cosas, destacando el Puerto de SomiedoLa Farrapona y San Lorenzo. Como tenía que descartar uno de estos tres puertos, porque tres no me apetecía, ¿adivináis cuál descarté? Sí, amigos. San Lorenzo, para otro día.

Así que me tocaba ascender dos puertos de esos que me vuelven loco. De los de veinte kilómetros, de los de concentrarse, mantener un ritmo y no olvidarse de beber.

En principio, iba a aparcar a Klaus en Pola de Somiedo, pero de hacer la gracia, hacerla completa, así que tocaba bajar hasta La Riera, punto de salida del Puerto de Somiedo, que decidí que fuese el primer plato del domingo.

Monto la rueda delantera, me mentalizo, lleno el bidón y empiezo a pedalear por el túnel vegetal que era la carretera por la que estaba rodando. Un increíble desfiladero, lleno de vegetación al más puro estilo camboyesco, era la fotografía en la que nos encontrábamos "La Americana" y yo.






También hay tres túneles muy simpáticos al inicio del puerto, que te dan la bienvenida con alguna gotita de agua helada que hace que te cagues en todo, y más hoy, porque por fechas es verano, pero el frío que hacía, en fin, no me parecía de recibo.

Pero la cosa era que yo seguía pedaleando y empezaba a entrar en calor. Había ojeado el perfil del puerto y sabía que era cómodo de subir. Ninguna rampa de esas que hacen que me replanté mi vida, ni un tráfico excesivo de esos que hacen que te quieras tirar por un terraplén.

Y yo, que soy un soñador y un friki, como estaba en territorio de osos pardos, no hacía más que mirar al monte con la sana esperanza de ver a alguno de estos simpáticos plantígrados. "Hay cuatro contados y yo voy a ver uno, no te jode, Daniel", me dije en alto, porque os recuerdo que de vez en cuando, hablo solo.

De repente (tranquilos, que no vi ningún oso), el panorama del puerto cambió y se me presentaron un par curvas de herradura, cambiando de dirección la carretera y de paisaje. Ahora todo era diferente. Campos más abiertos, vegetación, si bien se presentaba en abundancia, ya no era camboyesca y yo, sudando como el que más porque el Puerto de Somiedo no da tregua. 

No tiene rampones, pero no tiene ni un triste falso llano. Qué desconsiderado con los cicloturistas, oye. Pero estos puertos son los que me molan. Ritmo, ritmo y ritmo sin que nada te interrumpa.

Y, por fin, llegué a las tres últimas curvas que te dan a entender que al puerto le queda un par de kilómetros. Supero una, luego otra y, finalmente, un pedazo de Jaguar me hace una pasada y me cago en su p__a madre. Pero bueno. La cosa es que llego al Puerto, que es como se llama el pueblo que hay en la cima del Puerto de Somiedo. Qué originales los fundadores del pueblo, ¿no os parece? Imaginaros el Concejo, reunido para poner el nombre de su municipio. "¿Cómo lo llamamos? ¿Nueva Camboya o El Puerto?".....Yo qué sé. Que se me está yendo de las manos.

El caso es que había un mercado de ganado en El Puerto y había un ambientazo del quince. Y un frío que flipas. Al respirar se sacaba hasta vaho, no os digo más. Y tocaba sacarse la foto en el cartel preceptivo, situado entre un camión de vacas y otro de potros. Qué rico olía, madre del cielo....


Tenía que reponer fuerzas. Qué mejor que una barrita energética, ¿verdad?....Pues os puedo presentar como veinte cosas que son mucho mejores que esa mierda de barritas, como un trozo de empanada que vendían en un puesto del mercado....


Y llegó la bajada, ese territorio en el que me muevo como pez en el agua. Subiendo, no me había cruzado con demasiados coches pero para el descenso, se ve que se pusieron todos de acuerdo y pensaron "venga, chicos. Todos a tocar la gaita a Dani". Y me vi bajando en medio de un grupo de siete coches con lo que todo ello conlleva, porque bajando un puerto, un coche, en comparación con una bici, es una tortuga.

Pero llegué sin mayores sobresaltos, sin tener en cuenta los normales de toda bajada, a Pola de Somiedo y, poco después, al desvío para La Farrapona. Fue fácil encontrarlo porque está tan bien señalizado, que incluso hay un cartelón en el que ponen el perfil. Sólo falta que pongan un mensaje en plan...

Alto de La Farrapona. Vas a sufrir con cojones, chato. PRINCIPADO DE ASTURIAS.



