miércoles, 8 de abril de 2020

Aquellos maravillosos descerebrados y hombres de fe.


¡Hola a todo el mundo!

La verdad es que no es por ser pesado con estos temas del pasado, pero entre que en la tele no hacen más que reponer este ciclismo de los '80 y '90, que no tengo anécdotas de mis salidas en bicicleta por motivos obvios y que, además, aquella época me evoca recuerdos maravillosos, pues es que se me van los dedos solos a escribir acerca de esas cosillas.

Para reafirmarme en esta temática es que resulta que hoy he escuchado una entrevista que le han hecho los chicos de A La Cola Del Pelotón al enorme, mítico e irrepetible Claudio Chiapucci. La entrevista estuvo muy bien, en donde se habló de la época del Diablo, repasando alguna mítica etapa en la que participó, haciendo hincapié en la que se coronó en Sestriere en el Tour del '92, donde atacó a falta de más de 200 kms a meta. También comentaba la imposibilidad de que ese tipo de cosas sucedieran a día de hoy, pero fundamentalmente porque nadie lo intenta, no porque no sea posible.

Chiapucci e Induráin. Fotografía del Diario Marca.

Y aquí viene la intrahistoria de cómo pensé en escribir esta entrada, para que veáis un poco mi manera de trabajar estos temas, que sólo puede definirse de caótica. Resulta que la entrevista la escuché mientras hacía rodillo. Entre el esfuerzo, los litros de sudor que genero mientras lo hago y el movimiento del pedaleo en sí, Chiapucci comentó algo que me dio la idea para la entrada. Y como tengo la cabeza a pájaros y, además, desde ese momento hasta que me pusiese a escribir pasaría un tiempo, me vi obligado a anotar el pensamiento pero no quería bajarme del rodillo. Vi un post-it a lo que yo consideraba una distancia alcanzable sin bajarme del potro de tortura y junto a ello un lapicero, así que imaginaos el circo hasta que alcancé el papelito porque la distancia no era ni fácil, ni tan próxima como yo pensaba en un principio. En fin. Un desastre, pero logré hacer la anotación.

Retomando el pulso de la entrada, lo que dijo Chiapucci en varias ocasiones fue que en según qué etapas o carreras, etc, señalaba que...”yo me encontraba bien”. Y esta expresión también se le puede escuchar a Perico y podríamos decir que a todos los ciclistas de toda época, y ahí es donde me surgió el tema porque cuán diferente significado tiene habérselo escuchado a Chiapucci y a Delgado con respecto a, por ejemplo, Contador se me viene a la cabeza.

Y se me viene a la cabeza el campeón de Pinto porque en sus últimos años de competición, más destinados a dejar un legado que a ganar generales (esta es mi opinión y que, por cierto, me parece una gran decisión) en pretemporada y siempre que podía, insistía en decir ese...”yo me encuentro bien”. Pero el tema es que esa frase que sintácticamente es igual a la que comentaba Chiapucci con su sujeto, verbo y predicado, no obstante tiene significados y, podríamos decir que un espíritu absolutamente diferentes.

Cuando Alberto Contador hablaba de encontrarse bien lo decía en base a que si vatios/kilo, pulsaciones, que si mediciones de lactato y toda una serie de datos que le hacían afirmar categóricamente que, en efecto, se encontraba bien.

No obstante, los ciclistas más pretéritos, cuando afirmaban encontrarse bien lo decían más a ciegas. Era todo un acto de fe. Es evidente que si te encuentras fatal, a no ser que quieras tirarte un farol, no vas a decir que te encuentras bien, pero todo era en base a sensaciones. A veces pasaba lo que pasaba al día siguiente, claro. Esas pájaras de perder media hora ya casi no se ven.

Estos últimos días por aquí se ha hablado de las diferencias que existen en el ciclismo actual con respecto al del pasado pero refiriéndome a la tecnología, desarrollos, pinganillo y todo eso, pero es interesante también analizar el asunto mirando a los ciclistas en sí, a ese carácter indómito que tenían, esa actitud kamikaze, ese saber leer las carreras, los momentos y a sus propios rivales. Desde luego todas estas cosas no te las dan ni los potenciómetros, ni los pinganillos. Ojalá alguna vez los ciclistas actuales nos puedan demostrar si son igual de atrevidos, valientes, combativos y, por qué no decirlo, maravillosamente descerebrados como sus antecesores.

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