sábado, 3 de enero de 2015

Dos de enero, con sorpresón y los primeros cien al saco.

¡Hola a todo el mundo!

Como he dicho, el nuevo año 2015 se presenta realmente ilusionante. Y qué mejor forma de dar forma a un año así, que haciendo el día dos de enero la primera ruta de más de 100 kilómetros.

Y si encima la ruta la hago en buena compañía, pues mejor que mejor. El Buka sigue flojete y yo no iba a salir pronto, así que Sara estaba dispuesta a embarcarse en mi plan. 

En el lugar de otras veces. Allí estaba mi nueva amiga esperándome. Porque sí, amigos y amigas, llegué tarde, también como otras veces.

La ruta que íbamos a hacer es una de mis favoritas. La primera parte tiene muchos repechos, luego se cambia de carretera y se entra en mi carretera favorita, ya sabéis, la de La Cándana. Una vez que se llega a La Vecilla, vamos en dirección Boñar y a partir de mi pueblo, todo llanear casi hasta casa, dependiendo de por dónde decidamos ir a León.

Primeros kilómetros de calentamiento, como de costumbre y como todo el mundo debería de hacer por esas cosas de la salud y eso. Y como siempre, con Sara no se para de hablar. O más bien creo que esto se debe a mí, locuaz por naturaleza, así que no luché contra mí mismo y no parábamos de rajar. Que si esto, que si lo otro. 

Y llegó la subida de Castrillino para fastidiar nuestra conversación y hacer que nos tuviésemos que esforzar un poquito, con lo que las palabras se las llevó el viento. Pero me encanta, cuando voy con alguien y estamos en media subida, soltar alguna parida para que la gente se ría y pierdan un pelín de fuelle. Yo, que tengo estas cosas.

Y coronamos. ¡Estamos hechos unos fieras! La verdad es que los días que hemos quedado para rodar, ninguno de los dos lo ha dicho, pero estamos saliendo tranquilos, sin forzar, sumando kilómetros y buen ambiente.

Comenzamos a hablar de proyectos, objetivos y futuras rutas más veraniegas que a ambos nos encajasen. Lagos, Sanabria, Camperona, Nueva de Llanes. Son tantos los planes que seguro que nos dejamos algo en el tintero, sin embargo, ya nos habíamos adentrado en mi carretera favorita. 

Avanzar kilómetros, con el Pico Correcillas mirándote fijamente y La Valdorria desafiándote a lo lejos, es algo que me atrae muchísimo de esta carretera. Picos nevados al fondo, con la carretera encajonada en un valle frondoso, verde y soleado, hacen de la Carretera de La Cándana algo increíble para los sentidos.

Nuestras conversaciones se veían de vez en cuando interrumpidas por silencios profundos y, a la vez, cómodos, en los que cada uno disfrutaba de algo diferente. El viento, el sonido del invierno o cualquier otra cosa.

Pero llegó el momento de hacer una paradita para comer algo porque de lo que, tanto uno como otro, nos habíamos dado cuenta era de que el viento soplaba de cara, con lo que los últimos kilómetros por esta carretera, que siempre pica hacia arriba, se habían hecho algo más duros de lo esperado.

Y como si nada, nos estábamos acercando a Boñar. Nos estábamos acercando a mi pueblo. Y aquí, claro, siempre me surgen mil historias de recuerdos de la infancia y la primera juventud. Que si esto y aquello. Pero no íbamos a parar. Seguimos nuestro camino.

Y unos kilómetros más adelante de Boñar, surgió la sorpresa del día. ¡Y qué sorpresa! ¡A mí me prestó un montón!

- Hostias, Sara. ¿Qué es eso? ¿Una ardilla?
-¡No! Un zorro.
-Eso no es un zorro.

Pues resulta, que por un campo junto a la carretera, había un gato montés, grande como un castillo, que estaba haciendo sus cosas de gato montés, supongo, y al pasar nosotros, pues se asustó y empezó a escapar como alma que lleva el diablo. ¡Qué bicho más guapo! ¡Menudo gustazo ver animales de estos! 

Luego uno se queda pensando en que no hay tantos como debería, por nuestra mala cabeza como especie, pero en fin, eso para otra entrada en plan monográfico.

Y después de comer un plátano a medias, comprobar que ni Sara ni yo teníamos más comida y apreciar que ya era una hora prudente para encaminarnos a nuestras respectivas casas, comenzamos la retirada por la Sobarriba. 

Al final, nos salieron 100 km justos y "clavaos", aunque bien es cierto, y de esto se va a enterar mi amiga leyendo esto, que yo alargué la ruta un par de kilómetros más para redondear la cifra, por mucho que me vaya a acusar ahora de "friki".

En resumidas cuentas, podríamos decir que el dos de enero ha sido fantástico. ¡Esto marcha! 

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