jueves, 12 de diciembre de 2019

Mirando al más allá con las cositas del invierno.


¡Hola a todo el mundo!

Pues sí. Cositas del invierno. No es la primera ni será la última vez que escriba algo acerca del invierno. A todos los que vivimos en algún lugar especialmente frío como es en mi caso León, esta estación nos marca bastante porque sabemos que durante, más o menos, la mitad del año vamos a tener que convivir con circunstancias un poco, digamos, particulares, si queremos seguir haciendo cosas de ciclistas como es dar un rule en bici, por ejemplo.

No sabes muy bien cómo afrontarlo. En León no tenemos mucho tiempo para pensarlo porque pasamos de días de calor a días heladores en cuestión de una semana y hablo de manera literal. Este año lo que ha sucedido es que el sol dio paso un mes de lluvia seguido. Así, sin anestesia. ¡Ha sido genial! (ironía)

Si la jornada va a ser lluviosa, yo prefiero que lo sea desde el primer momento del día porque como tenemos la costumbre y el vicio de andar en bici, puede que a eso de las diez de la mañana no llueva y tengas un montón de ganas de entrenar. Te vistes pensando en todo lo que vas a gozar después de varios días en el dique seco (mira tú qué paradoja). Abres la puerta de casa, te pones las gafas y notas cómo empiezan a caerte unas inocentes gotillas de agua, pero aún así continuas con el plan inicial. Conclusiones finales del día. Has hecho una ruta de 50 kilómetros en los que te ha llovido con fuerza 45.

A ver. Luego hay cosas buenas, como entrenar con el rodillo (ironizo una vez más). Enganchas la bici en ese artilugio del demonio y das pedales sin ir a ningún sitio durante 45 minutos o una hora. Algo que, al menos para mí, supone una verdadera proeza. ¡Qué horror! Lo que más valoro del rodillo es que me hace amar aún más las rutas al aire libre.

También sucede que en invierno el viento no se está quieto. Cuando no sopla de un lado, sopla de otro pero, eso sí, siempre con todas las ganas. Avanzas por una carretera en apariencia plana y no metes plato pequeño por vergüenza…¡Qué diablos! ¡METES PLATO PEQUEÑO!

Pero la verdad es que te da tiempo a pensar en tus movidas ciclistas. Que si el año que viene  voy a hacer tal o cual reto, o me voy a pillar esto o lo otro para intentar mejorar, o voy a ver si quito este ruido de las narices que lleva dos meses en la bici porque no deja de llover y siempre que limpio y engraso el pedalier me vuelve a pillar día de lluvia y otra vez hay que volver a limpiar y engrasar el dichoso pedalier…grrrrrrr

El caso es que mis objetivos de esta parte del año, a parte de acabar con ese ruidillo del demonio, es ir adaptándome a las nuevas medidas tanto de la potencia (de 100mm a 80mm) como de las bielas (de 175mm a 172’5mm) y puedo decir que lo he hecho rápidamente y me encuentro genial. La Americana es una máquina del carajo. Cada día me gusta más mi bicicleta. Me estoy convirtiendo en un señor mayor que valora cada día más el titanio, el aluminio y el acero pero bueno, son males menores.

Otro objetivo era mentalizarme para el día que saliesen las inscripciones de la BIBE TransBizkaia. Me explico un poco y espero no repetirme demasiado.

Todo surgió este año 2019 durante Los 10.000 del Soplao. Un año especialmente duro y que la ruta me apretó de lo lindo. El calor y mi intención de hacer un buen tiempo hicieron de la etapilla un verdadero etapón de subsistencias tanto física como mental.

El asunto fue que coincidí con Jose Iván Gutiérrez e Igor Antón y con éste último estuve hablando (cómo me acabo de tirar el moco, ¿eh?) que él, al día siguiente iba a ir a la TransBizkaia esta. Y yo ya me había fijado que ambas pruebas eran en días consecutivos, valorando la opción de ir a la marcha de Durango en caso de no poder ir a Cabezón de la Sal, pero el germen de hacer las dos pruebas el mismo año ya caló en mi mente. La verdad es que en ningún momento barajé si era buena o mala idea, la verdad, pero ya se me metió entre ceja y ceja y yo que soy bastante cabezón…


Llevaba varios meses pendiente de cuándo le ponían fecha a la BIBE TransBizkaia, porque a El Soplao yo me apunto sí o sí al poco de salir la inscripción. El Infierno Cántabro suele celebrarse el primer fin de semana de junio y hoy, amigas y amigos, se abre la inscripción de la marcha vasca y me voy a apuntar, sí señor, porque es al día siguiente del Soplao.

Así que el objetivo del 2020 es sin duda un gran reto. Hacer el día 6 de junio los 230 kilómetros y 4000 metros de desnivel positivos de La Clásica de El Soplao y el día 7 de junio los 180 kilómetros y 3500 metros de desnivel positivos de la TransBizkaia.

Me motiva, me asusta, me da respeto, pero sobre todo tengo muchísimas ganas de afrontar ambas pruebas para ver qué le pasa al cuerpín con una chaqueta tan enorme (enorme al menos para mí, ojo) Me va a tocar un año de hacer muchas rutas largas y enlazadas. Pero una de las cosas buenas de plantearte retos de este tipo, no es el reto en sí, si no el camino hacia ellos, con lo que os daré la chapa de vez en cuando contando mis penurias, que las habrá.

Así que ya sabéis. Si hay alguien interesado en embarcarse en esta locurilla mía, que lo diga y así compartimos miserias porque ya se sabe que las miserias en compañía lo son menos.

viernes, 18 de octubre de 2019

Empezando el camino improvisando


¡Hola a todo el mundo!

Pues, en efecto, otra entrada muy seguida de la anterior. Síntoma inequívoco de que no puedo salir en bici por alguna razón, en este caso, obras en casa, tema siempre apasionante y que da para un blog entero, pero no me voy a centrar en ello.

De hecho, no tengo ni idea de lo que hablar, pero me apetece escribir. ¿De qué hablo? ¿Del recorrido del Tour 2020? ¿De ciclismo de andar por casa que es mi rollo? Voy a ir centrando el tiro, vamos a ver.

Por ejemplo, deciros que el reto que me he propuesto para el próximo año, además del ya clásico en mí, 10.000 del Soplao, es hacer dos marchas gran fondo seguidas. Como El Infierno Cántabro cae en sábado, me gustaría ir el domingo a hacer otra cicloturista de categoría. La pasada edición coincidía que la TransBizkaia era al día siguiente. A ver si con un poco de suerte vuelven a caer así, porque el recorrido de esa prueba vasca tiene una pinta fantástica. Sería encadenar los 220 km del Soplao con 180 km de la TransBizkaia.

Me motiva un montón la idea. Además, este año lo estuve hablando con un mito del pelotón español como es Igor Antón, que disputó las dos y como coincidimos en un pelotón varios kilómetros durante El Soplao hasta que yo decidí atacar (para atrás), me dijo que es un buen reto y que a él se le haría duro, así que imaginad a mí. Pero lo que más me motivan son estos retos de hacer kilómetros más que lo de hacer medias altas. Fondista que salí, chico, qué le vas a hacer.

Ya tengo hasta pensados algunos entrenamientos de cara a preparar el asunto, como sería ir desde León al Puerto de San Isidro y volver. Salen 180 kilómetros o así. Hago esto y al día siguiente otra ruta que pase de cien kilómetros y queda una preparación muy chachi.

Y por cierto, después de analizar El Soplao 2019 en el que sufrí como en mi vida, ya creo haber determinado las causas de ello. Resulta que como se preveían altísimas temperaturas (durante la prueba superamos los 40 grados mucho rato) yo quise prepararme como tiene que ser. No tenía miedo a esa temperatura, de hecho, para mí era un sueño hecho realidad, pero sí es verdad que no quería deshidratarme, así que el día antes, qué sé yo, bebería cinco o seis litros de agua y no os estoy exagerando ni un ápice. El resultado de ello fue que con tanta agua, arrastré muchas sales-minerales del cuerpo con lo que al día siguiente tuve calambres. Se me hizo tan duro, maldita sea. Pero he aprendido la lección y este próximo año volveré a por todas con el reto de dos marchas gran fondo consecutivas. ¡A tope!

Y todo esto, si me dan los días en el curro, si no hay lesiones de por medio y un largo etcétera de situaciones que no dependen de mí, así que no me preocupan. Si los astros se alinean, cumpliré mis propósitos. Y algún cambio de cara al futuro más próximo voy a tener. Y esto va referido a materiales.

