lunes, 17 de diciembre de 2012

La medio presentación y la exaltación de la amistad.

¡Hola a todo el mundo!

Tras varios días sin tocar la bicicleta, cosa que ya estaba haciendo que la cabeza me empezase a dar vueltas, hoy pude salir. Y como ahora toca hacer fondo, ¿qué mejor que hacer unos 80 Km utilizando mi ruta favorita?

Así que me enfundé la ropa de entrenar duro y salí a la carretera lleno de ilusión. Tenía ganas de comprobar hasta qué punto es útil el gimnasio en esto de la bicicleta. Tengo que reconocer que no es que sea útil, ¡es que es la bomba! El primer lugar donde probé las patas fue en la subida de Castrillino. No es el Tourmalet, desde luego que no, pero tienes que subir 4 km. Al ser una ascensión perfectamente conocida, sabes exactamente cómo estás. Las piernas tiraban como si fuese julio y ya llevasen 10.000 Km encima. Lo que más me sorprendió fue el "momento bielas". Era ponerme encima de éstas y transmitir muchísima fuerza. Qué miedo.

Para resumir el tema entrenamiento, todo salió genial. Hice los kilómetros que tenía previstos, rodé ágil, las pulsaciones en su sitio y las pruebas que hice (incluida una en la postura de la bici) fueron un éxito. El resto fue cicloturismo puro y duro. Pero del bueno, ojo.

Todo sucedió una vez que me metí en mi carretera favorita. La de La Cándana. Es tan bonito rodar por esta zona. Bosque por un lado, al otro unas vegas con caballos, vacas, pueblos y el río Curueño de fondo. Siempre pica para arriba pero de tal forma que te permite disfrutar. 

He pasado por esta zona mil veces pero siempre lo disfruto como si fuese la primera. Y esta vez no fue distinto. En otras zonas me da pereza pararme y sacar fotos, pero en esta, por más que tenga las mismas fotos repetidas una y otra vez me da lo mismo. Me bajo y foto al canto...

¡Os lo tengo dicho! Esta zona es lo más.
Según me acercaba a la montaña pura y dura, porque esto no es del todo montañoso, notaba cómo me sentía en casa. He pasado mucho tiempo por esa zona en mi infancia, así que la tierrina tira que no veas. Me aproximaba a una de las puertas de acceso a la Montaña Central Leonesa. La Vecilla. Era inevitable otra foto aquí. La situación lo estaba pidiendo...

¡¡La entrada!!
El Torreón de La Vecilla
Tras dejar La Vecilla atrás, me puse de nuevo serio durante más de 25 Km. Rodando bien acoplado, ágil y por su sitio. Pero me volví a meter en otra de mis carreteras favoritas que uso, fundamentalmente, para escapar de las tediosas rectas que van de Palazuelo de Torío hasta Villaquilambre. Es una zona que no soporto, así que, aprovechando que existe una carretera, ya no secundaria, sino más allá, que une la carretera de Matallana con la de Santander, rodar por ahí es todo un lujo.

Es genial porque al tener muy poco tráfico, ruedas muy tranquilo. Además, medio conocí a una compañera ciclista. Y digo medio porque nos saludamos por inercia en esta carretera y, tras un par de indagaciones en casa, ambos llegamos a la misma conclusión por separado. Nos habíamos cruzado y no nos conocimos. Si es que con casco no somo nadie...

Pero en fin. El momento grande del día llegaría poco después de este dislate. A lo lejos, vi una finca en la que pastaban plácidamente unos cuantos caballos. Decidí pararme y sacarles unas fotos. Cual fue mi sorpresa al comprobar que ellos tenían la misma curiosidad por mí que yo por ellos. Aquí están las pruebas...






Y después de esta exaltación de la amistad entre especies, ya sólo me quedaban unos 15 Km hasta llegar a casa. Eso sí. Con una satisfacción enorme. ¡Qué gran día!

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