miércoles, 8 de mayo de 2013

Danielín.

¡Hola a todo el mundo!

Tras la mega ruta del otro día, la conclusión fundamental que pude extraer de la misma fue clara. No estoy en mi mejor momento de forma. Así que eso había que solucionarlo. Y la mejor manera que se me ocurrió  fue hacer una rutilla de unos 95 km el lunes.

¿A dónde ir? Cuando mi idea es rozar los 100 km o, según por dónde regrese a León, superar esta mítica cifra, es ir hasta Boñar por la carretera de Santander. Una primera parte bastante llana, aunque con un inicio quebradizo, y una vuelta muy similar. Para hacer kilómetros es ideal.

Así que, de buena mañana (mentira...me dormí y salí a las 11 de la mañana) comencé a rodar con gracia y donaire. Las piernas aún se resentían algo de la ruta del sábado, así que me lo tomaría con la suficiente calma como para no forzar demasiado.

Parecía claro que no me iba a mojar, pero el cielo no estaba azul ni mucho menos. Hoy no me pondría moreno. No sería uno de esos días. Sin embargo, la temperatura era muy agradable. El frío no era un problema y eso a mí me da la vida, cosa que me hace pensar y pensar encima de la bicicleta. Éstos pensamientos van desde qué desarrollo engranar en un momento determinado hasta cómo será mi vida dentro de 10 años. Ya veis. Algo variado.

Pues me veía inmerso en toda esta maraña de divagaciones cuando, de buenas a primeras, ya había llegado a Barrio de Nuestra Señora. "¿Y qué pasa aquí?", os preguntaréis algunos. Pues que me empezó a surgir una duda. "¿Voy hasta Boñar o me desvío y encaro mi carretera favorita?" Unos momentos de duda seria, pero mantuve los planes iniciales. No sabía por qué, pero algo me estaba arrastrando irremediablemente a Boñar.

Pasé junto a Cerezales del Condado. Más dudas. "¿Entro a ver a mis amigas de la Fundación Antonino y Cinia o sigo?" Boñar seguía arrastrándome. "Otro día iré a verlas", pensé.

Esta nueva parte de carretera es realmente llana. Poco hay que hacer más que dar pedales y pensar. En cuanto enfilo este camino, un montón de recuerdos inundan mi cabeza. Recuerdos de niñez, primeras experiencias de miles de cosas, felicidad. Y es que en Boñar pasé todos y cada uno de los veranos de mi infancia. 

Llegué a Vegaquemada y al mirar la torre de su iglesia, volví a tener la misma sensación de cuando era niño. "Ya no queda nada". El lunes tenía ganas de llegar para llenar el bidón, vacío ya tras una hora y cuarto de esfuerzo, pero cuando era un muchacho, tenía ganas de llegar para poder alcanzar esas cotas de libertad que te dan los primeros veranos de nuestras vidas, que con los años vamos perdiendo.

En cuanto pasé Palazuelo, me daba la bienvenida la recta dónde está "La Cuadra", hoy efectivamente es una cuadra, pero hace años era una discoteca mítica de toda esta zona. "Si esas paredes hablaran, los mastines que me están ladrando comenzarían a llorar", divagué una vez más.

Y tras dejar la gasolinera a la izquierda, comencé mi entrada triunfal en Boñar. Los lunes son días de mercado y las calles se adornan de gente. Comienzo a ver alguna cara conocida. Personas de siempre que no hacen más que llevarme de cabeza a mi niñez una vez más. No sabía qué me estaba pasando, pero me estaba gustando.

Giré a la derecha en el cruce y me metí de lleno en el pueblo. Todo parecía estar en su sitio. La panadería de "Chucho", "El Cordobín" con sus patatas bravas, la tienda de Focho. Todo estaba aparentemente igual.

Llegué a la Plaza del Negrillón. El inmenso árbol, con un tronco de 6 metros de diámetro y una altura de unos 30 metros, hoy sólo es un esqueleto. Recuerdo como si fuese ayer el día que lo talaron. Miraba a la plaza y ya no tenía aquellos adoquines tan incómodos donde el autobús de Fernández aparcaba cada noche.

Mientras llenaba el bidón en el caño, recordaba la cantidad de veces que jugué en el pilón. A veces te tocaba tirar a alguien al agua. Otras veces era yo el que caía. Me fui justo en frente de la puerta de la iglesia y miré la calle que baja hasta donde Pito tenía su pequeño taller de bicicletas.


Me quedé embobado un par de minutos mirando al frente y viendo en el recuerdo a un chavalín que con una pequeña bicicleta, desafiaba todos sus miedos, comenzaba una aventura que parecía no tener fin. Aquel pequeñajo recorrió los 50 metros de esta calle, con tantas ganas e ilusión, que le dieron impulso para afrontar cualquier cosa en la vida. Nada podría con él. Ni siquiera los ruedines que el mecánico del fondo de la calle le acababa de quitar para siempre.

Y la verdad es que aquel chavalín, moreno como un tizón, se había hecho grande y acababa de llegar de León hasta Boñar y estaba mirando la calle donde, muchos años atrás, había aprendido a andar en bicicleta.

De repente, me caí del sueño. Volví a la realidad y me vi en medio de la plaza vestido de ciclista. Sin embargo, el niño que transgredió todos sus límites hace más de 25 años seguía conmigo. Ese niño está dentro de mí y sin él no sería nada. No podría nada. No valdría nada.

Así que, con las mismas, salí de Boñar por el puente romano. El primer trayecto que hice fuera de los límites permitidos por mis abuelos. Prometo recordarte más a menudo Danielín.

2 comentarios:

  1. muy chula esta entrada, enhorabuena

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  2. la mejor entrada que he leido por aqui, si señor.

    un anonimo
    --
    jose (sase)

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