Hace unos años y no pocos porque el tiempo pasa que es terrible, decidí montar el compact en los platos, es decir, 50-34. En su momento lo escogí así porque como el gusanillo de competir se me había quitado de golpe después de cascarme una rodilla, pues pensé en tomarme la bici más en plan tranqui. Pero han pasado los años y si bien no voy a ponerme un dorsal (no se me ocurriría tal cosa ahora que rozo los 40 tacos, joder), sí es verdad que con el compact voy silbando. Si es que este año he subido Pajares, salvo las curvas del final, con el plato grande, leñe. Vale que me gusta ir algo trabado siempre, pero es antinatura. Y digo esto como descripción de una situación, no para tirarme el moco y decir que soy la reencarnación de mi idolatrado Bartali. Yo soy un tuercebotas más.

Y he pensado que mientras la maquinaria (el menda) lo pueda aguantar, voy a montar de platos 52-36, que tampoco es mi antiguo 52-39, ni tampoco aquel salvaje 52-42 que tuve montado bastante tiempo, pero que se debía a los tiempos que corrían, no a una elección personal. Aún recuerdo subir Valdorria con aquella combinación 42-25 propia del hombre de las cavernas. ¡Qué dolor de patas, de brazos y de espalda!

Además, también voy a poner una potencia de 80 milímetros y las bielas puede que las cambie también y pasar de 175 a 172’5 milímetros. Varios cambios voy a tener en La Americana, pero creo que me van a venir bien después de mucho meditar y muchas pruebas. Necesitaré un mes o algo más para adaptarme a todo ello, pero entramos en una época propicia para estas cosas

Repasando la entrada, veo que al final ha quedado bastante bien armada así que habrá que ir cerrando para poder tener algo de lo que hablar en sucesivas ocasiones, no vaya a ser que me quede mudo y me dé algo. Aquel que haya rodado conmigo sabe que esto es harto difícil, en fin. Nos vemos, compañeros y compañeras del metal.

jueves, 17 de octubre de 2019

A ver si tenemos suerte algún día.


¡Hola a todo el mundo!

Pues ya ha llegado el tiempo digamos regulero, al menos de momento. A falta de que empiece a helar, caiga nieve de manera seria en las montañas, las primeras escaramuzas invernales ya se han producido, que esto es León, podríamos decir que la temporada otoño-invierno de la bicicleta ya ha empezado. Estoy seguro de que aún llegará algún día potable, pero haceros a la idea de que los días interminables de sol y bici van a tener que esperar al año que viene.

También tiene su encanto este clima, las cosas como son y, además, los grandes días del verano que viene en los que subimos puertos como verdaderos demonios se preparan en invierno, que no se os olvide.

También podemos pensar en otras cosas del ciclismo. En mi caso, son muchas las cosas que se me están pasando por la cabeza, que van desde cambiar la longitud de la potencia y ponerla de 80 milímetros e incluso la longitud de bielas y ponerlas de 172’5, pero esto no dejan de ser mis pequeñas idas de olla.

Algo que me parece interesante y que también me ronda por la sesera es un tema muy recurrente siempre que termina la temporada profesional. Como una de las últimas citas del año es el mundial de ciclismo, prueba en la que no está permitido el uso del pinganillo, siempre sale a debate que si está bien el uso de éste o no.

Es un debate en el que siempre se pone el acento en que su uso está muy bien de cara a la seguridad, como intentando desactivar a los que como yo creemos que el pinganillo está acabando con la emoción en el ciclismo. ¡Uy!, vaya. Ya se me escapó decir que creo que el pinganillo es una castaña. Pero lo creo desde hace más de diez años, ¡maldita sea!

La manera que tiene de anestesiar las carreras es tal que la prueba de que su uso no mola la tenemos cada año en el mundial. Carreras locas, ciclistas que no saben muy bien qué hacer, dudas en los pelotones, falta de referencias exactas. ¡Es una delicia ver esas carreras absolutamente descontroladas!

El pinganillo como herramienta para informar a los ciclistas acerca de temas de seguridad creo que sería bueno, es más, me parece lo lógico, pero de ahí a que desde un coche en el que está viendo el director la carrera por TV, sabiendo cómo vienen por detrás, cómo están por delante, etc, me parece una adulteración de la competición absoluta.

Por ejemplo, y mira que yo no soy futbolero, sería como informar por un pinganillo a un extremo, de que el lateral de su banda está cansadísimo, cojeando y fuera de posición, para aprovechar esta situación, por ejemplo. Otro caso paradigmático se dio en la Fórmula 1 cuando se prohibieron las estrategias de equipo por radio en aras del espectáculo. Si ya lo hicieron en los coches, ¿por qué no hacerlo en las bicis?

¿Os imagináis una etapa, ya no de alta montaña, si no de media, con pequeños grupitos dispersos a lo largo del recorrido, porque un grupo de valientes ciclistas han querido dinamitar la carrera, todo esto hablado en medio del pelotón, sin intervenir directores, y con un líder sin saber qué hacer porque, además de dar pedales tiene que dedicarse a hacer cálculos y pensar a ver cuál es la mejor estrategia? Sería un espectáculo que no se ve en profesionales desde hace décadas. Por no hablar de una etapa llana con abanicos, como la de Guadalajara de este año en La Vuelta. Que el resultado hubiese sido diferente sin pinganillo creo que es evidente (puede que incluso nunca hubiesen intentado hacer el indio los buenos chicos del Movistar o que lo hubiesen hecho hasta las últimas consecuencias, quién sabe)

Todo lo que sea que el ciclismo gane en espectacularidad creo que debe de ser algo a tener en cuenta y sólo espero que algún día, los profesionales vuelvan a salir a competir sin instrucciones desde el coche y sin potenciómetro.  A ver si hay suerte.

Y yo, mientras tanto, voy a seguir haciendo mis cábalas a ver si con la potencia de 80 y las bielas de 172’5 salgo ganando. Voy a preguntarle al director por el pinganillo….ah, no, que no tengo…que la decisión la tengo que tomar yo…vaya…

jueves, 26 de septiembre de 2019

Vamos a ponernos un poco al día.


¡Hola a todo el mundo!

No penséis que me he olvidado del blog. Para nada. Lo que pasa es que en verano, lo poco que estoy en casa es para caer rendido después de tanta bici y tantas aventurillas sobre ruedas. Y sobre esas cosillas os voy a habar. De mis movidas.

Resulta que María, mi señora, se ha aficionado a la bicicleta. No a la bicicleta en plan “vamos a dar un paseo en chándal” o cosas así. Le ha gustado tanto que ya hemos subido puertos y todo. Ya cuenta en su haber con puertos como San Isidro, Las Señales, San Glorio y alguna que otra subida de relumbrón. Todo un logro y una gran progresión en sólo un año.

Me encanta salir a rodar con ella, la verdad. Además, esta afición compartida lo que ha provocado es que hayamos ido de vacaciones con las bicis a Galicia, nada más y nada menos. Lo más espectacular del asunto es que a María le ha gustado tanto la idea de unas vacaciones con la bici que ya piensa en las siguientes. ¡¡Y habla de Dolomitas!! ¿Qué si la bicicleta engancha? Pues aquí tenéis una prueba más.

Y haciendo algo de hincapié en las ciclovacaciones gallegas, fuimos a la zona de A Guarda. ¡Y qué descubrimiento! Hay un montón de subidillas y, además, siempre mola rodar por carreteras junto a la costa. Nos gustó un montón. La subida a Santa Tecla y el Monte da Groba son los platos principales, pero hay mucho más. Yo diría que todo va a dar a un pueblo que se llama Torroña. Hasta allí van a dar unos cuantos subidones dignos de cualquier escalador que se precie.

Y otra cosa que me prestó mucho de este verano fue llevar a mi amigo Jon a conocer uno de los finales en alto de la Vuelta Ciclista España 2019. La Cubilla. Era una apuesta segura. ¿A quién no le va a gustar ese puertazo? Habrá que hacer más excursiones cuando venga de nuevo. Prepárate, Jon, que tengo muchas ideas y me gusta mucho subir puertos.

A ver si vuelvo a coger un poco la rutina de escribir y contaros cosillas. Tengo varias cosas en el tintero. Ideas que me han ido surgiendo montado a lomos de La Americana, al ir rodando por estas tierras leonesas tan poco dadas a saber venderse. Esto, combinado con la famosa etapa de Guadalajara de La Vuelta, en la que ganó mi idolatrado Gilbert, han encendido una bombilla en mi cabeza, pero tengo que madurar más la idea. No me va a quedar más remedio que seguir andando en bicicleta para perfilar los detalles, vaya..

