¡Hola a todo el mundo!
“Hay muchos kilómetros
de carretera esperándonos. Me parece que cuando podamos salir los
vamos a saborear como nunca lo hicimos antes”.
Estoy seguro de que a mi
buen amigo Jon no le parecerá mal que cite textualmente una frase
suya. Fue parte de una conversación vía mensajes de móvil, como no
podía ser de otra manera, teniendo en cuenta el confinamiento en el
que vivimos y teniendo en cuenta también que nos separan unos 500
kms o algo así de nuestras respectivas casas.
El haber conocido a Jon
es una de las cosas más positivas que me ha regalado este blog
porque nos conocimos hace ya unos añitos gracias a que él leía y
lee las cosas que yo escribía y escribo y él visitaba y visita León
de vez en cuando, así que cada cierto tiempo tengo la grandísima
suerte de compartir kilómetros y charlas con él.
La cosa es que en cuanto
leí la frase que prácticamente encabeza esta entrada pensé que
daba para escribir acerca del tema porque es algo que yo no dejo de
pensar desde hace ya un par de semanas.
El cambio de hora y la
entrada de la primavera, con la gran cantidad de olores que se pueden
percibir en esta época del año, me están ayudando mucho a que mi
cabeza, cada dos por tres, vuele libre por un mundo imaginario a día
de hoy. Un mundo en el que yo monto en bicicleta por lugares que
ahora mismo sólo pueden estar en mi recuerdo y donde yo he sido
feliz.
Una carretera cubierta de
una tremenda vegetación que permite pasar parte del radiante sol
que, kilómetros después, va a broncear mi piel en los kilómetros
finales de un precioso puerto de montaña en donde yo soy
absolutamente feliz. No hago más que pensar en esto. Me ocurre
muchísimas veces a lo largo del día y en algún momento de
debilidad se me ocurre cuestionarme en lo más profundo de mi mente
si alguna vez volveré a sentir esas cosas.
Como digo, sólo es un
momento de debilidad porque como bien me dijo Jon, vamos a saborearlo
como nunca antes lo habíamos hecho.
El mundo que nos vamos a
encontrar en cuanto se abran las puertas no me cabe la menor duda de
que será un lugar diferente pero no por lo que físicamente hallemos
ahí fuera, si no más bien por lo que queramos encontrar dentro de
cada uno de nosotros mismos. Sinceramente espero que saquemos un
montón de conclusiones positivas de todo esto porque, como dije hace poco, éramos ricos y no nos dábamos cuenta.
Y éramos ricos, sí,
pero después de todo, cuando las aguas vuelvan a su cauce, si
sabemos hacer un balance interno y nos detenemos un poco a pensar,
nos daremos cuenta de que saldremos al nuevo mundo con la convicción
de que no es que éramos ricos, si no que lo seremos muchísimo más.
Un paseo será un
privilegio, quedar con los amigos a tomar un café será un tesoro,
poder ir a visitar a nuestras familias será todo un acontecimiento,
poder dar una vuelta en bicicleta será ganar el campeonato del
mundo.
Por eso, cuando volvamos
a nuestras vidas rutinarias, espero que lo que también cambie,
además del mundo en el que nos va a tocar vivir, sea nuestra manera
de percibir todo eso que antes considerábamos rutinario y en muchas
ocasiones sin valor porque ahí es donde va a residir la fuerza con
la que nos levantemos después de todo esto. En saborear las cosas
como nunca antes lo hicimos.
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