martes, 23 de abril de 2013

Eran las siete y media de la tarde y tenía el ardor guerrero.

¡Hola a todo el mundo!

Eran las siete y media de la tarde y tenía el ardor guerrero. Era genial volverme a ver atrapado por el ansia viva. Cómo me vi envuelto en ella fue un proceso. Una maduración en lo más profundo de mi ser, aderezada por uno de mis enemigos íntimos. El viento. Recapitulemos por tanto.

A las cinco es la hora de salida de mi curro esta semana. Entre unas cosas y otras nunca marcho a esa hora, pero bueno. Llevaba mirando toda la mañana el cielo y comprobando siempre que podía las condiciones meteorológicas que me encontraría por la tarde. La decisión de rodar con la bicicleta era firme y estaba tomada, pero para mí, el clima es fundamental. "Se está poniendo frío" reburdié entre dientes en más de una ocasión.

Sin embargo, a eso de las 16:30 parecía que el sol se había impuesto de manera clara. Una ligera brisa no me supuso una advertencia lo suficientemente clara como para alarmarme. Daba igual. Quería empezar a acumular kilómetros. Estoy muy retrasado en este aspecto. Tengo buen fondo y me pongo muy rápidamente en forma, pero necesito kilometraje.

Según me acercaba a casa trataba de preparar una ruta. No tenía ni la más remota idea de hacia dónde dirigirme. "Tiro al Condado que me encanta todo aquello" "¡Si fuiste antes de ayer hombre!" Sí amigos. Estaba hablando solo, cosa que no dice nada positivo de mi salud mental, pero me daba lo mismo, nadie salvo yo mismo me escuchaba.

Una vez en casa, una rápida revisión de "La Americana" me dejaba dos cosas claras. 1) Tengo que cambiar la goma de atrás. 2) Necesita un poco de trapo. Por lo demás, está como un cañón de repetición. Ahora tocaba seleccionar la indumentaria. Esto no fue muy difícil ya que al ser un adorador del sol y muy friolero, tenía claro que culote largo, manguitos y dos maillots. Ya estaba a punto.

Entre ponte bien y estate quieto, comencé a pedalear a eso de las 18:30. Finalmente elegí ir a La Robla y una vez allá, decidiría. Los primeros metros dejaron clara una cosa. Sería un día duro. Había una presencia que detesto sobre todas las cosas. Viento. Viento fuerte. Viento fuerte del norte. Hasta La Robla me iba a dar "de jeta". 

Una vez que encaré la carretera de Carbajal, una de las opciones que te conducen hasta La Robla, quedó claro que iba a tener que pelear cada metro de carretera muchísimo. El viento hacía que en plato grande fueses muy incómodo y en plato pequeño muy despacio. ¿Qué hacer?

Los primeros kilómetros hasta Lorenzana opté por el plato grande. Mi estrategia habitual de llevar una cadencia alta hoy no servía. Necesitaba tirar de potencia. Las piernas, muy tenaces, comenzaron a funcionar muy bien. Entre 80 y 85 pedaladas por minuto y tirando de desarrollo. Pura fuerza. 

Pero esa pura fuerza seguía necesitándola ya que las rachas de viento no menguaban. Tocaba agarrarse abajo del manillar. Tenía que sacar al rodador que llevo adentro. Pero no era fácil. De repente me cruzo con Sara y veo que viene como un obús. "Taluego" "Epaa". Volvemos a cruzarnos sin conocernos. Bueno. Da igual. Algún día en alguna subida ella me hará sufrir de lo lindo y no querré volver a saber nada de ella. en fin.

Los minutos pasaban y no paraba de luchar por cada metro. Daba la sensación de que si dejaba de dar un solo pedal, me detendría inmediatamente. Pero en lugar de rendirme (esto no está dentro de mis planes en nada) o cambiar a plato pequeño, una extraña sensación empezó a extenderse por mi cuerpo. Una especie de fuerza que ya me ha entrado en otros muchos momentos pero que este año no había tenido el gusto de sentirla.

Eran las siete y media de la tarde y tenía el ardor guerrero. Era genial volverme a ver atrapado por el ansia viva

Conseguí llegar a La Robla, muy cansado después de llevar una hora de esfuerzo intenso. Era como haber subido un puerto. Puede que en un día normal me hubiese dado la vuelta, pero hoy no era un día normal. Estaba con ganas de guerra. Miré el desvío y lo vi claro. Próxima estación. Alto del Rabizo.

El Rabizo es una de esas subidas que me permiten subir como a mí me gusta. Marcando un ritmo desde abajo, y siempre sentado. Sin tener que ponerme en bielas, cosa que me corta el ritmo de respiración y de todo en general. Me puse a 17 km/h desde el comienzo, la parte más dura está por ahí, y me marqué el objetivo de no bajar de esa velocidad. Subía y subía y cumplía con el objetivo. Naturalmente que lo hacía. En ansia viva estaba dentro de mí y es una entidad muy poderosa cuando entra en un cuerpo.

Coroné y ahora quedaban unos 20 kilómetros que tenían dos características. La primera era la buena carretera. Buen arcén y mejor asfalto. La segunda era un tremendo viento a favor. El resultado de estos ingredientes eran 40 km/h de media. Bien acoplado, agarrado a la parte baja del manillar una vez más y motivado al ver la velocidad en el cuenta. Los momentos en los que un rodador supera los 50 km/h son especiales. Supongo que serán las mismas sensaciones que un flacucho tendrá cuando en las Cuevas de Valporquero mete plato grande y te da el estacazo.

Ya no me quedaba nada para llegar a casa y tenía que deshacerme del ardor guerrero. La mejor forma de hacerlo es esprintar en un tramo de carretera que pique hacia arriba, así que tocaba ponerse en bielas y darlo todo. Hasta donde aguantase la maquinaria.

Gran día el de hoy. A ver si mañana puedo también.

No hay comentarios:

Publicar un comentario