domingo, 19 de octubre de 2014

Tesoros del cicloturismo. La Camperona.

¡Hola a todo el mundo!

Suena el móvil. Mensaje de Vega. "¿Te apuntas a subir la Camperona este domingo?"

Pues nunca me lo había planteado, la verdad. Sabía que esa subida existía y, cómo no, al ponerla de final de etapa en la Vuelta a España de este año, pues llama más la atención. No tenía ni idea de cómo demonios era, pero lo único que sabía era que se trataba de una ascensión de las que no me molan nada de nada. De esas de ir en bielas, sufriendo, sin tiempo de sentarte para coger tu ritmo.

Pero bueno. A un mensaje de Vega, no se le puede decir que no, si no es por una causa mayor (y prometo que sobre esto de la "causa mayor" escribiré en breve).

Así que, con la mayor de las ilusiones, metí a "La Americana" en Klaus, y puse rumbo a Sabero. Ponía rumbo hacia un lugar en el que estaba seguro de que sufriría.

En cuanto llegué al Ayuntamiento de Sabero, ahí estaban Vega y señora, más el titán de la Sobarriba. Cecilio. Uno de esos clásicos del cicloturismo, libre, sin ataduras y sin temor a nada.

La ruta ideada por el anfitrión no era especialmente dura. De hecho, de no ser porque se subía la salvajada de La Camperona, podríamos decir que era una ruta tirando a floja, pero el coloso (porque lo es) cambiaba todo.

Pero digo que es un coloso, porque ahora lo conozco, sin embargo, cuando comenzamos esa ruta, nadie había osado a subir tal burrada. En efecto, hemos subido otras tantas, pero esa no, y cada locura sobre una bicicleta, es siempre diferente.

Lo primero de todo, antes de salir a disfrutar sobre nuestras flacas, era tomar un café. y resulta que eran las fiestas de Sabero y había un mercado medieval. Como era temprano, los mercaderes (si iban de medievales, entonces, son mercaderes) estaban montando sus puestos y la dueña del bar estaba quitándose la legaña después de una noche anterior muy dura.

A golpe de "dos solos, un cortado y uno con leche", empezamos a darnos cuenta de que La Camperona, estaba generando un pequeño brote verde económico en la zona, porque a cada lado que mirabas, había que si una camiseta con el perfil de la subida, algún que otro recuerdo y unas cuántas miradas cómplices de los vecinos que solían terminar con algún comentario, en plan, "a ver qué tal se os da la subida". El cicloTURISMO, si la gente se lo propusiese de verdad, funciona.

Tras colocarnos las calas y dar las primeras pedaladas, no tardamos en echar el pie a tierra, porque había una foto que no podíamos eludir.



Mirando las fotos, os aseguro que eso que pone del 24%, es totalmente cierto. Vaya si lo es. Pero aún quedaban unos cuantos kilómetros para retorcernos por las empinadas rampas de La Camperona.

Mientras entrábamos en calor, entre pitos y flautas, llegamos a Cistierna. Allí debíamos tomar un desvío que nos llevaría hasta la zona de Las Arrimadas. La última vez que rodé por ahí, lo hice hace más de quince años con una pesada btt de acero con la que hice muchos kilómetros, ninguno de ellos por el monte. Lo mío nunca fue el rollo "pisapraos".

Esta zona es uno de esos lugares preciosos que casi no se conocen porque, o se va adrede o no se va. La carretera está arreglada de hace pocos años, con lo que está impecable y, además, no hay casi tráfico. Un lugar ideal para rodar con la bici. Para más inri, no conocía la existencia de una carretera que va desde esta zona hasta Gradefes, con lo que es realmente accesible saliendo desde León, quedando una ruta de unos 100 km muy pero que muy chula. Pero bueno, eso ya es una ida de olla que algún día, y no tardando, llevaré a cabo.