Os mantendré informados de todo, ciclistas. Por lo pronto, vamos a seguir disfrutando del otoño ciclista, que también tiene su encanto. Que si para aquí a comer moras, que si para en este otro lado a comer uvas. Un no parar.

jueves, 6 de junio de 2019

Soplao 2019. Más infernal que nunca.


¡Hola a todo el mundo!

Hay veces que tienes una idea preconcebida, eso sí, en base a tus experiencias y crees que todo será más o menos igual. Sin embargo, cuando alguna circunstancia cambia, todos tus planes se pueden ir al garete en menos de lo que canta un gallo.

Llega el primer fin de semana de junio y se celebra como cada año, uno de los grandes retos que yo me marco como objetivo cada año. Los 10000 del Soplao es una ruta que tiene muchos atractivos para mí. Mezcla dureza en cuanto a desnivel acumulado y algo con lo que no cuentan todas las marchas. Una buena cantidad de kilómetros. En mi caso, suelo optar por la prueba de 230km que, junto con los más de 4000 metros de desnivel positivos, suelen dejarme bien satisfecho, aunque en ningún caso roto porque procuro hacer bien los deberes antes de llegar allí.

Entrenamientos largos cuando toca, intensos en su momento, bicicleta a punto y revisada, buena alimentación para no sufrir por falta de gasolina y un montón de cosinas que, como todos los que os lo tomáis algo en serio como yo, al fin y al cabo ponen aliciente a esto de montar en bici.

Todas esas pequeñas y grandes cosas que dependen de mí, suelen estar bajo un cierto control, pero luego surgen situaciones que no podemos controlar y en el Soplao, normalmente es la climatología. Lo más habitual en los últimos años es que la lluvia, niebla, frío o incluso nieve, en algún momento hagan acto de presencia, sin embargo este año todo cambió y, como os decía antes, los planes preconcebidos no sirvieron para nada.

Llevaba un par de semanas viendo que la predicción era de buen tiempo para la zona de Cabezón de la Sal, que es donde se celebra la prueba. Según se acercaba el día, al sol, que parecía que nos iba a acompañar durante toda la jornada, había que sumarle otro punto de interés. La temperatura máxima. La predicción lanzaba un órdago la última semana. 35 grados.

Ante esas expectativas climatológicas, yo contaba con una ventaja bastante grande frente a otros participantes. A mí el calor, no sólo no me molesta, si no que me encanta, y cuando el día previo a la celebración de la marcha, en Cabezón ya había más de 30 grados pensé, “¡fantástico!”.

Normalmente, mi objetivo en El Soplao es terminarla sin caídas ni percances, lo primero, y luego ir con los compañeros, ayudar y cosas así, sin mayores pretensiones. Sin embargo, este año iría solo a Cantabria, ningún compañero iba a poder acudir a la cita, y tenía la intención de apretar el ritmo más que otros años. No pararía en los avituallamientos tanto tiempo, puede que en alguno no parase y subiría el ritmo para poder mejorar mi tiempo final. No se me antojaba una empresa complicada ya que otros años fui muy tranquilito, la verdad.

Así que al ritmo de AC/DC se dio comienzo a la etapa, como es tradición. Los primeros kilómetros, por la experiencia que yo tengo, lo que hay que hacer es guardar la distancia con respecto a los de delante, los de los lados y los de atrás. Hay mucha gente que quiere adelantar posiciones porque salieron más atrás  de donde querían y también hay que tener en cuenta que se callejea un poco, con lo que hay frenazos. A partir de ahí, sobre el kilómetros 30, ya puedes empezar a buscar un grupo y que te vayan llevando.

No tenía intención de parar en el primer avituallamiento pero una de las cosas que estaban cambiando con respecto a la idea prevista era el consumo de agua. No se podía dejar de beber y el bidón no es muy grande. Ya eran las diez de la mañana y casi estábamos en 30 grados, con lo que el peligro de deshidratación era enorme. Había que tener en cuenta también que rodábamos junto a la costa, así que imaginad la humedad. Las condiciones eran un polvorín. A esto también había que sumarle que la Guardia Civil detendría la marcha tanto en el primer avituallamiento como en el segundo, así que habría que parar sí o sí.

El día continuaba y para aumentar el reto, me junté a dos compañeros de ruta que andaban por ahí. Uno se llama Igor Antón y otro, Jose Iván Gutiérrez. Y es que cuando te juntas con exprofesionales y empiezas a hablar con ellos, parece que todo va bien pero sin querer, ellos van a un ritmo que no es al tuyo. Así que tras 10 kilómetros con ellos, me dijeron que tiraban para adelante y yo pensé “menos mal”.

Llegaba la subida a la Cueva del Soplao y aquí estaba el primer test que yo utilizaría para saber cómo iba todo. Otros años, yo hacía esta ascensión muy rápido. Ágil, subiendo fácil y sin problemas. Pero nada más comenzar, ya me di cuenta que las piernas, si bien no iban mal, tampoco estaban para hacer locuras. Así que cambié mi habitual subir en bielas por cadencia y sentado. Acababa de decidir que había que ser reservado este año, decisión que más tarde entendí que me salvó del abandono. Llegaban las curvas que tanto me gusta subir en bielas y dándolo todo, pero tocaba reservar. Me sentía atado pero ahí el calor me recordó que esto acababa de empezar. Ya superábamos los 30 grados y nos aproximábamos a los 35. La una de la tarde. La jornada se vislumbraba épica.


Llegamos a Puentenansa, donde se sitúa el segundo avituallamiento y el comienzo del puerto largo del día. Piedrasluengas no es un puerto excesivamente duro, pero sí que es abrumadoramente largo. Y de lo que nunca fui consciente es que no tiene ni una sola sombra, cosa que hizo de este monstruo algo terrible, más teniendo en cuenta que en Puentenansa los termómetros se situaron en 40 grados.

Así que decidí ponerme un ritmo de principio a fin de puerto. No cargaría mucho las piernas, buena cadencia y sin forzar. Y sobre todo, beber y beber. No podía picarme con nadie, así que mirada abajo y a ritmo.

Pedalada a pedalada iban pasando los kilómetros, pero Piedrasluengas se hace muy largo. Parece no tener final. Y si vas a echar un trago, muy necesario ese día, y te das cuenta de que se te termina el bidón, entonces comienzas a ponerte nervioso. No obstante, si se es observador y lees los maillots de la gente, te das cuenta de que estás rodeado de gente de por ahí. Estaba seguro de haber visto otros años una fuente en mitad de la subida y mis sospechas se confirmaron al ver varios compañeros con maillots de la zona, arremolinarse en torno a un mismo punto en medio de ninguna parte del puerto. Allí había una fuente, seguro.


Mis planes originales de ir a tope, no parar en todos los avituallamientos y de más, habían variado tanto que ahora me veía parando en una fuente. Y menos mal que tengo buena actitud ante los cambios y me adapto bien en general, porque otros muchos no hicieron esa parada y cuando ya quedaban menos de cinco kilómetros para el final de la subida, los ciclistas que se daban la vuelta en busca del desvío de la marcha corta no eran ni uno, ni dos. También comenzaron a verse algunas explosiones. Gente en las cunetas llamando a alguien para que fuese a recogerlos comenzó a no ser algo extraño. Esta escena nos acompañaría el resto del día.

Por fin coroné el puerto. Nunca se me había agarrado tanto Piedrasluengas. “Los de cabeza no han pasado hace mucho”, me dicen desde el avituallamiento. Mi estrategia no estaba resultando del todo mala, pero por mis planes no pasaba ir en su búsqueda.

Menos mal que la bajada me reconfortaría. Sin embargo se me iban a dar dos circunstancias diferentes a otros años. Una fue que normalmente era fácil alcanzar a un grupo para afrontar juntos el Desfiladero de La Hermida en el que siempre sopla el viento en contra, pero este año, no había tal grupo. Adelantabas a compañeros absolutamente fundidos que no querían ni podían hacer piña. La otra circunstancia es que yo también empecé a lidiar con unas compañeras de viaje nada habituales para mí en El Soplao. Calambres. Según qué movimientos, me dejaban las piernas absolutamente tiesas. Lo estaba pasando mal, pero conseguí controlarlas.

En medio de esta lucha personal, un grupo de unos 7 ciclistas me adelanta. Me pongo en bielas, hago el esfuerzo y consigo agarrarme a la desesperada a ese grupo. Casi un milagro venido del cielo. Me dieron unos minutos de “relax” que me vinieron de cine.

