Me encuentro ahora mismo
en medio de un pequeño parón de una semana y algún día más. Pero un parón no entendido como aquello de
aparcar la bicicleta y olvidarte de ella, yo no hago eso nunca.
¿Olvidarme de la bicicleta? ¡Venga, hombre!
De vez en cuando me
presta salir en bici a disfrutar, nada más. Nada de pensar en que si
tengo que hacer tantos kilómetros o si tengo que acumular tanto
desnivel o gaitas de esas. De vez en cuando salgo a gozar sobre la
bici. Gozar de verdad. Días de entrar en un restaurante vestido de
ciclista a comer porque me ha pillado en medio de la ruta la hora de
almorzar, o entrar en un monumento a visitarlo vestido también de
romano, etc. Yo soy así, sí. Soy de esos ciclistas extraños que de
vez en cuando hacen cicloturismo de verdad.
Y esta semana larga,
además coincide que me voy a pasar unos días a Asturias. El coche,
con "La Americana" y "La Pequeña Americana" en los portabicis, con ganas
de descubrir nuevas rutas junto a María, amén de varios
restaurantes y un balneario chulísimo. Efectivamente, mi mujer se ha
unido definitivamente a esto del ciclismo. “Llevamos las bicis,
¿no?”. Esa fue su pregunta y no creo que haga falta decir cuál
fue mi respuesta.
Así que a la ilusión de
unos días de vacaciones para hacer cicloturismo de verdad, se le
juntan las ganas de descubrir rutas nuevas. No es que sean
absolutamente desconocidas para mí pero allá donde vamos no hay
muchos puertos a pesar de ser Asturias (subidas habrá seguro, claro)
y no tengo muy controlado ese territorio. Normalmente a Asturias yo
suelo ir a buscar puertos y a hacer el animal a golpe de 36x28 y,
peor aún, 36x32.
Y hacer este tipo de
cosas me encanta ya no sólo por el hedonismo puro y duro, sino
porque cuando me pongo a entrenar duro para intentar estar bien de
cara a los retos que me voy poniendo a lo largo del año, me recuerda
por qué monto en bici. Yo creo que si solamente montase en bicicleta
con el fin de entrenar a tope, al final me quemaría. Yo entiendo
este negocio como algo más allá de eso y forma parte de mi ser más
profundo. Para mí ni es una moda, ni un reto puntual ni nada
parecido. Yo soy la bici y la bici soy yo. Tan sencillo y raro como
esto.
Este tipo de escapaditas
me recuerdan por qué hago lo que hago. Alguna vez lo he escrito por
aquí casi seguro, pero aún recuerdo la primera vez que me acerqué
al Tourmalet. Yo fui con la intención de subirlo en plan a ver
cuánto tardaba y bla, bla, bla, hasta que vi el rollo que llevaba la
gente por allí. Una verdadera romería ciclista. Daba igual la edad.
Daba igual si echabas pie a tierra para tomarte un respiro o si lo
echabas para sacarte unas fotos. Lo de menos era cuánto tardabas.
Había que saborear la subida, la historia que se respiraba a cada
metro de la ascensión y toda una serie de cosas que nada tiene que
ver con el ciclismo deportivo que acostumbramos a hacer por este lado
de los Pirineos.
No tengo nada en contra
de esa manera de entender la bici, ojo. La manera más enfocada al
rendimiento. De hecho, se podría decir que la mayor parte del tiempo
yo mismo es lo que hago, la verdad, pero al menos en mi caso,
necesito tomármelo con calma cada cierto tiempo para no olvidar lo
que es realmente el ciclismo. Un disfrute total que envuelve todo tu
ser y te convierte en alguien absolutamente feliz.
En resumidas cuentas. Que
si estos días estáis por Asturias y veis entrar a una pareja
vestida de ciclistas en un restaurante o en un monumento haciendo
bien de ruido con las calas y de más, puede que seamos María y yo.
¡A gozar se ha dicho!
No hay comentarios:
Publicar un comentario