Pasamos por Laiz, un pueblo del que guardo muy buen recuerdo, ya que era el lugar de nacimiento de un tío mío, mi tío Lauren, y al que yo iba muy de vez en cuando a por miel, en compañía de mi tío. El típico lugar que guardas en el recuerdo de la infancia y que cuando te invitaban a ir, era una pequeña gran aventura.

Casi sin darnos cuenta, ya que no nos estábamos aburriendo precisamente, llegamos a Vegaquemada, lo que suponía, más o menos, la mitad de la ruta. Avanzamos un poco más, rodando por alguna que otra carretera secundaria que no figura en el mapa, más un par de kilómetros de Sterratto, y llegamos a Boñar. Aquí, en mi pueblo, llegó nuestro momento "piscolabis".

Nadie lo quería decir en alto, pero nos quedaban muy pocos kilómetros para intentar coronar, de la manera más digna posible, una subida que se va a convertir en un clásico los próximos años en La Vuelta Ciclista a España.

Nos subimos de nuevo a las bicis y pusimos rumba a Sotillos. Podríamos haber ido por la carretera nueva, pero decidimos ir por una vieja, más enrevesada, con un puertecito justo antes de llegar a la base de la Camperona.

Es una opción preciosa. Puedes atravesar una carretera rodeada de robles y tranquilidad. No te encuentras con un coche ni de lejos ya que nuestros compañeros de calzada optan por las variantes más directas, pero más feas.

Cabe aquí hacer una reseña a la zona por la que rodábamos en aquel momento. Los Valles de Sabero. Qué zona tan bonita, tan acogedora....y tan abandonada.

Sí, amigos. La zona está abandonada y es un claro ejemplo de lo que ocurre cuando en un valle que vive por y para la minería, falta esto precisamente. La minería. Fuera población, fuera recursos, dentro envejecimiento, dentro abandono. En una sola palabra, podríamos hablar de pobreza, tanto social, económica, como cultural.

Pero se intentan hacer cositas como el Museo de la Siderurgia y la Minería de Sabero o un final de etapa de La Vuelta. Es evidente que se necesita mucho más, pero la gente de la zona es una luchadora, porque saben cuánto cuesta salir adelante.

Volviendo a lo que viene siendo el cicloturismo que tantísimo me gusta, ya habíamos coronado el puertecito previo a Sotillos. Y no podía hacernos ningún daño parar un poco antes de empezar a sufrir como condenados a galeras. Así que, en cuanto vimos una fuente, detuvimos nuestro camino y llenamos el bote. Menuda escusa más cojonuda para ir mentalizándose de lo que nos esperaba.


Y ya no me podía inventar más pretextos. Ya teníamos el bidón lleno, habíamos tomado café, nos habíamos sacado fotos y no era plan de fingir un pinchazo, así que, avanzamos a través del pueblo y ya pudimos divisar en una señal de madera la palabra mágica. Camperona.

Así, para empezar animados, lo mejor que nos podía pasar era que la gente que vive justo en el desvío de la carretera que conduce a la cima, nos dedicasen unas reconfortantes palabras....

-¡Suerte en la subida! ¡Como no llevéis montado un 30, no lo vais a conseguir!

Así comenzamos. Cojonudamente. Porque yo llevo un 34-28 y no hay treinta en nada de mi bicicleta. Peor eso sí. Lo que me sobra es desparpajo, gracia y donaire, así como una gran dosis de cabezonería, así que nos metimos a ello.

Veréis. Yo me había marcado un objetivo para la ascensión de aquel soleado día. No echar el pie a tierra. Según lo que había podido escuchar acerca de la ascensión, era algo así como la subida a Valdorria, pero mucho más duro y teniendo en cuenta que en Valdorria es el único lugar en mi vida en el que se me ha pasado por la cabeza echar pie a tierra, supuse que como objetivo no estaba nada mal eso. No fracasar.

Y nada más ver la primera rampa de La Camperona, mi grito en alto resumió muy bien lo que es esta ascensión.

-¡¡PERO SI ESTO PARECE EL DRAGON KHAN!!

Es curioso que la subida empiece rodando al lado del cementerio del pueblo, porque lo ves y se te pasan muchas cosas por la cabeza. Pero en realidad, como ya nos habíamos metido en eso, qué diablos, La Camperona iba a caer, costase lo que costase...e iba a costar un montón.

La primera rampa, al 13%, te hace pensar que todo pinta muy mal, pero es que en cuanto acaba ésta, y dura muy poco, se nos presenta otra rampa, al 17%, que te obliga a ponerte en bielas, y justo después de ésta otra, viene otra al 20%, y ya te das cuenta de que no te vas a volver a sentar en el sillín hasta que te recoja el 112 o hasta que logres tu objetivo.

Pedalada a pedalada, chepazo a chepazo, vas avanzando metros. Y éstos pasan realmente lentos porque la velocidad a la que se asciende, así para el cicloturista medio como es mi caso, son los diez kilómetros por hora e incluso menos en los momentos más duros.

Te da tiempo a mucho. Te da tiempo a esquivar la gravilla para no caerte. Te da tiempo a coger el rebufo de la gente que sube caminando. Te da tiempo de ver que te queda poco para la primera curva de herradura. Te da tiempo para gestionar tal curva y alargarla lo suficiente como para tomarte un descansito.


Y es que estamos hablando de rampas tan salvajes como las que se pueden ver en la anterior foto. Y esa era la segunda curva de herradura. Pero según vas ganando altura, ya te da todo un poco igual. El sufrimiento ya es de tal magnitud, que te la pela que estés trepando una rampa al 24% porque ya no eres consciente de que te duelen las piernas, los brazos y la espalda. Ya no eres consciente de lo que te queda por subir. Ya sólo piensas en que no te puedes permitir fracasar. Ya no te puedes permitir echar el pie a tierra. Ya sólo subes por orgullo, por razones o por cojones. En realidad, ya sólo subes.

Cada vez queda menos por subir, por sufrir. Cada vez queda menos. Divisas una antena, pero es sólo un engaño de La Camperona, porque algún ingeniero decidió colocar otras dos a más de un kilómetro. Pero es un alivio pensar que sólo nos queda eso. Un kilómetro.

Y por fin, estamos en la recta final de la subida. Una recta que consideramos un descanso y eso que tiene un porcentaje del 15%. Y las pocas fuerzas con las que se llega arriba las utilizamos para empujar un poco más porque ya lo tenemos. Ya tenemos La Camperona a nuestra merced. Lo hemos conseguido. Lo había conseguido. Ya no importa todo lo que cuesta subir hasta allí arriba porque la satisfacción supera todo lo demás.





Nada más llegar Vega a la cima, tuve que preguntárselo. Durante la subida, algo comenzó a sobrevolar mi mente. Algo muy grande que nunca antes se me había pasado por la cabeza. Algo que en el mundo ciclista hay que decirlo muy en bajo y casi sin que te escuche nadie. L'Angliru. ¿Cómo sería subir el L'Angliru?

-Juan Carlos. ¿Ya me he hecho un hombre después de subir esto o tengo que ir al Angliru de las narices?

-El Angliru es mucho más duro, Dani. Hasta que no lo subas, no te haces mayor.

Así que mi mente, mi cuerpo y mi voluntad, sin ni siquiera haber bajado aún de La Camperona, ya estaban centrándose en el Angliru. Pero eso es tema de otra entrada. Vaya si lo es.

Lo único que nos quedaba era afrontar el peligroso descenso y la deliciosa comida en Sabero.

Y en esta entrada, lo único que me queda por hacer es una mención especial a los tres miembros de los GREIM de Sabero que fallecieron aquel día por la mañana, realizando su trabajo. Un abrazo muy muy gordo a sus familias, al compañero que sobrevivió y a toda su gente.

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