miércoles, 10 de octubre de 2018

Llevo un 32, sí, ¿¡qué pasa!?


¡Hola a todo el mundo!

Mucho se han reído de mí, amigos y amigas. Sí, sí. He sido el hazmerreír en más de una salida. Más o menos hace un año hice algo, tomé una decisión, que ha supuesto un antes y un después en los chistes del grupo.

Y es que le he metido un piñón de 32 dientes a La Americana. Así como os lo cuento…Ah! ¿Que tú también te estás riendo? Bueno, pues lee esto antes de juzgarme…

Resulta que en mi obsesión por hacer de La Americana una máquina envidiable, entre otras muchas cosas, le he cambiado el grupo. Un colega me ofreció uno de él que no tenía muchos kilómetros y, además, viniendo de quien venía, estaba seguro de que estaría perfectamente cuidado. Él mismo me lo instalaría y me hizo una oferta de esas que no puedes rechazar, así que, como yo ya andaba con ganas de cambiar el mío, que ya tenía más kilómetros que Marco Polo, pues acepté.

La Americana ahora cuenta con un Shimano Ultegra de once. Llevo un año con él y estoy encantado. No puede funcionar mejor, la verdad. Cuando mi amigo fue a montarme el cachivache, me hizo una pregunta:

-Oye, Dani. Hay que cambiar la piña, así que, ¿qué te meto? ¿28 como hasta ahora o un 32?
-Ostras, tío, pues no sé…te llamo luego.

Así que empecé a pensar en los pros y contras. Creo que lo que más influyó fue que el año pasado no fue mi mejor año ciclista. Salía todos los fines de semana pero entre semana era imposible, con lo que cuando quedaba con los amigotes, éstos me hacían sufrir entre mucho y muchísimo. No hacían más que achucharme y me tenían arto. Así que descolgué el teléfono, llamó a mi amigo y le informé de mi decisión:

Oye, tronco. Pon un 32 y que sea lo que Dios quiera.

Lo primero en lo que pensé fue en que se iban a reír de mí. Es lo que te pasa cuando te juntas con algún que otro cabronazo, pero son mis cabronazos y les tengo aprecio, maldita sea, pero no dejan de ser lo que son.

El primer día que estrené mi nuevo, flamante, súper eficaz y ligero Ultegra fue una jornada épica del CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN. Salimos desde San Emiliano, en el corazón de Babia, para ir en dirección al Puerto de Somiedo, en este caso para bajarlo. Terminada esta preciosa bajada, llegaría el momento de mi encerrona del día, que no era otra más que subir hasta un pueblo llamado Las Viñas, que es conocido como uno de los kilómetros más duros de Asturias. Terminado esto, ya quedaban por subir dos cositas de nada. San Lorenzo y Ventana.

Lo peculiar de aquel día épico, sobre el que ya os hablaré otro día más en profundidad, fue que salimos con 3ºC, lo que es bastante frío, y en la subida de San Lorenzo, nos encontramos con 35ºC y la mayor parte de nosotros íbamos vestidos con ropa más o menos de abrigo. Al fin y al cabo estábamos a mediados de octubre y quién se iba a esperar todo aquello. Fue un día terrible en el que las pájaras surgieron por sí solas, pero ya os hablaré de aquella jornada épica.

El asunto que nos ocupa es mi precioso piñón de 32 dientes. Ese día iba a tener más de una oportunidad para poder engranarlo y comprobar hasta qué punto es útil o no lo es.

Yo soy un tío que tiene buena pata y soy bastante potente, con lo que subidas duras en plan Las Viñas, La Camperona o cosas de estas, las paso bien sobre bielas y de más, pero sí es verdad que me he tenido que educar para utilizar el 32. Resulta que en muchas ocasiones me he negado a meterlo porque iba mejor con el 28, ¿os lo podéis creer? Bueno, pues los cabronazos de la grupeta no se lo creen y piensan que por tener el 32 mis subidas ya no son tan válidas y de más memeces de esas. Me lo dicen más por envidia que por otra cosa, yo lo sé, pero nunca lo reconocerán.

Tener un 32, en serio os lo digo, te hace cambiar tu forma de afrontar las subidas más extremas. El día que llegué a comprender para qué servía realmente fue este año subiendo mi amada Camperona.

Yo ya había hecho varias subidas de las consideradas normales con el grupo nuevo. Nunca metí el 32 porque haría que fuese muy revolucionado, lo que me supone una incomodidad bastante grande para mi forma de pedalear. Soy de los que tiran de desarrollo entonces, claro…meto el 32 y todo se vuelve contra mis propios principios. Pero en La Camperona todo cambia. La rampa buena al 24% hace que de nada sirvan tus principios.

Había hecho La Camperona tres veces antes del 32 y esa vez me estaba negando a meterlo, pero en uno de mis momentos de lucidez en plena ascensión, pensé que si no lo metía en las rampas más duras como esa, ¿para qué lo había instalado? Así que lo metí, no sin resistirme un poco. El caso es que cuando comprobé el tiempo que había tardado en subir, me sorprendió ver que ¡había batido mi récord personal!

Desde ese día, en rampas duras de, por ejemplo, La Valdorria, Lagos y L'Angliru, ya no dudo en meterlo y todo cambia. Puedes ir más tiempo sentado con lo que te descansan más la espalda y los brazos, lo cual facilita bastante las cosas.

Lo que no van a terminar son las bobadas que me dicen los amigotes cuando miran hacia la piña de La Americana, pero yo sé que es hasta que ellos lo instalen y pueda yo también reírme de ellos, claro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario