¡Hola a todo el mundo!
La verdad es que no es
por ser pesado con estos temas del pasado, pero entre que en la tele
no hacen más que reponer este ciclismo de los '80 y '90, que no
tengo anécdotas de mis salidas en bicicleta por motivos obvios y
que, además, aquella época me evoca recuerdos maravillosos, pues es
que se me van los dedos solos a escribir acerca de esas cosillas.
Para reafirmarme en esta
temática es que resulta que hoy he escuchado una entrevista que le
han hecho los chicos de A La Cola Del Pelotón al enorme, mítico e
irrepetible Claudio Chiapucci. La entrevista estuvo muy bien, en
donde se habló de la época del Diablo, repasando alguna mítica
etapa en la que participó, haciendo hincapié en la que se coronó
en Sestriere en el Tour del '92, donde atacó a falta de más de 200
kms a meta. También comentaba la imposibilidad de que ese tipo de
cosas sucedieran a día de hoy, pero fundamentalmente porque nadie lo
intenta, no porque no sea posible.
Chiapucci e Induráin. Fotografía del Diario Marca. |
Y aquí viene la
intrahistoria de cómo pensé en escribir esta entrada, para que
veáis un poco mi manera de trabajar estos temas, que sólo puede
definirse de caótica. Resulta que la entrevista la escuché mientras
hacía rodillo. Entre el esfuerzo, los litros de sudor que genero
mientras lo hago y el movimiento del pedaleo en sí, Chiapucci
comentó algo que me dio la idea para la entrada. Y como tengo la
cabeza a pájaros y, además, desde ese momento hasta que me pusiese
a escribir pasaría un tiempo, me vi obligado a anotar el pensamiento
pero no quería bajarme del rodillo. Vi un post-it a lo que yo
consideraba una distancia alcanzable sin bajarme del potro de tortura
y junto a ello un lapicero, así que imaginaos el circo hasta que
alcancé el papelito porque la distancia no era ni fácil, ni tan
próxima como yo pensaba en un principio. En fin. Un desastre, pero
logré hacer la anotación.
Retomando el pulso de la
entrada, lo que dijo Chiapucci en varias ocasiones fue que en según
qué etapas o carreras, etc, señalaba que...”yo me encontraba
bien”. Y esta expresión también se le puede escuchar a Perico y
podríamos decir que a todos los ciclistas de toda época, y ahí es
donde me surgió el tema porque cuán diferente significado tiene
habérselo escuchado a Chiapucci y a Delgado con respecto a, por
ejemplo, Contador se me viene a la cabeza.
Y se me viene a la cabeza
el campeón de Pinto porque en sus últimos años de competición,
más destinados a dejar un legado que a ganar generales (esta es mi
opinión y que, por cierto, me parece una gran decisión) en
pretemporada y siempre que podía, insistía en decir ese...”yo me
encuentro bien”. Pero el tema es que esa frase que sintácticamente
es igual a la que comentaba Chiapucci con su sujeto, verbo y
predicado, no obstante tiene significados y, podríamos decir que un
espíritu absolutamente diferentes.
Cuando Alberto Contador
hablaba de encontrarse bien lo decía en base a que si vatios/kilo,
pulsaciones, que si mediciones de lactato y toda una serie de datos
que le hacían afirmar categóricamente que, en efecto, se encontraba
bien.
No obstante, los
ciclistas más pretéritos, cuando afirmaban encontrarse bien lo
decían más a ciegas. Era todo un acto de fe. Es evidente que si te
encuentras fatal, a no ser que quieras tirarte un farol, no vas a
decir que te encuentras bien, pero todo era en base a sensaciones. A
veces pasaba lo que pasaba al día siguiente, claro. Esas pájaras de
perder media hora ya casi no se ven.
Estos últimos días por
aquí se ha hablado de las diferencias que existen en el ciclismo
actual con respecto al del pasado pero refiriéndome a la tecnología,
desarrollos, pinganillo y todo eso, pero es interesante también
analizar el asunto mirando a los ciclistas en sí, a ese carácter
indómito que tenían, esa actitud kamikaze, ese saber leer las
carreras, los momentos y a sus propios rivales. Desde luego todas
estas cosas no te las dan ni los potenciómetros, ni los pinganillos.
Ojalá alguna vez los ciclistas actuales nos puedan demostrar si son
igual de atrevidos, valientes, combativos y, por qué no decirlo,
maravillosamente descerebrados como sus antecesores.
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