jueves, 20 de diciembre de 2018

Mi lista de regalos para estas Navidades.


¡Hola a todo el mundo!

Estamos entrando en unas fechas en las que, entre otras cosas, solemos hacernos regalos y de más. Si entre las personas a las que tenéis que regalar hay algún ciclista os aseguro que es súper fácil hacernos un regalo que nos encaje a nada que nos prestéis un mínimo de atención entre ruta y ruta.

Espero que mi gente vaya a leer esta entrada porque hoy trata acerca de lo que quiero yo que me regalen. Ya no digo ellos. Me da lo mismo quién lo haga. Son cosas fáciles de regalar, de verdad que sí. Cualquier fiel lector generoso puede agasajarme con cualquiera de estas cosillas.

Por ejemplo, así lo que se me ocurre de primeras. Quiero ganar la Etapa 16 de La Vuelta a España de este año nuevo, 2019. Y lo quiero hacer dando una exhibición de altura. Quiero atacar nada más empezar a subir La Cobertoria. Según se ve esa curva a la izquierda en la que comienza la subida, dar a todos los gallos un estacazo del demonio. Coronar con dos minutos, hacer la bajada hasta Pola como un loco y comenzar la subida a La Cubilla con tres minutos de ventaja. Subir el coloso a plato y, justo antes de cruzar la meta, bajarme de la bici y cruzarla a pie.

Así para empezar mi lista de regalos, yo creo que tampoco es tan complicado, no sé. Porque ahora que lo pienso, el segundo regalo puede que sea algo más rebuscado.

Quiero que en todas las rutas que hagamos los héroes del CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN, cuando levantemos la mano, aparezca de la nada un coche de equipo, por supuesto, personalizado con los colores de ASFALTO, y nos de barritas, geles, agua, instrucciones, soporte técnico y toda la parafernalia. Y que también nos cambien la bici si notamos alguna cosa rara, como puede ser en nuestro caso, que la bici tenga seis años o detalles de esos.

El tercer regalo que, si tenéis a bien, podéis regalarme, sería, por ejemplo, tener las patas de Alejandro Valverde, que son incombustibles, ganan del orden de diez etapas del máximo nivel al año y que, si te descuidas, te impulsan a colgarte el oro en un campeonato del mundo con treinta y ocho castañas. Además, también mola porque se te puede partir un hueso y que todo el mundo piense que te vas a tener que retirar y, no conforme con no hacerlo, lo que haces es volver más fuerte que nunca.

Yo creo que son unos regalines bastante fáciles de conseguir, no sé cómo lo veréis vosotros. Tengo muchas más ideas de regalo, la verdad pero me las voy a guardar para cuando cumpla años o cosas así, a ver si os estiráis.

A parte de contaros lo que quiero que me traigan los Reyes o Papá Noel, también aprovecho para felicitaros la Navidad, el año y todos esos rollos. Muchas gracias por leerme de nuevo después del parón que tuve, compañeros y compañeras. A ver si en 2019 nos respetan las lesiones y nos vemos en la carretera, ¿vale?

jueves, 29 de noviembre de 2018

El mundo del BTT y yo.


¡Hola a todo el mundo!

Para muchos, la temporada de btt nunca acaba, pero para mí, que soy un carretero de pura cepa, la temporada de bici de monte empieza más o menos por estas fechas, coincidiendo con algunas marchas que se hacen por aquí y a las que me suelo apuntar, con lo que para no despeñarme por cualquier terraplén, procuro salir a entrenar algo con la bici de montaña.

Y la verdad es que si me paro a analizar lo que es ese mundillo del btt, pues a priori no puedo decir otra cosa más que está muy bien. ¿Qué puede salir mal si mezclas una bici, campo, subidas, paisaje, aire libre y cosas de esas? Pues en principio nada malo, desde luego.

Pero vuelvo a recordar que soy un carretero de corazón y espíritu y tengo muchísimos sentimientos encontrados con la bici gorda.

Para empezar, la bici es muy gorda. Es una evidencia, sí, pero para mí, además también es un problema. Como a mí lo que me mola es la ligereza de la bici de carretera, el fácil rodar y todas esas mandangas, pues “pujar” por ese mastodonte mío de 29 pulgadas, con todos esos tacos que se aferran al suelo embarrado y de más, se me hace “pesao”, “pesao”.

Otra de mis taras con la btt. Las caídas. Me da la sensación de que, a diferencia de la bici de carretera, en la que, a grandes rasgos, te subes, das pedales y comienzas a pensar en tus movidas, en la bicicleta de montaña, a cada metro tienes que luchar por tu supervivencia, intentando evitar que si esa piedra, que si ese charco, que si cuidado con esa rodera, que si cuidado con la bajada y un largo etcétera. No son pocos los castañazos que me he “endiñao” a cuenta de algún obstáculo de esos. Y, ¿sabéis qué es lo peor de todo? Que en los lugares complicados no me suelo escoñar. Me meto los guarrazos, por ejemplo, en pleno carril bici, donde unos chicos fueron a ver qué tal estaba y me trataron de usted….”¿Se encuentra bien?”…eso me dolió más que la caída.

Y hablando de caídas, resulta que prefiero caerme con la bici de carretera que con la de monte. Con la flaca he llegado a partir el casco en una ocasión. En realidad, tampoco es que me haya caído muchas veces con la de carretera (creo que tres o así), pero aparte de las abrasiones del asfalto y algún golpe fuerte que casi me rompe la clavícula, poca cosa más. Sin embargo, con la de monte, como casi siempre caigo en parado, pues me hago daño, joder.

Tampoco llevo muy bien la cantidad de mierda que atropas siempre que sales al monte. Sé que hay diferentes sitios por los que ir y poder escapar del barro, pero si el terreno está embarrado, da igual que sea más o menos arcilloso el suelo. Te llenas de mugre y punto. En verano es más limpio, claro, pero es que yo en verano me entrego por completo a la de carretera, entonces…

Ya veis que le tengo un cariño extraordinario a la bicicleta de montaña, ¿verdad? Pero bueno, tendré que sacarla a pasear estos meses fríos y oscuros, porque voy a destacar algo bueno, venga, que si no los beteteros se me van a echar encima.

Los días de viento y que están un poco marranos para salir con la de carretera, un buen método para escapar de esas condiciones es refugiarte en un bosque con la bici de monte. Eso no está nada mal, mira.

También está guay el hecho de que con la de monte, despejas un poco la mente de tantos meses de carretera. Sigues entrenando algo y recargas pilas. Eso también está estupendo, mira.

Bueno, y seguro que hay un montón de cosas fantásticas dentro del mundo “pisapraos”, seguro que sí, pero es que a mí me cuesta encontrarlas. Y mira que lo he intentado, eh.

Hace un par de años o más bien tres, a penas toqué la bicicleta de carretera por falta de tiempo y la que cogía era la de monte porque me daba la sensación de que me quitaba menos horas. Hice un montón de rutas, pero no le acabé de sacar el gustillo. Sobre todo cuando me hice fijo en la consulta del fisio al estar absolutamente descolocado debido a los castañazos que me endiñaba. Pero como yo no soy de los que se achican y dicen “como me caigo, pues dejo de salir” pues hice lo contrario. Salir más aún. Me caía menos, pero más fuerte, en fin, yo qué sé.

En resumen. Que a mí lo que más me gusta es la bicicleta de carretera como creo que he dejado sobradamente explicado en esta entrada que va a encantar a los amantes del btt. Un saludo a todos ellos.

jueves, 22 de noviembre de 2018

La Cubilla, por fin, en La Vuelta a España.


¡Hola a todo el mundo!

Pues parece que el gran momento ha llegado. Por lo que leo en las redes y en algunos perfiles que me ofrecen cierta credibilidad, a falta de confirmación oficial, eso sí, parece ser que La Cubilla será final de etapa en la próxima edición de La Vuelta Ciclista a España.

Y es un gran momento para todos aquellos que hemos subido alguna vez este puerto. Si no lo has ascendido nunca entiendo que no comprendas muy bien el por qué de tanto revuelo. Lo mejor que se puede hacer en un caso así es ir a subirlo y descubriréis que La Cubilla es una de las ascensiones más preciosas que hay, por supuesto en España y me atrevería a decir que en Europa. Desde luego estará entre las diez más bonitas del viejo continente.

Yo lo he subido tres veces (me parece) y cada vez que vas sigue siendo igual de bonito. Es más. Cuantas más veces acudes a la llamada de La Cubilla, más lo disfrutas porque entiendes que es algo único. No hay año que no piense en ir hasta allá, pero algunos años, cuando no es por una cosa es por otra, se frustra la aventura pero este año, que si tenemos suerte asfaltarán la carretera, es obligada la visita.

