miércoles, 12 de diciembre de 2012

Meter puntera y talón.

¡Hola a todo el mundo!

Hoy era un día formidable para salir a rodar con la bicicleta. Al menos en teoría, porque llevaba unos cuantos en los que no la tocaba y sobre todo había estado saliendo a correr. No lo digo en plan lamento. En realidad, salir a correr me encanta, pero andar en bici más.

Ayer por la noche, como si de un primerizo se tratase, preparé la ropa que me iba a poner. E incluso ideé la ruta a desarrollar. Decidí que nada de medias tintas. Una ruta de unos 80 km y que me gustase. Pensé que ir al norte sería genial porque entraría en contacto, casi con toda seguridad con la nieve, eso sí, en las cunetas. El plan era éste, pero algo se interpuso en mi camino. La niebla y la lluvia.

Este par de inconvenientes atmosféricos hicieron que me replantease la mañana. Todo parecía indicar que salir a trotar era la mejor opción. Pero quería hacer algo más duro de mis habituales 45 minutos de trote por asfalto. Hoy tenía ganas de darme caña y para conseguirlo, al menos en mi caso, eso significa meter puntera y talón corriendo por el monte. 

Así que el destino estaba claro. El monte de "Los Pinos". Para los no leoneses, voy a situaros. En León, tenemos la gran suerte de tener un bosque muy grande a 20 minutos caminando desde el centro de la ciudad, así que con respecto a donde vivo yo, está a la vuelta de la esquina. Pero un bosque con sus animalillos corriendo por ahí, sus pistas de tierra y todo el tema. Sobre todo hay pinos, de ahí su nombre, pero hay de todo.

Por tanto, a pesar de la fina lluvia (la niebla era meona) me dirigí hacia el monte. Para dar algún paseo esporádico, sí que había estado hacía poco tiempo, pero corriendo y con la intención de machacarme, hacía mucho más. Y como tenía ganas, pues se apoderó de mí el ansia viva. Aparece cuando menos te lo esperas, ya sabéis. 

Por meter puntera y talón, a lo que me refería antes es a lo que pasó en cuento te metes por "Los Pinos". No hay ni un solo metro llano, con lo que o estás subiendo rampas enormes o bajándolas, así que correr por esta zona es una batalla continua. Si a esto le sumamos que, gracias a la llovizna, el terreno estaba al más puro estilo del cross de Venta de Baños, cada paso era un resbalón. 

Todas estas circunstancias eran las que andaba buscando, así que no interpretéis en mis palabras queja alguna. He disfrutado como hacía tiempo. Y vinieron a mi mente muchísimos recuerdos ya que esto de la puntera y el talón, hace algún añito lo hacía todos los días. No os digo más que me abracé a un árbol sobre el que solía estirar y que hoy volví a utilizar para tal fin. Mantuve una conversación con él. Le pregunté que qué tal todo, cuánto tiempo...ya sabéis...lo típico. Una cosa nos llevó a la otra y le abracé. No sé que pasó.

Este momento de exaltación de la amistad vegetal suponía la mitad del camino. Y ya habían pasado 25 minutines, así que, redondeando, me quedaba otra media hora de carrera, la gran mayoría de puntera y talón. Así que, tras las despedidas, proseguí mi camino. 

Mientras me encontraba enfrascado en la lucha contra las rampas, las bajadas y las curvas con una combinación de lodo fresco y lodo congelado que, de caer sobre él, hace el efecto de cuchillas de afeitar, no me estaba dando cuenta de la cantidad de energía que estaba derrochando. Como digo, hacía tiempo que no entrenaba así y el ansia viva llevaba todo el rato conmigo. Esto hizo que lo de dosificar no estuviese hecho para mí en el día de hoy, con lo que al salir, después de 40 minutos, a terreno llano y asfaltado, empecé a notar una sensación muy conocida y que no me agradaba nada. 

Si os comento que empecé a tener una sensación de extraño vacío en el estómago y una leva pesadez de piernas, ¿a qué os suena? Pues eso. Empecé a mirar por los cielos a ver si localizaba a la pájara que se me estaba viniendo encima. 

Así que mi nueva lucha ya no era contra el terreno resbaladizo y empinado. Era contra el tiempo. Me faltaban X kilómetros y los tenía que hacer de la manera que más ahorro de energía supusiese. A cada paso que daba notaba cómo dejaba unas fuerzas muy valiosas. Se me estaba haciendo pelota ésta última parte. La prueba definitiva de la magnitud de la pájara fue cuando, una vez ya cerca de casa, tuve que subir y bajar un bordillo de una acera. Al hacerlo pensé que se me desmontaban las caderas y que tenía que llamar al 112. Así que, tengo que decir que la pájara fue de las buenas.

Pero como ya estaba cerca de casa, esta situación no duró mucho. No es como las que te dan en bici que duran unos cuantos Km, durante una hora o así. Esta la noté 10 ó 15 minutines, así que no fue para tanto pero, ojo. Fue.

Por lo tanto, como hoy salí con la firme intención de darme una buena soba, creo que el objetivo está cumplido y, os puedo asegurar que más que de sobra. Mañana espero poder rodar en bici.

¡Que vaya bien!

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