¡Hola a todo el mundo!
Ayer mismo tuve una sensación muy extraña sobre la bicicleta que no ha hecho más que darme vueltas todo el día en la cabeza.
Todo se basa en la importancia de unos simples cuatrocientos metros. Ese corto espacio, puede marcar la diferencia de muchas cosas. Pueden cambiar por completo una ruta, un día y, poniéndonos intensos, una vida.
Como no estoy yo hoy como para ponerme muy intenso, iré al origen de estos pensamientos míos. Todo ocurrió en la carretera del Condado por la que yo entreno muchos días. Si salgo en bicicleta diez días, es muy probable, que siete de esos días, acabe pasando por ahí.
Recuerdo el día que investigamos el Buka y yo por ésta carretera para ver las posibilidades reales que tenía. Llegamos a un punto en el que teníamos que escoger entre girar a la derecha o hacerlo a la izquierda.
En esto, llegaron tres señorinas mayores que venían de dar un paseo que les estaba sentando la mar de bien. Así tenían el cutis ellas. A lo que iba. La cosa es que les preguntamos que cuál sería la mejor opción, derecha o izquierda (y que no se os olvide que estamos hablando de una carretera, no de la vida).
El hecho es que ellas nos dijeron que saldríamos a la carretera general si optábamos por girar a la derecha y, como respetamos mucho a nuestros mayores, hicimos caso.
Pero lo más curioso de todo es que hemos estado haciendo caso un año entero. Un año, entero y verdadero. Siempre girando a la derecha día, tras día, tras día.
Y ahora nos situamos en la jornada de ayer. Yo venía de haberme hecho el día anterior cien kilómetros con Sara y no quería forzar demasiado durante la siguiente salida en bici, es decir, ayer. Con unos 50 ó 60 kilómetros tendría de sobra a pesar de que, al final, me salieron algunos más.
Pero la cosa es que allí estaba yo, plantado en la encrucijada en la que las señorinas nos dijeron al Buka y a mí que teníamos que girar a la derecha. Y vive Dios que miré a un lado y a otro antes de atreverme a transgredir la doctrina de aquellas señoras, no fuera que tuviese la mala suerte de que apareciesen aquellas adorables mujeres del lugar.
Para obtener resultados diferentes hay que hacer cosas distintas. Esta es una de mis máximas vitales, así que lo llevé a la práctica. Empiezo a dar pedales hacia lo desconocido.
A ver si me entendéis. Más o menos sí sabía a dónde podía conducir esta carreteruca, pero no había estado nunca y me estaba haciendo ilusión. Además, la vida suele premiarte cuando haces cosas distintas a las habituales. Es algo que tengo comprobado, os lo aseguro. Y mi premio fueron unas vistas preciosas en un puente sobre el río Porma.
La nueva carretera me llevó a otra que sí que conocía. Y durante toda una vida, para mí habían estado separadas por la friolera de 400 metros de longitud. Hay que joderse. Porque gracias a mi "descubrimiento", ahora se me ocurren un montón de rutas, producto de mezclar unas de un lado y otras de otro.
Conclusión. No tengo perdón de Dios por no haber ido antes por ahí.
Los grandes cambios, a veces, están a muy poco distancia.
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