No es excesivamente exigente si vas de tranqui, claro. No tiene kilómetros y kilómetros a porcentajes imposibles. Lo que sí es, es largo, pero en este caso se te hace corto ya que tiene tanto que ver…

Yo siempre apuesto por subir este magnífico puerto a primeros de año. Que se me entienda. A primeros del año ciclista, esto es, abril o mayo. Y lo suelo combinar con alguno de sus duros vecinos, ya sea Cobertoria o Pajares. Sobre todo, me gusta juntarlo con Pajares porque la época es idónea. Suele estar cerrada la Estación de Esquí y no hace tiempo como para ir a la playa. La conclusión de ambos factores es que no hay demasiado tráfico en el puerto y se sube sin problemas ni agobios.

En cualquier caso, combinando cualquier puerto junto con La Cubilla, salen unos noventa kilómetros y, ante todo, una ruta para recordar durante mucho tiempo. La zona es inigualable e, insisto, La Cubilla, es uno de los puertos más formidables que se pueden subir.

En resumen. Que estamos de enhorabuena con la posible inclusión de esta maravilla en el recorrido de La Vuelta y sólo puedo recomendaros que vayáis a subirlo en cuanto podáis. ¡Venga, ánimo!

martes, 20 de noviembre de 2018

Paciencia y rodillo.


¡Hola a todo el mundo!

Vuelves a los entrenamientos, vuelves a tu rutina, vuelves a sentir todas esas cosas fantásticas que te da la bicicleta y, a la vez, León vuelve a estar rodeado de borrascas. Perfecto…

Así que no va a quedar otra más que desempolvar ese amigo invernal, ese aparato tan maravilloso que llamamos rodillo. Menuda manía que le tengo, maldita sea. Pocas cosas hay que me den más asquete en el mundo de la bici, oye. Está a la altura de un día de viento en contra.

Sin embargo, qué duda cabe que nos ayuda a sobrellevar estos días de agua y frío en los que salir a entrenar es cosas de héroes, locos o de los dos a la vez. A mí, si me pilla el agua en plena ruta, me da un poco igual, pero si ya está lloviendo antes de salir, como que no.

La verdad es que esto del ciclismo “indoor” ha cambiado bastante. Ya casi no se ven los rodillos que suelen usar los ciclistas de pista, los que mueven ambas ruedas de la bici. Yo nunca he probado ese sistema y tengo ganas, la verdad. Lo que yo uso es el típico en el que sólo mueves la rueda trasera con más o menos resistencia, pero sin software asociado. Lo único tecnológico que tiene mi sistema es la música que escucho mientras me subo al potro de tortura.

Para mí, hacer una hora de rodillo es toda una proeza. Me genera un hastío que no se puede aguantar, pero reconozco que viene bien. Si lo combinas con algún que otro ejercicio, mantienes bastante bien el todo. Si, además, no te vuelves loco, el entrenamiento es excepcional.

Así que ya tengo plan para esta tarde. Dar pedales en parado mientras pienso a dónde voy el próximo día que haga bueno. La predicción es que ese día llegará ya el año que viene. Menudo tiempín nos espera los próximos días, ¡válgame Dios!

Paciencia y rodillo, compañeros.

jueves, 15 de noviembre de 2018

La ingrata vuelta a la actividad.


¡Hola a todo el mundo!

Si lleváis algún tiempo andando en bici, y me refiero a algún que otro año, sabréis de sobra lo ingrata que a veces es la bicicleta. Cómo nos maltrata, la dichosa bici, en cuanto no la coges quince días. Es como que te dice…”así que esas tenías, ¿eh? ¡Te vas a enterar, maldito ciclista!”

En esas ando yo ahora mismo, que después de quince días de descanso o, como yo lo llamo, desentrenamiento, he retomado la actividad ciclista y, tras dos días en los que puede que haya apretado más de la cuenta debido a las ganas, tengo las patas como Connan, como Hulk o como un par de palos.

Pero resulta que mola verse de vez en cuando hecho una piltrafilla. Ayer, sin ir más lejos, en un inocente repecho que, por regla general, paso casi sin darme cuenta, me tuve que poner sobre bielas y fui plenamente consciente de que me faltaba chicha. Pero ese era mi plan, así que soy un maestro del arte de desentrenar. Me podéis consultar cuando queráis y os preparo unas tablas de “antientrenamiento”.

Y también mola sentirse con agujetillas en alguna parte del cuerpo a causa de la bici. Bueno, a ver. A mí me mola, que no quiere decir que os tenga que gustar a vosotros, pero sí es verdad que creo que estas épocas del año te hacen valorar más aún los momentos en los que estamos como toros y da igual lo que se nos ponga por delante.

Tampoco hay que subestimar la cercanía de las Navidades. Si comenzamos a entrenar de manera regular como un mes y medio antes, la ingesta de dulces típicos causa menos dolor de corazón. Os lo digo yo, que el tema del dulce típico y atípico lo controlo bastante bien.

Eso sí. Espero ponerme a tono en otros quince días o así, porque cuando menos te lo esperas, viene algún compañero de equipo y te propone cualquier maldita locura a la que no puedes negarte. Yo qué sé….subir La cubilla con algo de nieve en las cunetas o alguna mandanga de esas. A ver si me lo lee alguien que se sienta aludido y propone algo bonito. Yo, ahí lo dejo.

jueves, 8 de noviembre de 2018

En cuanto salga un poco el sol, de verdad.


¡Hola a todo el mundo!

Estos días tengo un poco abandonada a La Americana, pero es sólo temporal, nada definitivo….si es que es lo que mejor se me da, ¿cómo voy a dejar de hacer lo que más me gusta?

Lo que pasa es que, de vez en cuando, cuando vengo de darle duro al pedal durante muchos meses, como es el caso, me gusta dejarla de lado un poco, como para hacernos de rogar, y así, cuando este tiempo de las narices que tenemos nos lo permita, volver a juntarnos con más ganas aún. Desentrenar, lo llamo, aunque no es del todo así, porque me estoy metiendo unas caminatas de padre y muy señor mío. Me estoy quedando en nada. Menudo tipín.

La verdad es que le echo tanto tiempo a la bici por regla general que estos días me encuentro medio perdido. No sé muy bien qué hacer con los ratos muertos, aunque siempre saco algo que hacer, pero sí es verdad que este deporte nuestro nos “roba” mucho tiempo.

No es algo tan de “pimpampum” como podría ser salir a correr, o running, como lo llaman ahora. ¡Que nadie se ofenda, por favor! Que hace muchos años yo hacía atletismo y no salía a correr nadie, cuidado. Cada día de mi vida salía a entrenar y me daba unos tutes brutales, pero lo dejaba resuelto todo en hora y media, salvo los días que tocaba ir al tartán a machacarse mucho, pero el caso es que yo creo, o esa es mi percepción, que la bici nos “roba” más tiempo que salir a correr.

Por el contrario, son tantas las satisfacciones…(para que nadie se ofenda, correr también da muchas satisfacciones) Y es que, además de todo, a mí me pasa que los meses que no se pueden hacer grandes rutas de puertos y cosas de esas, mi cabeza me lleva a esas maravillosas rutas veraniegas a pesar de tener encima un día plomizo, o las conversaciones con los compañeros de grupeta siempre te hacen volar a etapas maravillosas, de sol y moscas, a pesar de estar rodando, bien apelotonados, a cuatro grados sobre cero o lo que toque.

Con la bici no sólo viajas en el sentido más literal de la palabra. Gracias a la bicicleta puedes llegar a volar y viajar en el tiempo. Es el mejor invento del mundo. Sólo espero que La Americana comprenda lo que está pasando estos días y no me lo tenga en cuenta. En breve retomo la actividad, de verdad. En cuanto salga un poco el sol. Lo prometo.

martes, 30 de octubre de 2018

Son nuestras cosas.


¡Hola a todo el mundo!

¡Menudo temporal tempranero está cayendo! Lo veo desde la seguridad del sofá y siempre que hay uno, pienso en la bicicleta, cómo no. Con tantos puertos cerrados y tantos corresponsales pasando frío en la cima de muchos de ellos diciendo “Pajares está con cadenas” o cosas por el estilo, imagino que sea algo normal.

Todas esas rampas que en verano hacen de nosotros personas felices en el sufrimiento, ahora mismo, estarán con una manta de nieve muy generosa. Imaginad que se están conservando para nosotros. Todo va bien.

Y estas cosas mías me hacen imaginar que muchos de vosotros pensaréis las mismas bobadas que yo. Pensaréis que muchos de esos puertos que hoy están cerrados o con cadenas, vosotros los habéis coronado dando un espectáculo, ya sea bueno o malo, qué más da. La cosa es dar que hablar.

Es bonito pensar que no estamos solos en nuestro mundo ciclista. Son nuestras bobadas. Estamos unidos por nuestra pedrada.

Por ejemplo, me pasa algo parecido cuando en invierno me visto para salir a rodar. El culote, los calcetines, una térmica, un maillot de manga largo, otro de manga corta, la chaquetilla, los cubre-botas, los guantes, la braga para el cuello, la braga para la cabeza. Un verdadero carnaval para luchar contra el frío. Quiero pensar que muchos de vosotros hacéis algo parecido a esto, porque si no me sentiría un poco raro y algo solo.