Y allí estaba yo. Al inicio de lo que parecía ser un puerto de los guapos. De los que tienen, cada dos por tres, alguna rampa de las de ponerse en bielas. Vamos. En los que sufro como un perrín pequeño. 

El puerto se comienza atravesando un túnel y, al poco rato, otro. Y en mi caso, repitiendo empanada de carne.

Y poco después de "rutiar" algo que espantaría a los mismísimos osos que yo pretendía ver, aparece una rampa, así sin venir a cuento, que te deja muerto. Pues nada. A subir un piñón, intentar mantener la dignidad y agachar la cabeza.

Yo ya había estado en La Farrapona. Pero tiene truco esto que digo. Porque subí andando desde Torrestío, la vertiente leonesa sin asfaltar, para ver el final de etapa de La Vuelta, de hace tres años. Desde la cima, se veían unas curvas de herradura muy monas, pero no se podía apreciar la dureza. Nunca me había planteado que este puerto fuese realmente duro. Siempre pensé que era largo, pero no era un pata negra.

Y mientras yo pensaba todo esto, el puerto me estaba comunicando que estaba equivocado y que me iba a dar por saco toda la subida.

Veréis. Si Somiedo era regular, sin mucho altibajo, este es todo lo contrario. Rampas super duras, falsos llanos, alguna bajadita, curvas cerradas sin visibilidad. Vamos, que tienes que tener los cinco sentidos siempre alerta. 

Una bajada de casi un kilómetro, marca el fin de la primera parte del puerto y da inicio a la segunda, o también llamada, "festival de las rampas al diez por ciento".

Se cambia de carretera y tienes que cambiar de mentalidad. Esto yo no es un paseo por el parque. Esto ahora es un puerto tocándote las narices con sus rampas de las pelotas, contra un cicloturista, sin nada que perder salvo su orgullo, es decir, un cicloturista necio, sudoroso, cansado y con mucha motivación.

Ningún puerto hasta la fecha me ha obligado a echar pie a tierra y la incauta Farrapona pensaba que iba a ser la primera. Pobre inocente. 

Primero llega una rampa dura, luego otra y luego otra y luego dejas de pensarlo porque es agobiante. Los últimos siete kilómetros, que es la distancia que hay entre el cambio de carretera y la cima, son duros de verdad. No hay ni descanso, ni respiro, ni demasiados piñones a los que aferrarte.

Yo siempre dejo el de veintiocho dientes en la recámara, por si las cosas se ponen chungas de verdad. Y en estos siete kilómetros, tuve la tentación de engranarlo. Pero no lo hice. Porque yo soy así. Necio. Mucho. Y La Farrapona me estaba tocando las narices.

Las últimas curvas de herradura, esas en las que había estado animando a los pro en La Vuelta de hace tres años, no daban tregua. Una vez que las superabas, no tenían esos metros en los que parece que la pendiente te da un respiro. Al contrario. Te apretaban más las tuercas esas dichosas curvas. 

Pero yo me había obcecado y un señor mayor, desde el coche, me arengó en plan "vamos chavalón que ya lo tienes". Así que si un señor mayor te dice eso, lo tienes y punto. Y en menos de lo que canta un gallo o un señor mayor te arenga, llegué a la cima, en donde aún se podía ver, pintada en el asfalto, la linea de meta, la cual atravesé con mucha gracia y donaire.




Y después de vencer a este terco puertaco, tocaba bajar y llegar hasta Klaus para llegar a casa. ¿Y qué le pasó a Daniel a pocos metros de llegar a La Riera? Que pilló tremendo bache y pinchó. Pero para doscientos metros que me quedaban, preferí terminar el día caminando descalzo, con las zapatillas en las calas de la bici y con la satisfacción de haber conseguido superar dos estupendos puertos y saber que soy un poco friki.

Hasta la próxima, corazones.

viernes, 27 de junio de 2014

Territorio comanche.

¡Hola a todo el mundo!

En medio de mis entrenamientos para intentar dejar el furgón de cola en toda quedada medianamente seria con otros compañeros ciclistas, hoy tocaba ruta. En principio, como no podía entrenar antes, tenía pensado salir a rodar solo, pero un sonido en mi móvil parecía decir lo contrario. 

"¡Vaya! El Buka se siente solo", pensé. "Venga, tronco. A las seis y media donde siempre."

