¡Hola a todo el mundo!
Mientras hago rodillo,
probablemente ya os lo habré contado algún día, suelo escuchar la
radio o algún podcast. Me gusta tener la mente pendiente de otras
cosas que no sean dar pedales sobre el potro de tortura. A mí me
funciona bastante bien. No obstante, a veces la cabeza no se me queda
quieta en el tema que se esté tratando en el programa de turno y
viaja a otro tiempo u otro lugar, cosa que me ocurrió ayer sin ir
más lejos.
Estaba escuchando un
programa de NBA en el que tocaban temas muy interesantes relacionados
con la música y jugadores de hace años y mientras tanto yo me
sorprendí pedaleando por el Concejo de Ponga, en Asturias. No me he
saltado el confinamiento, tranquilos. Sólo ocurrió que me puse a
rememorar una ruta tremenda en todos los sentidos que hice hace ya
tres o cuatro años.
Me pasa en muchas
ocasiones que rememoro rutas que he hecho. A veces lo hago sin darme
cuenta y otras lo fuerzo para relajarme en según qué circunstancia.
Normalmente suelo recordar las rutas más especiales las cuales
habitúan a ser las más duras que he tenido la suerte de
“disfrutar”. A la hora de diseñar etapas en plan “día
especial” tiendo a crear verdaderas idas de olla que sobre el papel
parecen una idea fantástica pero, claro está, luego hay que llevar
todo ello a la práctica y a veces cuesta.
Se me vienen a la cabeza
muchas y voy a empezar por, precisamente, la que se me instaló ayer
en la cabeza mientras hacía rodillo. Dejé el coche en Cangas de
Onís (este pueblo asturiano, al menos en mi caso, suele estar muy
relacionado con idas de olla ciclistas) y mi plan inicial, el cual
llevé a buen puerto y de ahí lo duro que fue ese día, era ir a
visitar Casielles pero, por qué hacer sólo eso, ¿verdad? Una vez
logrado el primer objetivo, subí el Collado Llómena, puerta de
acceso a Jurasic Park, o como lo llaman por allí, Concejo de Ponga.
Me metí en una guerra que estaba perdida de antemano, como fue subir
a Taranes, pero no al pueblo, si no hasta más arriba. ¿Terminó
aquí mi aventura? Claro que no, amigas y amigos. La guinda del
pastes fue ir hasta el mirador de Amieva con un kilómetro final para
quitarse el sombrero. Ese día ha sido uno de los que recuerdo con
más dureza de toda mi vida ciclista. Creo que fueron 80 kilómetros
y como 3500 metros de desnivel o algo así porque estoy hablando de
memoria.
Otra locura muy habitual
en mí es obcecarme en continuar una ruta cuando todo indica que has
de parar. Esto es algo muy recurrente en todos los aspectos de mi
vida porque tiendo a ser un poco cabezón. A veces te sale bien y
otras veces te sale mal, muy mal o terriblemente mal. La ruta que
reúne todo esto fue una en la que salía desde Cain, en el corazón
de los Picos de Europa leoneses (el sitio de mi recreo). Ya comencé
la jornada a pie cambiado porque lo más lógico si vives en León,
como es el caso del menda, sería dejar el coche en Riaño y, a
partir de ahí, hacer la ruta circular en uno o en otro sentido. Esta
ruta es subir Panderrueda, Pandetrave, bajar a Cain (muy bonito) y
subir de Cain (esto sí que es bonito-20%-) Salen como 90 kilómetros
con cierta dureza pero sin ser una locura total. Como decía, esa
etapa la comencé a pie cambiado porque aparqué el coche en Cain
directamente, que es el punto más alejado de León capital en lugar
de dejarlo el Riaño, bastante más cerca. El otro problema fue
cuando desde el minuto uno de la ruta escuché truenos y vi nubes
negras como la misma noche. Si a pesar de esto continuas con una
ruta, es cuando pasa a ser una ida de olla porque, en efecto, ese día
me cayó encima una tormenta de las de rayos, truenos Dolby Surround,
agua a tope y un largo etcétera de extras que hicieron de aquella
jornada un día inolvidable.
Otro día que tampoco se
me olvidará en tiempo ocurrió hace dos años, una buena mañana
saliendo de Cangas de Onís (sí, otra vez) en dirección a Casielles
(en efecto, también otra vez) pero en esta ocasión, tras subir
hasta el pueblo de las mil y una de curvas de herradura, opté por no
ir hasta Jurasic Park para decantarme por Coronar el puerto del
Pontón, bajarlo y rematar el día en Lagos de Covadonga. Así sobre
el papel, que como suele decirse, el papel lo aguanta todo, me
parecía una etapita de tres puertecitos muy accesible pero según
veía aumentar el número de kilómetros en el cuenta (por mucho que
sea GPS para mí siempre será el cuenta) empecé a alarmarme ya que
terminó siendo un etapón de 140 km con dos puertos de categoría
especial y uno de primera. Además de todo, había dicho en casa que
volvería sobre las 6 de la tarde. Creo que aparecí como a las 10 o
más, no recuerdo ya, aún trato de olvidar. Son cosas que pasan.
Otra heroica que se me
viene a la cabeza es medio reciente. Ocurrió el año pasado cuando
quince días o así antes de ir a los 10.000 del Soplao fui a subir
Pajares y La Cubilla. Ambos colosos asturianos me quedan cerca de
casa y suelo visitarlos a menudo y más si tengo cerca algún reto
concreto porque me sirven a modo de entrenamiento. Dejé el coche,
que se llama Klaus por si no os lo había dicho hasta ahora, en
Campomanes, otro pueblo asturiano recurrente en numerosas idas de
olla. En esta ocasión, desde la base de Pajares y a pesar de estar
en mayo, se intuían niebla, frío y casi seguro nieve, como así
confirmé a falta de 5 kilómetros para coronar el puerto pero una
vez más, mi cabezonería hizo que no me detuviese cuando el sentido
común decía todo lo contrario, con lo que finalmente coroné
Pajares como un muñeco de nieve, congelado y con pocas ganas de
bajar el puerto pero como todo lo que sube ha de bajar, allá me
lancé con la movilidad de las manos como las un Playmobil. Un
desastre. Lo que viene siendo un día de diez.
Son muchas las jornadas
“históricas” que se me pasan por la cabeza pero más son las
ganas de seguir escribiendo mi historia particular. La duda que me
surge es cuándo, aunque tengo que admitir que pocas cosas van a ser
más históricas que todo este periodo de confinamiento, con días y
días haciendo rodillo y días y días encerrados en casa. Cuando lo
miremos con perspectiva y no con asco vamos a alucinar con lo que
hemos conseguido.