lunes, 23 de marzo de 2015

Un día de Club Ciclista Asfalto León, de amigos, de frío, de calor, de kilómetros...¡DE TODO UN POCO!

¡Hola a todo el mundo!

Para variar un poco lo que viene siendo la normalidad del Club Ciclista Asfalto León, por unas cosas y otras, hoy decidimos salir desde León. Varias comidas familiares fueron el motivo y nosotros, que somos compañeros en todo, no forzamos la máquina de las familias que también son el motor que mueve el club (aguantan nuestras locuras sobre ruedas).

Así que, desde nuestro lugar habitual de salida cuando lo hacemos desde LEÓN, quedamos a las diez de la mañana, que era una hora muy prudente. Hoy, por fin, no fui el último en llegar a la cita, cosa de la que me alegro mucho y supone una gran satisfacción personal. Qué desastre que soy.

Lo primero en llamar nuestra atención fue una disputa dentro de otro grupo de ciclistas que utilizan nuestro mismo lugar de quedada. Lo que más llamó nuestra atención fue ese potente "te agarro por el pescuezo...". En fin. Todo muy de domingo para pasarlo bien.

Salimos cuatro valientes. El viento castigaría al Buka, a David, a Vega y a un servidor. Y lo haría de lo lindo. Los primeros kilómetros fueron, en una palabra, infernales. Las rachas de viento fueron terribles y nos azotaban sin descanso. 

Buka y David no podrían completar la ruta, así que en la primera parada, ellos darían media vuelta. Nuestras estimaciones indicaban que si hasta Pola sacamos una media de 22 km/h, ellos, con el viento que nos estaba atizando, esta vez a favor, sacarían hasta León una media de 140 kilómetros por hora, con lo que, sin tener un condensador de fluzo, no tendrían ningún problema en llegar a casa a la hora.

Así que, cuando llegamos a La Pola de Gordón, paramos a tomar un coffee en el bar de unos conocidos de Vega. "Come, Dani". Este consejo por parte de Vega me daba a entender que el día iba a tornarse en épico porque, si bien más o menos sabía que subiríamos el puerto de Aralla por el valle de Rodiezmo, tampoco sabíamos lo que nos esperaba por allí arriba, ni tampoco sabíamos exactamente la ruta que finalmente haríamos. Íbamos abiertos a todo.

Pero bueno. Tras las despedidas, Vega y yo continuamos adelante. Varias pistas me comenzaron a indicar que mi compañero venía con ganas de disfrutar de un día largo sobre la bicicleta. "¿Tú no tienes prisa, verdad?" o "a mí, los fines de semana, me gusta aprovechar para hacer kilómetros", fueron dos frases lanzadas al aire, que me pusieron sobre aviso.

Así que, como yo en bici me dejo hacer, porque este dichoso instrumento con ruedas es lo que mueve mi vida, continuamos hasta Villamanín. Y seguíamos siendo azotados por el viento. Hasta llegar hasta esta localidad montañosa del norte de León, había que atravesar varios túneles pero uno de ellos, decidimos saltárnoslo y seguir el trazado de la vieja carretera de Asturias, que es por donde estábamos rodando. Las primeras fotos...



Fue justo aquí cuando pudimos ver de manera clara, por primera vez en la mañana, la zona hacia la que nos dirigíamos. El valle de Casares. Y lo que pudimos contemplar era que la jornada tendría su parte de épica porque las nubes y la más que probable nieve, estaban ahí, esperándonos. 

Sin pensarlo mucho más, continuamos y, en un abrir y cerrar de puente de freno, llegamos al desvío que teníamos que coger para ir en dirección al Puerto de Aralla. Ya era un hecho. Ya era algo real. Hasta la subida, algo de nieve o agua nos iba a caer pero mi compañero y amigo me tranquilizó. "Esto está agarrado aquí en la peña y no va a ser mucho". 

