martes, 16 de abril de 2013

Los viejos rockeros nunca mueren.

¡Hola a todo el mundo!

Pues por fin, después de un mes largo, hoy he podido salir a rodar un rato. Y, ¡oye!, me animé me animé, y salieron 60 kilómetros de lo más animados y variopintos.

En un principio pensé "va, venga Dani, vas hasta La Robla sin forzar, que es todo plano, y cumples y ya está", pero la cosa es que hacía un día tan bueno...Y es que pude enfundarme el culote y el maillot cortos. Nada más y nada menos. Pensar que hace tres días estaba con bufanda, literalmente, pone los pelos de punta.

Total, que espoleado por las ganas y el sol, al final me animé a hacer una ruta no del todo plana y no del todo corta. El resultado fue una de mis rutas fetiche, no muy utilizada por el pelotón leonés al no contar esta zona con mucho arcén, aunque yendo solo no hay problema. León-Castrillino-Barrio-San Cipriano-León.

Una vez que tomé esta decisión, tocaba aclimatarse a "La Americana". Suponía que me tendría algo de rencor al llevar tanto tiempo sin sacarla de paseo, pero me trató bien. Siempre por su sitio y tan nerviosa como siempre. Hay que tener más cuidado con ella...¡en seguida se lanza!

¿Y cómo estaría el motor? Hasta ahora he estado corriendo lo que he podido, así que me imaginaba que no estaría hecho añicos, pero rodar en bici es harina de otro costal. Llegué a la subida de Castrillino que si bien no es el Portalet, hace que subas piñones y te agarres a la cruz del manillar. Mucha cadencia y buenas sensaciones fue el resultado en la cima. No sintonicé el pulsómetro porque no quería asomarme a abismos a los que es mejor no hacerlo...

Pasado este punto, hasta Barrio de Nuestra Señora tocaba un terreno de continuos repechos. Uno tras otro, sin poder llegar a acoplarte en ningún momento. Llegué a barrio y las sensaciones seguían siendo fenomenales. E incluso me permití la licencia de sacar alguna que otra foto...


Una vez terminado el momento friky del día, y digo friky porque hay más fotos que no pienso enseñar ni en un millón de años, proseguí mi ruta. Comencé a mirar con interés el cuentakilómetros. Todo surgió muy de imprevisto. No era mi intención para nada, de verdad, pero me piqué. Sí amigos. Lo hice y con el peor de los rivales. Conmigo mismo. 

La cosa es que en la opción el la que tenía el cuenta, cuando no marcan las pulsaciones, señala por defecto la velocidad media. Y dado que me encontraba bien y la media de velocidad marcaba 31 km/h, pensé "¿y por qué no intentar llegar a casa con la media por encima de 30?" 

Así que la carretera pasó de ser ese lugar en el que estaba reencontrándome con mi afición favorita, a ese otro lugar en el que se lucha a muerte durante cada metro de asfalto. Los repechos sobre bielas, en los llanos agarrado abajo, los descensos pedaleando como un demonio. De pronto el viento comenzó a soplar más fuerte, síntoma este de que estaba yendo rápido. La cosa marchaba. La media se mantenía o incluso subía. ¡Bien!

Ya no me quedaba nada. Sólo bajar el Portillín. Ese mito del ciclismo leonés. Un kilómetro y poco, con rampas del 15%, que hoy debía de bajar todo lo rápido que pudiese. Y es una bajada que me gusta muchísimo. Tras las obras de hace ya unos años le han quitado encanto, pero sigue siendo una bajada rápida. Me seguía un coche. En la primera curva lo dejo atrás. Voy como un tiro. No me caigo. Todo marcha.

Y por fin, llego a casa y miro el cuenta. Conseguido. Media de 30.5 km/h. Para llevar un mes sin tocar la bici creo que no está nada mal. Los viejos rockeros nunca mueren.

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