miércoles, 29 de mayo de 2019

La Pequeña Americana revolucionará el mundo del ciclismo.


¡Hola a todo el mundo!

Hay veces que está muy bien tener otra visión de lo que hacemos a diario. Es como respirar aire fresco en medio de un día caluroso, que te hace sentir mucho mejor. En esto de la bici, todos tenemos nuestras costumbres muy arraigadas en la mayor parte de las ocasiones. Siempre llevamos el mismo tipo de comida en el maillot, en el mismo bolsillo, comemos en el mismo tramo o cosas así. Cada maestrillo tiene su librillo, podría decirse.

Pero a veces, llega alguien con ideas revolucionarias, como pudo ser el equipo Sky en el mundo profesional, que revolucionó según qué cosas y todos comenzaron a seguirles porque entendieron que sus movidas podían ser buenas.

Pues en mi micro mundo ciclista, mi particular equipo Sky revolucionario se llama María, es mi chica, ha comenzado a andar en bici de carretera desde hace un año y ya está generando sus propias técnicas, usos y costumbres. Os puedo asegurar que ha llegado a este deporte para revolucionarlo. Un día, hablando de esto en plena ruta, ella me dio permiso para que, llegado el caso, escribiese acerca del tema. Creo que es importante que la revolución se cuente desde dentro.

Son muchas e innumerables las cosas que María está cambiando en este deporte. Pasados los primeros meses en los que me preguntaba casi todo, ella fue conformando su personalidad ciclista, como no podía ser de otra manera. Y creo que el punto de inflexión sucedió el día en el que, después de ponerse el culote, maillot y de más, se puso por encima la bata de andar por casa para terminar de prepararse. Al principio me sorprendió y, tras un par de días, pues pregunté por esta pequeña revolución tecnológica. “Llevo la bata, sí, qué pasa”. Después de esto, no me costaría imaginar un mundo en el que, por ejemplo, todos los ciclistas profesionales, antes de iniciar la etapa, concediesen las entrevistas a los medios enfundados en sus batas de andar por casa, en este caso, y debido a la nueva tendencia, batas de Castelli, Etxeondo o cosas así. El mundo entero seguiríamos a los “pros”, pero María y yo sabríamos que todo comenzó en nuestra casa, aquel día preparándonos para ir a tomar el café a La Robla.

No os penséis que cuando salimos juntos es todo un pachangueo infame. María tiene hasta su perfil del Strava y día a día mejora. De los primeros días, de ritmo inconstante, hemos pasado a rutas cada vez más largas de ritmo, si bien tranquilo, continuado sin cesar. Pero en los comportamientos ciclistas María vio que había cosas que por qué no, podían ser sometidos a revisión y posibles cambios.

El ciclista, normalmente, ante el viento suele tener una actitud, digamos, disconforme. Qué duda cabe que María sigue esta corriente de pensamiento, por supuesto, pero la actitud cambia. Si por ejemplo, un ciclista tipo, suele pedalear, protestar y de más, en este caso la revolución de María es pararse, llorar, decir bien alto que está “hasta los cojones” y proseguir como si nada hubiese pasado. A mí al principio todo esto me alarmaba mucho. Pensaba que algo grave había pasado y me daba vuelta el estómago y el corazón, pero al ir dándome cuenta de que era otra rama de la revolución de María, me empecé a tranquilizar cada vez que sucedía algo así.

Qué bonito sería en el pelotón internacional, en la típica etapa por Albacete de La  Vuelta a España, un equipo empezase a provocar abanicos y los afectados, se parasen llorando, se cagasen en todo y continuasen como si nada hubiera pasado. ¿Os imagináis las declaraciones al llegar a meta de los protagonistas, enfundados en una bata Etxeondo? Sencillamente, revolucionario.

Por otro lado, me siento muy orgulloso al ver que hay cosas en las que María cree que tengo toda la razón. Y es que desde el primer día le enseñé que en toda ruta hay que parar a tomar café, a no ser que la prisa nos lo impida. Y qué bonito es entrar en algunos bares de pueblo y que ya sepan lo que tomamos antes incluso de que nos soltemos de las calas. Creo que soy una buena influencia para María.

