Como lo prometido es deuda, hoy os hablaré de una de las subidas más duras que hay en León. No es propiamente un puerto ya que son sólo 2'5 km, pero al deciros que la pendiente media es de más del 11% creo que ya habré captado vuestra atención.
Yo veraneaba en un pueblo de León llamado Boñar. Mis ascendientes, por parte de mi madre son de aquí, por lo que es un lugar muy especial y muy conocido para mi. Además, mi afición por la bicicleta empezó aquí. Este fue el lugar donde un servidor empezó a pedalear con ruedines, donde un mecánico llamado Pito me los quitó, donde encontré el primer gran reto, la cuesta de valles, una calle de Boñar, donde junto a mi padre empecé a hacer rutas en btt hasta pueblos cercanos, donde vi a Perico y a Indurain por televisión hacer historia. En fin, un lugar especial.
Cerca de este pueblo, aunque debería de decir villa para ser más exactos (la Villa más guapa) se encuentra La Vecilla. Desde este pueblo parte una carretera en dirección al puerto de Vegarada que, si seguís este blog, sabreis que es mi campo de preparación de todos mis retos. La carretera que llega hasta Vegarada se llama LE-321 y, a su paso por la localidad de Nocedo, cuya cascada es una verdadera maravilla para los sentidos, parte otra carretera, más secundaria si cabe, en dirección a Valdorria.
Hace años, con el carnet de conducir recién sacado, junto a mi familia (qué intrépidos que son), subimos a Valdorria en coche. Me quedé alucinado por los desniveles. Muchas de las partes de esta subida se tienen que hacer en primera. Con esto queda todo dicho.
Pues bien, años después y ya entrenando y con el vicio del ciclismo en el cuerpo, pasé junto a este desvío y recordé los desniveles....preferí continuar 25 kilómetros más y subir hasta Vegarada antes que afrontar estos dos kilómetros infernales.
Pasaban los años y seguía pasando junto a este desvío. La señal indicativa del pueblo parecía decirme cada vez que pasaba junto a ella: "No tienes lo que hay que tener, ¿eh?" He subido puertos y repechos en mi vida y a esta señal tuve que decirle: "No. No tengo lo que hay que tener." Y, cabizbajo, seguía mi camino.
Este año me topé con un blog muy muy interesante que hablaba de esta subida. 39x28 Altimetrías es el nombre de este blog.Un artista el amigo Montero. Al leer su descripción de la subida y ver que no sólo era yo el que temía a esta ascensión, por comentarios con algún otro ciclista, decidí afrontarla para poder decir a la señal: "Te gané!!! ¿Qué tienes que decirme ahora? Te he superado y no me has podido derrotar!"
Leí mucho la descripción de Montero y, junto a mis recuerdos de la misma, me presenté ante la señal del desvío de Valdorria. Le presenté mis respetos y mentalmente le pedí paso, señalándole que la respetaba, pero que venía a por todas y que ni ella, ni ninguna de las terribles curvas de herradura que me esperaban, podrían detenerme.
Supero la señal y me recibe esta ascensión con un muro del 18%. Recordaba que el sabio Montero señalaba que debíamos de entrar con el desarrollo adecuado. Pues bien, creo que yo no llevaba el adecuado porque con el que llevaba puesto (39x27) la subida me dio el primero de los sartenazos que me daría ese día. Como pude, y tras retorcerme sobre mi bicicleta, logré meter un plato más pequeño que llevo montado (lo llamo el plato de por si acaso) No sé los dientes que tiene, pero es pequeño, os lo aseguro. Al lograr engranarlo, no sin esfuerzo, cuidado y cariño, y tras unos cuantos metros de sufrimiento, consigo establecer un ritmo de pedaleo que sería mi salvavidas hasta la cima. Eso si conseguía mantenerlo, claro.
Con mi ritmo salvavidas, con cadencia lenta, pero fuerte y segura, llego a la zona de las herraduras. No recuerdo cuántas tiene, porque no estaba yo como para pensar mucho, pero creo que unas 7 curvas de herradura. Me pongo sobre las bielas para superarlas una tras otra, cada vez más y más fatigado.
