¡Hola a todo el mundo!
Como ayer tocó bicicleta y el día tenía muchísima pinta de acabar remojado, hoy decidí salir a correr. Y la cosa pintaba, ya no sólo por el tema lluvia, sino por el tema alerta por viento y nieve, muy mal.
Tras mi momento desayuno y posterior momento zen en el sofá (uno de mis mejores momentos del día) empecé a estudiar la situación. La bici quedaba descartada, pero algo de deporte sí que iba a hacer. Dos cosas me apetecían. O salir a caminar por el monte a ritmo alto, como si fuese Uruk-Hai, o salir a correr sin más ni más.
La alternativa de ir a correr ganó peso rápidamente, habida cuenta de que megusta, así que sólo era cuestión de tiempo que me preparase. Pero iba pasando el tiempo y no acababa de decidirme, hasta que me dio el siroco y me enfundé todo el equipo en menos de lo que canta un gallo.
"Menudo frío tiene que hacer fuera", pensé. No había salido a la calle, pero las informaciones de todos los partes meteorológicos me resultaban muy creíbles. Salvo el pantalón corto, el resto era material de invierno 5.0
Me puse mi música y venga. A correr. Nada más empezar ya noté que no hacía tanto frío como parecía. "Será en esta calle que está resguardada", presumí. Ya una vez en la carretera por donde suelo trotar, ya me di cuenta de que efectivamente, no hacía frío. Es más. La perspectiva del entrenamiento empezaba a ser dramática, con 14ºC y abrigado hasta los dientes.
Empecé a notar cómo una pequeña gotita de sudor me resbalaba por la espalda. A ésta le siguió otra y luego la sensación era de "a chorro". Qué calor. Me sentía en plena ola de calor sahariano en pleno 1 de febrero.
Resumiendo. Cuando llegué a casa, además de literalmente churrear, abrí el grifo y me acoplé a él como un mejillón cebra.
Moraleja de todo esto. No os fiéis del todo del bueno de Maldonado. Buenas noches.
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