lunes, 8 de octubre de 2018

Los útiles del ciclismo profesional.

¡Hola a todo el mundo!

No suelo hablar de ciclismo profesional, la verdad. En principio porque me parece algo muy complejo sobre lo que voy a aportar poco o más bien nada, pero sí que me gusta un montón, como os podréis imaginar. Siempre que echan carreras por televisión, ahí estoy yo con los ojos abiertos como platos, pendiente de todo. Estrategias, bicis, mis corredores favoritos y de más.

El ciclismo lo entiendo como algo que me emociona y normalmente me fijo en los corredores que, precisamente, me emocionan. Mis primeros recuerdos de uno de estos capos fue Perico Delgado. Luego, casi sin darnos tregua a los aficionados, surgió Induráin.

Hay dos ciclistas que especialmente me han llegado al alma. Uno es Gino Bartali y la historia que le acompaña, que si no conocéis os invito a que indaguéis en ello. Para resumiros un poco, colaboró en salvar la vida de cientos de judíos italianos durante la Segunda Guerra Mundial. Además, lo que me gusta de él también es que representa junto con otros campeones, la época del ciclismo prehistórico, por llamarlo de alguna manera. Me gusta tanto Bartali, que hace unos años me lo tatué en el brazo. Así soy yo. Por supuesto, nunca vi carreras suyas pero sí que me he interesado por “su obra”.

Y a quien me voy a tatuar más pronto que tarde, suelo esperar a estas fechas en las que el sol no me va a quemar (y este es el consejo que os doy hoy para los que os queráis iniciar en el mundo del tatuaje) es al irrepetible y único Marco Pantani.

Ningún ciclista me ha hecho levantar con tanta pasión de mi asiento para gritar como un loco como “el Pirata”. Sus ataques, su épica, su pasión. Qué buenos momentos me ha hecho pasar. Siempre lo llevaré dentro de mí.

Alberto Contador también me ha hecho emocionar un montón. Además, por casualidades de la vida, coincidí en un curso de Director Deportivo con su entorno más cercano y me parece una gente maja, con lo que siempre que Contador atacaba yo atacaba con él desde casa.

Sin embargo, los ciclistas que más me gustan no suelen ser objeto de tanta atención mediática como los ejemplos anteriores. Su trabajo suele ser oscuro, poco llamativo y no muy valorado para los ojos poco entrenados en esto de ver carreras. Hablo de los gregarios. Un segundo….Hablo de LOS GREGARIOS. Así en mayúsculas que se lo merecen más que de sobra.

Por ejemplo, yo soy de esas personas que en una etapa de la primera semana del Tour, de más de doscientos kilómetros y llana como una sartén, no se duerme. Más allá de esperar con ganas la llegada al sprint, que también, me alucina ver a los gregarios hacer su trabajo. Es impresionante, o al menos a mí me lo parece, ver cómo entre, por ejemplo, tres ciclistas, llevan el ritmo de todo un pelotón a más de 45 km/h de media durante más de cuatro horas. Sencillamente me parece de verdaderos héroes.

Otro ejemplo del curro de un gregario es el típico hombre de confianza del líder y que le acompaña a lo largo de toda la temporada, en todas las carreras que corre el jefe de filas. Le protege del viento, de los baches, de los manillares de los adversarios, la da comida, le da bebida, es el último relevo antes del gran momento de la carrera. Son muchísimas cosas las que tienen que hacer estos súper gregarios.

Me gustan tanto los gregarios que si yo me convirtiese en ciclista profesional, hecho que sería un milagro y digno de admiración por el mundo entero ya que me pilla un poco mayor, a mí me gustaría ser un gregario. Creo que sentirse útil es una de las mejores sensaciones que hay y los gregarios, por encima de todo, son útiles para el ciclismo porque, de no existir ellos, ¿ qué sería de mi deporte favorito?

Peio Ruiz Cabestany, Jesús Hernández, Markel Irizar, Roberto Conti, El Penkas, Luke Rowe, Imanol Erviti. Son sólo siete ejemplos de hombres de equipo con diferentes funciones pero sin las que los resultados de los grandes campeones a los que han ayudado, no serían ni mucho menos los mismos.

Así que la próxima vez que pongáis la tele y haya una “aburrida” etapa llana, si sabéis mirar, puede que os entretengáis muchísimo más de lo que os cabría esperar. Sólo hay que saber a dónde mirar.

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