Teníamos pensado hacer una ruta muy maja con un par de buenas subidas. Iríamos hasta La Robla, subiríamos Olleros y el Cillerón. Un clásico que no por muy repetido, lo hace menos atractivo. Sin ir más lejos, El Cillerón es una de mis subidas favoritas.

Los primeros kilómetros los dedicamos a ponernos al día desde nuestra última ruta, el sábado. Que si esto, que si lo otro, que si lo de más allá. La verdad es que parecemos porteras.

Ya casi estábamos llegando a Lorenzana y yo le pregunté a Bukanero por Sergio, ya sabéis, uno de los protagonistas de la Grupeta Cicloturista León y jamelgo sin igual. ¿Y quién apareció a lo lejos? Pues sí. El mismísimo Sergio que venía de vuelta. En recientes capítulos, Sergio se ha pegado un par de hostias y estaba resentido de la cadera, pero qué más da si puede clavarse agujas en el muslo, ¿verdad? Bueno, eso es otra historia, pero yo no la viví gracias al cielo.

Después de darle a la lengua un poco los tres, junto a una cuneta y una gasolinera (y no me estoy refiriendo a que nos enrollásemos), Buka y yo proseguimos el camino. Ahora, en dirección a La Robla. La verdad es que se me pasó volando este rato. Entre que no íbamos despacio precisamente y no parábamos de rajar, cuando nos quisimos dar cuenta, el Buka ya me estaba diciendo que en Olleros había que darse caña.

Y ahí estaba yo, cargando de plato grande en esa dichosa subida y tirando un poco de mi compañero de ruta. Lo de tirar de mi amigo duró poco, porque él no hace más que decir que no anda nada y lo que hace al decir eso es mentir como un bellaco.

Me adelantó el Buka, se agarró a la cruz del manillar y apretó el ritmo. "¡Me cago en todo!", pensé. O qué demonios. Exclamé en alto porque, en efecto, a veces hablo solo. La cosa es que subí un par de piñones pero mantuve el plato grande. Forcé, forcé y forcé hasta llegar al desvío del propio pueblo de Olleros de Alba.

Una vez en el pueblo, las cosas cambiaron. En esta zona, lo recomendable es quitar el plato y hacer lo que se pueda. Y en cuanto el Buka me apretó las tuercas un poco, ¿sabéis qué hizo Dani? Pues reventar. Me resultó imposible llegar a Bukanero, al que veía marchar poco a poco. Sólo me quedaba encontrar un ritmo lo menos cochinero posible para mantener mi dignidad en lo posible.

Y llegó la cima. Y llegó el comentario de Buka. "Esto te va a venir muy bien". No te jode. ¡Cojonudo es como me va a venir!

Maldito sea el gancho que me puso el Buka.

Nos quedaba una bajadita para subir El Cillerón. Esto esperaba que lo subiésemos como buenos amigos como así fue. No fuimos lentos, pero mi compadre se guardó el gancho para la próxima salida.

Y una vez coronada la subida, una vez en territorio favorable, abrimos la Caja de Pandora. Nunca se sabe cómo surgen estas cosas, pero cuando me quise dar cuenta, me vi con el plato grande y el piñón más pequeño, con los codos en la tija y pedaleando como un demonio por encima de 40 km/h, por momentos cerca de los 50, dándome relevos con el Buka y volando por el asfalto. 

Subir me gusta, aunque sufro como el que más. Pero llanear me vuelve loco. Y estaba gozando como hacía tiempo. "Entramos en tu territorio, perra." Así definió la situación mi camarada.

En menos de lo que canta un gallo nos estábamos lanzando algún ataque casi a la entrada de León, así para dejar las patinas en su punto.

Y así transcurrió un bonito día de duro esfuerzo con el cabronazo de Bukanero.

lunes, 9 de junio de 2014

Vegarada. Mi puerto.

¡Hola a todo el mundo!

Hoy me pareció la mejor idea ir hasta Vegarada. Para mí, este puerto es algo especial. Pasa por ser el primer puerto de montaña que subí en mi vida.

Lo cierto es que no es excesivamente duro. Tiene alguna parte algo durilla, pero nada que llame la atención por la dureza. Lo que sí es cierto es que, si tenemos en cuenta que se está subiendo desde La Vecilla, te queda una subida de 30 Km la mar de entretenida.

La gracia es subirlo saliendo desde León, porque eso hace que llegues a cima con 70 Km, más o menos, así que la ruta en cuestión te supone hacer 150 Km, marca que ya es algo a tener en cuenta.

