¡Hola a todo el mundo!
Pues el día llegó y nos fuimos a
subir un par de puertitos, como debe de ser. Y los elegidos fueron Panderrueda
y Pandetrave, esta vez aquí en casa, nada de irse a Asturias. Y es que estos
dos puertos se encuentran situados en Picos de Europa, en la parte leonesa del
Parque Nacional, y no creo que me confunda si digo que será de las 10 rutas más
impresionantes que se pueden hacer por toda España.
Más allá de lo impresionante de
los paisajes, la etapa que nos habíamos marcado el bueno de Adrián, que fue
quien la escogió, y yo, se adentraría en lo más hondo de la carretera de Picos
de Europa por León. Llegaríamos hasta Caín para después subir hasta el
puertarraco de Pandetrave. Y digo bien puertarraco porque desde Caín hasta la
cima del puerto hay 18 kilómetros y 1200 metros de desnivel, cosa que, no sé
vosotros, pero yo no lo subo todos los días (por desgracia)
Pero la ruta no iba a ser en plan
estopa pura y en plan watios y medias y Koms y mierdas de esas. La ruta se
trataba de otra cosa. Se trataba más de pincho de tortilla, de un par de
paradas para tomar algo, de sácame tú ahora una foto, de hazme mejor tú un vídeo
que voy a salir guapísimo.
Y es que no podía ser de otra
forma, habida cuenta que Adrián nunca había rodado por esos territorios
ciclistas. Y qué pena no disfrutar de todo eso por el mero hecho de acabar
fundidos y hechos caldo, la verdad. Ya quedaremos otro día para eso, maldita
sea, pero esa jornada se merecía ser paladeada como se merecen las grandes
ocasiones. Menuda mierda, porque me estoy haciendo mayor y cada vez paladeo más
las cosas. De mierda nada, que cada día disfruto más del ciclismo. Si intentáis
decir “paladeo” muy rápido, igual vomitas o algo….y hasta aquí mis pensamientos
en voz alta.
Tuvimos suerte porque el día
resultó espectacular. Solazo, casi por momentos calor (para Adrián, vaya,
porque por mí, que atice el sol 40 grados) ni gota de viento molesto y, dado
que fuimos entre semana, poquísimo tráfico. ¡Día de diez!
Salimos poco a poco, aunque veía
que el bueno de Adrián iba con un pedaleo muy entusiasta. No pasa nada porque
desde Riaño, que fue nuestro punto de salida, hasta el puerto de Panderrueda,
no hay muchos kilómetros y eso templaría los ánimos. Por el lado que lo
subiríamos no tiene nada de dificultad, pero es cuesta arriba, qué duda cabe.
Lo bueno que tiene Panderrueda
por esta vertiente es que lo que no tiene de puertarraco lo tiene, cuando
llegas a la cima, de impresionante. Se te presentan de repente los Picos de
Europa en todo su esplendor y, con el día que tuvimos, fue una maravilla para
los sentidos. Adrián flipó bastante, que yo lo sé. Alucino yo cada vez que voy
y lo he hecho muchas veces, así que con mayor motivo si es tu primera vez en
bici. Porque si vienes en coche y lo vez, bueno, pues no te sabe igual de bien.
En bici es como la recompensa a un trabajo bien hecho.
Es lo mismo que los descensos de
un puerto. Merecida recompensa a una buena subida pero, cuidado. Siempre hay
que tomar precauciones. “Pasa tú delante, que lo conoces mejor”. Pues ahí iba
yo, descendiendo Panderrueda, camino de Posada de Valdeón, que por aquí sí que
es un señor puerto. Sin embargo, yo no hacía más que pensar en otra bajada.
La bajada a Caín sí que es
bonita. Sobre todo porque no haces más que pensar en lo mucho y muy duro que
tienes que subir minutos después. “Yo no me rindo”, me decía Adrián. Y es que
esa es la actitud, leñe. Se puede subir más rápido o menos, pero la idea es no
desfallecer, no rendirse, saber que después de esa pedalada que te parecía
imposible dar, viene la siguiente y luego otra más y que nada ni nadie te va a
impedir darlas. Un puerto se sube por fuerza, sí. Pero gran parte de las
ascensiones que yo he subido en mi vida lo he hecho por actitud o, dicho de
otra manera, por “güevos”. No hay otra manera.
