domingo, 14 de octubre de 2018

CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN: La épica jornada de San Emiliano

¡Hola a todo el mundo!

Corría el año 2017 y, aproximadamente mediados de octubre. Veníamos de un año de sequía terrorífico, con el pantano de Luna al 4%, algo histórico, pero no cabía duda de que era octubre, de que salíamos desde San Emiliano y de que habíamos llegado allí sobre las nueve de la mañana, con lo que los amenazantes tres grados que había, nos estaban invitando a optar por una indumentaria para nada veraniega.

Como os dije en la entrada anterior, hubo una vez que nos juntamos Buka, Anticiclón (que vuelve a ser Manuel a partir de ahora) y a mí en unas circunstancias un tanto especiales. La primera circunstancia particular fue, precisamente, nuestra vestimenta.

Como os comentaba, cuando salimos hacia nuestra aventura, hacía fresco. 3ºC aquí en León es fresco y para la recia gente de la montaña de Babia es primavera. Nuestra aventura sería la despedida de las rutas chachis por ese año. Ya íbamos para el otoño profundo y nosotros, que somos gente positiva, esperábamos que comenzase a llover porque ese 4% que os comentaba antes hacía del pantano de Luna algo realmente alarmante. Necesitábamos el agua y, en efecto, el agua apareció y no nos dejó en meses.

Además de Manuel, Buka y yo, ese día también vinieron Cristóbal, Maiki, Castellanos y Cecilio. Caste y Cecilio optaron por hacer una ruta alternativa con salida y llegada, al igual que el resto, en San Emiliano y los demás íbamos a meternos entre pecho y espalda Somiedo, una encerrona que tenía pensada desde hacía años, San Lorenzo y Ventana. Casi nada “pal cuerpo”.

Voy a resumiros lo mejor que pueda la ruta hasta llegar al Puerto de Ventana que es el momento en el que se dan las circunstancias particulares de las que os hablaba antes.

Salimos con 3ºC, como os iba contando y, sumado a que era como quince de octubre o algo así, pues no esperábamos temperaturas muy altas. Más al contrario, esperábamos pasar algo de frío en las bajadas.

La cosa fue que comenzamos a dar pedales. Casi sin darnos cuenta llegamos a Somiedo y pasaría, no sé, hora y media o algo así, con lo que serían cerca de las once de la mañana y la temperatura pasaba de quince grados. Vuelvo a insistir. Nadie iba vestido de verano. Bajamos el puerto y llegamos a mi encerrona. Era algo voluntario porque subir a Las Viñas (uno de los kilómetros más duras de Asturias) supone tomar un desvío. Lo natural es seguir en busca de San Lorenzo, pero con ese kilómetro nos atrevimos Buka, Manuel y yo, porque hay algo que nos une, y nos une mucho. Somos unos descerebrados y no pensamos en “dentro de un rato”.

Entre subir y bajar y hablar con unos ciclistas asturianos que nos dieron palique pues pasaría un buen rato, con lo que la subida a San Lorenzo, un puerto absolutamente criminal, la comenzaríamos a eso de la una y media o así. Yo veía que los demás ya no sabían qué hacer con la ropa.

A parte de que los puertos que estábamos afrontando aquel día eran muy duros, ojo al dato, ya estábamos en 30ºC y nosotros abrigadines por si las moscas. Yo llevaba el maillot de entretiempo con el chaleco puesto, creo recordar que más de uno llevaba el culote de invierno y más de un maillot largo también se podía ver. Ya casi no me acuerdo. Sólo tengo en la mente que a mitad de puerto nos quedamos sin agua y el termómetro llegó al tope del día. 35ºC

Manuel se adelantó con Cristóbal y Maiki, que estaban haciendo las subidas como verdaderos héroes. Fueron los reyes de la montaña de aquel día. Buka y yo íbamos como cinco minutos por detrás de ellos porque estábamos yendo a nuestra bola. A nuestra bola y sin agua, momento en el cual nos topamos con un señor de por ahí.