Pero yo hoy no tenía tiempo como para meterme entre pecho y espalda todo ese bacalao, así que metí La Americana en Klaus y me acerqué hasta, precisamente, La Vecilla. La novedad de hoy era subir hasta Riopinos, la parte trasera de la E.I. San Isidro. Ésta parte, para mí desconocida, son 4 Km que la verdad es que, sin ser muy duros, hacen que llegues realmente alto. Una vez allí, puedes mirar por encima del hombro a un montón de picos que, por regla general, te hacen sentir muy pequeño.

En efecto, eso de detrás es nieve. Hacía frío.

Riopinos.
Salgas de León o salgas desde La Vecilla, lo que no cambia es lo espectacular de toda esta zona. Es algo muy especial. La ausencia de gente, las Hoces de Valdeteja, el río Curueño acompañándote todo el trayecto, la continua presencia de restos romanos. Son muchísimas las razones por las cuales considero a Vegarada, uno de los puertos más bonitos para subir y disfrutar del paisaje.

Llevo ya casi dos meses entrenando de manera habitual, después de mi largo parón, y puedo deciros que si bien aún no estoy a mi mejor nivel, ya aguanto calentones más o menos serios. De hecho, el puerto que nos ocupa hoy, lo subí casi sin despeinarme. La paliza del domingo pasado, me ha dado un golpe de pedal muy interesante.




Durante toda la subida a Vegarada, pensé mucho en todas las veces que he ido por esa zona y el poco bombo que se le da. Supongo que sea debido a que no está del todo cerca de León. Y supongo también que en esta zona hay un punto que para todo ciclista que se precie, le hace alejarse. La Valdorria. Sólo estar cerca de esta tremenda subida, la cual yo sólo he tenido el valor de subir una única vez, hace que se te erice la piel.

Resumiendo un poco el día, os cuento que si nunca habéis estado con la bici por aquí, en cuanto podáis, subid Vegarada. Es una verdadera delicia verte tan atrapado por la belleza de este puerto. Pocos lugares en toda la provincia tienen este magnetismo que te conecta contigo mismo de una manera brutal. 

En cuanto al plano físico y deportivo, no es el Tourmalet, de acuerdo, pero en los 66 Km de los que se compone la ruta, ida y vuelta, los metros de desnivel que salen son 1320, así que tampoco es ninguna broma.

Aquí tenéis la ruta, por si os apetece echarle un ojo. 

¡¡Nos vemos en las carreteras!!

lunes, 2 de junio de 2014

Tesoros del cicloturismo: Subida a Pajares y a La Cubilla desde Campomanes.

¡Hola a todo el mundo!

Los que me conocéis así más de cerca, ya sabéis que llevo una temporada entrenándome en la medida de lo que yo puedo. No me voy a quejar, la verdad, pero lo cierto es que hago lo que puedo.

Según qué turno tenga en el curro, los domingos los dedico a vegetar o a hacer cosinas. Y este tocaba hacer cosinas. Me apetecía hacer algo diferente a lo habitual. Salir con el club está bien, sí, pero al final, haces las mismas rutas una y otra vez.

Durante la semana se me iluminó una bombilla. ¿Y si voy hasta Campomanes, Asturias, a subir algún puertaco guapo?

Así de primeras lo descarté, fundamentalmente porque mi estado de forma es entre malo y lamentable, pero fueron avanzando los días, puede salir a rodar casi todos y me fui animando. Ahora necesitaba un cómplice.

"¡Bukanero! ¿Y si nos vamos el domingo a subir Pajares y La Cubilla?"

Como el Buka nunca me dice que no a esas cosas, en principio contaba con él, pero tenía comida familiar, así que se borró del plan. Dudé durante un tiempo si salir con el club o ir hasta Asturias. Abrí mi agenda, miré cómo tenía los próximos findes y la conclusión fue clara. O este fin de semana o nunca.

Así que puse el despertador a eso de las 7:30, para desayunar tranquilo e ir poco a poco hasta Campomanes y ocurrió algo muy típico en mí. Me desperté a las nueve, así que había que desayunar algo más deprisa y ser consciente de que no iba a darme tiempo a llegar a la hora de la comida.

Primera parada, una gasolinera. Había que echar caldo a Klaus (mi coche) y comprar entre un "puñao" y una pasada de barritas de estas de chocolate, miel y más cosas. Sabía que iba a ser importante mantenerme hidratado y alimentado durante las dos duras ascensiones porque, de no ser así, las iba a pasar canutas.

