¡Hola a todo el mundo!
-Pues tenía intención de ir un día de esta semana a subir Lagos.
-¡Anda! Pues te acompaño.
Así comenzó la excursión cicloturista de Jorge y un servidor. El objetivo inicial era subir un repechín de nada...Lagos de Covadonga. Además, nos queríamos poner un poco barroquistas y acompañar esta subida con alguna otra, tipo La Tornería o El Fito. Éste último escollo fue el elegido para hacer de la subida a Lagos algo especial.
Quedamos a las siete de la mañana cerca de mi casa. Sería Jorge el encargado de llevar coche y de conducir. Porque meter dos bicicletas en un Clio Sport es algo muy sencillo. Vamos. Lo mejor para despertar es jugar al tetris con dos bicis y un coche.
Una vez encajadas las bicis, ceñidos los pulpos y hechas las oraciones pertinentes para que un bache bobo no desguazase el cambio o algo así, iniciamos el camino hacia Asturias. Ninguno quería pronunciar esa palabra que estábamos temiendo. Ninguno quería ser el primero en pronunciar esa palabra que nos estremecería. Pero en la cabeza de ambos estaba La Huesera.
Entre risas y chorradas variadas, íbamos avanzando camino. El punto inicial de la ruta sería Ribadesella. La localidad asturiana en la que en otros tiempos yo, digamos que me lo pasaba muy bien, lo teníamos como centro de operaciones.
El día en Asturias era impresionantemente bueno. Y esto es algo impresionantemente difícil de conseguir. Cuando no te toca bruma matutina, te toca lluvia y cuando no, otra cosa. Aunque es verdad que últimamente no llueve tanto como hace años.
La cosa es que deshicimos el embrollo de pulpos, ruedas y bicis que teníamos en el maletero del coche. Todo parecía ir bien hasta que comenzamos a rodar. Mi bici emitía crujidos, pero bueno. Nada que me impidiese seguir adelante.
A los pocos kilómetros, advertimos Jorge y yo la presencia de un compi pegado a nuestra rueda.
-Hola, amigos. ¿A dónde van?
-Vamos a Lagos, pasando por el Fito.
-Pues yo también. ¿Podría ir con ustedes?
Como os podéis imaginar, a dos cicloturistas ultrasociables como somos Jorge y yo, esto de compartir kilómetros con gente, nos mola mogollón, así que ya éramos tres en la ruta.
Nuestro nuevo amigo se llamaba Ismael, gaditano, de vacaciones por la zona, el día anterior había ido a subir el Angliru. Entre que estaba fino fino, era joven joven y decía que el Angliru no era para tanto, os podéis imaginar cómo andaba el pieza.
Los primeros tramos hasta coger el desvío para el Fito, transcurrían por la costa, con lo que el sube-baja era continuado. Como íbamos raja que te raja, la verdad es que el letrero que señalaba el inicio del sufrimiento del Fito llegó en un "plis".
Esta primera subida es muy bonita. Arriba hay un mirador desde el que se ven los Picos de Europa y de otro lado, el mar. Es una pasada para los sentidos. Pero hay que subir hasta arriba y os aseguro que escogimos el lado duro para subir el Fito.
Comienza la subida y yo aprieto los dientes para seguir la rueda de Ismael. En seguida me doy cuenta de que este rapaz está en otra liga, así que le aconsejo que si quiere disfrutar de la subida a su rollo, es mejor que me descuelgue.
Y antes de que termine la frase, ya me había sacado 50 metros. Os puedo prometer que no exagero nada. ¡Cómo subía el condenado!
Una vez con Jorge, comenzamos a acompasar el ritmo. Subida tranquila. El día lo merecía. Hacía calor, nos quedaban muchos kilómetros por delante y las rampas a las que nos enfrentábamos, ojito con ellas. A cada pedaleda que dábamos íbamos dejando rastro de sudor. Los kilómetros no parecían dar tregua alguna. La vegetación no nos permitía vislumbrar nada más allá de unos cien metros, hasta que tomamos una curva de herradura a la derecha y, de repente, la montaña se peló.