 Le pedimos agua y nos cogió los bidones para llenarlos. De aquellas tenía un bote blanco en el que se podía ver perfectamente el agua y todo lo que flotase en ella y os puedo asegurar que nunca vi agua con tanta vida como la que nos dio aquel buen hombre. Además, si el agua suele ser transparente, desde luego aquella no lo era. Pero, ¿sabéis qué os digo? Que estábamos absolutamente deshidratados y necesitamos beber. Nos bebimos aquello que parecía agua, por cierto que también olía, y le pedimos más de eso.

Antes del "agua"...

Después del "agua"...
Seguimos con San Lorenzo y en la cima nos esperaban los compañeros a los que les faltaba agua también, pero sólo teníamos que bajar San Lorenzo para parar en Teverga a comer y beber, beber y volver a beber.

Sólo nos faltaba subir el Puerto de Ventana. El interminable puerto de Ventana. En las equipaciones todos teníamos sales pegadas en la chepa, signo inequívoco de que las cosas no marchan bien, pero como bebimos y comimos en condiciones, pensamos que el peligro había pasado. Seguía haciendo calor, pero por ese valle las cosas no eran tan extremas como por la zona de San Lorenzo, aunque seguíamos más bien en 30ºC que en cualquier otro escenario.

Así las cosas, comenzamos a subir el último coloso del día, momento en el que nos quedamos juntos Buka, Manuel y yo. Maiki y Cristóbal nos tomaron la delantera ya que estaban pletóricos.

Como os he comentado en alguna ocasión, Manuel tiene facilidad para atropar pájaras y lo cierto es que en aquella jornada, que sólo se puede calificar como épica o quizás también como infernal, no era algo difícil de alcanzar. Yo me había dado cuenta de que ya no hablaba tanto como de costumbre. Ya no decía chorradas, cosa rara, en serio. Como quien le animó a esto del ciclismo fui un poco yo, pues siempre que le dan pájaras, o como creo que deben de empezar a llamarse, el mal de Manuel, me siento un poco responsable de lo que le pueda pasar. Todos recordamos aún aquel día de Tarna, maldita sea.

Así que yo empecé a pedalear a su lado, marcándole un poco el ritmo y recordándole que había que beber y comer, pero ese día era bobada decir todo aquello porque el mal ya estaba hecho. Llevábamos unas cuantas horas de bicicleta, con ropa de más, con muchísimo calor, sin habernos hidratado en condiciones. Sólo faltaba alguien dándonos latigazos en la espalda, en fin.

Así que la imagen era la siguiente. Manuel, “apajarao” perdido. Yo, deshidratado, después de haber bebido algo que dudo que fuese potable 100%, intentando convencer a Manuel de que ya no quedaba nada de puerto cuando quedaban 20 kilómetros de subida y, para colmo, él ya lo había subido otra vez y era imposible engañarle. Y Buka, que se había medio desvestido, llevaba sólo el chaleco (gracias al cielo también el culote), tampoco había bebido mucho y tenía los ojos más hundidos que la moral de los tres juntos.

No sé lo que pensaban Buka y Manuel, pero yo sólo pensaba que si había un puerto malo para pillar una pájara, desde luego ese era Ventana, que se hace más largo que una semana sin pan. Si bien fue Manuel el que inauguró la crisis física y existencial, poco a poco nos fue atacando tanto a Buka como a mí. Cada pedalada era una pérdida de energías terrible. Para sumar más penas a nuestra ascensión a Ventana, los bidones se nos estaban volviendo a quedar secos. Teníamos un calor del demonio y, claro, bebíamos sin conocimiento de causa. Fue imposible racionar los botes.

Llegó un momento en el que estábamos los tres absolutamente tiesos. Nos daban calambres, no podíamos más. Es a estos momentos a los que se refería el otro día Manuel. Nadie nos ve en situaciones tan límite como esas, en las que físicamente estás para ser tratado por un médico y mentalmente tan noqueado que un psicólogo tampoco nos vendría mal, como los compañeros de grupeta. Además, tampoco nos gustaría ser vistos por nadie más, la verdad, porque, ¿qué nos van a decir? “¡Estáis idiotas! Bajaros de la bici y listo” o cosas parecidas podrían ser las lindezas que escucharíamos, pero sólo los compañeros de bici sabemos que eso no es una opción y que el sufrimiento forma parte de una buena jornada ciclista. Una gran jornada de bici. Un día inolvidable que recordaremos siempre. Y sólo los compañeros de grupeta sabemos que una de las cosas que más nos gusta, al fin y al cabo, es sufrir sobre las bicis y salir adelante para poder contarlo.

