sábado, 29 de febrero de 2020

Ciclismo hedonista.

¡Hola a todo el mundo!

Me encuentro ahora mismo en medio de un pequeño parón de una semana y algún día más. Pero un parón no entendido como aquello de aparcar la bicicleta y olvidarte de ella, yo no hago eso nunca. ¿Olvidarme de la bicicleta? ¡Venga, hombre!

De vez en cuando me presta salir en bici a disfrutar, nada más. Nada de pensar en que si tengo que hacer tantos kilómetros o si tengo que acumular tanto desnivel o gaitas de esas. De vez en cuando salgo a gozar sobre la bici. Gozar de verdad. Días de entrar en un restaurante vestido de ciclista a comer porque me ha pillado en medio de la ruta la hora de almorzar, o entrar en un monumento a visitarlo vestido también de romano, etc. Yo soy así, sí. Soy de esos ciclistas extraños que de vez en cuando hacen cicloturismo de verdad.

Y esta semana larga, además coincide que me voy a pasar unos días a Asturias. El coche, con "La Americana" y "La Pequeña Americana" en los portabicis, con ganas de descubrir nuevas rutas junto a María, amén de varios restaurantes y un balneario chulísimo. Efectivamente, mi mujer se ha unido definitivamente a esto del ciclismo. “Llevamos las bicis, ¿no?”. Esa fue su pregunta y no creo que haga falta decir cuál fue mi respuesta.

Así que a la ilusión de unos días de vacaciones para hacer cicloturismo de verdad, se le juntan las ganas de descubrir rutas nuevas. No es que sean absolutamente desconocidas para mí pero allá donde vamos no hay muchos puertos a pesar de ser Asturias (subidas habrá seguro, claro) y no tengo muy controlado ese territorio. Normalmente a Asturias yo suelo ir a buscar puertos y a hacer el animal a golpe de 36x28 y, peor aún, 36x32.

Y hacer este tipo de cosas me encanta ya no sólo por el hedonismo puro y duro, sino porque cuando me pongo a entrenar duro para intentar estar bien de cara a los retos que me voy poniendo a lo largo del año, me recuerda por qué monto en bici. Yo creo que si solamente montase en bicicleta con el fin de entrenar a tope, al final me quemaría. Yo entiendo este negocio como algo más allá de eso y forma parte de mi ser más profundo. Para mí ni es una moda, ni un reto puntual ni nada parecido. Yo soy la bici y la bici soy yo. Tan sencillo y raro como esto.

Este tipo de escapaditas me recuerdan por qué hago lo que hago. Alguna vez lo he escrito por aquí casi seguro, pero aún recuerdo la primera vez que me acerqué al Tourmalet. Yo fui con la intención de subirlo en plan a ver cuánto tardaba y bla, bla, bla, hasta que vi el rollo que llevaba la gente por allí. Una verdadera romería ciclista. Daba igual la edad. Daba igual si echabas pie a tierra para tomarte un respiro o si lo echabas para sacarte unas fotos. Lo de menos era cuánto tardabas. Había que saborear la subida, la historia que se respiraba a cada metro de la ascensión y toda una serie de cosas que nada tiene que ver con el ciclismo deportivo que acostumbramos a hacer por este lado de los Pirineos.

No tengo nada en contra de esa manera de entender la bici, ojo. La manera más enfocada al rendimiento. De hecho, se podría decir que la mayor parte del tiempo yo mismo es lo que hago, la verdad, pero al menos en mi caso, necesito tomármelo con calma cada cierto tiempo para no olvidar lo que es realmente el ciclismo. Un disfrute total que envuelve todo tu ser y te convierte en alguien absolutamente feliz.

En resumidas cuentas. Que si estos días estáis por Asturias y veis entrar a una pareja vestida de ciclistas en un restaurante o en un monumento haciendo bien de ruido con las calas y de más, puede que seamos María y yo. ¡A gozar se ha dicho!

No hay comentarios:

Publicar un comentario