Además, María es muy sincera y alguna que otra vez me da su opinión acerca de alguna decisión que yo tomo, como puede ser una ruta. Se nos ha dado recientemente el caso de salir dos días seguidos. La pobre María por tiempo no suele poder y cuando ocurre, pues no hay que forzar la maquinaria, ya sabéis, así que tomé la decisión de ir por una ruta del sur de León, esto es, plana como una sartén.

Mientras pedaleábamos después de tomar el café en ruta, yo vi que algo pasaba. Algo no le estaba cuadrando a María y le pregunté que qué tal le estaba resultando la ruta. Surgió la sinceridad y, si bien muchas veces otra gente podría edulcorar un poco la respuesta en plan, las rutas planas del sur son tranquilas, te permiten relajar piernas y mente o cosas así, María sentenció. En realidad dijo cosas que todos pensamos. “Por el llano, TOOOOODO PARA TI. Si hace calor toooodo para ti. Si hace viento, tooooodo para ti. Si hay polen, tooooodo para ti. Estoy hasta las narices del plano”.

Así que, sin duda, María es de carácter escalador. Y a parte de por esta opinión que tiene de las etapas llanas, lo sé por su posición en la bici al subir alguna cuesta. El primer día que la vi agarrarse a la parte más baja del manillar para subir, me quedé muerto. El espíritu del Pirata Pantani se había apoderado de ella, no cabía la menor duda. “¿Pero te resulta cómoda esa posición, cariño?” “Sí, sí. La que más” Me quedé muerto, oye.

Son tantas las pequeñas revoluciones que María hace cada día y tantos los descubrimientos que ella me comenta con ilusión. Aún recuerdo el día que me vino ilusionada diciendo que había visto en la tienda un culote que le gustaba, de una marca rara. Que tenía muy buena pinta. La marca rara era Etxeondo. Es boba, ¿eh? Pero no le ha pasado sólo con esa. El otro día descubrió Castelli y poco después, Rapha. Nos vamos a arruinar, pero siempre con las mejores calidades.

Pero lo más bonito de todo fue ver que ella le puso nombre a su bicicleta y la bautizó como “La Pequeña Americana”. Y ahí vamos los cuatro. María, La Pequeña Americana, La Americana y yo, siempre dispuestos a descubrir cosas nuevas y a revolucionar el mundo del ciclismo para siempre. Sólo os digo que María dice que en dos años se viene al Soplao conmigo. Que se preparen en Cantabria.

viernes, 24 de mayo de 2019

Tesoros del Cicloturismo. Llano De Las Ovejas


¡Hola a todo el mundo!

Hacía tiempo que no escribía acerca de algún puerto digno de ser incluido dentro de esa sección que decidí llamar TESOROS DEL CICLOTURISMO, pero es que acabo de hacer una ruta en la que uno de los puertos merece entrar por todo lo alto en esa sección. Y nunca mejor dicho “por todo lo alto” porque el puerto que nos ocupa sube hasta casi los 2000 metros de altitud, concretamente hasta los 1953 metros, y para llegar a su cima hay que superar 1436 metros de desnivel. A todos estos impresionantes datos hay que sumarle la longitud. 33 kilómetros desde el principio hasta el final.

Si a estos números no les ponemos nombre, rápidamente nuestras cabezas comienzan a viajar. Se van a Pirineos, Alpes, Dolomitas, Austria, Suiza o algún lugar de relumbrón y postín, pero si digo que el puerto está en España, más en concreto en la Provincia de León y para afinar más digo que separa El Bierzo de La Cabrera ya es cuando tenéis que tirar de mapas y buscar un poco más a fondo.

Os voy a facilitar la tarea. Su nombre es Llano De Las Ovejas, que es una extensión de Los Portillinos que, a su vez, es una prolongación de, y este ya os va a sonar, El Morredero.

Es una subida que siempre he tenido en mente. De esas cosas pendientes y que sabes que vas a acabar haciendo, pero nunca encuentras el momento. La oportunidad se presentó al no poder ir a Asturias por el mal tiempo y en búsqueda de una alternativa, el compañero de ruta propuso ir hasta Ponferrada, punto de partida del coloso.

