Ayer fue el día del reencuentro
con las rutas por León. Para tal evento debía de escoger una que fuese
especial, pero como me quedé a ver la etapa de La Vuelta y salí a eso de las 6
de la tarde (y ya se nota que anochece antes) pues decidí ir en dirección a La
Robla, esto es, la ruta every day que todos tenemos.
¡Cómo echaba de menos la
sensación de tener vegetación alrededor mío! Y eso que la ruta de ayer no es la
más vegetal del mundo. Cuando, después de salir de la ciudad, encaré ya la
carretera de Sariegos, fue como si no hubiese pasado el tiempo. Gracias a las
ganas que tenía, los 10 primeros kilómetros de la ruta los hice rapidísimo y
con muchísima cadencia. Gracias a las ganas y gracias a que por la carretera
había un montón de cicloturistas que, como yo, se habían quedado en casa viendo
la etapa del Cuitu Negro (buen trabajo Marce)
Llegué a Lorenzana y allí, bajé
un poco el ritmo porque recordé que llevaba tres meses subiendo muchas rampas
pero haciendo pocos kilómetros, así que los más o menos 70 Km que iba a hacer,
se me podían hacer largos a ese ritmo (con lo que yo he sido, madre mía)
Eché un trago de agua, subí un
piñón y miré para atrás. Era como si estuviese notando una presencia.
Efectivamente había alguien a 5 metros. Lo que no me podía ni imaginar era que
ese “alguien” fuese conocido. ¡Y de la Grupeta! ERA CÉSAR.
¡Qué alegría! Pero además, fue muy
curioso que precisamente me encontrase con César por varios motivos. Uno era
que dada su reciente 2ª paternidad, su tiempo de entrenamiento entre pañal y
pañal se ha reducida drásticamente, con lo que sale poquito, así que fue una verdadera coincidencia. Otro motivo era
que en Corella me acordé muchísimas veces precisamente de César. La razón era
que él conocía la zona de la Rivera Navarra y me advirtió en repetidas
ocasiones sobre el viento intenso de aquella zona. Siempre que sufría alguna
ráfaga más fuerte de la cuenta (esto es, varias veces todos los días) me
acordaba de César y de sus advertencias.
Así que después de los saludos y
las felicitaciones post-parto, comenzamos a rodar en compañía. No sabíamos a
dónde ir, pero el instinto asesino haría el resto, por lo que llegamos a La
Robla yendo a un ritmo muy majo pero que nos permitía hablar y hablar.
Cuando llegamos a La Robla un par
de miradas y un “bueno qué” ya me indicó que iríamos por el Fenar. Subidita de
4 kilómetros o así, muy tendida, que hoy por hoy se amoldaba perfectamente a nuestras
necesidades. La ruta, finalmente, fue un clásico. León-La Robla-El Fenar-Robles-León
El toque de humor que me
caracteriza sucedió cuando César sacó el plátano para comer y, dado que estaba
demasiado maduro, al primer bache se partió y cayó a la carretera, con lo que
se quedaría sin el 70% de su merienda el bueno de César. Yo había llevado dos
ciruelas, por lo que una me sobraba, así que, para que César no se quedase sin
lo suyo, yo le hice una sugerencia:
-“César. ¿Quieres comerme la
ciruela?”
-“Vamos a dejarlo Dani”
Después del festival del humor
sobre ruedas, continuamos con la ruta en amor y compañía sin mayor sobresalto.
Poco antes de despedirnos en un cruce de calles ya en León, César no se olvidó
de comentarme que:
-“Nada. Ahora a volver a
escribir, eh”
Y en estas me veo. Escribiendo
otra vez una crónica como Dios manda, con su toque de humor, con su
rutita….vamos, una crónica por su sitio.
Además, los casi 30 km/h de media
con sus 70km han hecho de la ruta un buen entreno. ¡Si es que lo hemos tenido
todo!
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