sábado, 2 de febrero de 2013

Mi GAC azul que todo lo podía.

¡Hola a todo el mundo!

¡Qué grandes recuerdos tengo de mis veranos de la infancia! Lo que más me gustaba de todo era poder montar en mi pequeña GAC azul con ruedines. Era genial.

No recuerdo muy bien por qué, supongo que por algún cumpleaños o algo así, pero mi padrino Jaime me regaló esta bicicleta a los 5 años como muchísimo. Yo creo que incluso con menos años. Mis padres decidieron que la bicicleta se quedaba en el pueblo y que sólo podría andar con ella durante el bien tiempo, en verano, vacaciones y cosas así.

Con esta bicicleta, a parte de pasarlo extraordinariamente bien, lo que conseguí fue ir superando los primeros retos de mi corta existencia.

El primero de ellos fue desprenderme de los ruedines. Era curioso pero por algún azar de la vida (seguramente haciendo el burro) uno de ellos lo perdí (me lo cargué) Mis abuelos, con los que pasaba toooodos los veranos, pensaron que como tarde o temprano acabaría quitándolos, ¿para qué comprar otro? Así que durante bastante tiempo fui con un solo ruedín. La consecuencia más directa era que, en realidad, nunca apoyaba el que me quedaba, así que estaba rodando con todas las de la ley...a no ser que alguien me lo dijera. Entonces me ponía nervioso y rapaz al suelo.

De hecho, los veranos infantiles para mí son una mezcla de felicidad y rodillas llenas de heridas. Pero algún día tenía que quitar los patines. Así que fuimos al mejor mecánico de bicis de Boñar. Pito. Se llamaba así, qué le vas a hacer. Este gurú de la mecánica, voy la situación y, con una llave, me desprendió del lastre con el que andaba en mi GAC azul. Fuera ruedín. Tengo a fuego grabado el primer trayecto que hice. Taller de Pito, Plaza del Negrillón. Los 75 metros más intensos que recuerdo. Esa fue la primera barrera que conseguí superar.

La segunda también la viví a lomos de mi fiel GAC azul. Mis abuelos no me dejaban andar en bici más allá de lo que ellos consideraban seguro. Así que ir hasta la.....GENERAL....era como galopar a lomos de un corcel llamado muerte por el infierno. Estaba prohibidísimo para mí...pero un día desobedecí.

Fui hasta el puente del reguero. Un pequeño puente que se suponía que era romano, y que era una de las fronteras del territorio permitido. A partir de ahí, dragones. Pues me paré. Miré mil y una veces a ambos lados y me lancé. No podía pasarme nada porque sino se enterarían mis abuelos y me la iba a cargar. Todo tenía que salir a pedir de boca. Para más inri, aproveché las últimas luces de la tarde para que no me viese nadie. Ahora me intento imaginar. Un chavalín, con cara de nervios y sospecha por igual, con más miedo que vergüenza. Pero con un objetivo. Superar un reto. Esa es la más poderosa arma con la que cuenta el ser humano y lo que ha movido el mundo desde siempre. El espíritu de superación.

Mientras pedaleaba como un poseso para que nada ni nadie pudiese verme, llegué hasta "el cruce". Donde el estanco. Esa era otra de las fronteras, pero ese día estaba entrando en mi GAC azul victorioso. Nada había pasado y nunca nadie se enteró. Segunda barrera superada.

Otra de las pruebas a superar por todos los niños de Boñar, era subir la cuesta de "Valles". Era y es una subida de unos 50 metros que realmente está empinada. El reto era subirla sin poner el pie en tierra. A esto había que sumar que también era otra frontera del espacio de confort, con lo que el reto era doble. Recuerdo que un día quedé con un amiguete y dijimos..."¿y si vamos a "Valles"? En el argot de la época eso significaba: "¿y si la liamos parda y, a parte de desobedecer a la autoridad, al bajar la cuesta nos caemos?"

Obviamente, decidimos ir. Nuestra estrategia era coger carrerilla. A balón parado no daríamos ni tres pedales. Para los más jóvenes, les comento que los cambios no se introdujeron hasta los 90'. Todas estas historias son ochenteras, así que si pensáis: "Va hombre! Poner un piñón grande!" Pues el tema es que no había más opción.

Nada nos podría parar. Teníamos una motivación y habíamos practicado. El más difícil todavía era que esta acción se desarrollaría justo delante de mi casa, así que las posibilidades de que mi abuela me pillase y "me corriese con la zapatilla" eran muy altas. Empezamos a acelerar desde "la cabina", justo al lado de "la estatua del tratante". Empezamos a dar pedales como dos pequeños posesos. Nos metimos de lleno en la cuesta y la cadencia de pedaleo se desplomó.

Empezamos a ponernos en bielas y a retorcernos sobre las bicis que, por otro lado, yo creo que pesaban más que nosotros mismos. Los últimos metros fueron dramáticos pero lo conseguimos. Ahora quedaba bajar como dos locos esa cuesta e ir al kiosko a comprar un par de "flashes" de 15 pesetas. Nos los habíamos ganado.

Y otra cosa que descubrí gracias a mi GAC azul fue a valorar las cosas. Un día noté que mi pequeña compañera, más que de juegos, de experiencias, estaba teniendo un extraño comportamiento. La notaba diferente. Se lo comenté a mi abuelo. "¡Abuelo! ¿¿¡¡Qué le pasa a la bici!!??" Mi abuelo, que era pragmático, sereno y muy serio, pero sobre todo rezumaba cariño, entendiendo mi agobio, se puso a analizar la GAC azul. Uno de los tubos se había roto por la zona de una soldadura. El desastre.

Pero al día siguiente mi abuelo la llevó a un taller a que la soldasen. Eran otros tiempos y si un hombre de la talla de mi abuelo, lleva a un taller la bici de su nieto, se la sueldan en ese momento sí o sí.

Pero yo esa mañana no tenía bicicleta. Me notaba perdido. No sabía qué hacer. Toda la mañana sentado en la puerta de casa acompañado por el perro de la señora Emilia. No estaba mal, pero no tenía bici. Yo pensaba que la había perdido para siempre...hasta que apareció mi abuelo con la bici soldada. ¡SÍÍÍÍÍÍ!

Hoy, ya he crecido, la GAC azul no me entra ni en un muslo y a la cuesta de "Valles" voy desde León y la subo sin darme cuenta, pero las experiencias que viví con aquella fiel compañera nunca jamás las volveré a vivir y fueron las más intensas de mi vida.

Algún día de estos iré a Boñar y te restauraré. Te lo prometo amiga.

1 comentario:

  1. Buenísima historia, y muy bien contada. Muchos tenemos recuerdos parecidos. Nosotros fuimos de Orbea y en vez de Boñar, ribera del Torio, comprábamos un flas de duro en el quiosco de Villaovispo y rodar por la Candamia, subir a las Lomas... A los recorridos y cuestas les poníamos nombre, como la mítica "imposible" donde te ganabas las medallas de mercromina, menudo orgullo.
    Pedaleábamos hasta el último rayo de sol, afinando el oído por sí llamaban para cenar...

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