Para empezar, os voy a ser tremendamente sincero. El paisaje de este puerto a mí no me resulta atractivo. Montañas cubiertas de brezo, escobas y piornos. No hay rocas, no hay picos, no hay árboles. Lo que sobre todo no hay es capacidad de distracción. Tampoco te permite ir mentalizándote para la dura ascensión que te propone este monstruo gigante.

Un poco de callejeo por Ponferrada, localizas el desvío, sales de un pueblo y llega el primer sartenazo. El gigante ya te acaba de tragar, metiéndote en su mundo de arbustos, enormes valles, montañas infinitamente redondeadas que se encadenan unas con otras hasta donde te permiten mirar y hasta donde te puedas imaginar.

No sé en qué momento ocurre pero cuando te quieres dar cuenta, llevas tres cuartos de hora de esfuerzo y aún no has llegado a la mitad de la cacería del gigante. Como todos, él se resiste. Rampas de más del 10%. Estas trampas aparecen por toda la subida. Unas por aquí, otras por allá, pero eres consciente de que la batalla va a ser dura, aunque esta no es su principal arma.

Su principal defensa es lo infinita de la misma. Una pedalada tras otra avanzas por la carretera. Por la carretera solitaria. Igual de solitario que todo el paisaje. Empiezas a sentirte igual de pequeño que cualquiera de los lagartos que ni se inmutan al verte pasar. Te metes tan en ti mismo que no eres muy consciente de lo que pasa a tu alrededor. Si no llegas lo suficientemente preparado para doblegar al gigante, estoy seguro que en un pequeño momento de debilidad, no te costaría ningún esfuerzo echar pie a tierra. Nadie lo sabría. Nadie hay en kilómetros a la redonda. Estáis solos tú y el monstruo.

Pero si llegas bien puedes escapar del embrujo. Bajas un piñón, te pones en bielas y le mandas un mensaje. “¿Acaso no sabes quién soy yo? ¿No has hablado con otros gigantes? Todos cayeron”. Y este caerá, claro que sí.

La carretera bordea la montaña sin ninguna interrupción hasta que ves unas curvas de herradura. Es la primera distracción que encuentras después de varios kilómetros. Bajo otro piñón y vuelvo a mandarle el mismo mensaje. “¡Vas a caer, gigante!”

Y llegas allí en donde muchos dan la vuelta, satisfechos, sin saber que no es más que otra de las trampas del monstruo gigante. El Puerto del Morredero. Pero yo sólo quería mostrarle mis respetos y pedirle permiso para pasar a por lo que había venido. Aún faltaban muchos kilómetros para mi verdadera misión allí.


Me permitió el paso y me dio un par de kilómetros tranquilos en los que has de estudiar la situación. El paisaje es exactamente igual que antes, pero lo ves todo desde otro punto de vista. Te da la sensación de que llevas toda una vida subiendo este puerto y comienzas a sentirte como en casa. Ya casi ni te acuerdas de qué estabas haciendo hace una hora y pico, pero seguramente sea sufrir en alguna dura rampa. Después de algún que otro pensamiento un tanto confuso, puede que por la falta de oxígeno inherente a los 1800 metros de altitud por los que vas rodando, notas que algo pasa. Hay cambios.

El monstruo te presenta ahora, después de tantos kilómetros subidos, de tanto rato pedaleando por lo que parece la misma rampa, un cambio de panorama. Parece ser que empieza a inquietarle el hecho de que te acerques a la cima. Parece ser que empieza a pensar que va a caer igual que cayeron otros tantos antes que él.

La montaña ahora está más descarnada. Sigue igual de solitaria o quizás más, pero ahora está rota. Y roto es como te deja la última gran rampa antes de llegar a Los Portillinos, donde muchos pueden pensar que está el final, pero el monstruo gigante es muy viejo y muy astuto. Es otra trampa igual que la de antes, allá abajo, en El Morredero. Para llegar al final hay que hacer un último esfuerzo, más mental que físico, que es rodar por los 6 kilómetros de sube baja que nos restan para llegar a Llano De Las Ovejas.


Avanzas sin referencias. Ya no hay montañas a tu alrededor. Todas ellas quedaron más abajo porque tú estás a casi 2000 metros y sólo unos privilegiados llegan hasta aquí. Das pedales sin saber dónde está el final. El monstruo no tiene cartel porque no quiere verse doblegado por nada ni nadie.