Otra cosa que tenemos todos en común, o al menos eso espero, es ese compañero de grupeta que es muy caluroso y que va con dos prendas, poco más, y ya está resuelto para combatir el frío. Qué envidia me dan, porque yo soy el friolero que todo grupo de ciclistas tiene.

¿Y el típico compañero que no se ha puesto a tirar de la grupeta en la vida? En nuestro grupo, el gran CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN, ese compañero tiene nombre….a ver si lo lee y me dice algo….¡¡HOLA, DAVID!! Yo siempre le estoy vacilando con eso, porque también tiene que haber en todo grupo un gracioso, y ese soy yo, qué le vas a hacer.

¿Y qué me decís de la típica conversación acerca de qué cubiertas son mejores? “Éstas duran más y agarran menos”….y bla, bla, bla. Es resumir mucho, porque creo que este tipo de conversaciones, que tratan del material, se merecen una entrada para ellas solas.

Imagino que en todos los lugares existen rutas que ya tienen el surco hecho, de la cantidad de compañeros que suelen frecuentar tal o cual carretera. Por aquí hay un par de ellas que son muy populares como, por ejemplo, la ruta del Fenar, u otra muy popular entre los más veteranos, como es la ruta de Palanquinos. Llega un momento en el que, si pasas por ahí a la misma hora, te encuentras con los mismos compañeros, por no hablar de si paras en el mismo bar, claro. En ese caso hay festival.

Esas cosas, al menos a mí, me hacen sentir un poco menos solo en la carretera. Siempre pienso, cuando se me va un poco la mano con esto de la bicicleta, que hay en alguna parte otra persona con la misma avería que yo a la que se le está yendo de las manos lo de la bici pero, qué le vas a hacer, son nuestras cosas.

lunes, 29 de octubre de 2018

La solución es más fácil y está inventada.


¡Hola a todo el mundo!

Pues en estos días en los que el frío ha entrado con toda su crudeza en León, tengo un poco apalancada la bici. Además del frío, me gusta por estas fechas “desentrenar” un poco para poder cogerlo con ganas  dentro de unos días.

Es en estas fechas cuando me da por pensar en otros asuntos del mundo de la bicicleta y en las últimas semanas, como podéis haber comprobado en las últimas entradas, me preocupa y bastante, el rumbo que están tomando ciertos aspectos de la movilidad urbana con respecto a la bicicleta.

Aparte de lo que he dicho acerca de la Ordenanza Municipal del Ayuntamiento de León, que restringe el uso de la bicicleta por ciertos lugares, ahora leo que existe una propuesta, por parte del Ministerio del Interior, de establecer como obligatorio un seguro para el uso de la bicicleta.

Me parece una medida más que se toma sin tener ni idea de lo que se está haciendo. ¿Yo, que estoy federado, también tendría que sacar un seguro? ¿A la gente que dentro del seguro del hogar o del automóvil, que les cubre ciertos aspectos cuando circulan con su bici (echad un ojo a vuestras pólizas que os vais a sorprender), también les afectaría esto del seguro obligatorio para los ciclistas? ¿Los que tenemos las tres opciones anteriores (licencia federativa, seguro del hogar y seguro del automóvil) nos da un premio el Ministerio del Interior?

En fin. No quisiera ponerme excesivamente sarcástico, de verdad, porque ya se me están empezando a ocurrir varias cosas, sobre todo cuando pienso en esa chorrada que nos suelen decir a los ciclistas de que no pagamos impuestos ni nada, porque resulta que, en muchas ocasiones pagamos más que algún que otro iluminado, pero creo que es todo mucho más sencillo que legislar a golpe de Real Decreto.

¿Por qué no se emprende una campaña en las escuelas de buenas prácticas con respecto al uso de la bicicleta y de otros medios de transporte, limpios y eficientes? ¿Por qué no se comienza a informar a todos los conductores de vehículos a motor, de las cosas que pueden y no pueden hacer tanto ellos como los ciclistas? Porque aún mucha gente no sabe que para adelantarnos de manera más segura, pueden pisar una línea continua, o tampoco conocen muchas personas, que podemos circular en paralelo si las condiciones así lo permiten o que no estamos obligados a circular por los carriles bici. Son sólo algunos ejemplo, así, vuelapluma…

Pero tampoco penséis que yo soy un radical de la bicicleta y que sólo veo los errores ajenos. Ni mucho menos soy así.

Si hay una cosa que no puedo soportar es ver a una persona en bicicleta, saltándose un semáforo. No puedo con eso, de verdad. ¿Acaso seguimos sin comprender que, para pedir respeto, debemos de respetar?

Soy de esa gente que llama la atención a otras personas por la calle. En serio. Si veo a alguien, y más si es un chaval, saltarse un semáforo, le suelo reprender. Será porque me estoy haciendo mayor, creo que tengo alguna cana y los “teenagers” me tratan de usted, yo qué sé.

Sinceramente creo que todo es mucho más fácil, aunque también me da la sensación de que es algo bastante enraizado en nuestra forma de vida actual. Todo se debe a un problema de empatía, de no respetar a los demás. Ya sabéis. Cosas de esas que no están de moda y no son de modernos. Dejar salir antes de entrar, dejar pasar a las señoras (y aquí alguien me va a buscar problemas de machismo vs feminismo, pero me trae sin cuidado), el ya en desuso “por favor”, el mítico “gracias”, el denostado “buenos días, qué desea”…ya sabéis. Todas esas chorradas que hacíamos antes. Cosas que nos inculcaron personas que no sabían nada de redes sociales ni nada de eso.

Por cierto, que esas personas del pasado, andaban antes que nosotros en bicicleta porque, igual pensáis algunos que por hacer algo así, estáis descubriendo la pólvora. Pues resulta, que antes no era tan fácil comprar un coche y las personas se movías, OH, SORPRESA, en bicicleta.

Aún recuerdo a mi tío Goyo, hermano de mi abuela, ir a trabajar a la gasolinera de Boñar, en su bicicleta de varillas, y no se daba un pijo de importancia. Es más. Imaginad que hubo un tiempo en el que la gente se dejaba barba y nadie les etiquetó de Hipsters. Yo qué sé. Otros tiempos.

Puede que mejor que buscar soluciones innovadoras y “futuristas” a la convivencia de las bicicletas y los demás vehículos, además, por supuesto, de los peatones, quizás la solución ya esté inventada y sólo debemos de mirar atrás.  Pero son cosas mías, que me estaré haciendo mayor….

Muchas gracias y buenos días.

miércoles, 24 de octubre de 2018

La bicicleta no es un crimen


¡Hola a todo el mundo!

Tengo ganas de protestar por el trato que sufrimos (sí, sufrimos) los que montamos en bici. Da igual que lo hagamos por la ciudad, que por la carretera, que por el monte. Parece que tenemos que ser siempre los malos de la película.

En el monte, que si para los cazadores somos un estorbo, estropeamos los caminos y de más. Por ciudad, que si atropellamos a la gente, que si molestamos al peatón y a los conductores, que si somos unos infractores consumados, etc. En carretera, que si vamos en paralelo, que si somos unos temerarios y que si hasta vamos demasiado rápido (han empezado a multar a ciclistas por exceso de velocidad).

Me parece que se está criminalizando de tal forma a la bicicleta que ya resulta hasta cómico. No veo a nadie llevarse las manos a la cabeza de la misma manera, cuando pasa junto a ellos por ciudad, por ejemplo, un coche diesel, muy viejo, que deja tras de sí una humareda negra que respiramos todos. Eso no está tan mal como andar en bici y, es más, la gente clama al cielo porque se quiera sacar de las calles esas verdaderas obscenidades de coches que lo que hacen es contaminar a diestro y siniestro.

Tampoco veo que sea tan cuestionado el hecho de que los peatones crucen por cualquier lado de una calle, en muchas ocasiones con niños pequeños que están aprendiendo algo “buenísimo”. No obstante, insisto, ir con una bicicleta por según qué zonas está incluso prohibido aquí en León. Todos y cada uno de los ciclistas, al parecer, nos saltamos los semáforos en rojo. Los peatones, parece ser que no se saltan ninguno de los semáforos que regulan los pasos de cebra.

Aparcar un coche mal, trastornando la circulación, o el acceso a un vado, o limitando la visibilidad en las intersecciones, eso tampoco es tan malo como determinados desplazamientos en bici. Esas cosas que se hacen con el coche, eso no está tan mal.

Parece ser, por lo tanto, que nuestra obligación es ir por la calzada, junto con los demás vehículos a motor, Venga, de acuerdo.

Pero resulta que vamos algo más lentos que ellos y también molestamos, así que algunos imprudentes nos adelantan casi rozándonos, o en alguna ocasión, tirándonos al suelo. Que nos lesionen o en el peor de los casos, nos causen la muerte (que pasa, sí señores) eso se ve que es un problema de segunda división, pero todos los males que causamos nosotros andando en bici parece ser que son problemas absolutamente reprobables. Estoy casi seguro de que quien mató a Kennedy iba en bici también.

