¡Hola a todo el mundo!
Hacía tiempo que no escribía
acerca de algún puerto digno de ser incluido dentro de esa sección que decidí
llamar TESOROS DEL CICLOTURISMO,
pero es que acabo de hacer una ruta en la que uno de los puertos merece entrar
por todo lo alto en esa sección. Y nunca mejor dicho “por todo lo alto” porque
el puerto que nos ocupa sube hasta casi los 2000 metros de altitud,
concretamente hasta los 1953 metros, y para llegar a su cima hay que superar
1436 metros de desnivel. A todos estos impresionantes datos hay que sumarle la
longitud. 33 kilómetros desde el principio hasta el final.
Si a estos números no les ponemos
nombre, rápidamente nuestras cabezas comienzan a viajar. Se van a Pirineos,
Alpes, Dolomitas, Austria, Suiza o algún lugar de relumbrón y postín, pero si
digo que el puerto está en España, más en concreto en la Provincia de León y
para afinar más digo que separa El Bierzo de La Cabrera ya es cuando tenéis que
tirar de mapas y buscar un poco más a fondo.
Os voy a facilitar la tarea. Su
nombre es Llano De Las Ovejas, que
es una extensión de Los Portillinos
que, a su vez, es una prolongación de, y este ya os va a sonar, El Morredero.
Es una subida que siempre he
tenido en mente. De esas cosas pendientes y que sabes que vas a acabar
haciendo, pero nunca encuentras el momento. La oportunidad se presentó al no
poder ir a Asturias por el mal tiempo y en búsqueda de una alternativa, el
compañero de ruta propuso ir hasta Ponferrada, punto de partida del coloso.
Para empezar, os voy a ser
tremendamente sincero. El paisaje de este puerto a mí no me resulta atractivo.
Montañas cubiertas de brezo, escobas y piornos. No hay rocas, no hay picos, no
hay árboles. Lo que sobre todo no hay es capacidad de distracción. Tampoco te
permite ir mentalizándote para la dura ascensión que te propone este monstruo
gigante.
Un poco de callejeo por
Ponferrada, localizas el desvío, sales de un pueblo y llega el primer
sartenazo. El gigante ya te acaba de tragar, metiéndote en su mundo de
arbustos, enormes valles, montañas infinitamente redondeadas que se encadenan
unas con otras hasta donde te permiten mirar y hasta donde te puedas imaginar.
No sé en qué momento ocurre pero
cuando te quieres dar cuenta, llevas tres cuartos de hora de esfuerzo y aún no
has llegado a la mitad de la cacería del gigante. Como todos, él se resiste.
Rampas de más del 10%. Estas trampas aparecen por toda la subida. Unas por
aquí, otras por allá, pero eres consciente de que la batalla va a ser dura,
aunque esta no es su principal arma.
Su principal defensa es lo
infinita de la misma. Una pedalada tras otra avanzas por la carretera. Por la
carretera solitaria. Igual de solitario que todo el paisaje. Empiezas a
sentirte igual de pequeño que cualquiera de los lagartos que ni se inmutan al
verte pasar. Te metes tan en ti mismo que no eres muy consciente de lo que pasa
a tu alrededor. Si no llegas lo suficientemente preparado para doblegar al
gigante, estoy seguro que en un pequeño momento de debilidad, no te costaría
ningún esfuerzo echar pie a tierra. Nadie lo sabría. Nadie hay en kilómetros a
la redonda. Estáis solos tú y el monstruo.
Pero si llegas bien puedes
escapar del embrujo. Bajas un piñón, te pones en bielas y le mandas un mensaje.
“¿Acaso no sabes quién soy yo? ¿No has hablado con otros gigantes? Todos
cayeron”. Y este caerá, claro que sí.
La carretera bordea la montaña
sin ninguna interrupción hasta que ves unas curvas de herradura. Es la primera
distracción que encuentras después de varios kilómetros. Bajo otro piñón y
vuelvo a mandarle el mismo mensaje. “¡Vas a caer, gigante!”
Y llegas allí en donde muchos dan
la vuelta, satisfechos, sin saber que no es más que otra de las trampas del monstruo
gigante. El Puerto del Morredero. Pero yo sólo quería mostrarle mis respetos y
pedirle permiso para pasar a por lo que había venido. Aún faltaban muchos
kilómetros para mi verdadera misión allí.
Me permitió el paso y me dio un
par de kilómetros tranquilos en los que has de estudiar la situación. El
paisaje es exactamente igual que antes, pero lo ves todo desde otro punto de
vista. Te da la sensación de que llevas toda una vida subiendo este puerto y
comienzas a sentirte como en casa. Ya casi ni te acuerdas de qué estabas
haciendo hace una hora y pico, pero seguramente sea sufrir en alguna dura
rampa. Después de algún que otro pensamiento un tanto confuso, puede que por la
falta de oxígeno inherente a los 1800 metros de altitud por los que vas rodando,
notas que algo pasa. Hay cambios.
El monstruo te presenta ahora,
después de tantos kilómetros subidos, de tanto rato pedaleando por lo que
parece la misma rampa, un cambio de panorama. Parece ser que empieza a inquietarle
el hecho de que te acerques a la cima. Parece ser que empieza a pensar que va a
caer igual que cayeron otros tantos antes que él.
La montaña ahora está más
descarnada. Sigue igual de solitaria o quizás más, pero ahora está rota. Y roto
es como te deja la última gran rampa antes de llegar a Los Portillinos, donde
muchos pueden pensar que está el final, pero el monstruo gigante es muy viejo y
muy astuto. Es otra trampa igual que la de antes, allá abajo, en El Morredero. Para
llegar al final hay que hacer un último esfuerzo, más mental que físico, que es
rodar por los 6 kilómetros de sube baja que nos restan para llegar a Llano De
Las Ovejas.
Avanzas sin referencias. Ya no
hay montañas a tu alrededor. Todas ellas quedaron más abajo porque tú estás a
casi 2000 metros y sólo unos privilegiados llegan hasta aquí. Das pedales sin
saber dónde está el final. El monstruo no tiene cartel porque no quiere verse
doblegado por nada ni nadie.
Los que hemos sido capaces de
llegar a vencernos a nosotros mismos y hemos logrado no caer en las trampas del
monstruo, hemos hecho un pacto con él.
No nos entrega el trofeo del cartel con su nombre, pero nos da la
satisfacción de haber logrado alcanzar una cima tremenda, de esas que muy pocas
veces llegas a coronar.
Tú sabes que el monstruo gigante ha
caído igual que cayeron otros antes que él, pero habéis llegado a un acuerdo.
Un acuerdo que otro puñado de valientes conocen también. Los valientes sabemos
que el monstruo, además de gigante, es indomable y su ascensión no se nos va a
olvidar así como así. Es una ascensión irrepetible. Una de esas satisfacciones
que vas a llevar por siempre dentro de ti. Ese es el premio que te da el
monstruo gigante.
Tú sí que eres un monstruo!!!!!
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