¡Hola a todo el mundo!
Y es que, perdonad que insista, el tiempo ha
cambiado y todo es un poco peor. Es más frio, más oscuro, más corto y, además,
más rápido.
En efecto es todo más rápido ya
que con los días más cortos, con algún frente cargado de lluvia en la
perspectiva más próxima, las salidas en bici nos convierten en una especie de
ciclistas al ataque.
Te levantas, desayunas, haces las
cuatro cosas que tenías previsto hacer, miras el móvil para ver en qué momento
lloverá y lo ves claro. “Tengo dos horas para rodar”.
Y ahí comienza el operativo. Te
vistes a la carrera, intentando ponerte lo más apropiado. En estas fechas de
entretiempo, tengo que decir que casi siempre te equivocas. O vas muy abrigado,
o con poca ropa, o lo que sea. Con algo siempre fallas o al menos eso es lo que
me pasa a mí…En fin. Son mis pedradas.
Luego coges la bicicleta,
compruebas la presión de las ruedas, que lo demás esté en orden. Llenas el bote
de agua pensando que hace frío y beberás una miseria de agua (mal hecho, que lo
sepáis), vas por algo de comer, por si las moscas. Esto ya son mis manías de
ciclista veterano. Por corta que sea la ruta, siempre llevo algo encima que
echarme a la boca.
Ahora sólo queda escoger la ruta.
El camino a seguir no debe de ser demasiado largo porque os recuerdo que
teníamos dos horas y que, entre unas cosas y otras, ya hemos consumido quince
minutos. Comenzamos a dar pedales y sientes frío. “Me tendré que ir
acostumbrando”, piensas. Al fin y al cabo, dentro de no mucho ya sabéis lo que
toca.
Te da tiempo a hacer unos
cuarenta kilómetros pero, además, si quieres llegar a casa a una hora potable,
tienes que ir zumbando. Te agarras abajo a nada de salir de la ciudad y
pedaleas como si te estuvieran persiguiendo los equipos de los sprinters.
Quitas del cuenta la función “distancia recorrida” para sustituirla por “hora
actual”.
Eso se convierte en tu objetivo.
Llegar a buena hora ya que lo más probable es que tengas que ir a hacer algún
recado en plan ir a la frutería, o al súper, o hacer la comida o cualquier
historia de éstas.
Mientras vas lanzado a conseguir
tu objetivo piensas en las rutas de verano en las que no tenías ni prisa, ni
frío, ni tanta ropa encima y casi te dan ganas de llorar, pero sigues avanzando
porque eres un ciclista y eso es lo que haces. Nunca rendirte.
Sin darte muy bien cuenta, ya no
te queda nada para llegar a casa y tienes encima una sudada de padre y muy
señor mío. Quieres más pero no puedes. “Menuda mierda”, piensas, pero estás
resignado a que si quieres hacer kilómetros, esta es la manera. Ir arañando
unos pocos aquí, otros pocos allá y así, al final del mes, vas dándote cuenta
de lo mucho que se consigue si vas al ataque.
Porque en este tipo de mañanas,
con el tiempo pisándonos los talones, nos convertimos en ciclistas al ataque,
que son los que más molan. Así que, ya sabéis lo que tenéis que hacer. ¡Siempre
al ataque, máquinas!
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