Hay veces que incluso nos hacen carriles bici, que de cara a las alecciones parece ser que queda muy bien. El resultado de muchos de ellos es una obra absolutamente imposible, sin haber preguntado a un solo colectivo ciclista ni nada de eso. Son carriles bici que no puede utilizar nadie en bici. Ese gasto de dinero público, no está tan mal, al parecer.

De todas formas, muchas veces dichos carriles son utilizados como aparcamiento para coches y casi nunca se les multa, pero a los peatones eso no les parece tan mal como una bicicleta atada a una farola que mea su perro cada día del año. Eso tampoco está mal.

Es muy triste ver la reacción que tiene la sociedad ante las bicicletas. Os pongo un caso que me pasó a mí.

Iba yo circulando con mi bicicleta por una zona peatonal. Iba con un pie en el suelo, empujándome porque había gente y entiendo que los peatones tienen prioridad. Mi velocidad era la misma que la de los viandantes.

Veo que delante de mí se acerca un coche y extremo las precauciones dado que tengo experiencia y sé que cuando aparece un vehículo, los peatones cambian de dirección y demás, cosa que ocurrió justo delante de mí.

Una chica, con un carrito de bebé y su pareja. El giro fue muy brusco y casi chocamos, pero como yo eso ya me lo conozco e iba muy muy despacio, no llegamos a colisionar.

 A la chica no se le ocurre otra cosa que decirme: “no sé qué pintáis por aquí con la bici teniendo carriles bici”.

Así que yo lo único que pude decir a esta chica fue: “¿a mí me dices eso y al coche no le dices que vaya por la carretera?”

Así que, amigos, este es el nivel. A los ciclistas nos pueden decir de todo, hacer de todo (os recuerdo que ante un atropello a un ciclista, con conductor borracho y drogado, éste no llega a 4 años de cárcel) y prohibir hasta circular por determinados sitios, pero yo no pienso dejar de andar en bici. Seguiré haciéndolo y lo haré cada vez más.

Porque no tenéis razón. No nos saltamos los semáforos más que los peatones, por ejemplo. No atropellamos a los peatones más que los coches. No molestamos en la ciudad más que los conductores incívicos. NO, NO Y NO.

lunes, 22 de octubre de 2018

ORDENANZA MUNICIPAL CON RUMBO AL PASADO.

¡Hola a todo el mundo!

Hace poco tiempo se ha aprobado en el Ayuntamiento de León una ordenanza para regular la circulación de Ciclistas y peatones. La he leído y no puedo estar más indignado, de verdad. Voy a intentar hacer algo de ruido, porque me parece una verdadera vergüenza. Me pondré en contacto con medios de comunicación, partidos políticos y de más instituciones y las ideas centrales serán las siguientes.

¿Cómo puede ser que, según la ordenanza municipal de Circulación y Seguridad Vial de Peatones y Ciclistas, en la exposición de motivos se diga que se ha tenido en cuenta, y cito, “promover los medios de transporte sostenibles” y, sin embargo, en su artículo 22, no permite circular con la bicicleta por zonas peatonales, parques o jardines?

He leído dicha ordenanza y el asunto central de la misma, bajo mi punto de vista, es lo que menciono en el párrafo anterior. Me explico.

El centro de León, más concretamente el centro histórico y monumental de la ciudad, está totalmente peatonalizado. Se sitúa en el corazón de la ciudad y si alguien decide moverse por la ciudad utilizando la bicicleta como medio de transporte, en algún momento va a tener que atravesar esta zona.

Si se prohíbe circular por las zonas peatonales a las bicicletas, y no me refiero a las aceras, la consecuencia de ello, por la estructura de la ciudad de León, es que se limita de una manera tremenda el uso de un medio de transporte limpio y eficiente y muy apropiado para moverse por una ciudad de las dimensiones de León, por tanto, lo que la ordenanza señala en su exposición de motivos, el promover los medios de transporte sostenibles, no se corresponde con lo que se desarrolla posteriormente en la norma.

También me gustaría señalar que por la ciudad de León pasa el Camino de Santiago, que no deja de ser uno de los motores económicos de la ciudad. Son miles los peregrinos que anualmente llegan a la ciudad utilizando la bicicleta y lo que van a visitar por regla general suele ser La Catedral, la Basílica de San Isidoro y el Parador Nacional de San Marcos, entre otros monumentos, todos ellos enclavados en zonas peatonales. ¿Qué sentido tiene prohibir el uso de la bicicleta en dichas zonas? ¿O es que a los peregrinos no se les aplica la norma y a los vecinos de León sí?

Otra consecuencia de esta ordenanza municipal es que muchos de los elementos del mobiliario urbano, que hemos pagado todos con nuestros impuestos, quedan absolutamente inutilizados. Y me estoy refiriendo a los aparcamientos para bicicletas que se sitúan en áreas peatonales por las que queda prohibida la circulación en bicicleta.

También es llamativo ver cómo algún carril bici desemboca en zonas peatonales, como en el caso de la Plaza del Espolón. Si se quiere ir desde aquí hasta, por ejemplo, Correos, la única alternativa, siempre intentando ir montado en la bicicleta, es circular por la calzada, cosa que, en efecto, está permitida, pero como desde el Ayuntamiento no se ha adjuntado a la ordenanza un plan serio de sensibilización dirigido a los conductores de vehículos a motor, para que sean conscientes de que han de compartir las calles con otros medios de transporte, circular en bicicleta en medio del tráfico se convierte en algo muchísimo más peligroso que hacerlo por las zonas peatonalizadas.

Esta ordenanza es dar, ya no sólo un paso atrás, si no un viaje al pasado, de lo que debería de ser un plan de movilidad moderno y al compás de lo que los tiempos marcan. Se buscan cada vez más formas de contaminar menos y, sin embargo, desde el Ayuntamiento, se dificulta el uso de un medio de transporte limpio y silencioso como es la bicicleta.

Esta ordenanza es un viaje al pasado y algo que debería de sonrojar a todos los leoneses.

viernes, 19 de octubre de 2018

En otoño, como quien no quiere la cosa y por sorpresa.


¡Hola a todo el mundo!

Y resulta que hay días que coges tu bici y comienzas a pedalear como por inercia, sin planes ni objetivos. En mi caso suelen ser días de estos que no sales temprano. Los típicos días que, como a media mañana, te pica el gusanillo de la bici y te empiezas a vestir de romano.

Mientras preparo un café, uno de los tantos que tomo al cabo del día, soy un apasionado del café bueno, voy poniéndome el culote, inflo un poco las ruedas, algún que otro preparativo más, pero así como quien no quiere la cosa…

Después de un rato, de una especie de “hacérselo desear” a La Americana, me pongo en ruta sin ningún tipo de plan, ni objetivo. Y es que tengo este tipo de días muy fresco porque me sucedió ayer mismo.

Cuando me quise poner a dar pedales ya eran las once y pico de la mañana. Me suele pasar por estas fechas porque el fresco de las primeras horas de la mañana me echa un poco para atrás. A los adoradores del calor nos pasa esto. Sin embargo y a pesar de que la temperatura no es del todo de mi agrado, entiendo que el otoño puede que sea la estación más bonita para andar en bici. Si el día es propicio, y os aseguro que ayer lo fue, ves colores increíbles por rutas por las que has rodado un millón de veces y que casi no reconoces. Es como otra dimensión.

Además es una época en la que se suele ir más tranquilo o al menos a mí me pasa. Así como a partir de febrero empiezo a darme un poco más de caña para pillar la forma de cara a mi reto anual, Los 10.000 del Soplao, o marchas parecidas pero que suelen ser por junio o así, en octubre o noviembre, la verdad es que no tengo ningún objetivo físico en mente, salvo gozar de mi afición.

Y en esas estaba yo ayer cuando me vi, entre divagaciones y pensamientos varios, tomando un café (sí, otro) en La Vecilla. Así que pensé que, ya de estar ahí, pues voy hasta mi pueblo que está al lado.


Puse rumbo a Boñar y después de hacer otra paradita en la plaza del pueblo, ver el monumento en honor a nuestro símbolo más preciado, El Negrillón, y llenar el bote de agua del caño, me metí por la calle en la que hace más de treinta años aprendí a andar en bici sin los ruedines y me dirigí hacia la pared del pantano del Porma. Y es que esa ruta la hacía casi cada tarde de verano con mi padre, en mis primeros pinitos sobre la bicicleta de manera más o menos seria.




A parte del valor emocional que, como veis, tiene esta zona para mí, la verdad es que fue a partir de Boñar desde donde todo comenzó a ser un festival de colores rojizos. ¡Qué bien me lo estaba pasando! Y todo sin planearlo, como a mí me gusta. A lo loco.

Como ya llevaba unos sesenta y pico kilómetros, era más que evidente que la ruta iba a superar los cien, así que como el daño ya estaba hecho, pues me encaminé a visitar Rucayo, un pueblo en medio de ninguna parte. Aunque para ser precisos, más que en medio de ninguna parte, está en medio de uno de los parajes más desconocidos y a la vez más increíbles de la provincia de León. Es algo así como la cara oculta de la Luna, pero en este caso, del pantano del Porma. Pero es que la carretera muere aquí, así a no ser que lo conozcas, no tienes muchos motivos para llegar hasta allí salvo que hayas leído esto y sientas curiosidad.


Además del tema paisajístico, la verdad es que hasta llegar a este pueblo, hay unas subidillas muy chachis, de estas que van por carretera saltarina, estrecha y con curvas. Mis preferidas aunque te machaquen de lo lindo.

Ya sólo me quedaba dar la vuelta y completar la ruta. La ruta de un día sin planear, de otoño y sin hora a la que llegar a casa. Todos los factores se habían conjugado a la perfección. Y cuando vi en el cuenta kilómetros que había llegado a cien y me quedaba un buen cacho hasta casa, pensé: “se me está yendo de las manos”. Creo que incluso lo dije en alto, porque me da por ahí de vez en cuando, hablar solo, pero es que estoy un poco loco, qué le vas a hacer.

Que se me fue de las manos quedó claro al llegar a casa con ciento cincuenta y seis kilometrazos que, desde luego, para ser octubre está más que bien. Está, al menos para mí, sobresaliente. Pero lo que también había sido sobresaliente fue la satisfacción al llegar. Una de esas sensaciones fantásticas que tiene el ciclismo. Llegar a casa satisfecho de verdad.

Todo, desde la ruta, hasta los kilómetros, al ser por sorpresa e inesperado, fue una especie de regalo. A mí, la bici, el ciclismo, el cicloturismo o llamémoslo como queramos, no me da más que buenos ratos e incluso los que no lo son tanto, tras unos meses, se convierten también en buenos momentos.

miércoles, 17 de octubre de 2018

Ciclismo con pasión, que es como vale la pena.


¡Hola a todo el mundo!

Mientras escribo esta entrada hay dos personajes que se encuentran inmersos en un viaje que estoy siguiendo con gran atención. La envidia me corroe y las ganas de ir con ellos son terribles, aunque dudo que pudiese seguir su ritmo. Son dos ciclistas profesionales. Thomas De Gendt y Tim Wellens.

Resulta que les pareció una idea estupenda, según terminasen la temporada 2018 en el último monumento del año, el Giro de Lombardía, regresar a sus casas, situadas en Bélgica, de la mejor manera que saben. Pedaleando. Así que pertrechados con dos bicicletas del equipo, el Lotto-Soudal, y unas alforjas, están atravesando Europa desde la localidad italiana de Como hasta Gante. Ahí es nada.

Y es que cada vez que veo las fotos que van colgando de su viaje, me muero de la envidia, sí señor. Pero lo que más me gusta de todo es ver cómo dos ciclistas profesionales sienten verdadero amor por el ciclismo. Y es genial, porque eso hace que me sienta un poco más cerca de estos dos fenómenos. La razón es que yo siento amor por esto del ciclismo al igual que ellos.

Va más allá de un deporte. Es un modo de vida. Una manera de actuar ante situaciones de la vida más cotidiana. Por eso me apasiona, ya no sólo el ciclismo o salir en bici siempre que puedo. También me apasiona el CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN porque por encima de todo, lo que sentimos es amor a este modo de vida.

Hay varios compañeros que no pueden salir a entrenar porque sus situaciones personales han cambiado y de más. El tiempo es el que es y hay otras situaciones que mandan, sin embargo, se sienten ciclistas y los demás así les vemos. Como una suerte de ciclistas latentes. No hay más que oírles hablar.

Nos hemos reunido un grupo de personas, a cada cual más particular, que sentimos esto de la bici como algo muy arraigado en nuestro interior. Algunos desde hace más años, otros desde hace menos, pero todos sentimos pasión por este oficio.

Y creo que esa es la clave de que sigamos unidos después de cuatro años ya. No somos los que más rápido vamos. No somos los que más días salimos. No somos los que más kilómetros hacemos. Nos cuesta reunirnos para poder hacer una ruta. Pero seguimos juntos porque nos apasiona lo que hacemos.

Tomarse esto de la bicicleta como un simple deporte creo que es un error, porque corres el riesgo de que te acabe cansando. Tomarlo como quien va al gimnasio o algo así, no hace del ciclismo algo especial y la bicicleta lo es y mucho.

Así que si os encontráis estos días por las RR.SS. con fotos de “La Fuga Final”, como De Gendt y Wellens han llamado a su aventura, preguntaros si amáis tanto la bici como éstos dos fueras de serie. La vida necesita pasión para que merezca la pena.

martes, 16 de octubre de 2018

Días de lluvia, tiempo para otras cosillas.


¡Hola a todo el mundo!

Tenemos que ir acostumbrándonos. Los días de lluvia ya han llegado. Y no soy yo quien diga que me gustan, pero la verdad es que para que las rutas de verano por los puertos sean espectaculares, estas jornadas llenas de agua son necesarias.

Además, así aprovechamos para otras cosas, compañer@s. Dedicamos tiempo a la familia, a los colegas, a hacer esas cosas en casa que nos llevan diciendo que hagamos desde marzo, ya sabéis. Todas esas cosillas.

Y otra cosa que también es importante. Vamos, poco a poco, perdiendo la forma. Y digo que es importante porque si no, ¿qué vais a hacer a partir de enero? Para poder impulsarnos fuertes de cara a nuestras metas del 2019, hay que dar un par de pasos atrás.

Y así como creo que es importante perder un poco la forma, también creo que es importante no parar del todo. Yo creo que lo que se debe de hacer ahora son otras actividades como puede ser BTT, rutas por el monte a pata o, incluso, seguir con la de carretera pero en otro plan muy diferente.

Y ya no sólo le vienen bien estas cosillas al cuerpo. Sobre todo, a quien le vienen bien es al coco. Despejamos la mente y cuando tengamos que volver a darle duro a la carretera, seguiremos motivados y tendremos el ánimo intacto.

Todas estas movidas son las que me da por pensar en días de lluvia en los que no puedo salir a entrenar, así que por vuestro bien, espero que nos dé un poco de tregua el clima. Un par de días seguidos, que si no tengo mucho tiempo para pensar.

domingo, 14 de octubre de 2018

CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN: La épica jornada de San Emiliano

¡Hola a todo el mundo!

Corría el año 2017 y, aproximadamente mediados de octubre. Veníamos de un año de sequía terrorífico, con el pantano de Luna al 4%, algo histórico, pero no cabía duda de que era octubre, de que salíamos desde San Emiliano y de que habíamos llegado allí sobre las nueve de la mañana, con lo que los amenazantes tres grados que había, nos estaban invitando a optar por una indumentaria para nada veraniega.

Como os dije en la entrada anterior, hubo una vez que nos juntamos Buka, Anticiclón (que vuelve a ser Manuel a partir de ahora) y a mí en unas circunstancias un tanto especiales. La primera circunstancia particular fue, precisamente, nuestra vestimenta.

Como os comentaba, cuando salimos hacia nuestra aventura, hacía fresco. 3ºC aquí en León es fresco y para la recia gente de la montaña de Babia es primavera. Nuestra aventura sería la despedida de las rutas chachis por ese año. Ya íbamos para el otoño profundo y nosotros, que somos gente positiva, esperábamos que comenzase a llover porque ese 4% que os comentaba antes hacía del pantano de Luna algo realmente alarmante. Necesitábamos el agua y, en efecto, el agua apareció y no nos dejó en meses.

Además de Manuel, Buka y yo, ese día también vinieron Cristóbal, Maiki, Castellanos y Cecilio. Caste y Cecilio optaron por hacer una ruta alternativa con salida y llegada, al igual que el resto, en San Emiliano y los demás íbamos a meternos entre pecho y espalda Somiedo, una encerrona que tenía pensada desde hacía años, San Lorenzo y Ventana. Casi nada “pal cuerpo”.

Voy a resumiros lo mejor que pueda la ruta hasta llegar al Puerto de Ventana que es el momento en el que se dan las circunstancias particulares de las que os hablaba antes.

Salimos con 3ºC, como os iba contando y, sumado a que era como quince de octubre o algo así, pues no esperábamos temperaturas muy altas. Más al contrario, esperábamos pasar algo de frío en las bajadas.

La cosa fue que comenzamos a dar pedales. Casi sin darnos cuenta llegamos a Somiedo y pasaría, no sé, hora y media o algo así, con lo que serían cerca de las once de la mañana y la temperatura pasaba de quince grados. Vuelvo a insistir. Nadie iba vestido de verano. Bajamos el puerto y llegamos a mi encerrona. Era algo voluntario porque subir a Las Viñas (uno de los kilómetros más duras de Asturias) supone tomar un desvío. Lo natural es seguir en busca de San Lorenzo, pero con ese kilómetro nos atrevimos Buka, Manuel y yo, porque hay algo que nos une, y nos une mucho. Somos unos descerebrados y no pensamos en “dentro de un rato”.

Entre subir y bajar y hablar con unos ciclistas asturianos que nos dieron palique pues pasaría un buen rato, con lo que la subida a San Lorenzo, un puerto absolutamente criminal, la comenzaríamos a eso de la una y media o así. Yo veía que los demás ya no sabían qué hacer con la ropa.