Yo sabía que Adrián no tendría
ningún problema porque tiene esa actitud de la que hablo, pero la subida de
Caín también tiene otras cosas, como son rampas del 20%. Una gran piedra de
toque para Adrián. Si superaba eso, ya le tendría en mis redes. Volvería a
apuntarse a alguna de mis idas de olla. Y tengo que decirte por si lees esto,
querido Adrián, que esta etapa es en las que menos se me va la mano a mí, pero
tranquilo que ya verás verdaderas idas de olla. De las que cuando llegas al
coche piensas…”cómo se me ha ido la mano con este asunto”, pero no voy a
descubrir mis cartas al inicio de la partida, que nos quedan muchas manos (pero
qué digo, si no sé jugar a las cartas…)
Lo bueno de las rampas infernales
de Caín es que como te ves envuelto en un entorno tan precioso, no te enteras
muy bien de lo que vas subiendo. En la zona del mirador del Tombo, con rampas
muy “Angliruliescas”, vas mirando a un lado y a otro y tu cabeza tiene que
procesar muy mucho los paisajes que hay por ahí, porque son increíbles. Esto
hace que no te fijes todo el rato en las rampas de locos que vas pasando,
porque os aseguro que son tremendas.
Pero todo lo que comienza tiende
a finalizar en algún momento y como verdaderos héroes, llegamos a Posada de
Valdeón. Bien nos merecíamos tomar algo en algún bar, ¿no? Teníamos que reponer
un poco, llenar el bote y afrontar la segunda parte de Pandetrave, que es la
que más se asemeja al típico puerto, de pillar un ritmo, el que sea, y hasta
arriba. Fue en ese momento en el que tuvimos que decidir si incorporar una
sorpresilla a la ruta.
Porque, en efecto y como a mí me
enseñó el maestro Vega, toda ruta ha de tener una sorpresa. De esas que acaban
con las pocas fuerzas que te quedan. De esas que convierten un día perfecto en
un perfecto infierno. Manu aún recuerda la sorpresa que nos metió precisamente Vega
en medio de Tarna. Un desvío inesperado de unos pocos kilómetros en los que el CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN dejó el
pellejo. También a mí me siguen recordando de vez en cuando aquella subida
sorpresa que les metí a los gallos del club entre el Puerto de Somiedo y el de
San Lorenzo. La subida a Las Viñas que pasa por ser uno de los kilómetros más
duros de toda Asturias, pero si está ahí, ¡por el amor de Dios!, hay que
subirlo, ¿no?
Pero era la primera vez que venía
Adrián conmigo y no me quiero quedar sin amigos. Debía de ser prudente en el
castigo así que abortábamos plan sorpresa, que no era otra cosa más que subir
el puerto del Pando. Pero bueno, un puerto arribo o abajo, ¡qué más dará! Lo
dicho…que no quiero quedarme sin amigos, pero para la próxima no le libra de
una sorpresa ni Rita.
De Pandetrave hasta Riaño tuvimos
que lidiar, por un lado con un viento un poco puñetero en contra y, por otro,
con la carretera, que está en un estado lamentable. La gente que vive por esas
tierras, entre los que se incluyen bastantes familiares míos (la Tierra de La
Reina a topeeee) se merece una carretera por la que no se tengan que jugar la
vida.
La llegada a nuestra particular
meta fue triunfal, con una sana recuperación post etapa que incluía bocata
grande como un templo y helado porque yo puedo pasar sin el bocata pero una
ruta de puertos, sin helado, no es ruta. Sería “jornada inválida”.
La jornada fue formidable desde
todos los puntos de vista. Tiempo estupendo, no hubo percances y Adrián quedó
con ganas de más, así que misión cumplida. La cabeza ya me está echando humo
para idear la siguiente ruta en la que, aviso a navegantes, habrá sorpresas.
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