Los que hemos sido capaces de llegar a vencernos a nosotros mismos y hemos logrado no caer en las trampas del monstruo, hemos hecho un pacto con él.  No nos entrega el trofeo del cartel con su nombre, pero nos da la satisfacción de haber logrado alcanzar una cima tremenda, de esas que muy pocas veces llegas a coronar.


Tú sabes que el monstruo gigante ha caído igual que cayeron otros antes que él, pero habéis llegado a un acuerdo. Un acuerdo que otro puñado de valientes conocen también. Los valientes sabemos que el monstruo, además de gigante, es indomable y su ascensión no se nos va a olvidar así como así. Es una ascensión irrepetible. Una de esas satisfacciones que vas a llevar por siempre dentro de ti. Ese es el premio que te da el monstruo gigante.

viernes, 17 de mayo de 2019

Gallináceos. Hoy en Panderrueda y Pandetrave.


¡Hola a todo el mundo!

Pues el día llegó y nos fuimos a subir un par de puertitos, como debe de ser. Y los elegidos fueron Panderrueda y Pandetrave, esta vez aquí en casa, nada de irse a Asturias. Y es que estos dos puertos se encuentran situados en Picos de Europa, en la parte leonesa del Parque Nacional, y no creo que me confunda si digo que será de las 10 rutas más impresionantes que se pueden hacer por toda España.

Más allá de lo impresionante de los paisajes, la etapa que nos habíamos marcado el bueno de Adrián, que fue quien la escogió, y yo, se adentraría en lo más hondo de la carretera de Picos de Europa por León. Llegaríamos hasta Caín para después subir hasta el puertarraco de Pandetrave. Y digo bien puertarraco porque desde Caín hasta la cima del puerto hay 18 kilómetros y 1200 metros de desnivel, cosa que, no sé vosotros, pero yo no lo subo todos los días (por desgracia)

Pero la ruta no iba a ser en plan estopa pura y en plan watios y medias y Koms y mierdas de esas. La ruta se trataba de otra cosa. Se trataba más de pincho de tortilla, de un par de paradas para tomar algo, de sácame tú ahora una foto, de hazme mejor tú un vídeo que voy a salir guapísimo.



Y es que no podía ser de otra forma, habida cuenta que Adrián nunca había rodado por esos territorios ciclistas. Y qué pena no disfrutar de todo eso por el mero hecho de acabar fundidos y hechos caldo, la verdad. Ya quedaremos otro día para eso, maldita sea, pero esa jornada se merecía ser paladeada como se merecen las grandes ocasiones. Menuda mierda, porque me estoy haciendo mayor y cada vez paladeo más las cosas. De mierda nada, que cada día disfruto más del ciclismo. Si intentáis decir “paladeo” muy rápido, igual vomitas o algo….y hasta aquí mis pensamientos en voz alta.

Tuvimos suerte porque el día resultó espectacular. Solazo, casi por momentos calor (para Adrián, vaya, porque por mí, que atice el sol 40 grados) ni gota de viento molesto y, dado que fuimos entre semana, poquísimo tráfico. ¡Día de diez!

Salimos poco a poco, aunque veía que el bueno de Adrián iba con un pedaleo muy entusiasta. No pasa nada porque desde Riaño, que fue nuestro punto de salida, hasta el puerto de Panderrueda, no hay muchos kilómetros y eso templaría los ánimos. Por el lado que lo subiríamos no tiene nada de dificultad, pero es cuesta arriba, qué duda cabe.

Lo bueno que tiene Panderrueda por esta vertiente es que lo que no tiene de puertarraco lo tiene, cuando llegas a la cima, de impresionante. Se te presentan de repente los Picos de Europa en todo su esplendor y, con el día que tuvimos, fue una maravilla para los sentidos. Adrián flipó bastante, que yo lo sé. Alucino yo cada vez que voy y lo he hecho muchas veces, así que con mayor motivo si es tu primera vez en bici. Porque si vienes en coche y lo vez, bueno, pues no te sabe igual de bien. En bici es como la recompensa a un trabajo bien hecho.