Al tener que ponerme sobre los pedales tantas veces, pierdo mi salvavidas, ese ritmo que tanto me costó conseguir, y me sucede algo. Algo que nunca me había sucedido y que, hasta la fecha, no me ha vuelto a suceder.
Dentro de mis hazañas se encuentran puertos como Tourmalet, Luz Ardiden, Houtacam, Pont d'Espagne, San Isidro, El Pontón, Vegarada y muchas otras subidas de mayor o menor entidad. El día que subí hasta Valdorria me encontraba en un estado de forma estupendo, no estaba entrando en ninguna pájara, el día era fenomenal y me había reservado ese día para esa ascención. Sin embargo, lo que me sucedió fue que se me pasó por la cabeza echar el pie a tierra.
En todas las subidas y puertos que os enumeraba antes, nunca se me pasó por la cabeza eso. Nunca. Sólo me ha pasado en Valdorria. Sólo ahí. ¿Sabeis por qué continué? Porque en el momento en el que se me pasó por la cabeza esta fechoría, me acordé de la señal. De lo que le tendría que decir al bajar. De tener que decirle que me había rendido. Que había fracasado.
Con más fuerza aun si cabe, y podeis creerme que lo hice, baje un piñón, me puse en bielas, apreté los dientes y juré que esa subida no me derrotaría. No sería ella, no señor.
Sentía cómo todo el peso de mi historia como ciclista, desde mis pedaladas con ruedines en la Plaza del Negrillón en Boñar, hasta el día que Pito me quitó los dichosos ruedines, pasando por el día que subí la cuesta de valles sin bajarme de la bici, aquella G.A.C. azul de paseo tamaño niño de 5 años regalo de mi padrino, hasta las rutas con mi padre, toda esa historia se levantó en aquel momento y me dijo: "No Daniel. Aquí no vas a echar el pie a tierra. ¡Sube, sube más!"
Subí. Subí más y, satisfecho, al fondo veo el letrero que señala la llegada al pueblo. A Valdorria.
Ese día aprendí una gran lección que sólo el ciclismo sabe dar. Nunca jamás voy a rendirme sin antes dar todo lo que llevo dentro. Nunca jamás. Por muy empinado que se ponga el camino, por muy bacheado que esté el asfalto, por muchas curvas de herradura que me encuentre, jamás me rendiré. Se lo debo a mi pasado, a mi historia, a mi esfuerzo y a mi mismo.
Después de bajar lo anteriormente subido, llegué al lugar donde se sitúa la señal que indica el camino a Valdorria. Me detuve y le dije todo lo que había pasado. Le dije que había sido el mejor rival con el que mi bicicleta y yo nos habíamos enfrentado. Ella me dijo que sentía haber sido tan dura conmigo, pero que esa es su naturaleza y no lo podía evitar. Sabía lo que me había hecho aprender ese día y me emplazó para este verano. Yo sólo le pude decir una cosa.
Gracias Valdorria. Volveré.
Vaya crónica!
ResponderEliminarYo soy un ciclista pesado y los puertillos contenidos en pendiente los subo con calma y adelante. Pero una custa así sin descansos se hace dura. La subí 3 veces una con la de carretera (34x25) y dos con la de montaña y con la de carretera no creo que vuelva a subirlo, más teniendo en cuenta que la bajada lo pasé faltal frenando.
es una subida preciosa, son 30 minuntos con el corazón que parece que se va a salir del pecho y sin oportunidad de descanso, no he subido el tourmalet pero estoy seguro que no sufriría tanto (aunque sí más tiempo)
Es una subida única!!!
EliminarEn dureza prefiero subir de un lado y de otro el Tourmalet que subir una sola vez Valdorria....Un cañón de subida!!!
Dani, es una de las crónicas más emotivas que te he leído...y tienes varias. Me has hecho recordar mi "primera vez" en Valdorria, cuando con 18 años o así y a lomos de una pesada bici de carrera de acero sin nombre, con rastrales, cambio de pestaña en el cuadro y con un 48X24 (no tenía más aquella entrañable bici de 5 coronas), me retorcí como tú en las duras rampas de Valdorria. Yo confieso sin rubor que sí tuve que echar pie a tierra aquella primera vez, pero luego volví a subirme y coroné Valdorria con gran satisfacción y cansancio.
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