miércoles, 8 de mayo de 2019

Un día cualquiera en Pajares y La Cubilla


¡Hola a todo el mundo!

El otro día, saqué un poco de tiempo, después de un mes de abril complicado, lleno de cosas que hacer y, por fin, fui a subir puertos, que es lo que más me gusta a mí, por cierto. Sé que la última vez hablé aquí de una ida de olla buena, buena, como es subir en la misma sesión de exorcismo, las tres vertientes de Cobertoria, con la guinda final del Gamoniteiro. Si bien es algo que tengo intención de hacer este año, en el primer día de puertos me apetecía hacer algo más clásico.

Así que subí a La Americana en Klaus y nos piramos a Campomanes para ascender Pajares en primer término y, para culminar la jornada, La Cubilla que este año se sube en La Vuelta a España. Qué pena que los profesionales no vayan a poder disfrutar del espectáculo que es este puerto, ¡pero sí toda España! Cómo se va a poner la subida, ya lo verás.

Nada más que enfilé la carretera vi que había nubes sobre las montañas que separan Asturias de León. Y maldita la suerte, porque los días anteriores había hecho unos días estupendos, ¡rediós! No iba a haber sorpresas porque para llegar a Campomanes tendría que bajar Pajares, mi primer coloso del día. Y cuando llegué a la cima de dicho mito del ciclismo… ¿dónde estaba la cima? Niebla. ¡NIEBLA MEONA! Y lo único que se podía ver era un termómetro digital que indicaba unos escalofriantes tres grados.

Y yo, que soy un adorador del calor, pues me dio vueltas la cabeza. Sobre todo cuando empecé a pensar en que había preparado la ropa, no absolutamente veraniega, pero sólo un poco más. Ni chaqueta, ni maillot de entretiempo, ni unas tristes perneras, ni unos necesarios guantes con los dedos largos, ni nada de eso.

Pero soy un tío duro (a veces hay que tirarse un poco el moco, leñe) y nada me impidió, después de un café, comenzar la ascensión.

Pajares, a pesar de lo que se pueda pensar debido a la carretera nacional que lo atraviesa, en mi opinión no te genera excesivos problemas si se tiene cuidado. Evidentemente tienes que ir bien pegado a la derecha, no es como otros puertos, absolutamente olvidados por el tráfico, en los que vas más relajado. Pero si se escoge bien la fecha, sin esquiadores ni playeros, es un puerto chulo de subir.

Sabía que los últimos dos kilómetros me reservaban niebla, agua y frío por un tubo, así que pensé que lo mejor sería desfrutar el momento. Subiría tranquilo, nada de achuchones, que era el primer puerto serio del año. Pero es que cuando llegué a esos dos kilómetros del final, fue ahí donde me puse en bielas y apreté. De alguna manera tenía que quitar el frío. Además, para quien no conozca Pajares, ese par de kilómetros son los que hacen de Pajares un puerto pata negra. Unas rampinas del 15% y del 17% hacen que no se te olvide la ascensión.

Pero es que a mí, ese día lo que no se me iba a olvidar era la bajada. Piso absolutamente mojado, visibilidad de creo que no exagero si digo que de 20 metros y un frío, insisto con esto, que se te metía por todos los lados y especialmente en las manos. Había que parar en el bar ese de la curva, en cuanto se acabó la niebla, porque yo ya no podía ni frenar. Tenía las manos como un Playmobil.

-          “Buenos dis” No está bueno por ahí riba, eh, nin!!”

Eso fue lo que me dijo el chigrero y no le faltaba razón. Cómo me vería que no le pedí un café con leche y ya me lo estaba poniendo él. ¡Menudo gallo que está hecho! Pero yo, que soy un tío duro (y vuelvo a tirarme un poco el moco) continué con la bajada, ya un poco mejor, y llegué a Campomanes de nuevo, esta vez, con rumbo a La Cubilla.

Este gigante asturiano, se sube bien, pero no hay que tomárselo a broma. Era mi tercera vez y yo tenía la lección aprendida. Los primeros ocho kilómetros de los veintiocho con los que cuenta, te pueden condicionar toda la ascensión, porque no son nada del otro mundo y, si estás un poco bien de forma, metes el plato grande y te puedes calentar en menos de nada. Y luego vienen los lloros, porque La Cubilla en su segunda parte, creo que no baje del 5%. Está claro que no es L’Angliru, pero no es un paseo por el parque y menos aún si al principio te has dejado unas fuerzas muy necesarias.

Pero sería muy triste desaprovechar la posibilidad de disfrutar de un espectáculo como es La Cubilla, por intentar hacer un gran tiempo de ascensión. ¡Yo qué sé! Esa es mi manera de entender este negocio. Ya hay otros muchos momentos en los que atizarle bien al pedal, ¿no?

Durante la subida pude disfrutar de unos veinte venados corriendo como locos por el monte, unos buitres sobrevolándome a menos de cincuenta metros, las Ubiñas medio nevadas y, por supuesto, un paisaje absolutamente alpino, indescriptiblemente avasallador que te hace sentir por momentos como una hormiga.

Si además le sumas a todo esto, que no me crucé con ningún coche durante al menos tres cuartos de hora, todo esto hace que subir hasta allí arriba sea un verdadero paraíso cicloturista. Como para agarrarme a la parte baja del manillar y hacer el bobo.

Una vez que consigues alcanzar los objetivos que te habías propuesto para un día de puertos y has disfrutado de lo lindo, ya no te acuerdas ni del frío, ni del agua, ni de la niebla, ni de nada de todo eso. Sólo te crees Gino Bartali ganando el Giro, Perico ganando La Vuelta del 85 o Carlos Sastre ganando el Tour de Francia. Ese día fue uno de esos días por los que amo la bicicleta.

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