Es lo mismo que los descensos de un puerto. Merecida recompensa a una buena subida pero, cuidado. Siempre hay que tomar precauciones. “Pasa tú delante, que lo conoces mejor”. Pues ahí iba yo, descendiendo Panderrueda, camino de Posada de Valdeón, que por aquí sí que es un señor puerto. Sin embargo, yo no hacía más que pensar en otra bajada.

La bajada a Caín sí que es bonita. Sobre todo porque no haces más que pensar en lo mucho y muy duro que tienes que subir minutos después. “Yo no me rindo”, me decía Adrián. Y es que esa es la actitud, leñe. Se puede subir más rápido o menos, pero la idea es no desfallecer, no rendirse, saber que después de esa pedalada que te parecía imposible dar, viene la siguiente y luego otra más y que nada ni nadie te va a impedir darlas. Un puerto se sube por fuerza, sí. Pero gran parte de las ascensiones que yo he subido en mi vida lo he hecho por actitud o, dicho de otra manera, por “güevos”. No hay otra manera.

Yo sabía que Adrián no tendría ningún problema porque tiene esa actitud de la que hablo, pero la subida de Caín también tiene otras cosas, como son rampas del 20%. Una gran piedra de toque para Adrián. Si superaba eso, ya le tendría en mis redes. Volvería a apuntarse a alguna de mis idas de olla. Y tengo que decirte por si lees esto, querido Adrián, que esta etapa es en las que menos se me va la mano a mí, pero tranquilo que ya verás verdaderas idas de olla. De las que cuando llegas al coche piensas…”cómo se me ha ido la mano con este asunto”, pero no voy a descubrir mis cartas al inicio de la partida, que nos quedan muchas manos (pero qué digo, si no sé jugar a las cartas…)

Lo bueno de las rampas infernales de Caín es que como te ves envuelto en un entorno tan precioso, no te enteras muy bien de lo que vas subiendo. En la zona del mirador del Tombo, con rampas muy “Angliruliescas”, vas mirando a un lado y a otro y tu cabeza tiene que procesar muy mucho los paisajes que hay por ahí, porque son increíbles. Esto hace que no te fijes todo el rato en las rampas de locos que vas pasando, porque os aseguro que son tremendas.



Pero todo lo que comienza tiende a finalizar en algún momento y como verdaderos héroes, llegamos a Posada de Valdeón. Bien nos merecíamos tomar algo en algún bar, ¿no? Teníamos que reponer un poco, llenar el bote y afrontar la segunda parte de Pandetrave, que es la que más se asemeja al típico puerto, de pillar un ritmo, el que sea, y hasta arriba. Fue en ese momento en el que tuvimos que decidir si incorporar una sorpresilla a la ruta.

Porque, en efecto y como a mí me enseñó el maestro Vega, toda ruta ha de tener una sorpresa. De esas que acaban con las pocas fuerzas que te quedan. De esas que convierten un día perfecto en un perfecto infierno. Manu aún recuerda la sorpresa que nos metió precisamente Vega en medio de Tarna. Un desvío inesperado de unos pocos kilómetros en los que el CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN dejó el pellejo. También a mí me siguen recordando de vez en cuando aquella subida sorpresa que les metí a los gallos del club entre el Puerto de Somiedo y el de San Lorenzo. La subida a Las Viñas que pasa por ser uno de los kilómetros más duros de toda Asturias, pero si está ahí, ¡por el amor de Dios!, hay que subirlo, ¿no?

Pero era la primera vez que venía Adrián conmigo y no me quiero quedar sin amigos. Debía de ser prudente en el castigo así que abortábamos plan sorpresa, que no era otra cosa más que subir el puerto del Pando. Pero bueno, un puerto arribo o abajo, ¡qué más dará! Lo dicho…que no quiero quedarme sin amigos, pero para la próxima no le libra de una sorpresa ni Rita.



De Pandetrave hasta Riaño tuvimos que lidiar, por un lado con un viento un poco puñetero en contra y, por otro, con la carretera, que está en un estado lamentable. La gente que vive por esas tierras, entre los que se incluyen bastantes familiares míos (la Tierra de La Reina a topeeee) se merece una carretera por la que no se tengan que jugar la vida.