Es más. Mi plan de inicio era subir Pajares y luego, según me viese, intentarlo con La Cubilla. Hasta ese punto tenía dudas si se me iba a estallar el bazo en mitad de la subida o no. Pero tengo más recursos que el meramente físico. Uno es la experiencia en "fregaos" similares y quieras que no, se nota. Otro de mis recursos es que soy un poco descerebrado y no tengo miedo a nada. Y el más importante de mis recursos extra es que estaba extraordinariamente motivado. 

Primer coloso del día. Puerto de Pajares.

Habré pasado en coche por este puerto entre mil y diez mil veces, pero nunca me había cuadrado para subirlo en bicicleta, la verdad, y todos sabemos que eso son palabras mayores. Pero bien es cierto que me conozco Pajares de principio a fin. Dónde están las rampas duras, dónde los descansos y más pequeños detalles. Esto se debe a que, subir este mito del ciclismo, era algo que sabía que tarde o temprano haría.

Me preparo, me tomo un café en un bar, cambio el agua al canario y comienzo a pedalear hacia lo "desconocido". Y este desconocido era saber cómo reaccionaría mi cuerpo ante un esfuerzo tan colosal como es subir un puerto de los pepinos.

Primeros kilómetros para calentar. En otro tiempo, me juego el pescuezo que hubiese metido plato grande en los suaves primeros kilómetros de Pajares, hasta llegar a Puente de los Fierros, pero no estaba yo como para alardes. Tenía que guardar todas mis fuerzas, como una hormiga, para sacarlas en la temible rampa final. La curva del 17. Y sí. El número es el porcentaje. Pero creo que lo de "la curva", se queda bastante corto, porque ese porcentaje o similar lo aguanta, al menos, todo el último kilómetro.

Pero vamos más abajo. Cuando llegué a Puente de los Fierros, al poco tiempo el puerto te da la bienvenida con alguna que otra rampa curiosa. Hay que tener en cuenta que la carretera de este puerto, al ser una carretera nacional con mucho tráfico, te obliga a comerte lo que te toque. Me explico. Si por el arcén hay un desnivel del 12%, no puedes esquivarlo yendo al otro lado o cosas así de las que hacemos todos. SÍ, SÍ. TODOS.

Total, que pedalada a pedalada iba cogiendo altura. Otro mantra con el que iba subiendo era el hecho de que no quería meter piñones muy grandes. Mi plan era dejar los dos últimos para momentos bonitos, como las rampas finales y cosas así. No quería que las piernas se me acostumbrasen a subir con el 34-28 porque, si me hiciese falta más hierro, ¿de dónde lo sacaría?

También sabía de la gran cantidad de descansillos que tiene Pajares. Tiene un montón de ellos donde, con un plan en mente, puedes sacar mucho provecho. De hecho, otra parte de mi plan era que en estos descansillos, mis piernas debían de oxigenarse. ¿Cómo? Pues manteniendo una cadencia muy alta que no me supusiese mucho esfuerzo. En efecto, eso haría que subiese muy despacio, pero hoy tocaba terminar el reto y hacerlo más o menos rápido, me daba lo mismo.

Me estaba acercando a La Romia. Y qué hay de especial en este pueblo, os preguntaréis, ¿verdad? Pues lo que ocurre a partir de aquí es que Pajares abre seriamente las hostilidades. Desde este pueblo y hasta el mirador, me iba a encontrar con rampas muy serias de entre el 10% y el 14%. Tuve que subir un piñón. Me quedaban dos en la recámara, aunque uno de ellos, el de 28 dientes, sólo podía utilizarlo en el último durísimo kilómetro.

Pues nada. Me tuve que poner sobre bielas, con lo que odio hacerlo. Soy de ritmo constante y ponerme en bielas hace que vaya a tirones, pero no me quedaba más remedio. 

Fue en este momento donde me vine arriba. La verdad es que como me considero, a día de hoy, un cadáver ciclista en ningún momento me planteé alzar la vista muy adelante para ver si había alguien a quien echar mano, pero ahí apareció. Un ciclista, solitario como yo. Sabéis que soy de darle a la lengua sin piedad y que en cuanto veo a alguien, pretendo hacer piña, pero es que este compañero iba muy despacio. Así que me di el gustazo de pegarle un pasadón. 

