domingo, 2 de diciembre de 2012

Vencer a la pereza tiene premio.

¡Hola a todo el mundo!

Ayer fue un día, podría decir que fantástico. Todo empezó como casi siempre. Me levanté y comí (porque esta semana estoy de noche). Después de desarrollar tan deliciosa acción, me senté en el sofá y me puse delante del ordenador a ver qué había estado haciendo el mundo sin mí. 

Descubrí que seguía todo en su sitio. El sol había salido, parecía que se pondría y todo el mundo lanzando mensajes negativos por doquier. Como creo que somos nosotros quienes tenemos que construir la realidad y no la realidad a nosotros, decidí en ese momento cerrar los ojos y oídos a todos esos mensajes pesimistas cosa que, por otra parte, llevo haciendo mucho tiempo. Os lo recomiendo. Yo soy mucho más feliz.

En fin. Que mientras filtraba mi entorno, poco a poco la pereza se fue apoderando de mí. Como el día anterior no había hecho nada de deporte (lo tenía programado así), ayer sentía la obligación de ejercitarme en un nuevo capítulo de la pretemporada. Pero es que la pereza estaba reinando en torno a mí.

De repente me levanté del sillón y abrí la caja de herramientas. No sé por qué lo hice, pero así fue. Cogí mi rejuvenecida BH, que ahora es la más ágil de la ciudad, y me dispuse a abrirla en canal. Sí. Todo lo que pudiese ser desmontado lo fue. Es decir. Todas las piezas por pequeñas que fuesen. 

Le hice una limpieza a fondo con su engrasado correspondiente. Ella me lo agradeció. También le hice un par de ajustes en su geometría para que fuese más cómoda. Al llevarla al trabajo descubrí dos cosas. Que efectivamente era más cómoda tras los ajustes y que hacía un ruido raro. La acabo de desguazar otra vez y he solucionado el problema, así que esto engrandece aún más el día de ayer.

Como os decía, éste fue fantástico. Tras la parte de mecánica del día, me volvió a envolver la pereza. Veía cómo la luz solar se marchaba y el reloj avanzaba sin descanso. "Día perdido", pensé. Pero acto seguido me respondí (sí amigos, estaba hablando sólo): "En estos días es donde se marca la diferencia".

Y tras hablar con una supercampeona (si lee esto ella sabe de quien hablo) me enfundé mi ropa de correr y salí al helado exterior. No os voy a engañar. En ese primer momento me pareció la peor idea que había tenido después de muchos años. Aquel día que mezclé nocilla y lentejas fue terrible. La sensación térmica era dramática, pero al pasar por un termómetro y ver que señalaba -3ºC y bajando, hizo que me quisiese dar la vuelta.

Pero como no era mi primera batalla con el general invierno, proseguí mi camino. Entre otros pensamientos, emergió un recuerdo referente a mis años de runner puro y duro. Recordé la cantidad de días de frío, nieve, lluvia y demás impedimentos que se interpusieron en mi camino pero que nunca fueron suficiente como para hacerme parar. Miré en dirección a Las Lomas, un monte cercano a León por donde yo salía a correr todos y cada uno de los días del año. Cuando digo todos es todos.

Justo en ese momento, de entre las nubes salió una luna enorme y color miel preciosa. Ahí empezó a cambiar el día. El espectáculo era grandioso. Comencé a trotar por una zona con poca luz, por lo que las estrellas eran visibles perfectamente. La combinación de estrellas y luna hizo que pareciese que estaba sentado en uno de los anillos de Saturno. 

El frío desapareció. La pereza quedó atrás. Había vuelto a triunfar bajo la fría mirada del general invierno. Nada me importaba, ni siquiera los -5ºC que marcaba  en ese momento, el termómetro de antes.

Si consigues vencer a la pereza, por regla general, obtienes una gran satisfacción personal y, con un poco de suerte e imaginación, puedes sentarte en un anillo de Saturno. ¡Qué gran día!

No hay comentarios:

Publicar un comentario