¡Hola a todo el mundo!
La verdad es que hoy he tenido una sensación fantástica. Y eso que no he salido a entrenar con la bicicleta, pero lo que sí he hecho es salir a trotar un poquito dado que León amaneció nevado y eso aniquiló toda intención de sacar la bici.
La mañana no la tenía yo marcada como para entrenar. Entre hacer la compra, visitar a la familia y cuatro cosas más, lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Por lo tanto, decidí dedicar la primera parte del día al puro disfrute y descanso y la tarde al entrenamiento.
Por mucho que saliese el sol, me di cuenta de que la carretera no iba a estar en el estado oportuno como para rodar, así que hoy tocaba machacar el tobillo un poco. Pero bueno, ya sabéis. Como para correr no hace falta tanta parafernalia, lo vas demorando y lo vas demorando hasta que miras el reloj y piensas..."¡Ostras! ¡¿Qué horas son éstas?!
Toda la sobremesa la viví con solecito bañando las calles, aunque yo estaba en modo sofá. En el momento exacto en el que decidí salir a correr ocurrió lo peor. Comenzó a nevar otra vez. Y los copos eran como sábanas. Todo había cambiado en cuestión de minutos.
En ese momento algo sucedió. Fue como si una fuerza descomunal manase de mi interior. Los copos de nieve multiplicaron por 1000 mis ganas de enfrentarme al invierno.
Salir a correr sin la nevada, ya de por sí iba a ser duro porque el termómetro marcaba unos inquietantes -2ºC. Pero con nieve, la cosa se estaba poniendo aún más complicada. A pesar de lo cual, tenía el ardor guerrero subido y necesitaba vencer a los elementos.
Salí a la calle y lo primero que hice fue saltar sobre un charco cercano como para demostrar a la nevada que no tenía nada que hacer contra mí. "No me importa mojarme con este agua fría. No me impresionas", le dije a la ventisca de manera amenazante. Bueno, lo pensé porque sino los vecinos pensarían que están acogiendo en su barrio a un desequilibrado.
Comencé a correr. Pasos firmes y seguros para entrar en calor. Nada podía salir mal. Mi convicción era absoluta. Esta nevada no sabía con quien se la estaba jugando. Hoy me sentía especialmente fuerte. Los copos golpeaban mi cara de manera muy persistente pero con un giro de cabeza y apretando un poco más el ritmo resolví ese problema inicial. Realmente, hoy quien tenía un problema era el invierno. No me iba a parar.
Pasados diez minutos, igual que vino, la nevada se fue. Seguramente un cambio en la dirección del viento o una diferencia de presión fue el motivo por el cual todo se detuvo pero me resisto a creerlo. Me parece mejor pensar que el general invierno decidió retirarse antes de ser derrotado. Hoy no tenía nada que hacer. Nada me iba a parar.
Y todo esto puede que penséis que son una sarta de majaderías mías, pero sinceramente creo que si creyésemos más en lo imposible y tuviésemos más confianza en nosotros mismos, podríamos dominar, ya no sólo los elementos, sino que podríamos cambiar toda nuestra realidad.
Apostemos por lo imposible porque, ¿sabéis? Hay veces que las nubes se disipan. Los nubarrones llega un momento que dejan paso al Sol.
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