Pero La Collada de Hoz ya estaba muy cerca. El desvío no tardaría en llegar y yo siempre he considerado que este puerto es el más duro del Soplao. Cómo afrontarlo este año era algo que no me costó decidir. Las circunstancias así me obligaron, así que una vez que ya te ves en medio de esta dura subida, cabeza baja, ritmo constante y a sufrir. De nuevo, este era el plan a seguir.


En este punto, ya no sólo está el hecho físico, si no que el mental también comienza a hacer su acto de presencia. Tu subconsciente empieza a emerger para ser cada vez más protagonista de tu realidad. “Cómo estás sufriendo este año”, “menudo calor que hace y no hay ni una triste sombra, Daniel”, “anda que no queda puerto, majo”, son sólo alguno de los pensamientos que se me venían encima. Parecía que no podía salir de ese estado de ánimo pero llegó algo que todo lo cambió.

Y es que en todos los puertos hay un gallo que te mete una pasada tremenda y te hace pensar en  caso de ir un poco justo, como era mi caso, que vas aún peor de lo que es en realidad. Y este gallo que me pegó la gran pasada al poco de empezar el puerto, se me apareció sentado en una cuneta, absolutamente destrozado y desfondado. Después de ofrecerle agua que cogí de otra fuente que había por ahí, seguí mi camino y comencé a pensar que puede que no estuviese tan mal, que a mí me encantaba el calor y que me venía fenomenal, que estaba bebiendo mucho y que si yo me encontraba mal, puede que los demás estuviesen aún peor. Estaba siendo un día absolutamente extremo y lo que había que hacer era terminar como fuese.

Yo soy duro y resistente y me propuse demostrármelo una vez más, nada más terminar de subir el durísimo Collado de Hoz. Quedaban dos puertos y había que resistir. Esa era la misión de ese día. Resistir.


El encadenado de los dos puertos que quedaban, no puedo describirlo por separado. Me parecieron parte de un todo. Ese todo era el resistir, de la mejor manera posible, los duros golpes de una edición de Los 10000 del Soplao que estaba siendo la más dura con gran diferencia de las que yo había tomado parte.

Los kilómetros no pasaban pero en la bajada del último puerto de la jornada, un cambio de valle hizo que al menos durante un par de kilómetros, la sombra se dignase a parecer en aquel infernal día. Me dio la vida. Llegué al cruce de la carretera que conduce a Cabezón de otra manera.


Comencé a dar pedales. Pedales fuertes y satisfechos, sabedor de que lo más terrible ya había pasado. Sólo quedaban unos 20 kilómetros llanos que antes o después se terminarían. Incluso apareció un ciclista que me brindó su rueda. Hice tras de él 15 kilómetros que me hicieron recomponerme un poco. Cuando ya no pude seguirle, porque el compañero iba como una locomotora del Talgo, se lo agradecí como si me hubiera regalado una bicicleta nueva.

El cartel de Cabezón de la Sal aparecía ante mí. Varios kilómetros atrás, por momentos pensé que no llegaría nunca este momento. Qué duro estaba siendo llegar a meta. Más terrible que nunca. Pero si es El Infierno Cántabro será por algo y este año, todos los que tomamos la salida recordamos por qué se llama así a esta prueba.


Tenía delante de mí el arco de meta. Nunca me había costado tanto llagar a él. Nunca me dio tanta satisfacción cruzarlo. Sin duda alguna había sido una jornada épica. Un día inolvidable. Una carrera contra mí mismo que me ha recordado de qué pasta estoy hecho. Además de todo, mejoré mi mejor tiempo, lo cual supuso una satisfacción inexplicable, porque era algo en lo que ya no pensaba desde hacía horas. Día redondo. Día infernal. Un gran día.

miércoles, 29 de mayo de 2019

La Pequeña Americana revolucionará el mundo del ciclismo.


¡Hola a todo el mundo!

Hay veces que está muy bien tener otra visión de lo que hacemos a diario. Es como respirar aire fresco en medio de un día caluroso, que te hace sentir mucho mejor. En esto de la bici, todos tenemos nuestras costumbres muy arraigadas en la mayor parte de las ocasiones. Siempre llevamos el mismo tipo de comida en el maillot, en el mismo bolsillo, comemos en el mismo tramo o cosas así. Cada maestrillo tiene su librillo, podría decirse.

Pero a veces, llega alguien con ideas revolucionarias, como pudo ser el equipo Sky en el mundo profesional, que revolucionó según qué cosas y todos comenzaron a seguirles porque entendieron que sus movidas podían ser buenas.

Pues en mi micro mundo ciclista, mi particular equipo Sky revolucionario se llama María, es mi chica, ha comenzado a andar en bici de carretera desde hace un año y ya está generando sus propias técnicas, usos y costumbres. Os puedo asegurar que ha llegado a este deporte para revolucionarlo. Un día, hablando de esto en plena ruta, ella me dio permiso para que, llegado el caso, escribiese acerca del tema. Creo que es importante que la revolución se cuente desde dentro.

Son muchas e innumerables las cosas que María está cambiando en este deporte. Pasados los primeros meses en los que me preguntaba casi todo, ella fue conformando su personalidad ciclista, como no podía ser de otra manera. Y creo que el punto de inflexión sucedió el día en el que, después de ponerse el culote, maillot y de más, se puso por encima la bata de andar por casa para terminar de prepararse. Al principio me sorprendió y, tras un par de días, pues pregunté por esta pequeña revolución tecnológica. “Llevo la bata, sí, qué pasa”. Después de esto, no me costaría imaginar un mundo en el que, por ejemplo, todos los ciclistas profesionales, antes de iniciar la etapa, concediesen las entrevistas a los medios enfundados en sus batas de andar por casa, en este caso, y debido a la nueva tendencia, batas de Castelli, Etxeondo o cosas así. El mundo entero seguiríamos a los “pros”, pero María y yo sabríamos que todo comenzó en nuestra casa, aquel día preparándonos para ir a tomar el café a La Robla.

No os penséis que cuando salimos juntos es todo un pachangueo infame. María tiene hasta su perfil del Strava y día a día mejora. De los primeros días, de ritmo inconstante, hemos pasado a rutas cada vez más largas de ritmo, si bien tranquilo, continuado sin cesar. Pero en los comportamientos ciclistas María vio que había cosas que por qué no, podían ser sometidos a revisión y posibles cambios.

El ciclista, normalmente, ante el viento suele tener una actitud, digamos, disconforme. Qué duda cabe que María sigue esta corriente de pensamiento, por supuesto, pero la actitud cambia. Si por ejemplo, un ciclista tipo, suele pedalear, protestar y de más, en este caso la revolución de María es pararse, llorar, decir bien alto que está “hasta los cojones” y proseguir como si nada hubiese pasado. A mí al principio todo esto me alarmaba mucho. Pensaba que algo grave había pasado y me daba vuelta el estómago y el corazón, pero al ir dándome cuenta de que era otra rama de la revolución de María, me empecé a tranquilizar cada vez que sucedía algo así.

Qué bonito sería en el pelotón internacional, en la típica etapa por Albacete de La  Vuelta a España, un equipo empezase a provocar abanicos y los afectados, se parasen llorando, se cagasen en todo y continuasen como si nada hubiera pasado. ¿Os imagináis las declaraciones al llegar a meta de los protagonistas, enfundados en una bata Etxeondo? Sencillamente, revolucionario.

Por otro lado, me siento muy orgulloso al ver que hay cosas en las que María cree que tengo toda la razón. Y es que desde el primer día le enseñé que en toda ruta hay que parar a tomar café, a no ser que la prisa nos lo impida. Y qué bonito es entrar en algunos bares de pueblo y que ya sepan lo que tomamos antes incluso de que nos soltemos de las calas. Creo que soy una buena influencia para María.

Además, María es muy sincera y alguna que otra vez me da su opinión acerca de alguna decisión que yo tomo, como puede ser una ruta. Se nos ha dado recientemente el caso de salir dos días seguidos. La pobre María por tiempo no suele poder y cuando ocurre, pues no hay que forzar la maquinaria, ya sabéis, así que tomé la decisión de ir por una ruta del sur de León, esto es, plana como una sartén.

Mientras pedaleábamos después de tomar el café en ruta, yo vi que algo pasaba. Algo no le estaba cuadrando a María y le pregunté que qué tal le estaba resultando la ruta. Surgió la sinceridad y, si bien muchas veces otra gente podría edulcorar un poco la respuesta en plan, las rutas planas del sur son tranquilas, te permiten relajar piernas y mente o cosas así, María sentenció. En realidad dijo cosas que todos pensamos. “Por el llano, TOOOOODO PARA TI. Si hace calor toooodo para ti. Si hace viento, tooooodo para ti. Si hay polen, tooooodo para ti. Estoy hasta las narices del plano”.