Con mi ego a tope y mi motivación igual de fuerte o más que antes, sobrepasé el mirador y me adentré en una zona en la que los descansos son fundamentales para afrontar las rampas finales. Puede que sólo sean descansillos de 100 metros, pero hay que aprovecharlos tanto que te parezcan kilómetro y medio. Cadencia y agua. Cadencia y agua. Cadencia y agua. A esto, empecé a añadirle comida porque no quería que me empezase a entrar sensación de hambre, porque en ese caso, yo sé que estoy metido en un jardín del diablo. Estaría a las puertas de una buena pájara y, como comprenderéis, no tenía la más mínima intención de entrar en ese rollo.

Y llegué a Pajares. El pueblo que da nombre al puerto y que da nombre al río o ¿quizás fue al revés? Bueno, yo qué sé, la cosa es que esto me lo empecé a preguntar sobre la bicicleta y me rayé un pelín. A lo que íbamos.

Llegué al pueblo llamado Pajares y, a partir de ahí, sí que sí comienza el fin de fiesta. Ya huele a embrague por todos los lados y eso te da a entender que las rampas son la madre que me parió, que hay mucho tráfico y te das cuenta de que empiezas a estar fatigado.

Miré a la piña y vi que tenía engranado el piñón de 24 dientes. Me quedaban tres más hasta completar todas mis opciones. 

Seguí avanzando y llegó un momento en el que, de manera amenazante, aparecieron las temibles rampas finales de este coloso al que le estaba hincando el diente. Pero claro, al contemplar esas formidables rampas, me empecé a replantear muchas cosas. Quiénes somos. De dónde venimos. A dónde vamos. Pues mira. Soy Dani, vengo de León con un par de huevos y voy a comerme con patatas esas rampas.

Y cuando llegué a los pies de esas rampas, mi plan había sido bueno, porque aún tenía dos piñones para meter. Y es curioso que en el mundillo siempre se hable de la temible curva del 17 y nunca nadie haga mención a la no menos temible curva del 15 que hay justo antes, porque te sientes tan ínfimo ante ella que te dan ganas de tirarte por el precipicio. 

Subí uno de los dos piñones, me puse en bielas y me di cuenta de que lo mejor era meterlo todo porque esto era muy serio. Me senté, metí todo lo que llevaba, me consagré a los Metallica, me volví a poner en bielas y agaché la cabeza apretando los dientes. Esto no se me iba a escapar.

Una vez superado este trámite del 15%, ahora tocaba el fin de fiesta del 17%. ¡Sí, hombre! Donde metes segunda en el coche para conseguir subir. Pues imagínate, amigo conductor, lo que le pasan a las piernas subiendo por ahí. Pues yo creo que el olor a embrague que hay por ahí, es de las caderas de la gente como yo, más que de los embragues en sí.

Ya estaba. El parador se alzaba, vetusto e impertérrito ante mí. Me daba la bienvenida y me invitaba a sacarme una foto para celebrar el momento....


Made in Dani

Ahora tocaba comer, beber y valorar los daños. ¿Cómo estaba? ¿Podría asumir subir La Cubilla? La respuesta que me di fue un rotundo sí, porque la verdad es que me encontraba muy bien. Había reservado muchas fuerzas y utilizado los desarrollos sabiamente. Además, me había bebido litro y medio de agua y me había comido dos barritas, así que estaba estupendamente. 

Ahora tocaba la bajada. Ay, la bajada. Con lo "zumbao" que estoy a la hora de bajar, lo mucho que me tumbo, el perfecto estado de la carretera y las rampas que hay en Pajares, era muy probable que llegase a Campomanes en helicóptero del 112. Pero yo bajo así, qué le vas a hacer.

Curva tras curva, tumbada tras tumbada, me daba cuenta de lo mucho que me gusta todo esto. Subir un puerto son muchas cosas, muchas motivaciones. Van desde los increíbles paisajes, el tema físico de buscar tus límites, el hecho de llegar arriba para luego tirarte como un demonio para abajo o lo mucho que se asemeja subir un puerto con mogollón de situaciones de nuestras vidas. Cada cual, que elija sus motivos. Yo los tengo claros.

Mientras bajaba, me di cuenta de que estaba seco. Necesitaba una fuente. Y encontré una, ya en Puente de los Fierros, terminando la bajada fuerte.


La sequé. Qué rica sabe, madre.

Regresé a Campomanes a eso de la hora del vermú. Por un momento se me pasó por la cabeza quedarme en alguno de los bares del pueblo en los que había un ambiente muy animado, pero me centré en lo que me tocaba ahora.

Segundo coloso del día. Puerto de La Cubilla.