La llegada a nuestra particular meta fue triunfal, con una sana recuperación post etapa que incluía bocata grande como un templo y helado porque yo puedo pasar sin el bocata pero una ruta de puertos, sin helado, no es ruta. Sería “jornada inválida”.

La jornada fue formidable desde todos los puntos de vista. Tiempo estupendo, no hubo percances y Adrián quedó con ganas de más, así que misión cumplida. La cabeza ya me está echando humo para idear la siguiente ruta en la que, aviso a navegantes, habrá sorpresas.

martes, 14 de mayo de 2019

Y el gallo ha elegido. Veneno puro.


¡Hola a todo el mundo!

A mí cuando me tiran un órdago, yo que no sé jugar a las cartas, pues algo se me enciende y empiezo a querer hacer cosas de bici, que es de lo que sé algo y sobre lo que versaba el órdago que me tiraron. Me explico.

En el curro, en el que tengo un horario un tanto especial lo cual me permite darle duro al pedal, pero no sólo yo si no también otros compañeros, hay un grupo de colegas que también andan en bici y de vez en cuando comentamos la jugada. Que si a dónde fuiste el otro día, que si eres un gallo, que si tú también, que si cómo no te apuntas a esta ruta o a esta otra, que si el miércoles voy a subir puertos, que si me apunto…etc.

¡Pues el caso es que este miércoles voy a ir a subir alguna cosilla y que se ha apuntado uno de los gallináceos del trabajo! Así que había que ofrecer un buen plan. No sólo había que ofrecer un buen plan, si no que había que dar la posibilidad de que el plan lo pusiesen otros, maldita sea. Esto a mí me ofrecía la posibilidad de lavarme las manos en caso de que la dureza de la ruta se nos fuese de las manos cosa que, dicho sea de paso, suele pasar.

Aunque tengo que decir, por si resulta que el compañero lee esto, que si bien estas rutas, llamémosles especiales, suelen ser duras, también suelen ser divertidas y nunca se deja en la cuneta a nadie, cosa que puede pasar debido a la ruta que ha escogido el gallo.

Yo le ofrecí varias opciones. Que si Cobertoria, que si La Cubilla, que si Cotobello, que si San Isidro. Otra de las opciones estaba envenenada. Una ruta por León, que así a priori parece un idílico paseo en bici. En efecto lo es, pero si hay que bajar a Caín y, por supuesto, subir de nuevo, entonces la cosa ya cambia bastante. Además, a mí me enseñaron que si se organiza una ruta, alguna sorpresa hay que introducir y, por supuesto, hay sorpresa y hasta ahí puedo leer.

Así que, a partir del miércoles, esperad otra entrada con las conclusiones del formidable día que se nos viene encima porque, si una cosa puedo asegurar es que va a ser un día cojonudo.

miércoles, 8 de mayo de 2019

Un día cualquiera en Pajares y La Cubilla


¡Hola a todo el mundo!

El otro día, saqué un poco de tiempo, después de un mes de abril complicado, lleno de cosas que hacer y, por fin, fui a subir puertos, que es lo que más me gusta a mí, por cierto. Sé que la última vez hablé aquí de una ida de olla buena, buena, como es subir en la misma sesión de exorcismo, las tres vertientes de Cobertoria, con la guinda final del Gamoniteiro. Si bien es algo que tengo intención de hacer este año, en el primer día de puertos me apetecía hacer algo más clásico.

Así que subí a La Americana en Klaus y nos piramos a Campomanes para ascender Pajares en primer término y, para culminar la jornada, La Cubilla que este año se sube en La Vuelta a España. Qué pena que los profesionales no vayan a poder disfrutar del espectáculo que es este puerto, ¡pero sí toda España! Cómo se va a poner la subida, ya lo verás.

Nada más que enfilé la carretera vi que había nubes sobre las montañas que separan Asturias de León. Y maldita la suerte, porque los días anteriores había hecho unos días estupendos, ¡rediós! No iba a haber sorpresas porque para llegar a Campomanes tendría que bajar Pajares, mi primer coloso del día. Y cuando llegué a la cima de dicho mito del ciclismo… ¿dónde estaba la cima? Niebla. ¡NIEBLA MEONA! Y lo único que se podía ver era un termómetro digital que indicaba unos escalofriantes tres grados.