Así que, sin duda, María es de carácter escalador. Y a parte de por esta opinión que tiene de las etapas llanas, lo sé por su posición en la bici al subir alguna cuesta. El primer día que la vi agarrarse a la parte más baja del manillar para subir, me quedé muerto. El espíritu del Pirata Pantani se había apoderado de ella, no cabía la menor duda. “¿Pero te resulta cómoda esa posición, cariño?” “Sí, sí. La que más” Me quedé muerto, oye.

Son tantas las pequeñas revoluciones que María hace cada día y tantos los descubrimientos que ella me comenta con ilusión. Aún recuerdo el día que me vino ilusionada diciendo que había visto en la tienda un culote que le gustaba, de una marca rara. Que tenía muy buena pinta. La marca rara era Etxeondo. Es boba, ¿eh? Pero no le ha pasado sólo con esa. El otro día descubrió Castelli y poco después, Rapha. Nos vamos a arruinar, pero siempre con las mejores calidades.

Pero lo más bonito de todo fue ver que ella le puso nombre a su bicicleta y la bautizó como “La Pequeña Americana”. Y ahí vamos los cuatro. María, La Pequeña Americana, La Americana y yo, siempre dispuestos a descubrir cosas nuevas y a revolucionar el mundo del ciclismo para siempre. Sólo os digo que María dice que en dos años se viene al Soplao conmigo. Que se preparen en Cantabria.

viernes, 24 de mayo de 2019

Tesoros del Cicloturismo. Llano De Las Ovejas


¡Hola a todo el mundo!

Hacía tiempo que no escribía acerca de algún puerto digno de ser incluido dentro de esa sección que decidí llamar TESOROS DEL CICLOTURISMO, pero es que acabo de hacer una ruta en la que uno de los puertos merece entrar por todo lo alto en esa sección. Y nunca mejor dicho “por todo lo alto” porque el puerto que nos ocupa sube hasta casi los 2000 metros de altitud, concretamente hasta los 1953 metros, y para llegar a su cima hay que superar 1436 metros de desnivel. A todos estos impresionantes datos hay que sumarle la longitud. 33 kilómetros desde el principio hasta el final.

Si a estos números no les ponemos nombre, rápidamente nuestras cabezas comienzan a viajar. Se van a Pirineos, Alpes, Dolomitas, Austria, Suiza o algún lugar de relumbrón y postín, pero si digo que el puerto está en España, más en concreto en la Provincia de León y para afinar más digo que separa El Bierzo de La Cabrera ya es cuando tenéis que tirar de mapas y buscar un poco más a fondo.

Os voy a facilitar la tarea. Su nombre es Llano De Las Ovejas, que es una extensión de Los Portillinos que, a su vez, es una prolongación de, y este ya os va a sonar, El Morredero.

Es una subida que siempre he tenido en mente. De esas cosas pendientes y que sabes que vas a acabar haciendo, pero nunca encuentras el momento. La oportunidad se presentó al no poder ir a Asturias por el mal tiempo y en búsqueda de una alternativa, el compañero de ruta propuso ir hasta Ponferrada, punto de partida del coloso.

Para empezar, os voy a ser tremendamente sincero. El paisaje de este puerto a mí no me resulta atractivo. Montañas cubiertas de brezo, escobas y piornos. No hay rocas, no hay picos, no hay árboles. Lo que sobre todo no hay es capacidad de distracción. Tampoco te permite ir mentalizándote para la dura ascensión que te propone este monstruo gigante.

Un poco de callejeo por Ponferrada, localizas el desvío, sales de un pueblo y llega el primer sartenazo. El gigante ya te acaba de tragar, metiéndote en su mundo de arbustos, enormes valles, montañas infinitamente redondeadas que se encadenan unas con otras hasta donde te permiten mirar y hasta donde te puedas imaginar.

No sé en qué momento ocurre pero cuando te quieres dar cuenta, llevas tres cuartos de hora de esfuerzo y aún no has llegado a la mitad de la cacería del gigante. Como todos, él se resiste. Rampas de más del 10%. Estas trampas aparecen por toda la subida. Unas por aquí, otras por allá, pero eres consciente de que la batalla va a ser dura, aunque esta no es su principal arma.

Su principal defensa es lo infinita de la misma. Una pedalada tras otra avanzas por la carretera. Por la carretera solitaria. Igual de solitario que todo el paisaje. Empiezas a sentirte igual de pequeño que cualquiera de los lagartos que ni se inmutan al verte pasar. Te metes tan en ti mismo que no eres muy consciente de lo que pasa a tu alrededor. Si no llegas lo suficientemente preparado para doblegar al gigante, estoy seguro que en un pequeño momento de debilidad, no te costaría ningún esfuerzo echar pie a tierra. Nadie lo sabría. Nadie hay en kilómetros a la redonda. Estáis solos tú y el monstruo.

Pero si llegas bien puedes escapar del embrujo. Bajas un piñón, te pones en bielas y le mandas un mensaje. “¿Acaso no sabes quién soy yo? ¿No has hablado con otros gigantes? Todos cayeron”. Y este caerá, claro que sí.

La carretera bordea la montaña sin ninguna interrupción hasta que ves unas curvas de herradura. Es la primera distracción que encuentras después de varios kilómetros. Bajo otro piñón y vuelvo a mandarle el mismo mensaje. “¡Vas a caer, gigante!”

Y llegas allí en donde muchos dan la vuelta, satisfechos, sin saber que no es más que otra de las trampas del monstruo gigante. El Puerto del Morredero. Pero yo sólo quería mostrarle mis respetos y pedirle permiso para pasar a por lo que había venido. Aún faltaban muchos kilómetros para mi verdadera misión allí.


Me permitió el paso y me dio un par de kilómetros tranquilos en los que has de estudiar la situación. El paisaje es exactamente igual que antes, pero lo ves todo desde otro punto de vista. Te da la sensación de que llevas toda una vida subiendo este puerto y comienzas a sentirte como en casa. Ya casi ni te acuerdas de qué estabas haciendo hace una hora y pico, pero seguramente sea sufrir en alguna dura rampa. Después de algún que otro pensamiento un tanto confuso, puede que por la falta de oxígeno inherente a los 1800 metros de altitud por los que vas rodando, notas que algo pasa. Hay cambios.

El monstruo te presenta ahora, después de tantos kilómetros subidos, de tanto rato pedaleando por lo que parece la misma rampa, un cambio de panorama. Parece ser que empieza a inquietarle el hecho de que te acerques a la cima. Parece ser que empieza a pensar que va a caer igual que cayeron otros tantos antes que él.

La montaña ahora está más descarnada. Sigue igual de solitaria o quizás más, pero ahora está rota. Y roto es como te deja la última gran rampa antes de llegar a Los Portillinos, donde muchos pueden pensar que está el final, pero el monstruo gigante es muy viejo y muy astuto. Es otra trampa igual que la de antes, allá abajo, en El Morredero. Para llegar al final hay que hacer un último esfuerzo, más mental que físico, que es rodar por los 6 kilómetros de sube baja que nos restan para llegar a Llano De Las Ovejas.


Avanzas sin referencias. Ya no hay montañas a tu alrededor. Todas ellas quedaron más abajo porque tú estás a casi 2000 metros y sólo unos privilegiados llegan hasta aquí. Das pedales sin saber dónde está el final. El monstruo no tiene cartel porque no quiere verse doblegado por nada ni nadie.

Los que hemos sido capaces de llegar a vencernos a nosotros mismos y hemos logrado no caer en las trampas del monstruo, hemos hecho un pacto con él.  No nos entrega el trofeo del cartel con su nombre, pero nos da la satisfacción de haber logrado alcanzar una cima tremenda, de esas que muy pocas veces llegas a coronar.


Tú sabes que el monstruo gigante ha caído igual que cayeron otros antes que él, pero habéis llegado a un acuerdo. Un acuerdo que otro puñado de valientes conocen también. Los valientes sabemos que el monstruo, además de gigante, es indomable y su ascensión no se nos va a olvidar así como así. Es una ascensión irrepetible. Una de esas satisfacciones que vas a llevar por siempre dentro de ti. Ese es el premio que te da el monstruo gigante.

viernes, 17 de mayo de 2019

Gallináceos. Hoy en Panderrueda y Pandetrave.


¡Hola a todo el mundo!

