¡Hola a todo el mundo!
Mi domingo, como el de tantas otras personas, tenía un objetivo claro. Salir en bicicleta a dar una vuelta. Y digo más. Había planeado salir en la ruta del club. Me parecía lo más adecuado ya que los miembros de la Grupeta Cicloturista León se habían dividido en dos. Unos se fueron a Asturias a subir repechines. Nada. Lagos de Covadonga y cosas así. Otros nos habíamos quedado por aquí con variopintas historias que nos impidieron apuntarnos a la locura astur.
Total. Que mi plan era levantarme a eso de las 8 de la mañana del domingo, desayunar, prepararme e ir al punto de inicio de todas las rutas del club, a eso de las 9:30. Hasta ahí todo bien. Pero claro. Este plan lo tenía maquinado con una semana de adelanto, cosa que para mí, es todo un logro. Odio planear. No me encuentro cómodo haciéndolo. Mirar más allá del día de mañana me resulta muy difícil. Quien me conoce, lo sabe. Cada uno tenemos nuestras cosas y ésta es la mía.
Pero como iba diciendo, sabía que me resultaría duro el madrugón porque, normalmente, suelo terminar las cosas del curro los sábados por la noche, a eso de las 3 de la madrugada, así que ya me tocaba madrugón. Pero coincidió que este sábado se complicó algo más de lo habitual y llegué a casa a las 5. Casi nada. Pero con toda mi buena intención, puse los despertadores pertinentes a las 8 de la mañana, esto es, tres horas después de acostarme.
Y efectivamente conseguí despertarme a la hora prevista, pero en unas condiciones de cansancio tan abrumadoras que la cama consiguió absorberme. "Ya me cae una bronca del Buka", fue lo primero que pensé. Él iría con el club junto con Juanjo, pero el Buka me iba a reñir. Yo lo sabía. Él sabía.
Pero proseguí con mi cura de sueño, hasta que a eso de las 12 de la mañana (como un señor quedé) salí de la cripta y como si de un zombi se tratase, me arrastré en busca de café. Siguiente objetivo. Otro plan. Comer en casa de la familia.
Tras el preceptivo aseo personal, me dirigí a casa-padres a degustar las ricas viandas que mi hermana nos había preparado. Tras una fantástica sobremesa, yo decidí marcharme a casa. Seguía con la idea de montar en bici.
Tan pronto como entré por la puerta de mi hogar, sin más dilación, comencé a ponerme el disfraz. En un pis-pas, ya estaba en la calle dando pedales. Parecía que al fin, conseguía llevar a la práctica el plan principal del domingo.
Dado que eran las 17:30 ó así, tenía tiempo de hacer kilómetros. No 100, pero sí unos cuantos. Tras un par de dudas, la mejor opción me pareció León/Manzaneda/Fenar/Olleros/Cillerón/León. Son unos 85 Km que transcurren por zonas muy bonitas, con montañas y de subidas no va escasa la ruta.
Iba yo aún en los kilómetros de calentamiento, sumido en mis pensamientos cuando, de repente, noto la presencia de alguien tras de mí. "Hola chaval", me dijo una veterana y familiar voz. "¡Hombre! ¿Qué tal?", respondí muy alegremente. Era uno de los compañeros más experimentados del club, con los que me encanta salir de vez en cuando. Tras los "holas" y los "cómo va eso", comenzamos a poner nuestras rutas en común. "Pues hasta La Robla te acompaño", me dijo.
La compañía de mi amigo cambiaría para mejor las perspectivas del entreno. Bien es cierto que durante el rato que compartiésemos kilómetros, iríamos despacito, pero la conversación sería estupenda. El tiempo acompañaba. Sol, buena temperatura y nada de viento. Formidables condiciones. Ahora sólo tenía que abrir bien los oídos porque de las personas más mayores que uno mismo, lo más fácil es que aprendas muchas cosas. Los años y las experiencias, dan puntos de vista muy ricos en todos los temas.
Comenzamos con temas fáciles. Que si un poco del tiempo, que si un poco de lo que ha llovido este año y cosas así nos llevaron varios kilómetros. La verdad es que enlazamos muy bien éstos temas iniciales con el de "batallitas sobre la bici". Esto es un clásico, pero cuando hablas con gente mayor, la cantidad de anécdotas es inmensa.
Al llegar a Manzaneda los temas pasaron a ser más densos. Un poco de actualidad política nos encendió lo suficiente como para ponernos en bielas ante un repecho y bajar algún piñón para coger más ritmo. En nada y menos nos vimos en Robles con la sana intención de subir el Fenar.
Y en este punto fue donde la conversación tomó un cariz muy interior. Todo comenzó nada más empezar a subir. Un conductor, le llamaremos así, por no decir un asesino, me pasó cerca no, lo siguiente. Noté muy cerca el retrovisor. Y no conforme con esto, la pasada la acompañó con el claxon. Todo esto se produjo en una recta con buena visibilidad y sin coches de frente. Un encanto de persona, vamos. Tras los pardieces y el llamamiento a varios santos del cielo, mi compañero de ruta comenzó a hablar seriamente. Yo me callé y presté el mil por ciento de mi atención.
Sus palabras eran reflexiones que provenían de toda una vida de experiencias personales. "Hay gente que no deja vivir a los demás", fue una de las frases que llamaron mi atención, no por el significado mismo de la frase, sino por el poso que tenían esas palabras. Pero mi amigo continuó con el discurso de forma pausada y muy firme.
"Nunca sabes cuándo te va a tocar a ti. Hay que vivir el momento y disfrutar de lo que se está haciendo en cada instante. Mi mujer me dice que por qué sigo saliendo en bici, que ya soy muy mayor. Y yo le digo que no me lo recuerde. Yo procuro ser feliz viviendo y dejando vivir. Hay que vivir el instante, disfrutar y ser feliz al máximo, porque de eso se trata la vida"
Por un instante se hizo el silencio entre los dos. Las palabras que acababa de escuchar, por mucho que las haya podido leer en miles de sitios, por muy obvias que sean, escuchadas en directo, de boca de alguien que las está diciendo con unos 75 años de vivencias, de buenos y malos ratos, caen sobre tu cerebro como una piedra en un estanque. Las ondas que se producen son brutales. Y más en alguien como yo que continuamente está pensando en cosas de este estilo.
Con mis paupérrimos 31 años de vivencias, de buenos y malos ratos, ¿qué podría yo aportar a ese discurso? "El mañana no existe. Odio hacer planes". Mi compañero, al asentir tras mis palabras, hizo que me fuese a subir Olleros con la sensación de que no había dicho ninguna tontería.
Y tras subir Cillerón, llegar a casa, ducharme y cenar, las ondas del estanque siguen bailando de un lado para otro. ¡Qué gran compañía!
Carpe Diem.
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