Ahora sí que estaba más perdido que un topo en un garaje. Mi única referencia era lo que me habían contado los colegas de la Grupeta Cicloturista León. Y la verdad es que con lo que siempre me quedaba de la explicación del puerto, es que era largo. No recordaba si me habían dicho algo más en plan "¡te vas a cagar!" o algo así. Había mirado el perfil, pero salvo alguna rampa al 10% o así, no me había quedado con nada más. No sabía nada, resumiendo.

Los primeros kilómetros no parecían ser muy duros, la verdad. Un verdadero túnel de vegetación era lo que más me llamaba la atención. Sabía de la increíble belleza de este puerto. Me habían mandado fotos los compis de la Grupeta y, por el momento, no me estaba defraudando. 

El túnel vegetal del que os hablaba, sumado a la carretera, estrecha, rugosa, algo bacheada y con un poco de gravilla por los lados, hacía del comienzo del puerto, algo muy adictivo. Esta descripción podría daros a entender que la carretera es una basura, pero no es así. Para mí, son las mejores para hacer ciclismo. Eso sí, son mucho más peligrosas, como luego os daréis cuenta.

Todo iba bien. Las piernas no parecían estar sufriendo después de haber subido Pajares y del exigente descenso en donde, al contrario de lo que piensa la gente, se tira de pierna lo suyo. 

Las rampas no estaban siendo para nada duras, pero algo estaba pasando. Acababa de pasar un puente y la dirección de la carretera empezó a cambiar. Ahora apuntaba hacia el cielo. Dejé de rodar por un valle y surgieron, de repente, un par de rampas de las de cágate lorito. Todo esto ocurrió al paso por un pueblo, pero me vais a disculpar porque no me fijé cuál era. Bastante tenía para mí. Tenía que elaborar una estrategia ante lo desconocido.

Haceros cargo de mi situación. Año de pocos kilómetros, acababa de subir un coloso y no tenía ni idea de por dónde me iban a tirar los mandobles en La Cubilla. Planazo para el domingo.

Comencé a hacer algo que suelo hacer en estas situaciones. Hablar solo. Sí, amigos. Estoy como una teja, pero me da resultados.

"Vamos a ver, Daniel. ¿Qué piñón llevas metido, inútil? Vale. Llevas metido todo el metal. Pues ahora te jodes y bajas dos piñones y te pones en bielas. ¡AL CIELO CON ELLA!"

Y así lo hice. Parecía que las rampas se relajaban, pero no se veía descanso por la zona, así que me agarré a la cruz del manillar y busqué un ritmo constante.

Me empecé a entretener admirando el panorama. Era una locura. Estaba entrando en una zona que, sencillamente era espectacular. A mi derecha, vegetación cerrada. A mi izquierda, un corte de unos 100 metros de caída, pero aún había árboles, matorrales y demás familia.

Yo seguía avanzando y empecé a notar cómo las piernas me decían cosas. Lo que comenzaron a decir fueron calambres. Me dio un calambre en el cuádriceps de la pierna derecha que alucinas. 

Apreté los dientes y pensé en mis motivaciones. La Cubilla no iba a ser el puerto que me hiciese echar el pie a tierra. No sabía con quién estaba tratando este coloso. 

Pude ver un "15" escrito en el suelo. Entendí que eran los kilómetros que faltaban. "Y yo, ya con calambres", pensé. Eché la vista a lo más alto de la montaña. Pude ver una especie de camino. "No habrá que llegar hasta allí, ¿verdad?". Esto ya lo dije en alto. Un reflejo de lo que indudablemente era un coche, me confirmó lo peor. En efecto, había que llegar hasta allá y os aseguro que estaba alto y, sobre todo, lejos.

La batalla entre La Cubilla y yo comenzó a ser encarnizada. Los primeros calambres habían desaparecido, pero, como digo, eran los primeros, porque tendría más.

En un descanso, previo a un par de curvas de herradura, paré a sacar una foto. La verdad es que lo que tenía de duro este puerto, lo tenía de precioso.


Pradera, llena de flores de mil colores.

Sin detenerme nada como quien dice, proseguí el camino hasta lo que parecía ser el cielo. Los calambres volvieron a aparecer. Mis motivaciones tiraron de mí y pude superar esto nuevamente.