No parecía quedar demasiado puerto, pero no por ello dejaba de ser duro. El Fito se despide del cicloturista con un par de rampas muy curiosas que hacen que no te olvides de él con facilidad.
Cuando llegamos a la cima, en medio de un montón de turistas que subían y bajaban del mirador, ahí estaba Ismael, sentado, esperando por los dos abuelos que se había agenciado como compañeros de ruta.
Tras subir y después bajar del mirador, con lo que todo esto significa al llevar calas, continuamos la ruta. Ahora tocaba bajar. Y qué le vas a hacer, pero bajar se me da bien. Algo tenía que hacer bien. Esta parte que bajábamos era mucho más larga y tendida que por donde habíamos subido. Para bajar, la verdad es que era una gozada. Curvas cerradas se combinaban con otras más rápidas en las que te podías tumbar, aunque había que tener mucho ojo con la gravilla suelta en medio del ángulo de algún giro, pero llegamos hasta Arriondas sin mayores sustos.
Entre coches y gente, llegamos a un cruce. Yo no veía más que piraguas por todas partes y es que esta localidad asturiana, es el inicio del mítico Descenso Internacional del Sella. Preguntamos a un señor por dónde teníamos que tirar para Cangas de Onís. El hombre, tras reírse de nosotros, así literalmente, nos indicó el camino. Yo es que no recordaba nada de mis visitas a Arriondas. Insisto, eran otros tiempos. Era mi época heroica.
Ya estábamos lanzados. Ya nos estábamos preparando mentalmente para subir los Lagos de Covadonga. Cuando vimos el puente de Cangas, supimos que no había más remedio. Yo olíamos La Huesera.
Entre risas y chorradas variadas, íbamos avanzando camino. El punto inicial de la ruta sería Ribadesella. La localidad asturiana en la que en otros tiempos yo, digamos que me lo pasaba muy bien, lo teníamos como centro de operaciones.
El día en Asturias era impresionantemente bueno. Y esto es algo impresionantemente difícil de conseguir. Cuando no te toca bruma matutina, te toca lluvia y cuando no, otra cosa. Aunque es verdad que últimamente no llueve tanto como hace años.
La cosa es que deshicimos el embrollo de pulpos, ruedas y bicis que teníamos en el maletero del coche. Todo parecía ir bien hasta que comenzamos a rodar. Mi bici emitía crujidos, pero bueno. Nada que me impidiese seguir adelante.
A los pocos kilómetros, advertimos Jorge y yo la presencia de un compi pegado a nuestra rueda.
-Hola, amigos. ¿A dónde van?
-Vamos a Lagos, pasando por el Fito.
-Pues yo también. ¿Podría ir con ustedes?
Como os podéis imaginar, a dos cicloturistas ultrasociables como somos Jorge y yo, esto de compartir kilómetros con gente, nos mola mogollón, así que ya éramos tres en la ruta.
Nuestro nuevo amigo se llamaba Ismael, gaditano, de vacaciones por la zona, el día anterior había ido a subir el Angliru. Entre que estaba fino fino, era joven joven y decía que el Angliru no era para tanto, os podéis imaginar cómo andaba el pieza.
Los primeros tramos hasta coger el desvío para el Fito, transcurrían por la costa, con lo que el sube-baja era continuado. Como íbamos raja que te raja, la verdad es que el letrero que señalaba el inicio del sufrimiento del Fito llegó en un "plis".
Esta primera subida es muy bonita. Arriba hay un mirador desde el que se ven los Picos de Europa y de otro lado, el mar. Es una pasada para los sentidos. Pero hay que subir hasta arriba y os aseguro que escogimos el lado duro para subir el Fito.
Comienza la subida y yo aprieto los dientes para seguir la rueda de Ismael. En seguida me doy cuenta de que este rapaz está en otra liga, así que le aconsejo que si quiere disfrutar de la subida a su rollo, es mejor que me descuelgue.
Y antes de que termine la frase, ya me había sacado 50 metros. Os puedo prometer que no exagero nada. ¡Cómo subía el condenado!