A parte de que los puertos que estábamos afrontando aquel día eran muy duros, ojo al dato, ya estábamos en 30ºC y nosotros abrigadines por si las moscas. Yo llevaba el maillot de entretiempo con el chaleco puesto, creo recordar que más de uno llevaba el culote de invierno y más de un maillot largo también se podía ver. Ya casi no me acuerdo. Sólo tengo en la mente que a mitad de puerto nos quedamos sin agua y el termómetro llegó al tope del día. 35ºC

Manuel se adelantó con Cristóbal y Maiki, que estaban haciendo las subidas como verdaderos héroes. Fueron los reyes de la montaña de aquel día. Buka y yo íbamos como cinco minutos por detrás de ellos porque estábamos yendo a nuestra bola. A nuestra bola y sin agua, momento en el cual nos topamos con un señor de por ahí.


 Le pedimos agua y nos cogió los bidones para llenarlos. De aquellas tenía un bote blanco en el que se podía ver perfectamente el agua y todo lo que flotase en ella y os puedo asegurar que nunca vi agua con tanta vida como la que nos dio aquel buen hombre. Además, si el agua suele ser transparente, desde luego aquella no lo era. Pero, ¿sabéis qué os digo? Que estábamos absolutamente deshidratados y necesitamos beber. Nos bebimos aquello que parecía agua, por cierto que también olía, y le pedimos más de eso.

Antes del "agua"...

Después del "agua"...
Seguimos con San Lorenzo y en la cima nos esperaban los compañeros a los que les faltaba agua también, pero sólo teníamos que bajar San Lorenzo para parar en Teverga a comer y beber, beber y volver a beber.

Sólo nos faltaba subir el Puerto de Ventana. El interminable puerto de Ventana. En las equipaciones todos teníamos sales pegadas en la chepa, signo inequívoco de que las cosas no marchan bien, pero como bebimos y comimos en condiciones, pensamos que el peligro había pasado. Seguía haciendo calor, pero por ese valle las cosas no eran tan extremas como por la zona de San Lorenzo, aunque seguíamos más bien en 30ºC que en cualquier otro escenario.

Así las cosas, comenzamos a subir el último coloso del día, momento en el que nos quedamos juntos Buka, Manuel y yo. Maiki y Cristóbal nos tomaron la delantera ya que estaban pletóricos.

Como os he comentado en alguna ocasión, Manuel tiene facilidad para atropar pájaras y lo cierto es que en aquella jornada, que sólo se puede calificar como épica o quizás también como infernal, no era algo difícil de alcanzar. Yo me había dado cuenta de que ya no hablaba tanto como de costumbre. Ya no decía chorradas, cosa rara, en serio. Como quien le animó a esto del ciclismo fui un poco yo, pues siempre que le dan pájaras, o como creo que deben de empezar a llamarse, el mal de Manuel, me siento un poco responsable de lo que le pueda pasar. Todos recordamos aún aquel día de Tarna, maldita sea.

Así que yo empecé a pedalear a su lado, marcándole un poco el ritmo y recordándole que había que beber y comer, pero ese día era bobada decir todo aquello porque el mal ya estaba hecho. Llevábamos unas cuantas horas de bicicleta, con ropa de más, con muchísimo calor, sin habernos hidratado en condiciones. Sólo faltaba alguien dándonos latigazos en la espalda, en fin.

Así que la imagen era la siguiente. Manuel, “apajarao” perdido. Yo, deshidratado, después de haber bebido algo que dudo que fuese potable 100%, intentando convencer a Manuel de que ya no quedaba nada de puerto cuando quedaban 20 kilómetros de subida y, para colmo, él ya lo había subido otra vez y era imposible engañarle. Y Buka, que se había medio desvestido, llevaba sólo el chaleco (gracias al cielo también el culote), tampoco había bebido mucho y tenía los ojos más hundidos que la moral de los tres juntos.

No sé lo que pensaban Buka y Manuel, pero yo sólo pensaba que si había un puerto malo para pillar una pájara, desde luego ese era Ventana, que se hace más largo que una semana sin pan. Si bien fue Manuel el que inauguró la crisis física y existencial, poco a poco nos fue atacando tanto a Buka como a mí. Cada pedalada era una pérdida de energías terrible. Para sumar más penas a nuestra ascensión a Ventana, los bidones se nos estaban volviendo a quedar secos. Teníamos un calor del demonio y, claro, bebíamos sin conocimiento de causa. Fue imposible racionar los botes.

Llegó un momento en el que estábamos los tres absolutamente tiesos. Nos daban calambres, no podíamos más. Es a estos momentos a los que se refería el otro día Manuel. Nadie nos ve en situaciones tan límite como esas, en las que físicamente estás para ser tratado por un médico y mentalmente tan noqueado que un psicólogo tampoco nos vendría mal, como los compañeros de grupeta. Además, tampoco nos gustaría ser vistos por nadie más, la verdad, porque, ¿qué nos van a decir? “¡Estáis idiotas! Bajaros de la bici y listo” o cosas parecidas podrían ser las lindezas que escucharíamos, pero sólo los compañeros de bici sabemos que eso no es una opción y que el sufrimiento forma parte de una buena jornada ciclista. Una gran jornada de bici. Un día inolvidable que recordaremos siempre. Y sólo los compañeros de grupeta sabemos que una de las cosas que más nos gusta, al fin y al cabo, es sufrir sobre las bicis y salir adelante para poder contarlo.

Y es que en aquella jornada inolvidable, mientras estábamos destruidos sobre las bicis pero rodeados por las personas adecuadas, se nos apareció algo delante que nos pareció celestial.

No es que tuviésemos una aparición mariana ni nada por el estilo. Fue muchísimo mejor. ¡Un pilón del que bebe el ganado que anda suelto por la montaña! No podíamos dejar pasar esa oportunidad y, además, yo ya había bebido un agua con tropezones, olor extraño y un color nada acuático por lo que la opción de beber del pilón de la vacas me pareció, no sólo muy buena, sino también extraordinaria y, por otro lado, la única que teníamos.

Manuel no podía ni bajarse de la bici, así que le cogimos el bote para llenárselo. Buka iba trepando, porque había que trepar un poco, para alcanzar el pilón. Yo le seguía de cerca, como un zombi en busca de cerebros. Estábamos en las últimas. Nos quedaba poco ya de puerto y justo en ese momento, por fin empezaba a refrescar. Lo malo era que la razón por la que la temperatura estaba bajando se debía a un terrible viento en contra que ya nos iba a acompañar hasta el final de la ruta en San Emiliano.

Por fin llegamos a la cima. Imaginad la escena. Tres medio cadáveres sin fuerzas. Buka, ni paró. Se tiró como por inercia al lado leonés del puerto dejándonos a Manuel y a mí intentando ponernos un cortavientos que no hacía más que ir de un lado para otro a causa del viento huracanado. Parecíamos los más listos…como siempre.


Por fin comenzamos el descenso y ya empezamos a ver la luz al final del túnel. Qué ganas teníamos de llegar al campamento base en el que ya nos esperarían todos. Y es que, para rematar el día y como buenos deportistas que siempre cuidan los detalles, al llegar nos metimos unas cuantas raciones de embutido y queso. Igual un preparador físico nos mete en la cárcel o algo así, pero nos da lo mismo porque entre compañeros de grupeta nos lo permitimos casi todo. Sobre todo el estar como verdaderas regaderas.

viernes, 12 de octubre de 2018

CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN: el Anticiclón de las pájaras.


¡Hola a todo el mundo!

Diez menos cuarto en la barra de un bar. En realidad yo llegué diez minutillos más tarde para no perder las tradiciones. Ahí y a esa hora (más o menos) era la cita del CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN.

En esta ocasión acudimos Buka, Manuel y yo. Las rutas de esta época del año molan porque el único objetivo de salir en bici es pasarlo bien, dejando un poco de lado el ritmo, el número de kilómetros y de más.

No es que yo tenga un trauma con el frío ni nada de eso. Sencillamente es que me parece una mierda y no me gusta nada, así que lo primero que comentamos nada más vernos, además de que soy un tardón y que con las perneras y el culote de verano parece que voy disfrazado, fue que ya hacía fresco y cada uno comentó lo que llevaba puesto. Yo, según Manuel, iba disfrazado, el gracioso de Manuel iba con un traje mixto que incluía térmica, culote de invierno y maillot de verano (luego el que iba disfrazado era yo) y Buka iba vestido como si fuese a colonizar el Polo Norte, con las mejores galas invernales. Aquí cada uno tiene de lo suyo.

Pero lo que sí marcaba bastante tendencia era nuestro rumbo. Ruta sureña, de esas en las que lo que menos buscas es una sombra que te deje congelado. Por estos lares ya no se puede hacer el tonto con esas cosas. Puede que el termómetro marque 10ºC, pero es una temperatura y una sensación térmica que no dan tregua y no te dejan entrar en calor.