Pues el día llegó y nos fuimos a subir un par de puertitos, como debe de ser. Y los elegidos fueron Panderrueda y Pandetrave, esta vez aquí en casa, nada de irse a Asturias. Y es que estos dos puertos se encuentran situados en Picos de Europa, en la parte leonesa del Parque Nacional, y no creo que me confunda si digo que será de las 10 rutas más impresionantes que se pueden hacer por toda España.

Más allá de lo impresionante de los paisajes, la etapa que nos habíamos marcado el bueno de Adrián, que fue quien la escogió, y yo, se adentraría en lo más hondo de la carretera de Picos de Europa por León. Llegaríamos hasta Caín para después subir hasta el puertarraco de Pandetrave. Y digo bien puertarraco porque desde Caín hasta la cima del puerto hay 18 kilómetros y 1200 metros de desnivel, cosa que, no sé vosotros, pero yo no lo subo todos los días (por desgracia)

Pero la ruta no iba a ser en plan estopa pura y en plan watios y medias y Koms y mierdas de esas. La ruta se trataba de otra cosa. Se trataba más de pincho de tortilla, de un par de paradas para tomar algo, de sácame tú ahora una foto, de hazme mejor tú un vídeo que voy a salir guapísimo.



Y es que no podía ser de otra forma, habida cuenta que Adrián nunca había rodado por esos territorios ciclistas. Y qué pena no disfrutar de todo eso por el mero hecho de acabar fundidos y hechos caldo, la verdad. Ya quedaremos otro día para eso, maldita sea, pero esa jornada se merecía ser paladeada como se merecen las grandes ocasiones. Menuda mierda, porque me estoy haciendo mayor y cada vez paladeo más las cosas. De mierda nada, que cada día disfruto más del ciclismo. Si intentáis decir “paladeo” muy rápido, igual vomitas o algo….y hasta aquí mis pensamientos en voz alta.

Tuvimos suerte porque el día resultó espectacular. Solazo, casi por momentos calor (para Adrián, vaya, porque por mí, que atice el sol 40 grados) ni gota de viento molesto y, dado que fuimos entre semana, poquísimo tráfico. ¡Día de diez!

Salimos poco a poco, aunque veía que el bueno de Adrián iba con un pedaleo muy entusiasta. No pasa nada porque desde Riaño, que fue nuestro punto de salida, hasta el puerto de Panderrueda, no hay muchos kilómetros y eso templaría los ánimos. Por el lado que lo subiríamos no tiene nada de dificultad, pero es cuesta arriba, qué duda cabe.

Lo bueno que tiene Panderrueda por esta vertiente es que lo que no tiene de puertarraco lo tiene, cuando llegas a la cima, de impresionante. Se te presentan de repente los Picos de Europa en todo su esplendor y, con el día que tuvimos, fue una maravilla para los sentidos. Adrián flipó bastante, que yo lo sé. Alucino yo cada vez que voy y lo he hecho muchas veces, así que con mayor motivo si es tu primera vez en bici. Porque si vienes en coche y lo vez, bueno, pues no te sabe igual de bien. En bici es como la recompensa a un trabajo bien hecho.




Es lo mismo que los descensos de un puerto. Merecida recompensa a una buena subida pero, cuidado. Siempre hay que tomar precauciones. “Pasa tú delante, que lo conoces mejor”. Pues ahí iba yo, descendiendo Panderrueda, camino de Posada de Valdeón, que por aquí sí que es un señor puerto. Sin embargo, yo no hacía más que pensar en otra bajada.

La bajada a Caín sí que es bonita. Sobre todo porque no haces más que pensar en lo mucho y muy duro que tienes que subir minutos después. “Yo no me rindo”, me decía Adrián. Y es que esa es la actitud, leñe. Se puede subir más rápido o menos, pero la idea es no desfallecer, no rendirse, saber que después de esa pedalada que te parecía imposible dar, viene la siguiente y luego otra más y que nada ni nadie te va a impedir darlas. Un puerto se sube por fuerza, sí. Pero gran parte de las ascensiones que yo he subido en mi vida lo he hecho por actitud o, dicho de otra manera, por “güevos”. No hay otra manera.

Yo sabía que Adrián no tendría ningún problema porque tiene esa actitud de la que hablo, pero la subida de Caín también tiene otras cosas, como son rampas del 20%. Una gran piedra de toque para Adrián. Si superaba eso, ya le tendría en mis redes. Volvería a apuntarse a alguna de mis idas de olla. Y tengo que decirte por si lees esto, querido Adrián, que esta etapa es en las que menos se me va la mano a mí, pero tranquilo que ya verás verdaderas idas de olla. De las que cuando llegas al coche piensas…”cómo se me ha ido la mano con este asunto”, pero no voy a descubrir mis cartas al inicio de la partida, que nos quedan muchas manos (pero qué digo, si no sé jugar a las cartas…)

Lo bueno de las rampas infernales de Caín es que como te ves envuelto en un entorno tan precioso, no te enteras muy bien de lo que vas subiendo. En la zona del mirador del Tombo, con rampas muy “Angliruliescas”, vas mirando a un lado y a otro y tu cabeza tiene que procesar muy mucho los paisajes que hay por ahí, porque son increíbles. Esto hace que no te fijes todo el rato en las rampas de locos que vas pasando, porque os aseguro que son tremendas.



Pero todo lo que comienza tiende a finalizar en algún momento y como verdaderos héroes, llegamos a Posada de Valdeón. Bien nos merecíamos tomar algo en algún bar, ¿no? Teníamos que reponer un poco, llenar el bote y afrontar la segunda parte de Pandetrave, que es la que más se asemeja al típico puerto, de pillar un ritmo, el que sea, y hasta arriba. Fue en ese momento en el que tuvimos que decidir si incorporar una sorpresilla a la ruta.

Porque, en efecto y como a mí me enseñó el maestro Vega, toda ruta ha de tener una sorpresa. De esas que acaban con las pocas fuerzas que te quedan. De esas que convierten un día perfecto en un perfecto infierno. Manu aún recuerda la sorpresa que nos metió precisamente Vega en medio de Tarna. Un desvío inesperado de unos pocos kilómetros en los que el CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN dejó el pellejo. También a mí me siguen recordando de vez en cuando aquella subida sorpresa que les metí a los gallos del club entre el Puerto de Somiedo y el de San Lorenzo. La subida a Las Viñas que pasa por ser uno de los kilómetros más duros de toda Asturias, pero si está ahí, ¡por el amor de Dios!, hay que subirlo, ¿no?

Pero era la primera vez que venía Adrián conmigo y no me quiero quedar sin amigos. Debía de ser prudente en el castigo así que abortábamos plan sorpresa, que no era otra cosa más que subir el puerto del Pando. Pero bueno, un puerto arribo o abajo, ¡qué más dará! Lo dicho…que no quiero quedarme sin amigos, pero para la próxima no le libra de una sorpresa ni Rita.



De Pandetrave hasta Riaño tuvimos que lidiar, por un lado con un viento un poco puñetero en contra y, por otro, con la carretera, que está en un estado lamentable. La gente que vive por esas tierras, entre los que se incluyen bastantes familiares míos (la Tierra de La Reina a topeeee) se merece una carretera por la que no se tengan que jugar la vida.

La llegada a nuestra particular meta fue triunfal, con una sana recuperación post etapa que incluía bocata grande como un templo y helado porque yo puedo pasar sin el bocata pero una ruta de puertos, sin helado, no es ruta. Sería “jornada inválida”.

La jornada fue formidable desde todos los puntos de vista. Tiempo estupendo, no hubo percances y Adrián quedó con ganas de más, así que misión cumplida. La cabeza ya me está echando humo para idear la siguiente ruta en la que, aviso a navegantes, habrá sorpresas.

martes, 14 de mayo de 2019

Y el gallo ha elegido. Veneno puro.


¡Hola a todo el mundo!

A mí cuando me tiran un órdago, yo que no sé jugar a las cartas, pues algo se me enciende y empiezo a querer hacer cosas de bici, que es de lo que sé algo y sobre lo que versaba el órdago que me tiraron. Me explico.

En el curro, en el que tengo un horario un tanto especial lo cual me permite darle duro al pedal, pero no sólo yo si no también otros compañeros, hay un grupo de colegas que también andan en bici y de vez en cuando comentamos la jugada. Que si a dónde fuiste el otro día, que si eres un gallo, que si tú también, que si cómo no te apuntas a esta ruta o a esta otra, que si el miércoles voy a subir puertos, que si me apunto…etc.