Una vez con Jorge, comenzamos a acompasar el ritmo. Subida tranquila. El día lo merecía. Hacía calor, nos quedaban muchos kilómetros por delante y las rampas a las que nos enfrentábamos, ojito con ellas. A cada pedaleda que dábamos íbamos dejando rastro de sudor. Los kilómetros no parecían dar tregua alguna. La vegetación no nos permitía vislumbrar nada más allá de unos cien metros, hasta que tomamos una curva de herradura a la derecha y, de repente, la montaña se peló.
No parecía quedar demasiado puerto, pero no por ello dejaba de ser duro. El Fito se despide del cicloturista con un par de rampas muy curiosas que hacen que no te olvides de él con facilidad.
Cuando llegamos a la cima, en medio de un montón de turistas que subían y bajaban del mirador, ahí estaba Ismael, sentado, esperando por los dos abuelos que se había agenciado como compañeros de ruta.
Tras subir y después bajar del mirador, con lo que todo esto significa al llevar calas, continuamos la ruta. Ahora tocaba bajar. Y qué le vas a hacer, pero bajar se me da bien. Algo tenía que hacer bien. Esta parte que bajábamos era mucho más larga y tendida que por donde habíamos subido. Para bajar, la verdad es que era una gozada. Curvas cerradas se combinaban con otras más rápidas en las que te podías tumbar, aunque había que tener mucho ojo con la gravilla suelta en medio del ángulo de algún giro, pero llegamos hasta Arriondas sin mayores sustos.
Entre coches y gente, llegamos a un cruce. Yo no veía más que piraguas por todas partes y es que esta localidad asturiana, es el inicio del mítico Descenso Internacional del Sella. Preguntamos a un señor por dónde teníamos que tirar para Cangas de Onís. El hombre, tras reírse de nosotros, así literalmente, nos indicó el camino. Yo es que no recordaba nada de mis visitas a Arriondas. Insisto, eran otros tiempos. Era mi época heroica.
Ya estábamos lanzados. Ya nos estábamos preparando mentalmente para subir los Lagos de Covadonga. Cuando vimos el puente de Cangas, supimos que no había más remedio. Yo olíamos La Huesera.
Ahora entendéis por qué subía tan bien, ¿verdad? Ismael, ¡¡fino fino!! |
Cargamos los bidones de agua en una fuente del pueblo, porque después, pocas opciones se tienen, y pusimos rumbo a Covadonga.
En cuanto se coge la carretera que conduce a la Basílica de Covadonga y, por tanto, a la subida a Lagos, lo primero que llama la atención, sin duda es el asfalto. Para ir en coche seguro que mola un montón, pero para ir en bicicleta, os aseguro que es un infierno. ¡Me río yo del pavé! Para definíroslo, es una especie de asfalto construido con unas piedras de dos centímetros de diámetro, con poca brea. Resumiendo. Botas un montón encima de la bici. Por momentos piensas si todo eso será bueno para la burra, pero sigues porque ya total, de haber llegado hasta allí....
Tras una paradita para mear un poquitín, porque parar en medio de la propia subida nos daba cosa, ya enfilamos las rotondas previas. Y bien digo enfilamos, porque Ismael se creció y nos aproximó al puerto a 30 por hora y en plato, así que llegaríamos al inicio de la subida tostadetes.
Y, señoras y señores. Niños y niñas. Ante nosotros se encontraba ya la subida a Lagos de Covadonga.
Por la inercia de la aproximación, me vi metido en medio del ritmo de Ismael, pero miré para atrás, vi a Jorge y pensé..."Esa es mi guerra, no esta". Y así se lo comuniqué al bueno de nuestro colega gaditano.
-Ismael. Tira, que yo voy más des......
Y ya estaba en a tomar "porculo" de mí. Creo que no escuchó ni el final de la frase.
Y allí estábamos Jorge y yo. Acompasando el ritmo como podíamos. La verdad es que los seis primeros kilómetros son bastante normales. Duros, sí, pero nada inhumano. De hecho, lo que le comenté a Jorge es que se me parecía esa parte muchísimo a Hautacam. Pero muchísimo es muchísimo.