Sólo nos podría salvar un buen anticiclón en forma de Manuel dando pedales y no dejando a uno mantener una conversación tranquila sin que se te llenase la boca de babas, porque intentar hablar a 30 km/h se hace complicado, la verdad. La chorrada de que Manuel era el anticiclón que nos hacía falta para la ruta, se convirtió en su mote para el día de hoy y para la presente entrada.


Bueno, pues resulta que Anticiclón, Buka y yo pusimos rumbo hacia Mansilla de las Mulas, a otro bar, en efecto, amigos, para tomar otro café, ver un poco el desfile del día 12 de octubre y de más. En realidad esto último no era el plan, pero en el bar lo estaban viendo como si de un partido de fútbol se tratase, en fin. Cosas que se encuentra uno en mitad de ninguna parte.

Nosotros, a lo nuestro, que era hablar de anécdotas de las pájaras que ha ido atropando a lo largo de su exitosa carrera ciclista, nuestro amigo Anticiclón. La de Tarna, la de Ventana, la de San Lorenzo…qué ganas tenemos todos de ver la siguiente…

Y una gran conclusión a la que llegó Anticiclón (si es que este apodo no trae más que ventajas) fue que los compañeros de grupeta somos los únicos que nos vemos los unos a los otros en situaciones absolutamente límite como una pájara de esas en las que te sientes hambriento, deshidratado, fatigado y mentalmente roto. Nadie, y digo bien, nadie nos ve de esa manera. Ni pareja, ni familia, ni nadie. Y los únicos que nos pueden echar una mano son, precisamente, los compañeros de grupeta que saben precisamente lo que nos hace falta. Desde agua, pasando por comida, compañía o sacrificio, quién sabe.

Tras llegar a esta preciosa conclusión, Anticiclón siguió castigándonos porque Buka tenía comida familiar y había que llevarle a casa rápido. Nuestra conversación acerca de las aventuras pasadas nos había comido mucho tiempo lo que, por un lado, aceleró nuestra vuelta a casa y por otro, me ha hecho pensar en el tema a tratar en la próxima entrada del blog. Una aventura que nos reunió tanto a Buka, como a Anticiclón (que os recuerdo que es Manuel), como a un servidor. Me pongo a ello ya mismo…

jueves, 11 de octubre de 2018

¡No perdáis las buenas costumbres, por el amor de Dios!


¡Hola a todo el mundo!

A lo largo de los años he acompañado en sus primeros kilómetros a unos cuantos compañeros y compañeras ciclistas, además de la época de los niños en las escuelas. Centrándome en los cicloturistas, siempre he tratado de enseñarles los truquillos que al final cada uno aprende por sí mismo, pero hay algo sobre lo que hago especial hincapié. El café en medio de la ruta.

Resulta que el amigo Buka, hace un par de semanas quedó con un colega que está empezando en esto de la bici y salimos los tres juntos. Nuestra nueva adquisición está a tope. Tiene la pedrada adecuada como para ser un Asfalto más, pero le falla una cosa. ¡Que no para a tomar café! Dice que si no, la media no sé que y no sé cuánto. Casi me hago pis de la risa que me entró.

Pero, tranquilos todos y todas, que ya me he puesto en contacto con el colega y ya le he dicho que hay que parar a tomar café o lo que surja, en medio de la ruta. Cuando le expliquemos que hay días en invierno que básicamente salimos para comer un pincho de tortilla, no sé qué nos dirá, pero bueno. Iremos poco a poco con él.

Y es que esas paradas en un bar de algún pueblo son lo mejor de las rutas. Esa cantidad de chorradas que se dicen, esas risas, esas tapitas, esos cafés. Cómo se entra en calor algún duro día de invierno y cómo se refresca uno, en el maravilloso verano.

Hace muchos años yo no paraba nunca. No sé cuál era la razón. Puede que no hubiese ninguna en concreto pero la verdad que yo ahora mismo no entiendo una salida sin no parar aunque sea a tomar un cortadito rápido. Los días que no me da tiempo parece que llego a casa sin haberlo hecho todo, no sé si me entendéis.

Esos descansos son, además de todo, necesarios para hacer piña con los compañeros. Las conversaciones que más o menos hilvanas sobre la bici en plena ruta, en la parada las rematas, decides por dónde sigue la ruta, te echas las risas, nos metemos los unos con los otros. Ya sabéis. Lo típico.

Así que cuando me topo con alguien que nunca para, siempre pienso…”cuánto le queda por aprender”…pero ahí estamos en el C.C. ASFALTO LEÓN para redirigir a las ovejas descarriadas. De hecho, esto del Club nos lo sacamos de la manga durante más de una parada a tomar café entre colegas. Se podría decir que El Club es la consecuencia de alguna que otra conversación alambicada pero bueno, el resultado no fue malo, la verdad.

Conclusión de todo esto. Si estáis empezando en las artes del ciclismo, lo mejor es que vayáis acostumbrándoos a hacer una paradita en algún bar para tomar algo porque si algún día os apetece rodar con nosotros, a lo cual os invito, y no estáis hechos a ello, os va a tocar pagar el café. He dicho.

miércoles, 10 de octubre de 2018

Llevo un 32, sí, ¿¡qué pasa!?


¡Hola a todo el mundo!

Mucho se han reído de mí, amigos y amigas. Sí, sí. He sido el hazmerreír en más de una salida. Más o menos hace un año hice algo, tomé una decisión, que ha supuesto un antes y un después en los chistes del grupo.

Y es que le he metido un piñón de 32 dientes a La Americana. Así como os lo cuento…Ah! ¿Que tú también te estás riendo? Bueno, pues lee esto antes de juzgarme…

Resulta que en mi obsesión por hacer de La Americana una máquina envidiable, entre otras muchas cosas, le he cambiado el grupo. Un colega me ofreció uno de él que no tenía muchos kilómetros y, además, viniendo de quien venía, estaba seguro de que estaría perfectamente cuidado. Él mismo me lo instalaría y me hizo una oferta de esas que no puedes rechazar, así que, como yo ya andaba con ganas de cambiar el mío, que ya tenía más kilómetros que Marco Polo, pues acepté.

La Americana ahora cuenta con un Shimano Ultegra de once. Llevo un año con él y estoy encantado. No puede funcionar mejor, la verdad. Cuando mi amigo fue a montarme el cachivache, me hizo una pregunta:

-Oye, Dani. Hay que cambiar la piña, así que, ¿qué te meto? ¿28 como hasta ahora o un 32?
-Ostras, tío, pues no sé…te llamo luego.

Así que empecé a pensar en los pros y contras. Creo que lo que más influyó fue que el año pasado no fue mi mejor año ciclista. Salía todos los fines de semana pero entre semana era imposible, con lo que cuando quedaba con los amigotes, éstos me hacían sufrir entre mucho y muchísimo. No hacían más que achucharme y me tenían arto. Así que descolgué el teléfono, llamó a mi amigo y le informé de mi decisión:

Oye, tronco. Pon un 32 y que sea lo que Dios quiera.

Lo primero en lo que pensé fue en que se iban a reír de mí. Es lo que te pasa cuando te juntas con algún que otro cabronazo, pero son mis cabronazos y les tengo aprecio, maldita sea, pero no dejan de ser lo que son.

El primer día que estrené mi nuevo, flamante, súper eficaz y ligero Ultegra fue una jornada épica del CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN. Salimos desde San Emiliano, en el corazón de Babia, para ir en dirección al Puerto de Somiedo, en este caso para bajarlo. Terminada esta preciosa bajada, llegaría el momento de mi encerrona del día, que no era otra más que subir hasta un pueblo llamado Las Viñas, que es conocido como uno de los kilómetros más duros de Asturias. Terminado esto, ya quedaban por subir dos cositas de nada. San Lorenzo y Ventana.

Lo peculiar de aquel día épico, sobre el que ya os hablaré otro día más en profundidad, fue que salimos con 3ºC, lo que es bastante frío, y en la subida de San Lorenzo, nos encontramos con 35ºC y la mayor parte de nosotros íbamos vestidos con ropa más o menos de abrigo. Al fin y al cabo estábamos a mediados de octubre y quién se iba a esperar todo aquello. Fue un día terrible en el que las pájaras surgieron por sí solas, pero ya os hablaré de aquella jornada épica.

El asunto que nos ocupa es mi precioso piñón de 32 dientes. Ese día iba a tener más de una oportunidad para poder engranarlo y comprobar hasta qué punto es útil o no lo es.

Yo soy un tío que tiene buena pata y soy bastante potente, con lo que subidas duras en plan Las Viñas, La Camperona o cosas de estas, las paso bien sobre bielas y de más, pero sí es verdad que me he tenido que educar para utilizar el 32. Resulta que en muchas ocasiones me he negado a meterlo porque iba mejor con el 28, ¿os lo podéis creer? Bueno, pues los cabronazos de la grupeta no se lo creen y piensan que por tener el 32 mis subidas ya no son tan válidas y de más memeces de esas. Me lo dicen más por envidia que por otra cosa, yo lo sé, pero nunca lo reconocerán.