El paisaje, después de un par de curvas, comenzó a cambiar. Los árboles empezaros a dejar paso a las rocas. Un gran circo comenzó a mostrarse. Qué tremendas vistas. Y qué tremendo era ojear de vez en cuando el camino hasta la cima. Aún quedaba mucho y la señal de "10km para cima" no aparecía. La Cubilla empezaba a hacer guerra psicológica. Además de la paliza física, comenzaba a darme mandobles mentales. Ver la cima y ver también que no acaba de llegar, se hacía duro.

El porcentaje no parecía relajarse en ningún momento, más allá de algún kilómetro en lugar de al 7%, al 3%. El puerto era más duro de lo que yo me había creído. Además de largo, era duro. Así que tomé la decisión de meter casi todo el metal. Dejaría sólo un piñón por si había sorpresas.

Por fin, algo cambió. El terreno se me empezaba a hacer muy pestoso. Salvo excepciones, casi todo recto con porcentajes alegres. Apareció un desvío hasta un restaurante y la carretera hasta la cima, giró. Giró y el firme empeoró sustancialmente, pero al menos me dio la sensación de que estaba avanzando. La guerra psicológica que La Cubilla estaba ejerciendo era hacerte pensar que por más pedales que dieses, jamás llegarías a la cima. 

No me había percatado, pero lo cierto es que llevaba ya cosa de más de una hora subiendo y las fuerzas estaban ya justas. Volví a tirar de mis motivaciones y de una de las barritas, que devoré como un loco. Eso me dio a entender que estaba con el gancho puesto. También me di cuenta de que estaba seco. Nada de agua en el bidón, así que me la jugué y, de un chorro de agua que caía, abundante, de una grieta en la roca, llené el bote, casi en marcha. Al parecer, el agua estaba bien, porque no he ido al baño más de lo habitual en mí.

Ahora el paisaje era aún más grandioso. Nada de árboles. Nada de matorral. Sólo pastos y roca. 

Cuando todo parecía que jugaba en mi contra, detrás de una curva, apareció un compañero ciclista. Hoy no necesitaba conversación. Hoy necesitaba motivaciones y adelantarle se convirtió en mi objetivo para los siguientes metros. Lo conseguí y eso hizo que recuperase algo de fuerza.

"Algo", no significa necesariamente, "mucho", porque no os voy a engañar. Estaba fundido. No estaba apajarado, pero estaba realmente fundido. Lo que hacía que tirase del pellejo eran mis motivos y las ganas de derrotar a La Cubilla. Estaba siendo un duro rival a batir. Se lo estaba currando, la verdad, pero cuando alcé la vista al cielo, vi la cima realmente cerca por fin. Calculé que quedaban unos tres kilómetros.

En ese momento, decidí engranar el último de mis piñones. No tendría más opciones mecánicas. Ahora ya era una lucha a cara de perro entre el puerto y yo. Fuerza contra fuerza.

Por fin, giré a la derecha y ahí estaba la verja que separa Asturias de León. El éxito del fracaso. Y yo, al menos hoy, conseguí triunfar.


¡Victoria!
Vertiente leonesa de esta mole.

Tocaba bajar. Y mira que a mí me gusta bajar. ¡Pero me gusta muchísimo, oiga! Pero durante toda la subida, el pavimento me dio mal rollo. Además, tenía más tráfico del que pensaba. Sorprendentemente, La Cubilla es un puerto en el que para nada te sientes solo. Mucha gente haciendo rutas de montaña, ganaderos moviendo a las reses de un lado a otro, moteros, los propios ciclistas. Mucha gente. 

Y para bajar, una vez más pensé en mis motivaciones y en esta ocasión, ellas me dijeron que aflojase a la hora del descenso que podían pasar cosas y ninguna buena. De hecho, al poco tiempo de decidir ir tranquilo en el descenso, en una curva me encontré con demasiada gravilla, cosa que hizo que invadiese el otro carril, con tan buena suerte que un todo terreno venía de frente. Pero como mis motivaciones hicieron que frenase hacía un ratito, me dio tiempo a corregir la trayectoria y no estamparme como un mosquito. 

Se me hizo largo hasta el descenso, porque la verdad que la carretera está regulera para bajar. Demasiada grava suelta. Demasiado tráfico. 

Por fin, apareció un cartel que ponía, "CAMPOMANES". Qué ganas tenía de ver el dichoso cartel.

Había superado el reto. Había conseguido subir dos moles en mi actual estado de forma. Había pedaleado, empujado por mis motivaciones y había logrado un objetivo que, os aseguro, ha sido uno de los más exigentes de mi vida.

¡Lo logramos!