Y es que en aquella jornada inolvidable, mientras estábamos destruidos sobre las bicis pero rodeados por las personas adecuadas, se nos apareció algo delante que nos pareció celestial.

No es que tuviésemos una aparición mariana ni nada por el estilo. Fue muchísimo mejor. ¡Un pilón del que bebe el ganado que anda suelto por la montaña! No podíamos dejar pasar esa oportunidad y, además, yo ya había bebido un agua con tropezones, olor extraño y un color nada acuático por lo que la opción de beber del pilón de la vacas me pareció, no sólo muy buena, sino también extraordinaria y, por otro lado, la única que teníamos.

Manuel no podía ni bajarse de la bici, así que le cogimos el bote para llenárselo. Buka iba trepando, porque había que trepar un poco, para alcanzar el pilón. Yo le seguía de cerca, como un zombi en busca de cerebros. Estábamos en las últimas. Nos quedaba poco ya de puerto y justo en ese momento, por fin empezaba a refrescar. Lo malo era que la razón por la que la temperatura estaba bajando se debía a un terrible viento en contra que ya nos iba a acompañar hasta el final de la ruta en San Emiliano.

Por fin llegamos a la cima. Imaginad la escena. Tres medio cadáveres sin fuerzas. Buka, ni paró. Se tiró como por inercia al lado leonés del puerto dejándonos a Manuel y a mí intentando ponernos un cortavientos que no hacía más que ir de un lado para otro a causa del viento huracanado. Parecíamos los más listos…como siempre.


Por fin comenzamos el descenso y ya empezamos a ver la luz al final del túnel. Qué ganas teníamos de llegar al campamento base en el que ya nos esperarían todos. Y es que, para rematar el día y como buenos deportistas que siempre cuidan los detalles, al llegar nos metimos unas cuantas raciones de embutido y queso. Igual un preparador físico nos mete en la cárcel o algo así, pero nos da lo mismo porque entre compañeros de grupeta nos lo permitimos casi todo. Sobre todo el estar como verdaderas regaderas.

2 comentarios:

  1. Vaya día. Yo tengo que reconocer que no conozco el miedo a la fatiga, es más, parece que salgo a buscar la pájara. No tengo cabeza para comer y beber y además jamás he tomado geles ni sales, soy un descerebrado. Y lo mejor es que me encantan las jornadas épicas, yo no disfruto si no hay más de 100 km y mínimo tres puertos y para rematar en los primeros puertos voy a tope. Con esos datos ya podéis imaginar cómo termino las jornadas ciclistas.

    Pero colegas, así soy yo y asi disfruto de la bici. Ese punto de aventura y supervivencia es parte de mis cabalgadas cicloturistas.Y si me pones un puerto delante a por él voy a ir.

    En la grupeta hay gente de mi estilo pero también hay gente cabal que mide esfuerzos. Cada uno tenemos una forma de correr.
    En mi descargo os tengo que contar que a pesar de mi edad soy el más novato del equipo en kilómetros. Apenas llevo 4 años en el mundo del cicloturismo y me queda mucho por aprender de mis jóvenes compañeros.


    Bueno, y volviendo a San Emiliano y al Otoño de 2017 todavía recuerdo que después de la jornada ciclista cuando nos levantamos de la mesa para ir hacia los coches y para casa... puff, yo no podía caminar, tenía una central eléctrica en las piernas, que calambrés madre mía. Pero me dio igual, porque era feliz.

    Ya había llegado la noche, no me tocaba conducir, así que me quedé dormido en el coche con una sonrisa, soñando con las montañas de Babia y Asturias, deseando volver con mi bici a subirlas, acompañado de buenos amigos, cuidando unos de otros.

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    1. Menudo día más cojonudo aquel. Me encanta apajararme a tu lado jajajaja

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