Pero ese mítico puerto francés no cuenta con una cosa que este puerto astur sí tiene. Y fue Jorge quien me presentó lo que iba a suponer un reto total y absoluto.
-Bueno, Dani. Mételo todo que aquí empieza La Huesera.
-Me cago en.....
Y omitiendo lo que dije, ahí se nos presentaba esa rampa que hace las delicias de.....de nadie en su sano juicio.
Para quien no lo conozca. Vienes de una zona llena de árboles que no te dejan ver nada más allá de la carretera. Giras a la derecha y ahí acaban todos los árboles y empieza un tramo de ochocientos metros como al 15%, recto, que te permite ver desde el principio al final del calvario.
Pasamos de subir como a 13 por hora o así, a 5 por hora. Lo que viene siendo un drama, vamos. Decidimos desde el primer momento que nuestra ascensión sería de supervivencia. Tanto Jorge como yo podríamos haber apretado un poquitín más, pero nada nos obligaba a ello.
Primero un pedal, luego otro y luego mantener el equilibrio. Tiras de brazo, tiras de riñón y tiras de todo lo que tienes. No había árboles y el sol estaba castigando nuestra espalda. Eso a mí me viene de lujo, con lo que era una motivación, pero a pesar de ello, el desgaste era mayor. Se podían ver unos cuantos ciclistas sufriendo lo mismo que nosotros. Algunos se habían detenido en el mirador para contemplar las fabulosas vistas o para tener una escusa, quién sabe, pero el hecho en sí es que allí, todo el mundo disfruta.
El resto de la subida se ve muy marcada por el paso por La Huesera. No vuelves a tener un ritmo vivo y continuado. No en vano, si bien no tienen tanto nombre, cada poco te topas con rampas con unos desniveles muy aceptables, en plan algo por encima del 10%.
Y pedalada tras pedalada, al final llegas al Lago de Enol y puedes decir que has triunfado y que has subido un puerto de los pata negra. De los que cuando dices que los has subido, la gente te mira raro, o te mira admirada, o te mira con los ojos vueltos. Desde luego, subir esta mole causa algo. Lo que sea.
Y allí estaba Ismael, que habría llegado 10 minutos antes que nosotros. Y en ese momento en el que te dice que subió fácil, es cuando piensas que eres un mierda y no vales para nada. Tenía que marcharse porque para él, éramos tortugas y su novia podía enfadarse un pelín si llegaba muy tarde, así que allí se despidió. Si lees esto, Isma, ha sido un placer compartir kilómetros contigo, amigo.
Reto conseguido. |
Y conseguimos sacar una foto que se mantendrá en nuestro recuerdo muchos años. En concreto, el resto de nuestras vidas. Quien sube Lagos, no lo olvida. Otros puertos puede que sí. Este no.
La bajada nos la íbamos a tomar con calma. Bueno, en realidad yo, porque Jorge siempre lo hace, pero queríamos parar en todos los sitios preciosos que habíamos ido dejando atrás, poco a poco, en la subida.
Además de la subida, también es interesante ir hasta la Basílica de Covadonga y sacarte una foto con Pelayo que, por otro lado se comenta que era leonés, pero no me voy a meter en un fregao de manera gratuita.
Y comenzamos la bajada final hasta Cangas de Onís. Allí, decidimos hacer un pequeño alto en el camino. Bueno, en realidad no tuvo nada de pequeño, porque nos apretamos un par de menús del día, así sin contemplaciones, que quitaban el hipo. Con su vino con gas de rigor.
La historia final de la ruta, y lo que podemos considerar la verdadera hazaña del día, fue levantarnos de las sillas del restaurante, subirnos a las bicis y tener que llegar hasta Ribadesella con la panza llena. La media de velocidad de esta última parte, no sé, sería menos tres o algo así. Pero conseguimos llegar y darnos un bañito en la playa, que no nos vino nada, nada mal.
Conclusión. Un prodigioso día del que guardaremos un gran recuerdo. Los retos, mejor en buena compañía.