¡Pues el caso es que este miércoles voy a ir a subir alguna cosilla y que se ha apuntado uno de los gallináceos del trabajo! Así que había que ofrecer un buen plan. No sólo había que ofrecer un buen plan, si no que había que dar la posibilidad de que el plan lo pusiesen otros, maldita sea. Esto a mí me ofrecía la posibilidad de lavarme las manos en caso de que la dureza de la ruta se nos fuese de las manos cosa que, dicho sea de paso, suele pasar.

Aunque tengo que decir, por si resulta que el compañero lee esto, que si bien estas rutas, llamémosles especiales, suelen ser duras, también suelen ser divertidas y nunca se deja en la cuneta a nadie, cosa que puede pasar debido a la ruta que ha escogido el gallo.

Yo le ofrecí varias opciones. Que si Cobertoria, que si La Cubilla, que si Cotobello, que si San Isidro. Otra de las opciones estaba envenenada. Una ruta por León, que así a priori parece un idílico paseo en bici. En efecto lo es, pero si hay que bajar a Caín y, por supuesto, subir de nuevo, entonces la cosa ya cambia bastante. Además, a mí me enseñaron que si se organiza una ruta, alguna sorpresa hay que introducir y, por supuesto, hay sorpresa y hasta ahí puedo leer.

Así que, a partir del miércoles, esperad otra entrada con las conclusiones del formidable día que se nos viene encima porque, si una cosa puedo asegurar es que va a ser un día cojonudo.

miércoles, 8 de mayo de 2019

Un día cualquiera en Pajares y La Cubilla


¡Hola a todo el mundo!

El otro día, saqué un poco de tiempo, después de un mes de abril complicado, lleno de cosas que hacer y, por fin, fui a subir puertos, que es lo que más me gusta a mí, por cierto. Sé que la última vez hablé aquí de una ida de olla buena, buena, como es subir en la misma sesión de exorcismo, las tres vertientes de Cobertoria, con la guinda final del Gamoniteiro. Si bien es algo que tengo intención de hacer este año, en el primer día de puertos me apetecía hacer algo más clásico.

Así que subí a La Americana en Klaus y nos piramos a Campomanes para ascender Pajares en primer término y, para culminar la jornada, La Cubilla que este año se sube en La Vuelta a España. Qué pena que los profesionales no vayan a poder disfrutar del espectáculo que es este puerto, ¡pero sí toda España! Cómo se va a poner la subida, ya lo verás.

Nada más que enfilé la carretera vi que había nubes sobre las montañas que separan Asturias de León. Y maldita la suerte, porque los días anteriores había hecho unos días estupendos, ¡rediós! No iba a haber sorpresas porque para llegar a Campomanes tendría que bajar Pajares, mi primer coloso del día. Y cuando llegué a la cima de dicho mito del ciclismo… ¿dónde estaba la cima? Niebla. ¡NIEBLA MEONA! Y lo único que se podía ver era un termómetro digital que indicaba unos escalofriantes tres grados.

Y yo, que soy un adorador del calor, pues me dio vueltas la cabeza. Sobre todo cuando empecé a pensar en que había preparado la ropa, no absolutamente veraniega, pero sólo un poco más. Ni chaqueta, ni maillot de entretiempo, ni unas tristes perneras, ni unos necesarios guantes con los dedos largos, ni nada de eso.

Pero soy un tío duro (a veces hay que tirarse un poco el moco, leñe) y nada me impidió, después de un café, comenzar la ascensión.

Pajares, a pesar de lo que se pueda pensar debido a la carretera nacional que lo atraviesa, en mi opinión no te genera excesivos problemas si se tiene cuidado. Evidentemente tienes que ir bien pegado a la derecha, no es como otros puertos, absolutamente olvidados por el tráfico, en los que vas más relajado. Pero si se escoge bien la fecha, sin esquiadores ni playeros, es un puerto chulo de subir.

Sabía que los últimos dos kilómetros me reservaban niebla, agua y frío por un tubo, así que pensé que lo mejor sería desfrutar el momento. Subiría tranquilo, nada de achuchones, que era el primer puerto serio del año. Pero es que cuando llegué a esos dos kilómetros del final, fue ahí donde me puse en bielas y apreté. De alguna manera tenía que quitar el frío. Además, para quien no conozca Pajares, ese par de kilómetros son los que hacen de Pajares un puerto pata negra. Unas rampinas del 15% y del 17% hacen que no se te olvide la ascensión.

Pero es que a mí, ese día lo que no se me iba a olvidar era la bajada. Piso absolutamente mojado, visibilidad de creo que no exagero si digo que de 20 metros y un frío, insisto con esto, que se te metía por todos los lados y especialmente en las manos. Había que parar en el bar ese de la curva, en cuanto se acabó la niebla, porque yo ya no podía ni frenar. Tenía las manos como un Playmobil.

-          “Buenos dis” No está bueno por ahí riba, eh, nin!!”

Eso fue lo que me dijo el chigrero y no le faltaba razón. Cómo me vería que no le pedí un café con leche y ya me lo estaba poniendo él. ¡Menudo gallo que está hecho! Pero yo, que soy un tío duro (y vuelvo a tirarme un poco el moco) continué con la bajada, ya un poco mejor, y llegué a Campomanes de nuevo, esta vez, con rumbo a La Cubilla.

Este gigante asturiano, se sube bien, pero no hay que tomárselo a broma. Era mi tercera vez y yo tenía la lección aprendida. Los primeros ocho kilómetros de los veintiocho con los que cuenta, te pueden condicionar toda la ascensión, porque no son nada del otro mundo y, si estás un poco bien de forma, metes el plato grande y te puedes calentar en menos de nada. Y luego vienen los lloros, porque La Cubilla en su segunda parte, creo que no baje del 5%. Está claro que no es L’Angliru, pero no es un paseo por el parque y menos aún si al principio te has dejado unas fuerzas muy necesarias.

Pero sería muy triste desaprovechar la posibilidad de disfrutar de un espectáculo como es La Cubilla, por intentar hacer un gran tiempo de ascensión. ¡Yo qué sé! Esa es mi manera de entender este negocio. Ya hay otros muchos momentos en los que atizarle bien al pedal, ¿no?

Durante la subida pude disfrutar de unos veinte venados corriendo como locos por el monte, unos buitres sobrevolándome a menos de cincuenta metros, las Ubiñas medio nevadas y, por supuesto, un paisaje absolutamente alpino, indescriptiblemente avasallador que te hace sentir por momentos como una hormiga.

Si además le sumas a todo esto, que no me crucé con ningún coche durante al menos tres cuartos de hora, todo esto hace que subir hasta allí arriba sea un verdadero paraíso cicloturista. Como para agarrarme a la parte baja del manillar y hacer el bobo.

Una vez que consigues alcanzar los objetivos que te habías propuesto para un día de puertos y has disfrutado de lo lindo, ya no te acuerdas ni del frío, ni del agua, ni de la niebla, ni de nada de todo eso. Sólo te crees Gino Bartali ganando el Giro, Perico ganando La Vuelta del 85 o Carlos Sastre ganando el Tour de Francia. Ese día fue uno de esos días por los que amo la bicicleta.

viernes, 19 de abril de 2019

La típica ida de olla.


¡Hola a todo el mundo!

Pues nada. Que llevo una semana sin poder salir a entrenar por trabajo, el mal tiempo y tal y me ha dado por pensar y contaros cómo me van los temas, ya sabéis.

Si no escribo más en el blog es porque como todos los años que puedo, y este parece que se me va a arreglar para ir, ando preparando Los 10.000 del Soplao, y es que no me puede gustar más esta marcha. Reúne varias condiciones que me gustan, como son los puertos, el entorno, cómo se vuelca toda la comarca con la prueba y tal, pero estoy descubriendo que lo que más me gustan son los 230 kilometrazos con los que cuenta.

Resulta que como tengo que cuadrar las vacaciones, pues he estado a punto de no tener los días del Soplao libres, con lo que me he ido buscando algún otro reto, marcha o carrera, pero ninguna había con doscientos y pico kilómetros que me quedase más o menos cerca. Finalmente, parece que voy a poder ir, así que me tengo que preparar como todos los años o si se puede, mejor.

Y una de las preparaciones que suelo hacer, a parte de cargarme de kilómetros en las piernas, cosa que va por buen camino porque casi todas las semanas suelo hacer un par de días de más de cien, es ir a subir puertos. Así que me veo todas las semanas intentando planear una ruta bien chula, mirar a ver qué día puedo ir a Asturias y cosas así. Y se me ha ocurrido una cosa bien guapa y bien dura.

Se basaría en subir sólo un puerto que, por otro lado, es el que más veces he coronado. Ese puerto es La Cobertoria. Pero lo voy a hacer de una manera especial.