Y yo, que soy un adorador del calor, pues me dio vueltas la cabeza. Sobre todo cuando empecé a pensar en que había preparado la ropa, no absolutamente veraniega, pero sólo un poco más. Ni chaqueta, ni maillot de entretiempo, ni unas tristes perneras, ni unos necesarios guantes con los dedos largos, ni nada de eso.

Pero soy un tío duro (a veces hay que tirarse un poco el moco, leñe) y nada me impidió, después de un café, comenzar la ascensión.

Pajares, a pesar de lo que se pueda pensar debido a la carretera nacional que lo atraviesa, en mi opinión no te genera excesivos problemas si se tiene cuidado. Evidentemente tienes que ir bien pegado a la derecha, no es como otros puertos, absolutamente olvidados por el tráfico, en los que vas más relajado. Pero si se escoge bien la fecha, sin esquiadores ni playeros, es un puerto chulo de subir.

Sabía que los últimos dos kilómetros me reservaban niebla, agua y frío por un tubo, así que pensé que lo mejor sería desfrutar el momento. Subiría tranquilo, nada de achuchones, que era el primer puerto serio del año. Pero es que cuando llegué a esos dos kilómetros del final, fue ahí donde me puse en bielas y apreté. De alguna manera tenía que quitar el frío. Además, para quien no conozca Pajares, ese par de kilómetros son los que hacen de Pajares un puerto pata negra. Unas rampinas del 15% y del 17% hacen que no se te olvide la ascensión.

Pero es que a mí, ese día lo que no se me iba a olvidar era la bajada. Piso absolutamente mojado, visibilidad de creo que no exagero si digo que de 20 metros y un frío, insisto con esto, que se te metía por todos los lados y especialmente en las manos. Había que parar en el bar ese de la curva, en cuanto se acabó la niebla, porque yo ya no podía ni frenar. Tenía las manos como un Playmobil.

-          “Buenos dis” No está bueno por ahí riba, eh, nin!!”

Eso fue lo que me dijo el chigrero y no le faltaba razón. Cómo me vería que no le pedí un café con leche y ya me lo estaba poniendo él. ¡Menudo gallo que está hecho! Pero yo, que soy un tío duro (y vuelvo a tirarme un poco el moco) continué con la bajada, ya un poco mejor, y llegué a Campomanes de nuevo, esta vez, con rumbo a La Cubilla.

Este gigante asturiano, se sube bien, pero no hay que tomárselo a broma. Era mi tercera vez y yo tenía la lección aprendida. Los primeros ocho kilómetros de los veintiocho con los que cuenta, te pueden condicionar toda la ascensión, porque no son nada del otro mundo y, si estás un poco bien de forma, metes el plato grande y te puedes calentar en menos de nada. Y luego vienen los lloros, porque La Cubilla en su segunda parte, creo que no baje del 5%. Está claro que no es L’Angliru, pero no es un paseo por el parque y menos aún si al principio te has dejado unas fuerzas muy necesarias.

Pero sería muy triste desaprovechar la posibilidad de disfrutar de un espectáculo como es La Cubilla, por intentar hacer un gran tiempo de ascensión. ¡Yo qué sé! Esa es mi manera de entender este negocio. Ya hay otros muchos momentos en los que atizarle bien al pedal, ¿no?

Durante la subida pude disfrutar de unos veinte venados corriendo como locos por el monte, unos buitres sobrevolándome a menos de cincuenta metros, las Ubiñas medio nevadas y, por supuesto, un paisaje absolutamente alpino, indescriptiblemente avasallador que te hace sentir por momentos como una hormiga.

Si además le sumas a todo esto, que no me crucé con ningún coche durante al menos tres cuartos de hora, todo esto hace que subir hasta allí arriba sea un verdadero paraíso cicloturista. Como para agarrarme a la parte baja del manillar y hacer el bobo.

Una vez que consigues alcanzar los objetivos que te habías propuesto para un día de puertos y has disfrutado de lo lindo, ya no te acuerdas ni del frío, ni del agua, ni de la niebla, ni de nada de todo eso. Sólo te crees Gino Bartali ganando el Giro, Perico ganando La Vuelta del 85 o Carlos Sastre ganando el Tour de Francia. Ese día fue uno de esos días por los que amo la bicicleta.