Tener un 32, en serio os lo digo, te hace cambiar tu forma de afrontar las subidas más extremas. El día que llegué a comprender para qué servía realmente fue este año subiendo mi amada Camperona.

Yo ya había hecho varias subidas de las consideradas normales con el grupo nuevo. Nunca metí el 32 porque haría que fuese muy revolucionado, lo que me supone una incomodidad bastante grande para mi forma de pedalear. Soy de los que tiran de desarrollo entonces, claro…meto el 32 y todo se vuelve contra mis propios principios. Pero en La Camperona todo cambia. La rampa buena al 24% hace que de nada sirvan tus principios.

Había hecho La Camperona tres veces antes del 32 y esa vez me estaba negando a meterlo, pero en uno de mis momentos de lucidez en plena ascensión, pensé que si no lo metía en las rampas más duras como esa, ¿para qué lo había instalado? Así que lo metí, no sin resistirme un poco. El caso es que cuando comprobé el tiempo que había tardado en subir, me sorprendió ver que ¡había batido mi récord personal!

Desde ese día, en rampas duras de, por ejemplo, La Valdorria, Lagos y L'Angliru, ya no dudo en meterlo y todo cambia. Puedes ir más tiempo sentado con lo que te descansan más la espalda y los brazos, lo cual facilita bastante las cosas.

Lo que no van a terminar son las bobadas que me dicen los amigotes cuando miran hacia la piña de La Americana, pero yo sé que es hasta que ellos lo instalen y pueda yo también reírme de ellos, claro.

martes, 9 de octubre de 2018

El ciclista al ataque.


¡Hola a todo el mundo!

 Y es que, perdonad que insista, el tiempo ha cambiado y todo es un poco peor. Es más frio, más oscuro, más corto y, además, más rápido.

En efecto es todo más rápido ya que con los días más cortos, con algún frente cargado de lluvia en la perspectiva más próxima, las salidas en bici nos convierten en una especie de ciclistas al ataque.

Te levantas, desayunas, haces las cuatro cosas que tenías previsto hacer, miras el móvil para ver en qué momento lloverá y lo ves claro. “Tengo dos horas para rodar”.

Y ahí comienza el operativo. Te vistes a la carrera, intentando ponerte lo más apropiado. En estas fechas de entretiempo, tengo que decir que casi siempre te equivocas. O vas muy abrigado, o con poca ropa, o lo que sea. Con algo siempre fallas o al menos eso es lo que me pasa a mí…En fin. Son mis pedradas.

Luego coges la bicicleta, compruebas la presión de las ruedas, que lo demás esté en orden. Llenas el bote de agua pensando que hace frío y beberás una miseria de agua (mal hecho, que lo sepáis), vas por algo de comer, por si las moscas. Esto ya son mis manías de ciclista veterano. Por corta que sea la ruta, siempre llevo algo encima que echarme a la boca.

Ahora sólo queda escoger la ruta. El camino a seguir no debe de ser demasiado largo porque os recuerdo que teníamos dos horas y que, entre unas cosas y otras, ya hemos consumido quince minutos. Comenzamos a dar pedales y sientes frío. “Me tendré que ir acostumbrando”, piensas. Al fin y al cabo, dentro de no mucho ya sabéis lo que toca.

Te da tiempo a hacer unos cuarenta kilómetros pero, además, si quieres llegar a casa a una hora potable, tienes que ir zumbando. Te agarras abajo a nada de salir de la ciudad y pedaleas como si te estuvieran persiguiendo los equipos de los sprinters. Quitas del cuenta la función “distancia recorrida” para sustituirla por “hora actual”.

Eso se convierte en tu objetivo. Llegar a buena hora ya que lo más probable es que tengas que ir a hacer algún recado en plan ir a la frutería, o al súper, o hacer la comida o cualquier historia de éstas.

Mientras vas lanzado a conseguir tu objetivo piensas en las rutas de verano en las que no tenías ni prisa, ni frío, ni tanta ropa encima y casi te dan ganas de llorar, pero sigues avanzando porque eres un ciclista y eso es lo que haces. Nunca rendirte.

Sin darte muy bien cuenta, ya no te queda nada para llegar a casa y tienes encima una sudada de padre y muy señor mío. Quieres más pero no puedes. “Menuda mierda”, piensas, pero estás resignado a que si quieres hacer kilómetros, esta es la manera. Ir arañando unos pocos aquí, otros pocos allá y así, al final del mes, vas dándote cuenta de lo mucho que se consigue si vas al ataque.

Porque en este tipo de mañanas, con el tiempo pisándonos los talones, nos convertimos en ciclistas al ataque, que son los que más molan. Así que, ya sabéis lo que tenéis que hacer. ¡Siempre al ataque, máquinas!

lunes, 8 de octubre de 2018

Los útiles del ciclismo profesional.

¡Hola a todo el mundo!

No suelo hablar de ciclismo profesional, la verdad. En principio porque me parece algo muy complejo sobre lo que voy a aportar poco o más bien nada, pero sí que me gusta un montón, como os podréis imaginar. Siempre que echan carreras por televisión, ahí estoy yo con los ojos abiertos como platos, pendiente de todo. Estrategias, bicis, mis corredores favoritos y de más.

El ciclismo lo entiendo como algo que me emociona y normalmente me fijo en los corredores que, precisamente, me emocionan. Mis primeros recuerdos de uno de estos capos fue Perico Delgado. Luego, casi sin darnos tregua a los aficionados, surgió Induráin.

Hay dos ciclistas que especialmente me han llegado al alma. Uno es Gino Bartali y la historia que le acompaña, que si no conocéis os invito a que indaguéis en ello. Para resumiros un poco, colaboró en salvar la vida de cientos de judíos italianos durante la Segunda Guerra Mundial. Además, lo que me gusta de él también es que representa junto con otros campeones, la época del ciclismo prehistórico, por llamarlo de alguna manera. Me gusta tanto Bartali, que hace unos años me lo tatué en el brazo. Así soy yo. Por supuesto, nunca vi carreras suyas pero sí que me he interesado por “su obra”.

Y a quien me voy a tatuar más pronto que tarde, suelo esperar a estas fechas en las que el sol no me va a quemar (y este es el consejo que os doy hoy para los que os queráis iniciar en el mundo del tatuaje) es al irrepetible y único Marco Pantani.

Ningún ciclista me ha hecho levantar con tanta pasión de mi asiento para gritar como un loco como “el Pirata”. Sus ataques, su épica, su pasión. Qué buenos momentos me ha hecho pasar. Siempre lo llevaré dentro de mí.

Alberto Contador también me ha hecho emocionar un montón. Además, por casualidades de la vida, coincidí en un curso de Director Deportivo con su entorno más cercano y me parece una gente maja, con lo que siempre que Contador atacaba yo atacaba con él desde casa.

Sin embargo, los ciclistas que más me gustan no suelen ser objeto de tanta atención mediática como los ejemplos anteriores. Su trabajo suele ser oscuro, poco llamativo y no muy valorado para los ojos poco entrenados en esto de ver carreras. Hablo de los gregarios. Un segundo….Hablo de LOS GREGARIOS. Así en mayúsculas que se lo merecen más que de sobra.

Por ejemplo, yo soy de esas personas que en una etapa de la primera semana del Tour, de más de doscientos kilómetros y llana como una sartén, no se duerme. Más allá de esperar con ganas la llegada al sprint, que también, me alucina ver a los gregarios hacer su trabajo. Es impresionante, o al menos a mí me lo parece, ver cómo entre, por ejemplo, tres ciclistas, llevan el ritmo de todo un pelotón a más de 45 km/h de media durante más de cuatro horas. Sencillamente me parece de verdaderos héroes.

Otro ejemplo del curro de un gregario es el típico hombre de confianza del líder y que le acompaña a lo largo de toda la temporada, en todas las carreras que corre el jefe de filas. Le protege del viento, de los baches, de los manillares de los adversarios, la da comida, le da bebida, es el último relevo antes del gran momento de la carrera. Son muchísimas cosas las que tienen que hacer estos súper gregarios.

Me gustan tanto los gregarios que si yo me convirtiese en ciclista profesional, hecho que sería un milagro y digno de admiración por el mundo entero ya que me pilla un poco mayor, a mí me gustaría ser un gregario. Creo que sentirse útil es una de las mejores sensaciones que hay y los gregarios, por encima de todo, son útiles para el ciclismo porque, de no existir ellos, ¿ qué sería de mi deporte favorito?

Peio Ruiz Cabestany, Jesús Hernández, Markel Irizar, Roberto Conti, El Penkas, Luke Rowe, Imanol Erviti. Son sólo siete ejemplos de hombres de equipo con diferentes funciones pero sin las que los resultados de los grandes campeones a los que han ayudado, no serían ni mucho menos los mismos.

Así que la próxima vez que pongáis la tele y haya una “aburrida” etapa llana, si sabéis mirar, puede que os entretengáis muchísimo más de lo que os cabría esperar. Sólo hay que saber a dónde mirar.