Si no conocéis el coloso asturiano, os comento que, a diferencia de la mayoría de los puertos que tienen dos subidas, La Cobertoria tiene más. Vamos a ver las que tiene:

1) La Cobertoria por Pola de Lena.
2) La Cobertoria por Quirós.
3) La Cobertoria por Lindes.
4) La Cobertoria por Cordal y Cuchu Puercu.

Y para poner una guinda a todas estas ascensiones, está el Gamoniteiro como opción final, que es un repetidor que hay más arriba aún del cartel de fin de puerto. Es una subida absolutamente espectacular y terriblemente dura, con rampas del 20% o algo así.

Bueno, pues mi plan es subir al menos las tres primeras opciones de las que os hablo. Me parece una burrada digna  de ser recordada si es que lo llevo a cabo, porque el plan no puede ser más duro, no me diréis que no. Así que ya os iré contando a ver qué tal se me ha dado. En un par de semanas intentaré ir, ya veréis qué chaqueta.

Por cierto. Si alguien se apunta y quiere ir a subir todo esto, sólo tenéis que poneros en contacto conmigo. ¡Siempre a tope!

martes, 19 de febrero de 2019

Adiós, entrenadora.


¡Hola a todo el mundo!

Hace muchos años que empecé a darle a esto del pedal. Imagino que empecé como mucha gente. En verano y en el pueblo. Se debían de juntar unos cuantos factores fundamentales. El primero, que algún alma caritativa te regalase una bicicleta. En este caso, mi padrino Jaime fue quien me proporcionó el instrumento clave. Una G.A.C. azul que a día de hoy tengo guardada en la tienda de mi madre y me encanta ver de vez en cuando.

Luego alguien te tiene que meter el gusanillo del ciclismo en las venas y el encargado fue mi abuelo Anastasio, con el que veía como un zombi el Tour de Francia y él me contaba historias de los ciclistas de la época heroica, como Bartali, Coppi, Merckx, Ocaña y su favorito. Bahamontes.

Y luego necesitas algo tan importante o más que todo lo anterior. Necesitas un entrenador que esté pendiente de tu alimentación y de plantearte retos. Y de esa misión se encargaba mi abuela Asunción.

Os cuento estas cosas porque mi padrino se murió hace ya varios años. Luego fue mi abuelo el que nos dejó. Y la semana pasada, mi corazón se partió en dos cuando mi abuelita, a la que tanto he querido, quiero y querré toda mi vida, sencillamente se fue de este mundo de la mano de mi madre. ¡Qué pena más grande tenemos todos!

Y es que mi abuela ha sido, es y será de las personas más importantes para mí. Absolutamente fundamental en todos los aspectos de mi vida. Y como no podía ser de otra manera, también me influyó en mi relación con la bici.

“Yo no sé qué haces que te vas a matar”, era algo muy típico que me dijese mi abuelita cuando le contaba que había ido hasta Boñar en bici. Ida y vuelta salen unos 100 kilómetros, pero para ella era una burrada que no entendía por qué hacía. Alguna vez sencillamente lo hacía para recordar los grandes momentos que yo viví en aquel pueblo de la montaña leonesa durante aquellos veranos de la infancia que parecían no tener fin.

Nunca se me olvidará cómo me llamaba para ir a comer desde el balcón de casa. Yo dando vueltas por la plaza con mi flamante G.A.C. azul y mi entrenadora preocupándose por mi alimentación. Unos buenos macarrones, una chuleta, arroz con leche y, para culminar mi felicidad, una etapa del Tour junto a mi abuelo.

También ella me planteaba retos que yo debía superar, pero sin que ella se diese cuenta, porque si se entera de que su prohibición de “no vallas hasta la carretera general en bici” para mí era como si una fuerza invisible e imposible de esquivar me empujase a, precisamente, ir a la carretera lo más rápido posible para que ella no se enterase de que había desobedecido.

E incluso mi primer puerto de montaña lo subí gracias a ella, porque para ir a pasar la tarde con mis tíos Lauren y María Luisa, había que subir a “Valles”. Es donde ellos vivían y había que superar una cuesta que, si bien ahora casi ni la percibes, para un niño pequeño y su bici, era un verdadero Tourmalet, en donde intentaba emular al ciclista favorito de mi abuelo. A Bahamontes. Y la bajada era tan divertida…a no ser que me pillase mi abuela, claro. Demasiado rápido para ella.

Cuánto voy a echar de menos a mi primera entrenadora. Me entrenó para todo. Sobre todo para la vida en general. Cada uno de los días que pasamos juntos, que fueron prácticamente todos los días desde que yo nací, fueron una clase maestra de cómo ser en la vida. Todo en el mundo lo intento ver desde el punto de vista de mi abuela y ahora que no la tengo a mi lado para poder hablar con ella, escucharla, darle besos, recibir los suyos, no sé qué hacer.

Hasta los últimos días que he salido en bici he tirado en dirección a Boñar, sin llegar hasta allí, aunque esta semana sí o sí un día voy a ir al pueblo. Y voy a ir a verla para decirla lo mucho que la quiero y lo mucho que la echaré de menos.

La bici es algo que me calma y estos días me está ayudando un montón. Me reconforta pensar que en algún lugar de este mundo o de otro, el que sea, mi abuela me está viendo dar pedales y le estará diciendo a mi abuelo:

-“Este chico se va a matar de tanto dar pedales. ¡Y encima se está quedando en los huesos! ¡¡Daniel!! ¡¡COME BIEN!!

Qué guerra me daba con esas cosas y cuánto lo voy a echar de menos. Te quiero mucho, abuelita. Nunca te voy a olvidar y siempre te tendré presente.

viernes, 18 de enero de 2019

Paciencia, que esto no ha hecho más que empezar


¡Hola a todo el mundo!

¿Cómo vamos llevando el invierno, compañeros y compañeras? Por aquí, en León, la verdadera fábrica nacional de frío, todo va según lo previsto. Temperaturas heladoras durante todo el día, el sol se ha estropeado y no calienta y, para rematar, ahora entra un frente, con lo que se va a poner a nevar y el año pasado cuando esto pasó, no dejó de nevar hasta abril, con lo que pongámonos cómodos, desempolvemos el rodillo y tengamos paciencia.

Es un poco desesperante este clima nuestro pero ya estamos acostumbrados. Además, a día de hoy, hay un montón de ayuda para llevar mejor las temperaturas de mierda, o como otros lo llaman, bajas temperaturas. Hace poco vi un vídeo de un profesional, Carlos Verona, al cual sigo desde que pasó a la máxima categoría, en el que explicaba lo que llevaba encima durante el invierno. Y nunca me dejarán de sorprender los pros porque si yo vistiese como ellos durante el invierno, me moriría en la primera curva de la carretera, con lo friolero que soy yo.

Ya sé lo que me vais a decir. Ellos van a tope y no pasan frío. Ya, ya. Tienes que ir muy a tope para no pelar un frio del carajo si vas con un maillot de entretiempo y un chaleco, la verdad. Aunque el mejor truco para no pasar frío que utilizan los ciclistas profesionales es ir a entrenar a la Comunidad Valenciana, Cataluña o sitios así. Eso sí que es un plan maestro.

Pero los que nos tenemos que quedar en León hacemos lo que podemos. El culote largo ya no nos lo vamos a quitar hasta abrir. Guantes de invierno, puede que en marzo, a finales, haya algún día en el que nos los podamos cambiar por los de verano. Una buena térmica, yo creo que la llevaré hasta en Los 10.000 del Soplao que este año en el primero de junio. En fin, qué le vas a hacer.

Pero cosas así refuerzan nuestras grupetas o pequeños clubes como es nuestro caso con el gran CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN. Esto se consigue parando a tomar cafés en ruta. Pero cafés de estos largos en los que nos contamos nuestras penas…

-¡Joder, troncos! No siento los dedos…
-Pues yo no noto los pies.
-Pedidme un café con leche caliente como las barandillas del infierno, por favor…

Esto es una excusa ya que cuando el frío afloja, seguimos parando a tomar el refresco, la caña, la sin o lo que toque. Somos unos disfrutones, qué le vas a hacer. Pero sí es verdad que las rutas cambian mucho, porque cambiamos los paisajes planos por los que rodamos ahora, por las montañas, que estos días están intratables, por mucho que hablen los gurús meteorológicos del club que si hay una inversión térmica o no sé qué leches.

Lo dicho. Que ahora empieza la nieve y puede que haya que coger algo más la de monte. Puede que dentro de poco escriba otra vez sobre lo mucho que me gusta la bici de campo (cagao pal prao).