Pero del frío no decía nada. En pocos kilómetros pasamos de unos diez graditos, eso sí, con viento, a no mucho más de cero grados. Y, claro está, seguíamos subiendo, lo cual no ayuda a encontrar buena temperatura. Pero estábamos ascendiendo un puerto y eso es lo que nos gusta, como así nos confesamos mutuamente.



Entre rampas, peñas y prados de alta montaña, estábamos disfrutando de una de las zonas más bonitas para hacer CICLOTURISMO que hay en la montaña leonesa. Encajonado dentro de todo esto, dejábamos a nuestra izquierda el Embalse de Casares y a nuestra derecha, unas tremendas peñas que estaban presidiendo la ascensión de dos amigos, de dos compañeros de club, de kilómetros y de afición que estaban disfrutando de una mañana de domingo cualquiera.

Y en nada, llegamos a la entrada del túnel, que ponía fin a la primera parte de la subida...




Las paredes de nieve que aún quedaban, a pesar de haber pasado ya casi más de mes y medio del gran temporal, eran impresionantes. Incluso había entrado nieve muy adentro del pequeño túnel que daba comienzo a la segunda parte de la ascensión del puerto. Primero una bajada y, finalmente, la última parte, de unos dos kilómetros y media, a más del cinco por ciento de desnivel medio.

Los premios que nos esperaban arriba eran varios. La satisfacción de conquistar un nuevo cartel marrón de puerto, un café caliente, algo de comer y unas cuantas hojas de periódico para bajar hasta la zona del pantano y no quedarnos helados, porque el frío nos estaba castigando bien. La jornada estaba revestida, al menos en esta zona, de unos toques épicos muy interesantes.




Ahora teníamos que descender hasta la carretera del pantano. Esto es algo que en verano y con buena temperatura mola un montón porque la carretera está arreglada y la zona es preciosa, pero en el día de hoy, con el frío que estaba haciendo, la verdad es que se hizo durillo y más para alguien que es un adorador del sol y del calor como yo. Escuchar decir a Vega que se había quedado frío bajando, hizo que no me sintiese como un bicho raro, la verdad. 

Pero ya estábamos en la terrible carretera del Embalse de Barrios de Luna. Y digo terrible porque yo siempre le he tenido manía. Es el arquetipo de "carretera rompepiernas". No te deja coger ritmo, no te deja ir cómodo y no te deja ni respirar. Pero hoy nos dejó entrar en calor porque aquí la temperatura era otra muy diferente a la que llevábamos sufriendo toda la mañana. Habíamos pasado de poco más de cero grados, a algo más de diez en cuestión de ocho o nueve kilómetros. 



Ya sólo nos quedaban cerca de sesenta kilómetros y fue aquí cuando hice una suma de lo que llevábamos y lo que nos quedaba y pensé, "¡coño!". Porque no era consciente hasta ese momento del chute de kilómetros dominicales que nos íbamos a endiñar, sin embargo, creo que había alguien que sí lo era desde el primer momento. 

En efecto, el amigo Vega ya lo sabía. Pero creo que se aprovechó de que a mí me gusta esto del fondo, que soy un facilón y de que lo estábamos pasando bien. Además, los dos nos encontrábamos bien. El ritmo que llevamos durante toda la mañana, fue el justo. Ni mucho, ni poco. El justo.

Ya sólo nos quedaban por delante El Cillerón y las rectas hasta León. De repente, escucho a mi compañero. "Ocho, nueve.....CIENTO TREINTA". 

Porque sí. El chute de kilómetros iba a ser estupendo. Al final del todo, salieron 137 km. Pero fueron kilómetros, todos ellos, geniales. Tanto como CLUB CICLISTA ASFALTO LEÓN como de manera más reducida, estamos disfrutando muchísimo este año. En todos los aspectos.

La ruta se terminó pero, a pesar de haber hecho muchos kilómetros y muchas horas sobre "La Americana", tengo ganas de más. De mucho más. Buena señal.

Gracias, Buka, David y Vega por este domingo tan cojonudo. Un domingo cojonudo más. Y los que nos quedan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario